ENTRE FANTASMAS
Pedro Fuentes
Capítulo III
El día 10 de Noviembre, estaba en una biblioteca pública, cerca de mi casa, donde iba bastante a menudo, por lo menos dos veces por semana, a consultar algún dato que necesitaba para mis trabajos de historia contemporánea, cuando andando por un estrecho pasillo, con estanterías llenas de libros a ambos lados, cuando empezando por un extremo de las filas superiores y luego siguiendo por las demás al llegar al final, pero en dirección contraria, saltaban los libros como si alguien los estuviese empujando con fuerza al pasillo, de tal forma que si llego a permanecer allí hubiese sido enterrado por los libros, algunos de considerable tamaño y peso.
Corrí hacia el final más cercano, hacia la sala donde estaban los pupitres, nadie se movió, nadie parecía sentir el estruendo, me quedé mirando el pasillo y ante mi asombro, los libros volvieron a su posición original. Solamente yo presencié la movida, no quedaba ningún libro fuera de su lugar. Lo primero que pensé fue que me había quedado dormido leyendo y lo había soñado, pero ni estaba en mi pupitre ni tan solo sentado, me encontraba de pie justo a la entrada del pasillo de más de cincuenta metros de largo por dos de ancho. Miré para atrás y vi como el bibliotecario seguía escribiendo en unas fichas, impávido al follón organizado, las personas que había en la sala, desde jóvenes de catorce o quince años, a venerables ancianos, nadie levantó la cabeza ni para verme mover de un lado para el otro. Fui hasta el bibliotecario y le dije:
Se me han caído unos libros en el pasillo.
Me miró por encima de sus gafas de cerca, luego al pasillo y me contestó:
Veo que ya los ha recogido ¿Los ha dejado en su sitio?
Si, perfectamente, ya sabe que me conozco este local casi tan bien como usted.
Me fui a sentarme pero vi que eran las ocho de la tarde y había quedado con Rosa Mary en una cafetería a la vuelta de la manzana, así que me despedí del funcionario, fui a mi mesa, recogí mis cosas, las metí dentro del portafolios, me puse el abrigo y el sombrero y salí del local.
Al dar la segunda vuelta a la esquina, casi enfrente del bar donde había quedado, vi como un montón de gente se arremolinaba, por un lado apareció una ambulancia y un par de motos de la Policía Local permanecían con las respectivas luces azules encendidas, los agentes intentaban apartar al gentío.
Un sudor frío corrió por mi espalda, apreté el paso y terminé corriendo en dirección a los policías, al llegar al primero, al que conocía de vista, le dije:
¡Agente! ¿Qué ha pasado?
Han atropellado a una mujer.
Por favor, ¿Saben quién es? Mi mujer ha quedado conmigo aquí mismo y a las ocho, ¿Puedo ver a la atropellada?
Pase conmigo, de dijo mientras me estiraba por un brazo para poder pasar por el corro de gente, luego levantó la cinta delimitadora y nos acercamos al lugar donde una figura humana yacía oculta por el consabido envoltorio metalizado dorado. Apartó un poco y pude ver la cabeza ensangrentada de Rosa Mary.
¡Dios mío, es ella!
Caí de rodillas frente al cadáver y con las manos en mi cara comencé a llorar.
No sé cuanto tiempo pasó, cuando me vi rodeado por los brazos de Lucía que había llegado y al verme se arrodilló junto a mí y me abrazó.
Fueron unos momentos terribles, luego llegó la ambulancia y dijo que no podía hacer nada hasta que llegase el juez para el levantamiento del cadáver.
Al fin llegó el juez, venía acompañado por dos policías y el secretario que resultó ser el mismo que el de mi visita al anatómico forense con la identificación del cadáver de María del Pilar.
Algo le dijo el secretario al juez, me miró y se acercó a mí y me dijo:
¿Conoce a esta mujer?
Si, es mi esposa.
¿Iba usted con ella cuando ocurrió el accidente?
No, yo estaba en la biblioteca, había quedado con ella a las ocho y salí de allí unos minutos más tarde, cuando llegué aquí todo había pasado, pero no sé lo que ocurrió.
Según algún testigo, los hechos fueron los siguientes:
Un coche avanzaba por la calle a una velocidad correcta, de pronto perdió el control y se subió a la acera, con tan mala fortuna que pilló en su camino a la mujer que ahora yacía muerta, no fue fuerte el atropello, pero al caer había dado con la cabeza en un bordillo de un alcorque donde hay plantado un cerezo rosa ahora pelado por el otoño recién estrenado.
Tanto el conductor, que lloraba en un rincón apenado, como algún testigo, coincidían en el relato del accidente.
El conductor no paraba de decir:
Iba solo en el coche, pendiente de todo, aminoré la velocidad porque sé que hay un paso de peatones, ni tan siquiera oía la radio ni llevaba prisa, de pronto noté como si alguien tirara del volante hacia la derecha, quizás reventó una rueda, tal vez la suspensión se rompió, fue algo extraño, el golpe fue muy pequeño, ni el capó del coche está abollado.
La policía hacía mediciones y comprobaba todo lo que habían dicho el conductor y los testigos.
Al fin se hizo el levantamiento del cadáver y lo llevaron al anatómico forense para hacerle la autopsia.
Yo estaba ido, no sabía qué hacer, Lucía me cogió del brazo y me metió en el bar, allí me pidió una tila y para ella un café, mientras tanto me cogió la mano y me intentaba consolar.
¿Sabes que esta vez también tuve a la misma hora una presencia extraña?
¿Qué te pasó?
Estaba en la biblioteca y se cayeron cientos de libros que luego se pusieron solos en su sitio, pero nadie más lo vio, aunque había bastante gente y el bibliotecario tiene la mesa mirando hacia aquel pasillo.
Después me acompañó a casa, me dio dos valium con un vaso de leche tibia e hizo que me acostara.
Me quedaré aquí mientras tú duermes, por si llaman por teléfono, mientras tanto, antes de meterte en cama haz una lista de a quién tengo que llamar y lo haré por ti.
Los amigos ya los conoces, en cuanto a los familiares te doy el teléfono de su hermano y del mío, diles que avisen a toda la familia, además, toma ésta es la tarjeta del seguro de la funeraria para que des el parte y ellos se encarguen de todo
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