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viernes, 8 de noviembre de 2024

LA HIGUERA (Capítulo I)

  Todo ha ido bien, vuelvo a empezar.

 

LA HIGUERA

Pedro Fuentes



PROTAGONISTAS DEL RELATO POR ORDEN DE APARICION



Florián: Cura párroco.

Servando: Farmacéutico.

Amadeo: Cartero y alguacil.

Luis: Secretario del Ayuntamiento.

Manolo: Alcalde electo del pueblo.

Rosendo: Sacristán.

Angustias: Esposa de Rosendo.

Isabel: Maestra del pueblo 

 Martina: Esposa del médico (Ceferino)

Lolita: Mujer del farmacéutico (Servando).

Ursula: Viuda de un terrateniente, madre de Julita.

Julita: Hija de Ursula y “novia” de Manolo. Presidenta de la Hermandad de Santa Marina.

M.ª Carmen: Hija del médico (Melquiades) . Casada con el hijo de Ceferino (Fernando) .

Ceferino: Terrateniente del pueblo de al lado. Padre de Fernando. Suegro de M.ª Carmen

Fernando: Hijo de Ceferino y esposo de M.ª Carmen. Jefe de la oposición en el Ayuntamiento.

Rodrigo y Amparo: Miembros de la Hermandad de Santa Marina.

Melquiades: Padre de M.ª Carmen. Suegro y protector político de Fernando.

Timoteo (Tim): Miembro del partido Izquierda-Los verdes. Socio de gobierno en el Ayuntamiento y concejal de urbanismo.

Ricardo: Amigo de Isabel. Corresponsal del periódico La Provincia.

Efraín: Primo de Tim.

Evaristo: El gitano.

Rosita: La cabra

CAPITULO I

 

               Don Florián era el cura párroco de aquel pequeño pueblo de la sierra, un bonito pueblo al que todavía no se le habían adosado urbanizaciones de veraneantes.

               La vida allí era apacible, no estaba cerca de ninguna carretera importante y ni siquiera tenía estación de tren, que se hallaba en el pueblo vecino, a doce kilómetros.

               Ya llevaba el párroco 10 años en el pueblo y anteriormente había estado destinado en una parroquia de la capital durante 2 décadas más, pero por motivos de su delicada salud, lo enviaron a la sierra, donde el aire y la vida eran más sanos.

               Una tarde del final de la primavera, cuando salía de tomarse un café en el bar de la plaza, mientras jugaba unas partidas de dominó con don Servando el boticario, Amadeo el cartero y alguacil, y don Luis, el secretario del ayuntamiento; alzó la mirada hacia el reloj del campanario que en ese momento marcaba las seis menos 2 minutos y aligeró el paso porque las señoras del ropero estarían al llegar a la sacristía; pero luego se paró en seco y se dio cuenta de que en la torre, a media altura, equidistante del suelo y de la ventana de la campana, había un par de tórtolas posadas, ese no era el problema, era peor, una planta, al parecer una higuera, había nacido allí y por la actitud de las tórtolas y su monótono canto, solamente faltaba que hiciesen nido en el campanario.

               Dio don Florián media vuelta y volvió sobre sus pasos hasta el bar, abrió las tiras de la cortina de metal de la puerta y asomando medio cuerpo llamó al alguacil y al secretario, indicándoles con la mano que le siguiesen, cosa que hicieron ellos dos y don Servando que gozaba de una curiosidad innata.

               Cuando los tres estaban fuera, al costado del párroco, éste, señalando la torre del campanario les preguntó:

               ¿Qué ven ustedes?

               El primero que habló fue Amadeo, que dijo:

               El campanario.

               El secretario, Luis, que gozaba con la caza dijo:

               Dos tórtolas.

               El boticario, Servando, más observador, temiendo que don Florián lo apartase, por su conocido laicismo, indicándole que él no lo había llamado, dijo:

               Dos tórtolas posadas en una rama de la higuera que sale del campanario.

               Ahí quería llegar, de la pared del campanario sale una higuera que por el poco tiempo que tiene parece ser de grandes proporciones, dijo el cura.

               Amadeo, el cartero, que de naturaleza sabía, porque se había criado en ella toda la vida, comentó que las higueras salían muchas veces en lugares insospechados porque la semilla venía en las heces de algún pajarillo que antes había comido higos y claro, la semilla, debidamente abonada y con algo de lluvia germinaba.

               El boticario, estuvo a punto de hacer una broma de mal gusto sobre la defecación y el lugar de la misma, pero al mirar al cura, se sonrojó porque éste pareció adivinarle el pensamiento, y cambiando de tema dijo, también con bastante mala idea:

               Pues torres muy altas han caído por culpa de una higuera nacida en mal lugar.

                El secretario, como cazador comentó:

               Esas tórtolas parecen estar preparando nido, no es un sitio muy habitual, pero como nadie las molesta; como secretario; pensó en voz alta:

                Esto no se arregla fácilmente, porque está a una considerable altura, desde el campanario no se puede llegar a ella y poner un andamio puede salir muy caro y peligroso.

               Hay que sacarla cuanto antes, además, llevamos mucho tiempo detrás de arreglar la iglesia y solo faltaba que ahora tengamos que ir al obispado con otra cosa, pensó don Florián. Luego dijo al secretario:

               Hable con el alcalde y mire usted qué se puede hacer, pero tendrá que ser con la máxima urgencia.

               El boticario medró y comentó que claro, eso era algo que no correspondía al ayuntamiento sino a la iglesia y a sus fieles.

               Ya se habían reunido allí varias personas que miraban el campanario, escuchaban a las personas que hablaban y había una pequeña polémica entre las gentes del pueblo por culpa de la higuera.

               A la mañana siguiente el secretario, en cuanto el alcalde electo, llegó al ayuntamiento, se acercó a él y le comentó la reunión de la tarde anterior.

                Manolo, el alcalde, personaje que la mayor parte de su vida, tenía ahora 38 años, se la había pasado en Madrid, matriculado en varias carreras, no todas a la vez, sino de una en una, porque según él no terminaba de encontrar su vocación.

*               Metido en todos los follones posibles, porque además de no gustarle estudiar, se había reunido con un grupo bastante “progre”.

               A la muerte de Franco y con la llegada de la Democracia, se había vuelto al pueblo viendo su gran oportunidad en la política.

-               De padres agricultores y llenos de fe en la inteligencia de su hijo único, al fin y al cabo, los años que vivió en la capital, estudiando, de algo le habría servido, ante la posibilidad de ser los padres del alcalde les llenaba de ilusión.

               A la explicación de los hechos que sucintamente le hizo Luis, Manolo sacó un paquete de tabaco rubio, le ofreció un cigarrillo al secretario, que lo aceptó, se puso otro en la boca y esperó a que su subordinado le diese fuego, era esta una de sus tácticas favoritas para crear un clima de interés y a la vez poder pensar lo que iba a decir y dijo:

               Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios, y aspiró el humo del cigarro y soltándolo voluptuosamente pensó:

               “Ya me he quitado el problema de encima” y luego sentenció en voz alta:

                La iglesia es de Dios pues que la paguen los curas. Así dejó por zanjado el problema el alcalde, pero solamente fue el comienzo de lo que tenía que ocurrir posteriormente.

               D. Florián, ya conocía las salidas de tiesto que se jugaba Manolo, no se extrañó cuando, el secretario, a la tarde siguiente durante la partida de dominó; porque el alcalde le dijo que así lo hiciese para no darle carácter oficial a la negativa y de camino no tener que dar la cara él ante el cura, le comunicó extraoficialmente que el ayuntamiento no se podía hacer cargo, así que sin demostrar la mínima contrariedad, dijo:

               Dios pone a cada uno donde le corresponde.



 

 



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