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jueves, 20 de octubre de 2016

TODA UNA VIDA

MICRORRELATOS  BREVES

Hoy publico el segundo capítulo de MICRORRELATOS BREVES parte de una vida laboral pero de aquellos tiempos del siglo pasado, pequeñas historias propias y de personas de alrededor. 


MI PRIMER DIA DE TRABAJO EN SERIO


El lunes, a las 8,45 horas, estaba cogiendo el ascensor hasta la cuarta planta, Contabilidad, aquel iba a ser mi lugar de trabajo por muchos años, allí estuve hasta que me fui al Servicio Militar.

Cuando entré en el despacho, sin saber a dónde dirigirme, vi un brazo levantado que me llamaba, era mi jefe inmediato Pedro Rojo, allí había jefes para todo el mundo, tuve suerte, por lo visto era el mejor, el más humano y un buen compañero.

Me dirigí a su mesa y allí me explicó el trabajo que iba a desempeñar.

De todas las provincias de España y de todos los centros que tenían “locutorios”, la cosa iba de telefonía, el lector no se equivoca, en aquellos tiempos y de telefonía, solamente podía ser LA TELEFONICA, la única, la verdadera, la Compañía Telefónica Nacional de España como entonces se llamaba.

Una vez en una carta que recibimos, en otro departamento, en el sobre, escrita con infinidad de faltas de ortografía, como destinatario ponía:  “Telefonica Des paña”.

Allí se recibían todos los documentos de cobros y pago de todos los centros y después de supervisarlos, se resumían en una hoja por días o semanas o periodos de quince días según la importancia, por cuentas y se cuadraban, al final de cada periodo de quince días se hacía un asiento general de la provincia y se enviaban a “perforación”, es decir, se perforaban tarjetas de IBM para enviar a “Proceso de Datos”, aquellos inmensos ordenadores que ocupaban una planta entera del edificio.

Ya iré contando anécdotas porque mi jefe se encargó de que pasase por todos los despacho y sub departamentos de Intervención, le gustó mi aptitud y quiso hacer de mí un experto.

Pese a que en aquellos tiempos, en mis ratos libres me dedicaba al teatro en una compañía amateur, hizo que también ampliase estudios en las ramas que iba tocando dentro de la empresa.

A las diez de la mañana, la primera puerta del despacho, se abrió y una mujer, asomando la cabeza dijo:

 ¡PRENSA!

Por lo menos 15 personas se levantaron hacia allí, volvían con un periódico o revista en la mano, a los pocos días me enteré que aquello era cada día y si hacías, por ejemplo una colección de fascículos  podías encargarlos y la señora de los periódicos te los traía y no tenías ni que encargarte de llevar un control de los que tenías ni cuando llegaban las portadas de algún volumen.

Después de las primeras lecciones teóricas de la mañana, a eso de las doce, el jefe me pasó con el que iba a ser mi primer profesor, Luis Blanco, un maestro que no ejercía como tal el magisterio, sino que había entrado en Telefónica. Era una persona muy profesional y muy buen docente. Tenía unos seis o siete años más que yo, llevaba en la empresa cuatro años. Era de Zaragoza y serio, pocas veces se le veía charlando con el resto de personal, llevaba dos años   casado.

De aquellos tiempos tengo unas cuantas anécdotas, espero acordarme de las más divertidas.
El espacio central del despacho, entre columnas estaba lleno de mesas, formando tres filas, a los pies de cada columna, en una mesita pequeña, estaban las calculadoras a que antes me refería.

Luis y yo estábamos en la primera fila a la derecha, un sitio privilegiado porque nadie veía lo que hacíamos, solamente el de la mesa del costado.

La primera línea la componíamos Luis y yo que todavía no tenía mesa, a nuestra izquierda estaba Mary Cruz, una chica ya entrada en años, soltera y muy amiga de decir que de cría había sido compañera de clase de Irán Eory, la actriz, no sé si era verdad pero no se le pegó nada.

A su izquierda, en la tercera mesa se sentaba un hombre de unos cincuenta y pocos años, muy grueso y al que llamaban sin que él se enterase “el campanilla”, su nombre era Valentín Marín Martín y pasaba mucho tiempo hablando de Barcelona, no sé si era catalán, sé que había vivido allí varios años. Era un gran aficionado a los crucigramas, siempre compraba el ABC y lo primero que hacía era el crucigrama de “Pedro Ocón de Oro”, el gran inventor de los pasatiempos de la prensa de ayer y de hoy. Con él me aficioné a los crucigramas y sobre todo a los jeroglíficos. También jugaba al ajedrez con un compañero de trabajo y vecino, Bolaños.

La segunda línea la formaban García Corral, no me acuerdo de su nombre,  era en sus ratos libre futbolista, jugó en varios equipos de regional, dicen que era muy bueno, pero sus ganas de juerga lo tenían bastante quemado. Su hermano pequeño jugó en el Rayo Vallecano y fue seleccionado para el equipo olímpico español en México, su nombre en el futbol era “Chufi”.

A su lado estaba una muchacha de unos treinta años y llamada Mary Luz, no era ni fea ni guapa sino todo lo contrario, es decir, pasaba desapercibida, una vez, al cabo del tiempo, me preguntó sobre qué tenía que hacer para entablar correspondencia con chicos.

No crean mis lectores que eso se inventó en internet, antes las personas escribían cartas, con su sobre, su sello, su dirección y remite, cualquier persona que en aquellos tiempos, por ejemplo, estuviese enamorado, escribía cartas de amor y las recibía, a veces incluso a “lista de correos” para evitar que los padres se enterasen, sobre todo las chicas.

Yo mismo guardo muchas cartas de las que recibí de algunas enamoradas, otras las rompías con odio y desdén.

Hace poco encontré entre mis recuerdos un mechón de cabellos de Isabel, si habéis leído mis relatos, sabréis de quién se trata.

Bueno, pues le dije a Mary Luz que tenía entendido que en Australia había muchos más hombres que mujeres y le busqué una dirección en una revista de “contactos”, si, tampoco es una invención nueva, mucho antes que internet existían revistas de contactos postales, es más, en las revistas solía haber una sección de personas que pedían escribirse con otras personas, de diferente sexo y de gustos afines. Me hizo caso y escribió pidiendo cartearse con chicos australianos.

Me contaba Mary Luz que había recibido montones de cartas, con pañuelos de cuello y otros detalles, incluso alguno le había invitado a ir a Australia. Le perdí la pista y no sé si marchó para las antípodas.
Un tiempo después otra compañera que estudiaba inglés me preguntó qué podía hacer para perfeccionarlo, le dije que se escribiese con gente de Irlanda, al cabo de unos tres años, cuando estaba en la “mili” me encontré con ella, iba con un chico larguirucho y delgado como una escoba, rubio y lleno de pecas, era su marido irlandés.

Al lado de Mary Luz estaba Esteban Barrio Silva, era el madridista más forofo que tenía el Real Madrid, era la persona que por lo menos aparentaba ser más feliz y bromista, se llevaba bien con todo el mundo menos con los atléticos y anti madridistas. Era amigo desde la niñez con Venancio Muro, un actor que murió en 1976 a los 48 años.


De los compañeros de más atrás no recuerdo mucho, supongo que me iré acordando a medida que escribo.

lunes, 17 de octubre de 2016

LAS HISTORIAS DEL BUHO

Proximo a editarse el tercer volumen de la trilogía "LAS HISTORIAS DEL BUHO" os comunico a continuación que los dos volúmenes anteriores y publicados por la Editorial BUBOK, los podeis encontrar en los siguientes enlaces:

La misteriosa dama de negro


En busca de la puerta del infierno

http//www.bubok.es/libros/246379/En-busca-de-la-puerta-del-infierno-El-viaje-II



miércoles, 12 de octubre de 2016

........Y VOLVER, VOLVER, VOLVER




..........Y VOLVER, VOLVER, VOLVER


Hoy, 12 de Octubre, he decidido volver a publicar en el blogg,

Pero antes de nada, quiero felicitar y felicitarme a todos los españoles en el día de la Fiesta Nacional, Fiesta de la Hispanidad y a todas las "Pilares".

Aunque no haya publicado nada en este verano, no por ello he dejado de trabajar. El tercer tomo de "Las historias del buho" ya está casi a punto de editarse, pero además estoy metido en mi primera novela larga y varias más que están pedndientes de datos y fechas, ya que son historias reales. También he estado trabajando con las estadísticas de las visitas al blogg, ya he pasado de las once mil, cifra creo que bastante importante, por lo menos para mí, que empecé por entretenerme mientras hacía la convalecencia de mi operación de cancer. Ya superado, he demostrado que el cáncer se cura y he llegado a la conclusión de que la mejor medicina es el ser positivo y encararlo todo con buen ánimo.

Bueno, pues como decía estas estadísticas me han sorprendido. En muchas los lectores han coincidido con mis gustos, en otras, varias que escribí en noches que no podía dormir, han sido de las más leidas.

En cuanto a los libros, todos aquellos que han leido uno de ellos, han leio el otro y de camino me han pedido ya el tercer volumen.

Hoy empiezo unos micro relatos dedicados a mi vida laboral, espero que os gusten.





MICRO RELATOS BREVES


Pedro Fuentes


El primer día


Ya hace muchos años, tantos como cuarenta y ocho (48) si, cuarenta y ocho años, ya no me acordaba, pero hoy, rememorando anécdotas, me han venido a la cabeza.
Pues como digo, en los tiempos de Mary Castaña, entré a trabajar en una empresa, una gran empresa en la que ya hace unos años me jubilé, mi vida laboral en serio empezó allí y terminó allí, eran otros tiempos.
Bueno, podríamos decir:
Como decíamos ayer, el lugar donde yo trabajaba era un edificio entero, lleno de despachos, unas mil y pico personas, o sea (este o sea) se lo dedico al padre Rufino, mi profesor de gramática y Literatura que se ponía de los nervios cada vez que lo oía. Pues bien, o sea, como un pueblo de nuestra querida España.
El día que entré en la empresa, llegué desde la oficina de personal a las 11,30 horas, salíamos a la una y por la tarde no se trabajaba porque era sábado.
El jefe, Pedro Rojo me dijo:
Bueno, tocayo, para la hora que es no te voy a explicar nada porque el lunes ya no te acordarás, siéntate en esta mesa y observa a tus compañeros y el ambiente, cuando veas que la gente se levanta y sale de prisa, sal también que es la una y hay que salir.
El lunes, a las nueve, cuando vengas, te pondré con un compañero que te enseñe el trabajo.
Me puse a observar a los compañeros.
En aquella sala habría unas setenta personas, hombres y mujeres de todas las edades, cada uno en su mesa, era un departamento de contabilidad y de vez en cuando se levantaban e iban a una mesa más pequeña, varias distribuidas estratégicamente, en cada una había una calculadora Hispano Olivetti manual, llevaban unas hojas y hacían sus operaciones, se levantaban y volvían a su lugar, por lo visto, el presupuesto no daba para más.
Observé que varias personas iban de una mesa a otra con unas pequeñas tarjetas en la mano, comprobaban unas listas con sus compañeros y se las cambiaban, yo conocía las tarjetas perforadas de IBM, pero aquello no se parecía en nada, ni en tamaño ni en color, al fin, después de varios días vi lo que eran las “fichas” eran cromos de una colección de coches que había salido y se cambiaban los “repes”, no sé si para ellos o para sus hijos.
A la una, a la una en punto según el reloj que había en la pared al principio de la sala, un reloj de madera, grande, que tenía un minutero que andaba a saltos, por cierto, al lado de una foto grande de Franco, si, Franco, el militar, pues bien, saltó la aguja del minutero a las doce, para marcar la saeta de las horas la una en punto y todo el personal se puso de pié, como si un muelle los hubiese hecho levantarse y tres chorros de gente saltaron hacia las tres puertas que había.
A la salida, los cuatro que entramos aquel día en diferentes departamentos, habíamos quedado para contarnos las experiencias y tomarnos unas cañas para celebrar nuestro primer día de trabajo. “Alucinábamos por un tubo” como se dice ahora.








jueves, 23 de junio de 2016

23 DE JUNIO NOCHE DE SAN JUAN

Rompo mi silencio veraniego para publicar un clásico de esta fecha de brujas, fantasmas y meigas, ya ha sido publicado en este blog, pero no he podido resistir la tentación de publicarlo de nuevo.

Y ahora.................

LA MUJER DEL CUADRO
Pedro Fuentes
Capítulo I


Cuando Rosendo decidió que ya estaba cansado de vivir en la gran capital, buscó una casa en un pueblo, quería algo tranquilo, pero no un pueblo muerto, tampoco quería algo que en invierno no existiera y en verano se colapsara con visitantes e hijos del pueblo que conservaban una casa y volvían cada verano, llenándose todo de gentes de la capital, con hijos que dejaban solos porque allí no pasaban los coches de la ciudad. A partir de entonces el peligro eran las bicicletas y todos los sonidos de la naturaleza era apagados por el vociferar de los niños.
Después de mucho mirar se encontró con un pequeño pueblecito de unos ciento cincuenta habitantes y que en verano se ponía en unos quinientos, pero como el pueblo de al lado, unos siete kilómetros, estaba lleno de vida, encanto y atracciones turísticas, a Mieles del Peñón, que así se llama el pueblo van pocos turistas.
Rosendo, que se dedica a escribir; y según él, se retira para crear su mejor libro, un relato que lleva rondando por su cerebro y que no termina de cuajar porque necesita un sitio tranquilo, al fin lo encontró en Mieles del Peñón, fue a visitar a unos amigos al pueblo de al lado y estos lo llevaron de excursión a comprar miel, el producto más conocido y natural del pequeño pueblo.
Por casualidad vio un pequeño cartel en un balcón que decía “se vende” y un teléfono de la capital, estaba situada la casa en la pequeña plaza del pueblo, a espaldas de la iglesia. Más allá de la plaza, al final de ésta había un pequeño muro que servía de asiento y tras él la montaña y la vista del peñón que daba nombre al pueblo, más arriba una ermita y campo, mucho campo.
La casa, situada entre varias más que había en la plaza, y todas habitadas incluso en invierno fue lo que le impulsó a llamar por teléfono, además de un algo irresistible que le habían contado de aquel pueblecito, varias leyendas salidas de la más remota historia; aquel pueblo fue siempre, según las citadas leyendas, pueblo de brujas famosas en el entorno que le rodeaba, allí se celebraba incluso una fiesta tradicional de varios siglos en la que se procesionaba con calaveras y calabazas imitándolas, con velas en su interior las noches cercanas a la de difuntos, a modo de predecesor del moderno halloween.
El propietario resultó ser un señor de avanzada edad, recluido en un asilo en la capital, con sus facultades mentales reducidas y cuyo administrador era su hijo, el cual quedó con Rosendo para la semana siguiente.
Al entrar de la calle en la casa, lo primero que se encontraba era una especie de recibidor sala de estar, con una gran chimenea en su lado izquierdo, al frente una puerta que conducía a las antiguas cuadras, convertidas en pequeño apartamento con un comedor cocina sala de estar, a la izquierda un cuarto de baño con ducha y a la derecha una habitación doble pero un poco reducida por un gran armario que se apoyaba en la pared central. Tanto la sala de estar como la habitación tenían sendas ventanas que daban por la cara posterior de la casa a un pequeño patio que se diría que en sus tiempos fue una pocilga.
A la derecha del recibidor había una escalera empinada que llevaba al piso superior, al llegar a éste, tras pasar una puerta, había una sala recibidor amueblada con dos sofás y una biblioteca bastante extensa, al lado izquierdo de ésta estaba el cuarto de baño completo, a la derecha una puerta con una habitación doble en la que parecía ser dormitorio de matrimonio. Al lado derecho, inmediata a la habitación grande estaba la puerta de la cocina, con todos los servicios a la izquierda y una mesa en el centro. Al fondo una puerta franqueaba el paso a una terraza bastante grande, la mitad de la cual estaba como tendedero, la otra mitad cubierta por una uralita, con la pica de lavar. Una barandilla por el lado ancho daba sobre la antigua pocilga de la planta baja.
Saliendo nuevamente al recibidor, a la izquierda se encontraba otra habitación doble, con una pequeña ventana sobre los antiguos chiqueros. A la derecha de la escalera había una habitación sencilla y de reducidas dimensiones. En la pared del fondo, dos puertas, la de la izquierda que lleva a un comedor y la derecha a una habitación doble ambas con un pequeño balcón a la plaza.
En la sala superior, a la altura de la puerta del cuarto de baño, se veía en el techo una trampilla que llevaba a la buhardilla, a la que se subía con la ayuda de una escalera transportable.
La casa estaba en bastante buenas condiciones y en un principio a Rosendo le agradó, tenía posibilidades para lo que él quería, podría instalar su despacho en la habitación doble de arriba. La habitación de matrimonio sería su habitación, abriría el comedor porque él no era de comer en la cocina y dejaría las otras dos habitaciones por si legaban invitados. El piso inferior lo dejaría por si estuviese más caliente en invierno al tener la chimenea cerca.
Cuando estuvo tratando con el dueño, le pareció una persona agradable y con muchas ganas de vender lo antes posible.
El precio le pareció correcto, más bien bajo. El propietario le comentó que la casa era su herencia el día que su padre muriese. El no quería vivir allí y la residencia del padre costaba mucho dinero, por lo que se veía obligado a vender la casa.
El anciano había vivido en el pueblo, en la casa con su mujer y su hijo, que se dedicaba al cultivo de las tierras, hacía ya 25 años que el padre enviudó, y a partir de entonces se le fue un poco la cabeza, luego, cuando la mujer del hijo, quince años más joven que él, y de buen ver, desapareció, según dicen las malas lenguas, se marchó con un francés que había veraneado en el pueblo desde que ambos eran unos críos.
Matías, el marido abandonado, se volvió taciturno y aprovechando que un amigo suyo, también del pueblo, le dio trabajo de guarda de noche en una fábrica que tenía en la capital, dejó a su padre solo en el pueblo y marchó.
El abuelo seguía su vida, era un poco raro, pero en el pueblo todo el mundo le trataba con consideración, una vecina le iba a hacer la limpieza de la casa y él, con un poco de huerta que cultivaba y parte de la cosecha que le correspondía por los terrenos que había cedido para su cultivo a otro vecino decía:
Yo, mientras tenga para tabaco, unos “chaticos” de vino y unas almendras, ya tengo bastante.
Pronto llegó Rosendo a un buen trato con Matías y fueron al notario para cerrar el trato. Matías era el administrador de su padre desde que éste empezó a perder sus facultades mentales y fue recluido en el asilo.
Capítulo II


Una vez comprada la casa, en quince días Rosendo se instaló allí. A partir de entonces, cuando se dedicó a charlar con los vecinos, se enteró en parte de la historia de la familia de la casa comprada.
Un vecino, de unos noventa y tantos años, que cada día, al atardecer, salía de una casa cercana a “La Castañera” que así tenía por nombre la casa que había comprado Rosendo y se sentaba en un banco de tronco que estaba adosado a la pared.
Rosendo se presentó al anciano y éste le contaba historias.
Esta plaza, le dijo un día, era un carrascal, estaba detrás de la iglesia, último edificio del pueblo. Según decía mi bisabuelo, aquí, justo pegado a la iglesia estaba el antiguo cementerio, y toda esta fila de casas, las nuestras, eran el comienzo del carrascal.
Justo donde estaba su casa, había una encina centenaria, daba unas bellotas tan dulces que todo el mundo la llamaba “La Castañera”, esto me lo contaba mí bisabuelo, que decía que su padre lo había visto.
Terminaron cortándola porque como usted sabe, y si no ya lo sabrá, este pueblo tiene tradición de las brujas más famosas del contorno que se escondían y aun hoy dicen que se esconden en las cuevas de los barrancos.
Pues bien, en la carrasca donde hoy está su casa, que quedaba por fuera de la pared del cementerio, se reunían las brujas de los contornos y con sus hechizos, en las noches de luna y sobre todo en la de San Juan en Junio y la de San Fabián en Febrero, en las hogueras de las ánimas, a los difuntos del cementerio, alguno de los cuales habían aparecido a la mañana siguiente con las tumbas profanadas y los lobos, que entonces había muchos, despedazando los restos.
Muchos eran los que decían que en las “fogueras” que hacían, saltaban machos cabríos a dos patas poseídos por los demonios y entre estos y las brujas y brujos procreaban íncubos y súcubos.
Muchas noches, se escuchan las campanas en toque de “alerta” dicen que guiadas por un sacristán que murió hace trescientos años en olor de santidad. Aunque yo no las he oído nunca, pero yo duermo como un tronco.
Otros vecinos le contaron que a veces, al pasar por delante de su casa habían oído lamentos, pero lo achacaban a la gran cantidad de gatos que corrían por el pueblo en los días de celo.
Al principio a Rosendo le hizo gracia que su casa fuese una casa de leyenda y esto le hacía concentrarse más en su trabajo, los artículos que mandaba vía internet a los periódicos y revistas en los que colaboraba.
Cuando flaqueaba o el trabajo, o las ganas de trabajar, buscaba por todos lados información sobre las leyendas del pueblo, cosa ardua y difícil, ya que normalmente no eran escritas y las gentes cada vez, con tanta televisión y tanta “modernidad”, no se reunían por las noches al lado de la chimenea o a la puerta de las casas a contar cosas de “brujas”, encima, cuando alguien empezaba, siempre había una madre o un padre “progre” que decía que los niños se iban a traumatizar. Sin embargo, cuando se hablaba de aquellos temas “ocultos” alguna persona mayor decía: ¡ojo! ¡Qué hay ropa tendida! Ya nadie conocía esa frase o no importaba que los niños supiesen antes de tiempo lo que no debían de saber.
Cuando la mujer de Matías se fugó con “el francés”, le contó un vecino, las campanas tocaron a “arrebato”. Matías se volvió huraño y al poco tiempo marchó del pueblo, no podía soportar las sonrisas que provocaba al pasar en algunos hombres, sin embargo, alguna mujer que otra lo quiso consolar.
Con el buen tiempo Rosendo decidió pintar la casa, para lo cual avisó a un joven que había en el pueblo que se dedicaba a estos menesteres y a chapuzas de albañilería. Decidieron empezar por la vivienda superior y según cómo, seguir por el apartamento del bajo.
Al mover todos los muebles y trastos de la casa, para retirar algunos y apartar otros, Rosendo cogió una escalera que había en la planta baja y la subió para alcanzar la trampilla de la buhardilla. Subió a ésta y allí encontró algún que otro mueble, entre ellos un buró antiquísimo y precioso que necesitaba restaurar y decidió que lo bajaría la planta baja para dedicarse en los largos días de invierno. También encontró un precioso cuadro al oleo de un rostro de mujer de unos treinta años, una mujer elegante y con una tez blanquísima. Lo apartó para bajarlo.
Con la ayuda de una mujer del pueblo, se dedicó a sacar todos los libros para poder retirar la librería y a la vez sacarle el polvo a estos.
La mayoría de los libros eran novelas y se notaba que eran típicos de mujer, por contenido romántico. Otros, los que menos, eran de historia reciente de España y el resto relatos policiacos y de misterios.
A partir de aquel trasiego, Rosendo empezó a oír sobre todo por las noches, ruidos extraños en la casa, al principio lo achacó a que al mover los muebles y pasarlos todos a la sala de estar superior, hasta pintar las habitaciones, el suelo y las vigas se quejaban. A la tercera noche, el ruido ya fue mucho mayor, salió de su habitación, la primera en ser pintada y notó que los ruidos venían de la planta inferior, se dispuso a descender y cuando iba por la mitad de la escalera notó como una corriente fría le pasaba rozando el cuello y le erizaba el vello de su cuerpo, pensó que se había abierto la puerta de la calle, pero no era así. No vio nada extraño y al subir tuvo la misma impresión pero en sentido contrario. Cuando llegó arriba, encontró la puerta de la buhardilla abierta. Pensó que había sido el aire.
No le dio importancia a los hechos y tampoco los comentó a los vecinos.


Capítulo III




Al fin quedó toda la casa pintada, el único problema fue retirar el armario de la habitación de la planta baja, hubo que hacer venir al carpintero del pueblo de al lado, hijo del anterior, ya que su padre ya estaba jubilado y era quien lo había instalado a medida.
Rosendo al final mandó también arreglar la fachada y pintarla. La casa parecía otra.
Se acercaba la noche de San Juan, la noche de las brujas como se le conoce.
Rosendo llamó a una amiga suya y la invitó a pasar el puente allí, San Juan era el viernes, con lo cual, desde la víspera hasta el domingo eran casi cuatro días.
Adela aceptó, era una mujer algo más joven que Rosendo y enamorada de él desde que lo conoció. Este, decía que había vivido tanto tiempo solo que ya no deseaba compartir su mundo con nadie y menos que le intentasen cambiar su vida, pero a Adela le tenía un cierto cariño fruto de tanto tiempo de amistad.
Su relación era un mutuo acuerdo, se encontraban cuatro o cinco veces al año, a veces compartían vacaciones e incluso, estando solos los dos habían acordado que en Navidad se reunían para celebrar una gran fiesta en algún balneario de lujo.
Los muchachos corrían por todo el pueblo buscando muebles viejos para quemar en la gran hoguera que se hacía para todo el pueblo en la plaza de detrás de la iglesia, donde se había hecho siempre, a la altura de lo que había sido la pared posterior del antiguo cementerio y cerca de una fuente de la que nadie bebía salvo los forasteros.
La noche de las brujas todo el pueblo bebía para evitar los hechizos y encantamientos, luego llenaban cubos y con escobas viejas y rotas para que no se pudiesen montar las brujas y con ellas, a modo de hisopo rociaban todas las casas del pueblo. El que no lo hacía padecía todos los males durante el año siguiente hasta la nueva “foguera” de S. Juan.
Siempre se había dicho que el año en que se fugó Leonor, la mujer de Matías con el francés, no habían bendecido la casa.
La rondalla formada por los mozos, ensayaba para la ronda de aquella noche, ya hemos dicho que eran pocos los habitantes, pero para aquellas fechas, venían muchos de los que habían marchado a la capital. Incluso siempre se rumoreaba que vendría una artista de cine y teatro hija del pueblo pero que nunca había vuelto.
Los adolecentes se disfrazaban de “Dominica la Coja” famosa bruja de los contornos quemada por la Inquisición, luego, para rememorar la historia, se despojaban del disfraz y lo lanzaban a la “foguera”. Se danzaba alrededor de las lumbres, los chicos de ocho o nueve años llevaban calabazas vacías con cortes imitando calaveras y velas encendidas dentro. Era costumbre asar en ellas patatas y cebollas que se tomaban ya al amanecer rodeadas con los buenos vinos de la zona mezclado con la famosa miel del entorno.
Adela llegó al pueblo sobre las cinco de la tarde, en su coche, aparcó justo a la puerta para descargar la maleta. Iba como siempre, recién maquillada y elegantísima, era de esas mujeres que pese a sus cerca de cincuenta años hacía volverse a los hombres y al muchas mujeres envidiosas.
Rosendo bajó a recibirla y ambos se besaron suavemente en los labios, descargaron la maleta que quedó en la casa y fueron a aparcar en un campo cercano que a tal fin estaba preparado sobre todo cuando en la plaza había fiesta. Luego volvieron andando y cogidos del brazo, ella con sus finos tacones, estaba tan habituada a ellos que le daba lo mismo andar por un sembrado que por la más elegante de las pasarelas.
Cuando llegaron a la casa y entraron, medio pueblo los había visto y le contaba al otro medio. Al fin y al cabo era la primera vez que veían a Rosendo con compañía femenina y ¡qué compañía!
No hubo ni qué preguntar, Adela se instaló en la habitación de matrimonio, con Rosendo.
A las nueve Rosendo tenía ya preparada una cena para dos a base de coctel de aguacate con gambas y luego unos solomillos al jerez, la noche sería larga y había que estar bien alimentados.
Después de cenar, salieron de casa con una cesta con patatas y cebollas para asar y dejaron preparado el vino con miel en la planta baja de la casa, dejaron todo preparado y fueron a tomar café al bar del pueblo, Adela se había cambiado por un conjunto más deportivo y un calzado cómodo pero seguía igual de elegante y apetecible, Rosendo la llevaba del brazo y se la presentaba a sus convecinos que quedaban más maravillados que si hubiese venido este año la famosa actriz hija del pueblo.
A las 10 de la noche se encendió la hoguera, la noche era clara y en el horizonte se veía el resplandor de las hogueras de los pueblos cercanos, cada uno pugnaba por la más grande, ese tendría menos maleficios.
Muchas persona, después de estar un rato en la hoguera, con sus cubos llenos de agua de la fuente y puestos cerca para calentar, saltaban y reían bebiendo los buenos caldos de la zona, el Somontano en esa época empezaba a comercializar sus vinos, unas buenas campañas estaban haciendo que España primero y luego el resto del mundo los conociese como los habían conocido los paisanos durante cientos de años.
Mientras los mayores esperaban para “bendecir” las casas, las parejas jóvenes se perdían por los campos cercanos buscando tréboles.
Al pasar el trébole, el trébole, el trébole,
Al pasar el trébole
La noche de San Juan.
Al pasar el trébole, el trébole, el trébole,
Al pasar el trébole
Los mis amores van.

Muchas mujeres salían al campo buscando la verbena que tenía que ser recogida en la noche de San Juan porque las leyendas decían:

La verbena, recogida en la noche de S. Juan era febrífugo, sedante, expectorante, antiespasmódico, antirreumático, anti neurálgico, útil en cefaleas y migrañas, digestivo, estomacal, útil en dolores gástricos, depurativo, anti anémico, excelente estimulante de los intercambios metabólicos, diurético, empleado en afecciones renales o hepáticas, usos externos en gargarismos y afecciones dérmicas, astringente, aperitivo, estimulante de las contracciones uterinas en el parto. Ninguna mujer de más de cuarenta años dejaba de tener verbena en casa.

Rosendo y Adela disfrutaban del ambiente de fiesta y bailaban cuando la ronda pasaba cerca, habían sacado dos sillas de casa y junto con los demás vecinos celebraban la fiesta charlando y contado historias de la noche más famosa del año después de la Nochebuena.

Ya eran las dos de la madrugada cuando todo el pueblo en procesión recorrió casa por casa con sus escobas rotas y su agua caliente de la fuente y “bendijeron” casa por casa, luego volvieron a la plaza y se dedicaron a poner en la lumbre las patatas y cebollas.

Empezaba a refrescar y Adela se acurrucaba en el pecho de Rosendo mientras éste la envolvía con su brazo y ambos brindaban nuevamente con un vaso de vino.

Al amanecer todos esperaron para ver la Rueda de Santa Catalina, pero el horizonte estaba cubierto por nubes y no lograron verla. Se terminaron las últimas patatas y cebollas asadas, se tomaron el último vaso de vino con miel y cada cual se retiró a su casa.

Capítulo IV

Rendidos por la fiesta y el alcohol Rosendo y Adela se fueron a la cama y se durmieron apaciblemente hasta casi la una del medio día, cuando despertaron encontraron toda la ropa del armario e incluso la de la maleta de Adela esparcida por el suelo, revuelta y arrugada.

No supieron a qué achacarla, ¿Quizás a unos gamberros que vieran la puerta abierta? ¿Tal vez bebieron más de la cuenta y sin enterarse armaron semejante revuelo? Quedaron de acuerdo en olvidar el suceso.

El día transcurrió normal, después de arreglar de nuevo la ropa salieron a dar una vuelta, fueron al pueblo de al lado a comer, hicieron turismo y ya, entrada la tarde volvieron a casa, todo estaba tranquilo y en orden, prepararon embutido y pan para cenar y luego salieron a la plaza a tomar la fresca hasta cosa de las once y media, luego entraron en casa y se fueron a la habitación entre arrumacos, cuando ya estaban acostados y abrazados el uno al otro, de pronto sintieron un frio intenso, la ventana se abrió de golpe y un viento frio les hizo apretarse contra la sábana, única ropa que tenían a mano. Rosendo se levantó a cerrar la ventana cuando se oyó un estropicio en la sala de estar.

Salieron corriendo para ver qué había pasado, abrieron la puerta y en ese mismo momento se cerró la que llevaba a las escaleras. Rosendo la abrió y salió corriendo hacia abajo sin pensar que estaba desnudo y persiguiendo a un posible ladrón.

Llegó abajo y vio que la puerta de la calles estaba cerrada por dentro, entró en el apartamento después de coger una “troza” de al lado de la chimenea y no vio nada anormal, todo estaba correcto, miró al buró que había bajado de la buhardilla y luego al cuadro de la dama que encontró y por un momento creyó ver una sonrisa socarrona en la dama representada.

Cuando subió nuevamente, Adela, envuelta en la colcha de la cama lloraba y temblaba en un ataque de pánico. Rosendo le preparó una tila y una copita del pacharán que él mismo había preparado con aguardiente de Colungo.

A la mañana siguiente, sábado, todo estaba normal en Mieles del Peñón, las gentes se preparaban para ir a la población de al lado, unos a vender sus productos en el mercado semanal y otros a comprar, podía ser un gran día por la gran afluencia de turistas que había al ser sábado y puente.

Cuando Rosendo se encontró con Gervasio, uno de los vecinos, le preguntó por el golpe de viento frío que había ocurrido. Gervasio le comentó que no había habido el tal viento, que al contrario había sido una noche bochornosa y que incluso tuvo que dormir con la ventana abierta.

Al ver a Rosendo sorprendido le dijo: ¿has visto o ha ocurrido algo raro?

Rosendo le contó lo ocurrido, Gervasio sonrió y le dijo: ¿Es la primera vez que ocurre?

Tan fuerte si, habían ocurrido pequeñas cosas pero no tan fuertes ni tan duraderas.

Por eso internaron al abuelo, decía que veía cosas y que oía gritos, susurros, lamentos, puertas que se abren y cierran con grandes corrientes de aire frío, en el pueblo había quien decía que el abuelo estaba loco y otros que achacaban los hechos a que la casa estaba encantada, siempre hubo comentarios sobre eso, la casa es una buena casa, pero nadie la quería, al final la vendió por poco dinero porque nadie se atrevía a vivir en ella.

Adela salió de la casa y Rosendo le hizo un gesto a Gervasio para que callase y le dijo: Bueno, ya hablaremos, ahora nos vamos al mercado.

Adela perfectamente maquillada no dejaba ver en su rostro la noche de perros que pasó.

Cogieron el coche de Rosendo y se marcharon de compras, se quedaron a comer en un pueblo cercano y regresaron a media tarde. Para entonces medio pueblo sabía que la casa “encantada” daba señales de su existencia. La única persona que no sabía nada era Adela, pero ésta temblaba cada vez que pensaba en la noche.

Después de cenar salieron con sendas sillas a fumar y a tomar la fresca en la plaza.

Subieron a la casa cuando era la una de la noche. Nada parecía extraño, el silencio era absoluto, nada recordaba los dos días anteriores, se fueron a dormir, Adela estaba muy cansada, se había tomado una pastilla para dormir, Rosendo un whisky con hielo, se metieron en la cama, Adela le dio un beso a Rosendo y se desearon buenas noches mientras se cogían de la mano.

Dormían profundamente cuando Adela se despertó sobresaltada, soñaba que iba deslizándose sobre una pista de hielo y un viento helado le daba en la cara, de pronto la pista se terminaba y no podía frenar, cayó al vacío y se despertó, no sabía dónde estaba, gritó, Rosendo se despertó y encendió la luz, Adela no estaba a su lado, había caído de la cama arrastrando la ropa.

La cara de Adela era de niña enrabiada y Rosendo se echó a reír, luego ella también al ver lo ridículo de la situación, pero sus risas se helaron de golpe. De la planta baja les llegó un grito desgarrador de mujer, luego un disparo y después un silencio sepulcral.

Rosendo reaccionó al cabo de unos segundos que le parecieron horas, con el pijama corto de verano que llevaba bajó las escalera de cuatro en cuatro, la puerta de la calle estaba cerrada como él la dejó. Fue al pequeño apartamento y vio que estaba cerrada por dentro, cogió una llave que había encima de la chimenea y con ella empujó la de dentro y abrió, no había nada, fue hasta el buró y vio a los pies de éste un gran charco de sangre todavía fresca, no supo qué hacer, de pronto se volvió asustado, detrás de él algo se había movido, giró rápidamente y vio una figura de mujer envuelta en una sábana, gritó asustado, la figura también gritó, era Adela asustada por el grito de Rosendo. Se abrazaron y Rosendo le indicó donde había visto la sangre. El suelo estaba impoluto, no había ningún rastro de sangre.

Salieron a la calle por si alguien había oído el grito y el disparo, nadie parecía estar despierto, solamente un gato negro cruzó la plaza de derecha a izquierda, Adela recogió sus dedos corazón y anular bajo el pulgar y dejando el índice y meñique estirados tocó con las puntas de estos el marco de madera tres veces, luego estirando la mano de nuevo se santiguó tres veces, tiró del brazo de Rosendo que se quedó petrificado y lo hizo entrar, cerrando la puerta tras de él.

Se sentó en la cama, encima de la almohada, con las rodillas encogidas y rodeadas por sus brazos, mientras de su boca salían suspiros y gemidos, esta vez Rosendo preparó sendos whiskys bien cargados y con hielo hasta arriba del vaso largo, se fue a la habitación, se sentó al lado de Adela casi con la misma posición, brindó con un vaso en cada mano y luego pasó uno a su compañera. En la mesita de noche quedó la botella a la espera con una cubitera al lado, pocas palabras se dijeron hasta que casi al amanecer, con una botella y dos vasos vacíos cayeron rendidos, más borrachos que cansados.

Cuando despertaron a medio día, se ducharon, se dijeron pocas palabras y Adela le dijo para finalizar:

Rosendo, me voy, vente conmigo, por favor.

No, no puedo ir contigo, quiero descubrir qué pasa y hacer lo que vine a hacer, escribir el libro.

No me pidas que vuelva, si quieres verme tendrá que ser muy lejos de esta casa.

Rosendo la acompañó hasta el coche, ella abrió el maletero, él puso la maleta dentro, se dieron un beso que a ambos les supo al último.



Capítulo V

Rosendo entró en la casa, se preparó un bocadillo, una cerveza y se puso a escribir unos artículos que tenía bastante retrasados, supo la hora que era cuando empezó a sentir hambre nuevamente, eran las ocho y media, dejó el portátil, subió al lavabo, se lavó un poco, se peinó y salió a la calle cerrando la puerta, cosa que casi nunca hacía, se fue al bar del pueblo, un poco más abajo y entró, allí encontró a los parroquianos de siempre y a la Sra. María que atendía la barra y la cocina.

Buenas tardes, a todo el mundo.

Buenas, le contestaron los parroquianos en general, uno le dijo: ¿Ya ha marchado la señora?

Si, tiene que trabajar, pero volverá pronto, cuando tenga fiesta de nuevo.

Gervasio que estaba por allí le dijo: ¿Ha ocurrido algo nuevo en la casa?

No, nada anormal, de vez en cuando parece oírse a las brujas del pueblo con sus risotadas, pero nada nuevo, como las escobas las tengo guardadas bajo llave y el aspirador no lo saben conducir pues bueno, aquí paz y después gloria.

Por cierto, estoy pensando buscarme un perro que me haga compañía, ¿Alguien sabe de alguien que tenga cachorros y quiera vender alguno?

En el Rincón del Vero hay un refugio de animales y hay recogidos perros de todo tipo y edades, son muchos los turistas que abandonan por los contornos.

Vale, gracias, ya me acercaré por allí.

Sra. María, ¿Me podría preparar unos huevos fritos con longaniza de Graus?

Sí, señor Rosendo, enseguida los hago. ¿Quiere vino?

Sí, claro, tinto de la tierra.

Se sentó en una mesa y se puso a leer el periódico.

Terminó de tomarse los huevos, pidió un café, se lo tomó, pagó, se despidió de los paisanos y se marchó para casa.

Cuando llegó fue directamente al cuarto de baño, cogió un bote de polvos de talco y bajó a la planta baja, entró en la habitación y abrió el armario, que siempre estuvo semi vació, esparció polvos regularmente por todo el suelo, luego fue haciendo lo mismo hasta la puerta de la calle. Cada estancia por la que pasaba la cerraba y si tenía llave se la ponía en el bolsillo.

Subió las escaleras, quitó la bombilla que había a mitad de ésta, llegó a la puerta superior y la cerró por dentro y retiró la llave también, esparció polvos de talco en la sala y se metió en su habitación, también cerró la puerta y se metió en la cama a dormir, estaba bastante cansado y esperaba que si había jaleo, ya habría dormido y descansado algo.

Leyó un rato y al momento le entró el sueño, apagó la luz y metió debajo de la almohada una linterna, el llavero con todas las llaves recogidas y un cuchillo de grandes dimensiones.

No sabía cuánto había dormido cuando oyó un susurro y algo así como un aliento que le llamaba:

¡Rosendo, Rosendo, despierta!

Rosendo al oír aquella voz que repetía su nombre, fue despertándose muy suavemente. La voz venía como de muy lejos, pero a la vez sentía un aliento en su oído ¡Rosendo, Rosendo, despierta!

Cuando por fin se despertó, sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, la muchacha del cuadro estaba allí, en su cama, sobre él, pero no le pesaba, solamente sentía como si una corriente de aire frío le entraba por todos los poros de su cuerpo. Rosendo quiso sujetarla por los hombros pero sus manos de hundieron en una especie de sustancia viscosa fría y repugnante.

Rosendo, Rosendo, repetía la voz de ultratumba, ¡Sígueme! La figura se levantó y cruzó la habitación flotando un palmo por encima del suelo.

Rosendo metió la mano debajo del armario, sacó el cuchillo y lo lanzó hacia la figura, éste se clavó en la puerta y la figura desapareció a través de ella.
Cogió la linterna y las llaves y abriendo la puerta siguió a la figura que parecía esperarle y seguía llamándole:

¡Rosendo, Rosendo, sígueme!

El corazón de Rosendo parecía explotarle dentro de su pecho, le parecía oír todos los huesos de su cuerpo rozando unos contra otros y no sabía si sus rodillas le iban a resistir o bajaría las escaleras rodando, un sudor frío le inundaba la espalda.

Cuando llegó al recibidor, enfocó el suelo con la linterna, los polvos de talco estaban impolutos sobre el suelo y ni siquiera se movían al paso de la corriente de aire frío que él sentía y que salía de la figura de la mujer del cuadro... ésta traspasó la puerta del apartamento y entró, Rosendo abrió de prisa con la llave y también pasó.

La figura se dirigió a la habitación y también traspasó la entrada, se dirigió al armario y desapreció junto con la corriente de aire. Abrió Rosenda y no vio nada, solamente oía:

¡Rosendo, Rosendo, búscame, estoy aquí dentro!

Rosendo sacó toda la ropa, dejó el armario completamente vacío, pero allí no había nada. Se dio la vuelta y entonces se dio cuenta de dos cosas, en el marco del cuadro solamente había un lienzo en blanco y sobre el buró había un libro que antes no estaba, en él, en la ajada portada podía leerse en letras doradas mate ya por el paso del tiempo “Diario”. Abajo, a la derecha, escrito a mano y con tinta un nombre “Leonor”.


Capítulo VI

Cuando Rosendo vio aquello, ya no tuvo dudas, pensó que algo nuevo y extraño le estaba pasando, algo que cambiaría el curso de su vida, su corazón empezó a entrar en un estado de excitación contenida, ya no era miedo ni siquiera a lo desconocido, subió a la planta superior con el diario entre la manos, cogió una botella de whisky, una cubitera y un vaso largo, se fue a su sillón favorito, el que iba consigo a todas las casas en las que había vivido desde hacía treinta años, puso una lámpara de pie a su lado y se sentó, bebió un buen trago que degustó a lo largo y ancho de su boca antes de tragarlo, encendió un Romeo y Julieta, sopló el polvo que había en el libro, lo abrió por la primera página y leyó:

23 de Junio de 1.963.- Me llamo Leonor, tengo 15 años y me han regalado este diario que voy a escribir durante toda mi vida.

Hoy es la noche de S. Juan y esta será la primera vez que saldré por la noche con mis amigos y amigas……

Rosendo leyó y leyó el resto de la noche, cuando empezaba a amanecer preparó una cafetera grande, había terminado con un cuarto de la botella de whisky y fumado tres Romeo y Julieta, entonces se dio cuenta de la tremenda humareda que había en la sala de estar, así que cuando volvió con un termo lleno de café, abrió una ventana delante y otra detrás y creó una corriente de aire que nada tenía que ver al de las apariciones.

Cuando ya el sol de junio empezó a calentar, Rosendo cerró el diario después de leer el final.

23 de Junio de 1.985.- Hoy mi diario cumple veintidós años, le he sido tan fiel como a mi marido, mi diario me cree y mi marido no, sigue con sus tremendos celos, ha llegado un momento que me da mucho miedo, los últimos tiempos sospecha y cree que le engaño con Jean Pierre. No sé cómo decirle que no es verdad, que lo único que pasa es que Jean Pierre y yo nos conocemos desde críos, desde que empezó a venir al pueblo con sus padres a veranear, pero no hay ni ha habido jamás algo más que esa amistad, además, él volverá hoy a París para casarse con la novia de toda la vida.

Le tengo tanto miedo a mi marido que le he pedido a Jean Pierre que me lleve con él por lo menos hasta San Sebastián, porque no puedo más, no soporto los malos tratos de mi marido y ese infierno de los celos, al principio pensé que era porque me quería, pero ahora sé que no, está enfermo y no quiere curarse.

Mañana, cuando amanezca le he dicho a Jean Pierre que si decido ir con él estaré al lado de su coche para irnos, si no, que no me espere.

Hoy será el último día que te escriba, diario mío y tú, Matías, si alguna vez lees esto, quiero que sepas que te quiero y te he querido siempre desde hace veintidós años cuando salimos juntos la primera vez y cuando encontraste aquel trébol, en la noche de S. Juan me lo ofreciste y te declaraste, yo tenía quince años como en la canción y jamás ha habido otro hombre que no fueses tú.

Rosendo se duchó, se arregló y cogió el coche, se fue a Barbastro, aparcó y se fue a la comisaría, allí pidió ver al comisario, éste le recibió, luego salieron juntos, pidió su coche y un Land Rover con una dotación de cuatro hombres.

Llevaron a Rosendo hasta el aparcamiento, cogió su coche y los otros dos le siguieron hasta Mieles del Peñón, allí aparcaron delante de la casa de Rosendo y entraron, el pueblo ya se había reunido a la puerta, un policía guardaba la puerta, los demás entraron en el apartamento de la planta baja, allí retiraron el armario de la habitación, luego con dos picos y una pala empezaron a tirar la pared, era una falsa pared, cuando tuvieron un agujero de aproximadamente un metro, a la señas del comisario pararon y éste con una linterna miró en el interior. Luego, volviéndose sacó el teléfono móvil de su bolsillo e hizo una llamada.

Soy el comisario Alfredo Martínez, cursen una orden de detención contra Matías Requejo, sospechoso de asesinato de su esposa Leonor. En la mesa de mi despacho están sus señas en Zaragoza.

EPILOGO

Rosendo siguió viviendo en su casa de Mieles del Peñón, donde escribió su libro “La mujer del cuadro” que obtuvo un rotundo éxito, luego siguió con otros de gran éxito.

Cuando se celebraron las exequias por Leonor, Jean Pierre llegó desde París con su mujer.

Adela volvió al pueblo y se instaló con Rosendo en la casa, después de pasar por la iglesia donde los casó un cura campechano, párroco y amigo del pueblo.

Rosendo y Adela cada 22 de Junio se marchan y vuelven el 26 como muy pronto. Los vecinos dicen que no se han oído ruidos la noche de San Juan, en la casa que ya no llaman “la carrasca” sino la casa de Leonor.


FIN

martes, 3 de mayo de 2016

NUEVO LIBRO

Ya está a la venta el segundo Tomo de LAS HISTORIAS DEL BÚHO, Ya se puede adquirir en el siguiente enlace:
http://www.bubok.es/libros/246379/En-busca-de-la-puerta-del-infierno-El-viaje-II


lunes, 11 de abril de 2016

SIN COMENTARIOS

Rompo mi silencio para deciros lo que oí ayer en la calle a unas jovencitas de más de veinte años y cerca de los treinta.

"Esa es más cutre que un libro"

Aprovecho la ocasión para comentaros que el Tomo  II de Las historias del buho ya está entrando en imprenta.

Un saludo a todos,