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sábado, 24 de abril de 2021

EL AFILADOR (Capítulo I)

 

EL AFILADOR

 

Pedro Fuentes

 

CAPITULO  I

 

Martes 18 de Marzo, estaba en mi apartamento,  escribiendo unas notas para mi amigo Pedro, “mi biógrafo”,  cuando oí en la calle, por un megáfono alguien que gritaba machaconamente:

¡Ya está aquí el afilador, se afilan cuchillos, navajas, tijeras, hachas, todo tipo de utensilios de cocina, máquinas de embutidos! Y hacía sonar un característico silbato de varias notas.

La retahíla duró unos 25 minutos hasta que se perdió en la lejanía,  me trajo recuerdos de el Rastro de Madrid, en los años sesenta, cuando en algún puesto se anunciaban “¡Cuchillos, navajas, mecheros, mujeres en cueros!”. Los tres artículos primeros en voz alta y clara y lo último bajo y entre dientes, para burlar a la censura y a la vez hacerlo más misterioso y apetitoso, se refería entonces a calendarios de bolsillo en el que por delante había fotos de chicas muy ligeras de ropa.

Seguí con mis notas y me olvidé del “afilaor”.

El pueblo donde resido, es una población costera de unos veinticinco mil habitantes, con una larga playa y al fondo de ésta la desembocadura de un río en el que escasamente hay agua.

Las edificaciones no llegan sino a la mitad del paseo que continúa unos dos kilómetros más a lo largo de la playa.

Luego en verano, esa parte del pueblo se llena de turistas, ya que es en esa zona donde están los hoteles y apartamentos, pero eso solamente pasa a partir de mediados de junio, cuando los críos terminan el colegio.

Ahora  había perdido el hilo, la cancioncilla del “afilaor” seguía machacona en mi cabeza mezclándose con la del Rastro, así que decidí coger a mi perro, Trouvé y salir a pasear, Trouvé es un pincher enano, mi gran amigo desde que lo salvé de las garras de Satanás en una de mis aventuras, escrita por Pedro, mi amigo de toda la vida.

Como hacía buen día salimos rumbo al río.  Por las mañanas solemos ir en dirección al puerto, para de camino echarle una ojeada a mi barco y asegurarme de que todo estuviese bien. Pero ese paseo había sido por la mañana temprano.

Al final de las últimas edificaciones me encontré de nuevo con la furgoneta y el megáfono del afilador, tenía las puertas traseras abiertas y con una piedra de afilar iba trabajando, mientras por el megáfono seguía el eslogan. Media docena de mujeres esperaban turno para afilar mientras el individuo les contaba chistes y anécdotas subidas de tono.

Llegamos al río por donde solamente había un hilo de agua, allí solté a Trouvé y estuvo corriendo de un lado para el otro persiguiendo una pelota de tenis que yo le tiraba y con la que él soñaba que era el mejor de los conejos por cazar.

Era la una del medio día cuando volvimos a casa.

Después de comer y hacer diez minutos de siesta frente al televisor me metí en el despacho hasta las ocho, que mi perro se puso a pasear nervioso ante mí. Era la forma de decirme que ya era hora de salir a pasear. La verdad es que aquel animalito gozaba sacándome a pasear.

 

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