EL ULTIMO VIAJE DEL "DESTINO"
Pedro Fuentes
Capítulo II
Ya por la aleta de estribor el sol comenzaba su ocaso, el brillo dorado sobre la mar, con su ligero rizado, me transportaba a la paz, todo eran recuerdos dentro de mi cabeza, preparé una caña con una rápala pequeña y me dediqué a la pesca del curry, esperaba que si picaba algo, no fuese muy grande, no era plan de sacar una pieza que no pudiese aprovechar ya que el congelador no era muy grande, quería lo justo para un par de comidas de pescado fresco.
Tras media hora, cuando el sol ya estaba a punto de ponerse, un ligero temblor de la punta de la caña hizo ponerme en tensión. Cuando el carrete empezó a girar violentamente mientras el nilón se desenrollaba y salía hacia la presa, cogí la caña, frené ligeramente el carrete y me dispuse a cobrar la línea con tirones hacia arriba y rápida recogida del sedal mientras bajaba la punta de la caña apuntando el agua, luego otra izada de caña y vuelta a la recogida, no era una pieza grande, de pronto la vi saltando a flor de agua, parecía un dorado de aproximadamente quilo y medio. Tras diez minutos de recogida, legré subir la pieza a bordo.
El dorado es un pez azul que nada tiene que ver con la dorada, cuando es fresco, se puede comer a la plancha, al horno con patatas y cebollas y despiezándolo en dos filetes, los lomos, a la plancha, con un poco de ajo y romero es un placer de dioses, ya tenía la cena, incluso a lo mejor encontraba una botella de vino blanco en algún tambucho.
El tiempo seguía perfecto, el viento era el correcto para una navegación tranquila y soplaba a favor, cosa rara cuando se navega a vela que nunca sopla a gusto del patrón, bien ajustadas las velas estaba haciendo puntas de seis nudos y medio, la deriva era mínima y el piloto automático no parecía trabajar, el rumbo era perfecto.
Había encontrado una botella de vino blanco que puse en la nevera, limpiado el dorado y preparado para cocinar tuve que poner el motor en marcha antes de lo previsto ya que había demasiadas cosas que consumían electricidad y se podrían descargar las baterías.
Cuando terminé de cenar, la luna llena apareció por levante, una luna grande y roja que iluminaría toda la travesía.
Siempre que veo la luna llena me inunda de presentimientos que hacen recorrer un escalofrío por mi espalda.
Ya entrada la noche, me abrigué con un saco de dormir y me dispuse a pasar la velada en un duerme vela en cubierta, ya sé que hay muchos patrones que se echan a dormir conectando la alarma del radar, yo no sabría hacerlo incluso cuando llevo a alguien que me sepa relevar, las guardias de noche siempre son para mí.
He tomado la lectura del GPS y la he anotado en la carta, son las doce y he navegado treinta y una millas, si sigo así, a las cinco habré conseguido la mitad de la distancia y habré logrado los 6,5 nudos de media gracias a la ayuda del motor al ralentí que he arrancado por recargar las baterías. Al amanecer, cuando salga el sol con la ayuda de la placa solar que llevo será suficiente y podré pararlo de nuevo.
Por el horizonte se divisan barcos que suben o bajan, ninguno lo suficientemente cerca para ser peligrosos, aunque a alguno, en medio de la noche, se alcanza a oír sus potentes motores.
La luna sigue alumbrando, y lo hace tan fuerte que por estribor veo la sombra de mi barco con sus velas.
En el agua que desplaza el Destino al cortar el mar a veces se ven las fluorescencias del plancton eso me recuerda cuando de crío iba con otros compañeros de juego a buscar luciérnagas en el campo.
Entre recuerdos, cigarrillos y cafés fueron pasando las horas, alguna vez me levanto y bajo a la cabina para desentumecer las piernas, compruebo los aparatos y cuadro de cargador de baterías, todo funciona correctamente, a las tres tomé otra lectura del GPS y la pasé a la carta, rumbo correcto, el motor al ralentí me hace alcanzar picos de casi 7 nudos, como siga así lograré bajar de las veinte horas, claro que no será lo mismo a partir del amanecer, cuando apague el motor.
El pitido insistente de la alarma del radar me hace despertar, compruebo el horizonte, un mercante lleva un rumbo coincidente con el mío, está a una milla y media por babor, todas las preferencias son mías, pero él es más grande y ya se sabe, el pez grande se come al chico, sería capaz de tragarme sin ni siquiera enterarse, decido hacer una maniobra y dejarme caer a estribor, tomo la lectura en el GPS y viro a estribor, el mercante pasará a más de una milla y yo volveré al rumbo.
Ya ha amanecido, son las cinco y catorce minutos, he dormido durante dos horas, ya he parado el motor, el mercante que parece llevar rumbo hacia Alcudia ya ha pasado, vuelvo a mi rumbo después de anotar en la carta la lectura de antes del desvío y el de ahora, no me he desviado gran cosa, llevo catorce horas de navegación y he conseguido hacer 80 millas, a una media de 5,7 nudos, incluido el desvío del mercante y las dos horas primeras que fueron de 3,5 nudos. Si todo sigue así, llegaré a La Mola en unas seis horas, no está mal, ahora hay que desayunar, pero primero bajaré a lavarme y afeitarme, cuando se navega solo e incluso cuando se vive solo, no se puede abandonar el aspecto físico, es primordial para sentirse a gusto con uno mismo y no caer en depresiones.
Ya he vuelto a cubierta, he dejado todo ordenado y ahora a vigilar, dentro de unos momentos aparecerá por el horizonte el ferry de la Transmediterránea rumbo a Mahón y después empezarán a aparecer los pesqueros de Menorca.
Ahora hace algún tiempo que no venía a Mahón, quizás un par o tres de años.
Es una ciudad llena de encantos, sobre todo naturales, ya la entrada en el puerto, una inmensa ría con la isla del Rey en medio, el famoso penal militar de La Mola, el antiguo Lazareto, donde los barcos tenían que hacer cuarentena por el peligro a la peste, tuve ocasión de visitarlo gracias a una confusión.
Estaba en el pequeño puerto de Villacarlos, también dentro de la ría y enfrente del citado Lazareto, con unos amigos, cuando llegó una motora que hace el transporte de personas y bajó un señor mayor, la verdad es que no me enteré de nada, pero el señor dijo que si éramos los invitados de “no sé qué” y uno de los nuestros, con mucha cara le dijo que sí, nos hizo subir a la motora y nos llevo a El Lazareto, nos hizo de guía y nos lo enseñó todo, luego nos llevó a Villacarlos otra vez y todavía mi amigo le dio las gracias por todo y las hizo extensivas al señor “no sé qué” por la invitación.
Sin ninguna incidencia llegué a la entrada de la ría y en una hora más me encontré pidiendo amarre en el Náutico de Mahón. Amarré, le di un manguerazo de agua dulce a mi “Destino”, pasé por la oficina y luego me fui a los baños para darme una buena ducha y quitarme la sal y el cansancio.
Después de una buena comida, volví al barco para recuperar el sueño perdido.
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