POR CULPA DE LAS REVISTAS
Pedro Fuentes
Capítulo I
Cuando salí de casa, el día estaba lluvioso y frío, la temperatura
no llegaba a los ocho grados, pero con el aire que soplaba, la
sensación era bastante más baja que la que marcaba el termómetro,
iba al quiosco de siempre a comprar unas revistas, para mi madre,
para mi hermana y para mi, de la mía no me olvidarías, pero de las
otras no lo tenía tan claro, además por que no se me olvidaran,
repetía los nombres mentalmente, esto me recordaba aquella canción
de Carlos Mejía Godoy “Una libra de clavos y un formón”.
Como no tenía ganas de andar hasta el quiosco de siempre, fui
subiendo por la plaza yendo por debajo de los balcones para evitar el
“chirimiri” que caía. El quiosco al que iba, estaba más lejos
pero el camino más resguardado.
Cuando llegué al sitio, seguía con mi cancioncilla, pero al ver a
la muchacha que estaba atendiendo a una señora mayor, me puse detrás
esperando que terminase, cuando al fin pagó y se marchó por mi
derecha, yo avancé un paso y me quedé mirando a la dependienta, de
aproximadamente mi edad; de verdad era una belleza con unos ojos
negros que quitaban el hipo.
Cuando me preguntó por segunda vez, ensimismado y casi atragantado
le dije:
Hola, Cariño, Dígame, Algo,
La respuesta no se hizo esperar.
¡¡ IMBECIL !!
Entonces caí el la cuenta de que lo de imbécil iba por mi. ¡UY!
¡Perdón! No sé que me ha pasado, me he quedado obnubilado, quiero
cuatro revistas, Hola, para mi madre, Cariño y Dígame para mi
hermana y para mi la revista Algo, como temía que me olvidase, venía
repitiendo el nombre de las cuatro y la verdad es que no me fijé en
lo que decía, pero ahora, en pleno uso de mi razón y apechugando
con todas las consecuencias, no tengo más remedio que agradecer a mi
subconsciente porque es más valiente y decidido que yo, que sufro
una timidez recalcitrante y sería incapaz de hilvanar cuatro
sencillas palabras y nombres de revista en un deseo.
Pues le digo que la revista “Dígame” no ha salido, bueno, más
bien no ha llegado y “Algo” no sale hasta los jueves y hoy es
miércoles, así que tenga, esto es lo que hay “Hola” y “Cariño”
Pues deme “Cariño” y “Hola”, luego, al medio día vendré a
buscar el “Dígame” y mañana volveré a por “Algo”
Cuando llegué a mi casa, me senté en la mesa de mi cuarto, delante
de unos folios en blanco y escribí:
¡Oh ¡ Musa que te encuentro
al albor de la mañana,
cuando el frío invierno
no desluce el primor de tu cara.
Mi mente vagaba entre los pensamientos de las casualidades que me
hicieron cambiar el recorrido habitual por el de hoy. Muchas veces
había pasado por allí y pese a mi afán por la lectura,. Nunca caí
en que allí hubiese un quiosco de periódicos y revistas ni mucho
menos que fuese atendido por aquella belleza.
Me di cuenta de que había pasado el tiempo velozmente, a toda prisa
me puse el abrigo y salí a la calle hacia el puesto de revistas.
Pero antes, al pasar por una floristería entré y compré una rosa
amarilla.
Cuando llegué, para mi sorpresa descubrí que en lugar de “ella”,
que me había atendido por la mañana, estaba una mujer de mediana
edad.
Perdone, señora, esta mañana he venido a por unas revistas y la
señorita que había aquí, me ha comunicado que faltaban dos, que
una llegaría al medio día y la otra mañana.
Si, ya me lo ha contado mi hija, ella no está sino por las mañanas,
se acaba de ir, pero aquí tiene la revista “Dígame” que le
encargó y ya ha llegado.
¿Me haría usted el favor de darle esta pequeña muestra de mi
agradecimiento por la amabilidad que me ha atendido? Le dije
alargándole la rosa amarilla a la señora.
¿Sabe usted el lenguaje de las flores? Me contestó
Si señora, lo sé, por lo cual le ofrezco ésta como prueba de mi
amistad más limpia y sincera.
Muy amable, se la haré llegar a mi hija Enriqueta.
Agradecido, señora, mañana vendré a por “Algo”.
Marché hacia mi casa, el cuello del abrigo, hasta ahora levantado,
me daba demasiado calor.
Cuando llegué a mi casa, mi madre estaba preparando la comida.
Estoy haciéndote unas pechugas a “la villaroy”, tu plato
favorito, ¿Quieres una o dos?
No, gracias, no tengo hambre, si hay sopa de primero solamente tomaré
un poco.
¿No te sientes bien? ¿No te habrás resfriado por salir desabrigado
a la calle con el frío que hace?
No, estoy bien, es que se me ha quitado el apetito, me voy a escribir
un poco en mi habitación.
La tarde se hizo larga y tediosa. No conseguí concentrarme en nada,
la cara de Enriqueta, ahora sabía cómo se llamaba, en ningún
momento se borraba de mi mente, no lograba, por más que lo buscaba,
rimar ninguna palabra que me gustase, con Enriqueta.
Al fin a media tarde decidí ir al cine por despejar mi mente.
Salí a la calle y aunque no era el camino más corto, pasé cerca
del quiosco, por ver si estaba allí Enriqueta. No, no estaba, había
un hombre de mediana edad y la señora que vi al medio día. Supuse
que era su padre con su madre.
Saqué una entrada en el cine “Conde Duque”. Ponían la película
“El espíritu de la colmena” que la crítica daba por muy buena,
no logré seguir el argumento, de pronto la pantalla se llenaba de
“ella”.
La noche fue más de lo mismo, supongo que dormí, pero varias veces
estuve mirando la hora en el despertador, luego, cuando sonó a la
hora de cada día, me desperté de sobresalto.
Pasó la mañana de un día de sol; a las doce menos diez salí de
casa rumbo al “castillo de mi adorada”.