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jueves, 21 de noviembre de 2024

LA HIGUERA (Capítulo III)

  

 

LA  HIGUERA

 

Pedro  Fuentes

 

CAPITULO III




              El lunes siguiente Fernando se presentó en el ayuntamiento para interpelar al alcalde sobre el problema de la higuera, se fue hacia el secretario y éste le dijo que Manolo no le podía recibir, pero que lo mejor que podía hacer es un escrito, que lo llevaran al registro, para darle carácter oficial y se estudiaría para incluirlo en un pleno.



              Fernando salió bastante quemado de la charla con Luis el secretario, el cual era más partidario de Manolo que de la oposición, por lo menos durante lo que quedaba de esa legislatura, lo primero que hizo fue dirigirse a su suegro, D. Melquiades, su protector político, pero cuando iba en su busca al casino se encontró con Julita, a la que conoce por ser amiga de su mujer, Mª Carmen, también de la Hermandad de Santa Marina.



¡               Julita!, tu novio es un tonto del haba, le dijo Fernando antes incluso de saludarle.
  


              Yo no tengo novio, le respondió. Una persona que antepone el qué dirá el partido a la felicidad de su novia, o es tonto o lo parece, así que lo he mandado a paseo.



              Fernando, cada vez más quemado, le dijo:



              Tonto no, imbécil, me ha dicho que lo de la higuera habrá que discutirlo en un pleno. ¿Qué se ha creído? Pues si quiere guerra la tendrá.



              Julita, que entre otras cosas vio la oportunidad de tocarle la narices a su Manolo le espetó:



              Ahora mismo voy a reunir a las hermanas de Santa Marina y va a tener guerra. ¿Cuándo será el pleno?


           
              Bueno, es el primer jueves de cada mes, así que quedan quince días, le contestó Fernando.
  
              Yo voy a hablar con mis chicas esta tarde, y mañana, si quieres nos vemos y comentamos lo que hay, dijo Julita.



              Toda esta escena la había visto Manolo desde el despacho del Ayuntamiento, medio escondido detrás de la cortina desde que Fernando salió de allí, le gustaba “estudiar” a sus enemigos políticos por si acaso.



              Cuando vio a su novia con la oposición, empezó a especular y la experiencia le dijo que iba a ser más difícil reconquistar a Julita.



              Fernando se reunió en el casino con D. Melquiades y le contó lo ocurrido.


        
              D. Melquiades, persona reflexiva, le dijo que no se implicara mucho en el asunto, que se dejase una puerta abierta por si tenía que tirar para atrás, que al fin y al cabo, Manolo tenía las de ganar, ya que aunque se había pedido, todavía no le había sido concedida a la iglesia de Santa Marina el título de Patrimonio Nacional, aunque ya hacía tiempo que se había solicitado, mientras tanto, la iglesia pertenecía al obispado. Por el único lado que podía hacer fuerza era que Manolo viese peligrar la alcaldía en las próximas elecciones, que ya estaban a diez meses vista y las fuerzas del pueblo estaban bastante equilibradas.



              Con el consejo de su suegro, aquella tarde reunido con su grupo, acordaron hacer una interpelación a modo de pregunta, solicitando al Ayuntamiento que como bien del pueblo y por tanto de sus habitantes, se habilitara un presupuesto extraordinario para solucionar el problema de la higuera, que tampoco parecía que fuese muy elevado. Dejando en manos de la brigada municipal que estudiase la forma más rápida y económica para erradicar la higuera y por tanto que las tórtolas no pudiesen anidar allí.



              Así se hizo y al jueves siguiente, una semana antes del pleno, llevó al registro del Ayuntamiento la interpelación. para su estudio en el próximo pleno.



              Cuando Manolo tuvo conocimiento del escrito, llamó a su socio de gobierno, Timoteo, de Izquierda-Los verdes, único representante de su partido.



              Timoteo, trabajador del campo y representante sindical del Sindicato Agrario y Ganadero (SAG) era a su vez el cabecilla e impulsor de Izquierda-Los verdes del cual era el cabeza de lista en las municipales, concejal electo, funcionaba como partido bisagra ya que las fuerzas de la derecha y la izquierda estaban equilibradas, aunque el número de votos de la derecha era superior en doscientos.



              Timoteo era el concejal de urbanismo del ayuntamiento que gobernaba Manolo.
     
              Desde que salió elegido, estaba intentando cambiar el sentido del tráfico de las calles del pueblo ya que no le gustaba que siendo un pueblo que había crecido de forma circular, casi todas las calles eran radiales que desembocaban justo en la plaza de la Iglesia, también era la plaza del Ayuntamiento, pero éste quedaba al otro lado y las calles que llegaban a la plaza Mayor, según Timoteo, cuando entraban allí lo primero que veían era la iglesia, por lo cual, quería que las calles adyacentes a la iglesia fuesen de entrada para que el ayuntamiento quedase enfrente, las lindantes a la casa consistorial fuesen de salida y las dos calles laterales, una por cada lado fuesen de giro obligatorio a la izquierda al entrar en la plaza. Todas las calles eran de doble sentido hasta que se empezó con la reordenación urbanística, pero como en todas ellas se habían desdoblado las aceras para hacerlas más anchas pero luego se habían estrechado poniendo árboles y bancos, el tráfico se estaba convirtiendo en un caos, por lo que Tim, como lo llamaban en el pueblo, estaba intentando hacer zona peatonal y de bicicletas el centro del pueblo, por lo que insistía con Manolo para que el pleno se lo autorizase en los próximos presupuestos.



                Por cierto, Tim no tenía carnet de conducir, él decía que la bicicleta era más ecológica.



jueves, 14 de noviembre de 2024

LA HIGUERA (Capítulo II)

 

 

 

 

 

LA  HIGUERA  

 

Pedro  Fuentes

 

 CAPITULO II




               El domingo siguiente en la misa de 12 había algo más de gente que lo normal, no tanta como el día de la patrona, Santa Marina, el 18 de Julio, pero una cantidad apreciable de fieles.

               D. Florián le había comentado la charla con el secretario al sacristán, Rosendo, hombre bastante leído y piadoso y que pese a su edad, 53 años, es pensionista ya que tiene un grave problema del corazón y dedica su tiempo libre, que es bastante, a la parroquia y al jardín que hay en su casa. Está casado con Angustias, y tienen un hijo estudiando magisterio en Madrid.



               Rosendo, que no podía ver las malas jugadas del alcalde contra el cura y la Iglesia; por su cuenta, decidió comentarlo con Angustias, su mujer, que cosía en el ropero parroquial y ésta lo comentó allí; donde estaban entre otras, Isabel, la maestra, Martina, la esposa del médico, Lolita, la mujer del farmacéutico, doña Ursula, viuda de un terrateniente del pueblo, mujer muy piadosa y de buen ver, y que tiene una hija, Julita, que habla y bastante en serio con Manolo, el alcalde, pero ésta, también muy piadosa y miembro, Presidenta, de la Hermandad de Santa Marina, lo plantó porque él no quiere boda por la Iglesia a lo que Julita, le contestó:



               Sin Iglesia no es boda ni nada, y me importa un pimiento lo que digan los amiguetes del partido y si no te gusta, deja el partido y si no aceptas mis condiciones, ni boda, ni noviazgo ni nada.

               Enteradas por Rosendo del suceso del campanario, decidieron movilizarse y comentaron el problema con sus allegados y vecinos.

               La que peor lo tuvo fue Lolita, ella tenía dos frentes, uno, el alcalde y otro su marido, Servando “el boticario” dispuesto al laicismo más recalcitrante.

               La misa de doce del domingo comenzó normalmente.



               En el aire se respiraba un cierto ánimo de lucha, pero de ello, Don Florián no sabía nada, porque nadie le había comentado nada, así que cuando se dirigió al micrófono para la homilía del domingo, no llevaba ninguna intención de exacerbar a sus parroquianos, además siempre había dicho que se conseguía más con buenas palabras que con discusiones, así pues cuando en el sermón dijo que había un pequeño problema en la torre del campanario, que habría que solucionar, no fue en ningún momento con ánimo de levantar el hacha de guerra, ya que lo único que dijo fue que si alguien tenía alguna idea de cómo arreglarlo que se lo comentara y a ver si entre todos encontrábamos la solución.



               Fueron varias las interpretaciones de sus palabras, entre ellas, alguien vio un arma para atacar al ayuntamiento.



               El médico tiene una hija, Mª Carmen, casada con el hijo de D. Ceferino un terrateniente del pueblo de al lado, Fernando, su hijo, es agricultor y trabaja en las tierras de su padre, tienen buena fortuna y no muchas ganas de trabajar, pero que animado por su progenitor y por su suegro, teniendo como tiene mucha labia y simpatía, se ha afiliado a un partido de centro derecha y es la oposición a Manolo, o sea al alcalde.



               Fernando, pronto vio que era el campo abonado para interpelar al alcalde en el próximo pleno.



               Las Hermanas de Santa Marina, capitaneadas por Julita, la presidenta, dispuesta a lucirse ante “su” Manolo, las señoras del ropero, cuyo estandarte llevaba Rodrigo y su mujer Amparo, el médico, y varias personas importantes del pueblo siguieron a Fernando, el jefe de la oposición. Por el otro bando no existían todavía fuerzas vivas porque entre otras cosas no iban a misa de doce y no les quitaba el sueño que una higuera hubiese invadido el campanario.




viernes, 8 de noviembre de 2024

LA HIGUERA (Capítulo I)

  Todo ha ido bien, vuelvo a empezar.

 

LA HIGUERA

Pedro Fuentes



PROTAGONISTAS DEL RELATO POR ORDEN DE APARICION



Florián: Cura párroco.

Servando: Farmacéutico.

Amadeo: Cartero y alguacil.

Luis: Secretario del Ayuntamiento.

Manolo: Alcalde electo del pueblo.

Rosendo: Sacristán.

Angustias: Esposa de Rosendo.

Isabel: Maestra del pueblo 

 Martina: Esposa del médico (Ceferino)

Lolita: Mujer del farmacéutico (Servando).

Ursula: Viuda de un terrateniente, madre de Julita.

Julita: Hija de Ursula y “novia” de Manolo. Presidenta de la Hermandad de Santa Marina.

M.ª Carmen: Hija del médico (Melquiades) . Casada con el hijo de Ceferino (Fernando) .

Ceferino: Terrateniente del pueblo de al lado. Padre de Fernando. Suegro de M.ª Carmen

Fernando: Hijo de Ceferino y esposo de M.ª Carmen. Jefe de la oposición en el Ayuntamiento.

Rodrigo y Amparo: Miembros de la Hermandad de Santa Marina.

Melquiades: Padre de M.ª Carmen. Suegro y protector político de Fernando.

Timoteo (Tim): Miembro del partido Izquierda-Los verdes. Socio de gobierno en el Ayuntamiento y concejal de urbanismo.

Ricardo: Amigo de Isabel. Corresponsal del periódico La Provincia.

Efraín: Primo de Tim.

Evaristo: El gitano.

Rosita: La cabra

CAPITULO I

 

               Don Florián era el cura párroco de aquel pequeño pueblo de la sierra, un bonito pueblo al que todavía no se le habían adosado urbanizaciones de veraneantes.

               La vida allí era apacible, no estaba cerca de ninguna carretera importante y ni siquiera tenía estación de tren, que se hallaba en el pueblo vecino, a doce kilómetros.

               Ya llevaba el párroco 10 años en el pueblo y anteriormente había estado destinado en una parroquia de la capital durante 2 décadas más, pero por motivos de su delicada salud, lo enviaron a la sierra, donde el aire y la vida eran más sanos.

               Una tarde del final de la primavera, cuando salía de tomarse un café en el bar de la plaza, mientras jugaba unas partidas de dominó con don Servando el boticario, Amadeo el cartero y alguacil, y don Luis, el secretario del ayuntamiento; alzó la mirada hacia el reloj del campanario que en ese momento marcaba las seis menos 2 minutos y aligeró el paso porque las señoras del ropero estarían al llegar a la sacristía; pero luego se paró en seco y se dio cuenta de que en la torre, a media altura, equidistante del suelo y de la ventana de la campana, había un par de tórtolas posadas, ese no era el problema, era peor, una planta, al parecer una higuera, había nacido allí y por la actitud de las tórtolas y su monótono canto, solamente faltaba que hiciesen nido en el campanario.

               Dio don Florián media vuelta y volvió sobre sus pasos hasta el bar, abrió las tiras de la cortina de metal de la puerta y asomando medio cuerpo llamó al alguacil y al secretario, indicándoles con la mano que le siguiesen, cosa que hicieron ellos dos y don Servando que gozaba de una curiosidad innata.

               Cuando los tres estaban fuera, al costado del párroco, éste, señalando la torre del campanario les preguntó:

               ¿Qué ven ustedes?

               El primero que habló fue Amadeo, que dijo:

               El campanario.

               El secretario, Luis, que gozaba con la caza dijo:

               Dos tórtolas.

               El boticario, Servando, más observador, temiendo que don Florián lo apartase, por su conocido laicismo, indicándole que él no lo había llamado, dijo:

               Dos tórtolas posadas en una rama de la higuera que sale del campanario.

               Ahí quería llegar, de la pared del campanario sale una higuera que por el poco tiempo que tiene parece ser de grandes proporciones, dijo el cura.

               Amadeo, el cartero, que de naturaleza sabía, porque se había criado en ella toda la vida, comentó que las higueras salían muchas veces en lugares insospechados porque la semilla venía en las heces de algún pajarillo que antes había comido higos y claro, la semilla, debidamente abonada y con algo de lluvia germinaba.

               El boticario, estuvo a punto de hacer una broma de mal gusto sobre la defecación y el lugar de la misma, pero al mirar al cura, se sonrojó porque éste pareció adivinarle el pensamiento, y cambiando de tema dijo, también con bastante mala idea:

               Pues torres muy altas han caído por culpa de una higuera nacida en mal lugar.

                El secretario, como cazador comentó:

               Esas tórtolas parecen estar preparando nido, no es un sitio muy habitual, pero como nadie las molesta; como secretario; pensó en voz alta:

                Esto no se arregla fácilmente, porque está a una considerable altura, desde el campanario no se puede llegar a ella y poner un andamio puede salir muy caro y peligroso.

               Hay que sacarla cuanto antes, además, llevamos mucho tiempo detrás de arreglar la iglesia y solo faltaba que ahora tengamos que ir al obispado con otra cosa, pensó don Florián. Luego dijo al secretario:

               Hable con el alcalde y mire usted qué se puede hacer, pero tendrá que ser con la máxima urgencia.

               El boticario medró y comentó que claro, eso era algo que no correspondía al ayuntamiento sino a la iglesia y a sus fieles.

               Ya se habían reunido allí varias personas que miraban el campanario, escuchaban a las personas que hablaban y había una pequeña polémica entre las gentes del pueblo por culpa de la higuera.

               A la mañana siguiente el secretario, en cuanto el alcalde electo, llegó al ayuntamiento, se acercó a él y le comentó la reunión de la tarde anterior.

                Manolo, el alcalde, personaje que la mayor parte de su vida, tenía ahora 38 años, se la había pasado en Madrid, matriculado en varias carreras, no todas a la vez, sino de una en una, porque según él no terminaba de encontrar su vocación.

*               Metido en todos los follones posibles, porque además de no gustarle estudiar, se había reunido con un grupo bastante “progre”.

               A la muerte de Franco y con la llegada de la Democracia, se había vuelto al pueblo viendo su gran oportunidad en la política.

-               De padres agricultores y llenos de fe en la inteligencia de su hijo único, al fin y al cabo, los años que vivió en la capital, estudiando, de algo le habría servido, ante la posibilidad de ser los padres del alcalde les llenaba de ilusión.

               A la explicación de los hechos que sucintamente le hizo Luis, Manolo sacó un paquete de tabaco rubio, le ofreció un cigarrillo al secretario, que lo aceptó, se puso otro en la boca y esperó a que su subordinado le diese fuego, era esta una de sus tácticas favoritas para crear un clima de interés y a la vez poder pensar lo que iba a decir y dijo:

               Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios, y aspiró el humo del cigarro y soltándolo voluptuosamente pensó:

               “Ya me he quitado el problema de encima” y luego sentenció en voz alta:

                La iglesia es de Dios pues que la paguen los curas. Así dejó por zanjado el problema el alcalde, pero solamente fue el comienzo de lo que tenía que ocurrir posteriormente.

               D. Florián, ya conocía las salidas de tiesto que se jugaba Manolo, no se extrañó cuando, el secretario, a la tarde siguiente durante la partida de dominó; porque el alcalde le dijo que así lo hiciese para no darle carácter oficial a la negativa y de camino no tener que dar la cara él ante el cura, le comunicó extraoficialmente que el ayuntamiento no se podía hacer cargo, así que sin demostrar la mínima contrariedad, dijo:

               Dios pone a cada uno donde le corresponde.