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jueves, 25 de octubre de 2012

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON

Otro Relato Palmero, hoy empezamos "El náufrago de San Borondón". Este relato  está basado en los relatos escritos y de viva voz sobre la leyenda de San Borondón, la isla "no encontrada", Esta es mi versión sobre la leyenda. Espero que os guste.

Además, hoy comenzamos a repetir relatos completos, ya publicados, para dar facilidades a aquellos lectores nuevos que no han tenido ocasión de leerlos en su día.

Hoy el relato repetido es "Betty la rubia", uno de mis favoritos.


EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON
Pedro Fuentes
Capítulo  I

1.915 fue un año de mucho hambre en Canarias, sobre todo en las islas periféricas.
Nuestra historia se desarrolla en La Palma y comienza en Tazacorte.
Tazacorte dos años antes, era una zona estratégica para la producción de plátanos y tomates, la Fyffes Límited  de Irlanda había adquirido terrenos y había llegado al acuerdo con una distribuidora, Hudson que tenía conexiones en Canarias y transportaban los productos de Tazacorte, pero la primera guerra mundial abrió un paréntesis de grandes proporciones en Canarias, produciendo en Tazacorte un lamentable estado de hambre y miseria.
En estas circunstancias se desarrolla nuestra historia.
Norberto, un pescador de Tazacorte, que cada día salía a pescar con la barca de D. Elías, un rico pescadero que poseía tres pequeñas embarcaciones, una de ellas la de Norberto, vendía el pescado que cogían y les daba a los pescadores una pequeña parte para que a duras penas sobreviviesen.
 Aquel día salió rumbo al suroeste, donde le comentaron que se habían visto bonitos, además, en aquel tiempo las corrientes predominantes venían de allí y así, luego, a la tarde, a la hora de volver no se haría tan pesado y cansado el remar.
Eran ya las cuatro y empezaba a volver, el día no se había dado mal, llevaba una docena de bonitos, al poner proa a Tazacorte, ahora que el sol ya empezaba a declinar vio a semi contraluz algo raro a como una milla por el oeste, en principio le pareció un calderón llamado también  ballena piloto, luego, al ver que estaba estático pensó que estaría muerto y decidió acercarse por si se podía aprovechar.
 Puso proa hacia el objeto y ya llevaba media milla cuando se fue dando cuenta de que era algo parecido a una embarcación muy rara, además, por su costado de babor parecía haber una tela o trapo.
Cuando llegó vio que la embarcación era como de cuero impregnado de alquitrán, no había visto nada igual.
Miró dentro y estaba llena de hojas de helechos mayores de lo que vio nunca, algunas frutas estaba medio cubiertas por las hojas, pero éstas de pronto se movieron y no era el viento, vio  aparecer un brazo velludo con una mano grande, fuerte y llena de callos, después del susto, con uno de los remos hurgó dentro, el susto fue grande, pero también para el hombre que medio muerto allí estaba.
El hombre era muy mayor, pero no tanto como aparentaba, llevaba unas grandes barbas y vestía con unas pieles que parecían de cabra y calzaba una especie de mocasines también de cabra, olía a demonios y su cara estaba llena de ampollas del las quemaduras del sol.
Sacó Norberto un pellejo en el que llevaba agua y le dio a beber, el hombre sorbió el agua despacio, como si quisiese que le durase lo más posible.
¿Quién eres? ¿De donde vienes?
Solamente entendió: Borondón, San Borondón. La Cruz del sur.
No entendió qué quería decir, San Borondón era un barrio de Tazacorte y una isla de la que hablaba la gente, “la no encontrada” o algo así.
Norberto decidió, por prudencia y miedo tirar un cabo y remolcar la especie de chinchorro con el hombre dentro rumbo a Tazacorte. Así, al remar mirando a popa, siempre lo vería si se movía y podría cortar el cabo si notaba algo sospechoso.

BETTY LA RUBIA  (R)
(Pedro Fuentes)

Cuando entré en aquel tugurio no sabía ni por qué lo hacía ni siquiera si tenía ganas de beber, llegué hasta allí simplemente porque había llovido todo el día y sentado en casa frente a mí vieja máquina de escribir, una Remington Standard negra con las letras de la marca doradas.
En el suelo, alrededor estaba lleno de cuartillas arrugadas, el cenicero repleto de colillas y un vaso y una botella  vacios ambos, señal inequívoca de que no lograba hilvanar ninguna historia para enviarle a mi editor, mal vivía de escribir novelas de policías y ladrones, bastante malas, pero me pagaban algunos dólares, mientras tanto, cuando cobraba y podía comer en condiciones, escribía mi gran novela, pero esa no interesaba a nadie por ahora, quizás porque era un poco biográfica como todas las primeras obras y la verdad es que mi vida no le interesaba a nadie, mi mujer, se cansó de trabajar de camarera para que yo escribiese, un mal día se largó con un cliente al otro lado del país. Mi gato, salió una noche de luna y desapareció, a los pocos días lo vi asomado a un balcón, él también me vio, entró como alma que lleva el diablo a la casa y ya no lo vi más.
Así que cuando dejó de llover, ya anochecido me enfundé una gabardina, mi sombrero y salí a la calle, la noche era húmeda, mucho más húmeda que lo normal en New Orleans, así que me subí el cuello de la gabardina, bajé un poco el ala de mis sombrero, metí las manos en los bolsillos y encorvé el cuerpo como para que no se escapase el calor interior.
La calle estaba solitaria, nadie más que yo había tenido la idea de pasear.
A lo lejos se oía el quejido de una trompeta con sordina, me dirigí hacia el lejano sonido, a medida que me acercaba parecía más fuerte y melancólico.
Llegué a una puerta entre abierta, arriba un rótulo que hacía más ruido que color al cambiar del azul al amarillo St. Louis Blue rezaba, entré, no se por qué ni para qué. Tardé unos segundos hasta que pude ver la tenue luz que había encima de la barra, luego pude adivinar unas mesas rodeadas de sillas vacías. En dos rincones estaban dos parejas haciéndose arrumacos. Una pareja más estaba en la pista de baile, llevaban unos pasos tan lentos que parecían parados. Todas las paredes decoradas en terciopelo rojo tenían unos apliques de los que tres cuartas partes estaban apagados. Al final de la barra, a la derecha de ésta, en una pequeña tarima había un trompetista, otro músico que acariciaba un contrabajo con lascivia, sentado en la batería estaba un calvo que movía las escobillas como si estuviese preparándose unos huevos revueltos, un pianista hablaba con un saxo bajo que estaba a su lado mientras tocaba unos compases. Todos ellos eran negros menos el batería que era blanco y destacaba por su cabeza rapada y brillante.
Detrás de la barra un camarero, con camisa blanca y pajarita negra dormitaba apoyando los codos en la barra y la cabeza entre las palmas de las manos.
A mitad de la barra una rubia platino sujetaba un vaso y bebía, con la otra hacía palanca en la barra para mantenerse erguida.
Me acerqué, el camarero, ya más despierto vino hacia mí, hizo un ligero movimiento con la barbilla a modo de interrogante, yo le pedí un whisky doble sin hielo. Me lo trajo y un plato con unos manises. La rubia platino a duras penas se bajó del taburete, se puso un cigarrillo en la boca y me dijo: ¿Me das fuego, cariño?
Sin ni siquiera decir nada, saqué del bolsillo un paquete de tabaco, me puse en la boca un cigarrillo y con la otra mano recogí unas cerillas que el camarero me había lanzado por la barra, le di fuego y encendí también mi cigarrillo.
La rubia platino me dijo ¿Puedo traer mi copa para aquí? No me gusta beber sola. Me encogí de hombros por respuesta, ella le hizo una seña al camarero y éste le envió el vaso patinando por la barra.
Gracias Jimmy, le dijo.
¿Cómo te llamas, cariño? A mi me llaman Betty la rubia,  dijo sin esperar contestación, con la voz adormecida por el whisky.
Si me invitas a una copa te cuento mi historia, pero no aquí, sentados en una mesa, porque es muy larga.
Me llamo Ricky y si la historia es buena te invito a todas las copas que quieras, le dije sin saber por qué, quizás porque me dio pena, tal vez porque llevaba mucho tiempo sin hablar con nadie, a lo mejor porque los músicos estaban tocando “Stormy weather”, uno de mis temas favoritos o porque por una vez quería que alguien me contara su historia en lugar de contarlas yo.
Jimmy, nos vamos a aquella mesa, pon dos vasos y una botella de whisky.
La verdad es que me quedé sorprendido cuando empezó la historia, su voz ya no parecía de trapo, se convirtió en una voz fina y elegante, se transformó totalmente, parecía de la alta sociedad de Luisiana, culta y elegante. Al ver el cariz que tomaba, saqué un bloc y un lápiz que siempre llevaba conmigo y me puse a tomar notas.
No sé cuanto tiempo había pasado, Betty al final se había quedado dormida con la cabeza apoyada en la mesa, a mí los vapores del whisky me dejaron ligeramente mareado, encendí el último cigarrillo que me quedaba y me dirigí a la barra para pagar, Jimmy me dijo:
Está invitado por hacer feliz a Betty.
Me puse el sombrero y la gabardina y salí fuera mientras los músicos seguían tocando el mismo tema de “Stormy Weather”. La pareja de la pista bailaba. En las mesas dos parejas se hacían arrumacos.
El sol empezaba a salir y la neblina húmeda de New Orleans me refrescó la cara.
Los lamentos de la trompeta se apagaron al alejarme.
Llegué a mi buhardilla, me duché con agua fría y mientras tomaba un café bien cargado me puse a leer las notas, luego fui a la mesita de la máquina de escribir y empecé una novela “Betty la rubia” no paré sino para hacer café y encender algún cigarrillo.
 No sé cuanto tiempo estuve para escribir doscientos y pico folios. Cuando puse el “fin” me levanté, me tumbé en la cama y dormí durante veinticuatro horas. Me desperté, me duché, me arreglé, cogí el manuscrito y sin ni siquiera leerlo me fui al editor. Entré en su despacho y le dije:
Robert, te traigo algo nuevo, está recién escrito, no lo he releído, pide café y whisky porque lo vamos a leer entero, creo que será un bombazo.
La novela nos gustó a los dos, era una historia de amor, llena de pasiones, corazones rotos y ataques de celos que terminaban en un tremendo drama de asesinato y suicidio.
Robert, después de la lectura me dijo:
Esto no es para mí, es más importante, ahora mismo llamo a un amigo mío, también editor en New York que te va a recibir, mi secretaria hará unas copias y te vas a llevarlas. Te adelantaré algo de dinero, mi amigo Frank te dará otro adelanto, tenías razón, creo que será el libro del año.
Pasé tres meses en New York, se hizo el lanzamiento del libro, se vendió para el cine, fue un éxito.
Después de todo eso, volví a New Orleans. Empezaba a atardecer cuando me dirigí al “lakeside” a la Dauphine street.
 Cuando llegué al St. Louis Blue, no encontré sino una puerta metálica cerrada y pintada de grafitis, del cartel luminoso no había sino una mancha negra. En la acera de enfrente, sentado en una silla había un viejo negro tocando en un banjo la melodía “Blue moon”. Me acerqué a él y le dije:
Por favor, ¿Este no es el St. Louis Blue?
 No señor, lo fue pero hace mucho tiempo.
Bueno, unos cuatro meses, hace ese tiempo estuve yo. Le dije
No Sr me contestó, hace más de cincuenta años, yo he vivido aquí toda mi vida y le puedo decir que hace más de cincuenta años.
Yo estuve. Tocaba el contrabajo allí.
Aquella noche estaba medio lleno, era sábado, aquí se reunía la alta sociedad a oír jazz.
Una señorita muy elegante, clienta asidua y a la que todo el mundo llamaba Betty la rubia, estaba con un amigo de su marido, a éste le habían dicho que ella le engañaba.
El tonteaba con la mafia y aquella noche, junto con dos matones entraron en el local, estábamos tocando “Stormy Weather” cuando dispararon sobre la pobre Betty, luego a su acompañante y todo bicho viviente. Murió mucha gente, lo puede leer en los periódicos de la época.
De los músicos no sobrevivió ninguno, solamente yo porque el contrabajo paró mi bala, quedó incrustada en la tastiera justo a la altura de mi corazón.
 Un camarero se salvó porque se tiró detrás de la barra y también se salvo una pareja que bailaba detrás de una columna.
La policía cerró el St. Louis Blue.
Dicen que las noches tormentosas se escucha la orquesta tocando “Stormy Weather”.
FIN

 

jueves, 18 de octubre de 2012

LA MUCHACHA DE UNA SOLA PIERNA II

Hoy se termina "La muchacha de una sola pierna".

La semana que viene, a petición de varios lectores, publicaré un capítulo de una historia nueva y además se  publicará una historia antigua pero entera, ya que como sabeis, para seguir las historias por capítulos, hay que ir a días anteriores y leer de atrás para delante o ir imprimiendo para leerlas de seguido, así que para facilitaros la labor, repondré historias enteras de las ya publicadas por capítulos.

Y ahora........

LA MUCHACHA DE UNA SOLA PIERNA
(Pedro Fuentes)
CAPITULO II

Ricardo llegaba a Madrid el viernes, se duchaba y cambiaba y se iba a buscar a Mary Paz. Cada vez le costaba más, quería decirle que no se sentía bien, que no sentía por ella sino una buena amistad, pero las veces que lo intentó, no tuvo el valor suficiente, a veces pensó en desaparecer, pero ¿cómo? Ella sabía todo de él y además estaba verdaderamente enamorada, solo con insinuarle que un día no se verían, era un verdadero drama, no sabía si era por él o era un chantaje emocional.
Después de cenar, Ricardo marchaba hacia su casa, dejaba el coche lo más cerca posible de ésta y se iba a Magallanes, que le quedaba a unas 5 manzanas. Llegaba allí y se quedaba hasta las dos aproximadamente, luego marchaba hasta su casa y dormía hasta que Mary Paz le iba a buscar.
Salían, tomaban el aperitivo y marchaban a casa de ella a comer, luego iban al cine o a pasear hasta la noche, en la que Ricardo volvía a sus salidas nocturnas.
Una noche, en el bar, Lucía recibió una llamada, su vecina le avisaba que su madre había sufrido un desvanecimiento y la habían llevado a la Paz, se lo contó a Pepe y le dijo que marchase, Ricardo, que aquel día tenía el coche bastante cerca se ofreció a acompañarla.
Cogieron el Renault Dauphine y salieron hacia La Paz. Llegaron pronto porque pese a ser viernes no había mucho tráfico, la madre de Lucía había tenido una arritmia, estaba en la U.V.I en observación y solamente le dejaron entrar un momento, le dijeron que la  situación era bastante grave y las primeras y que las primeras veinticuatro horas eran cruciales, así que Lucía decidió quedarse allí, Ricardo se ofreció para ir a buscarle unas cosas que le preparó la vecina, lo hizo y decidió acompañarla aquel día por si necesitaba algo. Llamó a Mary Paz, le puso una escusa de que había tenido que volver al campamento.
Ricardo pasó todo el fin de  semana con Lucía. A su madre le dieron el alta a mediados de la semana siguiente y entre él y Lucía nació una relación de ternura y empezaron a verse los fines de semana a partir de las tres de la madrugada.
Mary Paz no se enteró de nada, Ricardo le mentía, Lucía sabía de la situación pero ella sabía que para él era una amiga íntima pero que duraría lo que el tiempo dijera o cambiara.
En Diciembre Ricardo salió del campamento y fue destinado al “enchufe” que su familiar lejano le había conseguido y rara vez tenía que ir por el cuartel, salvo que tuviese alguna guardia o revisión.
Desde ese momento su vida  fue más fácil, podía salir con Mary Paz, varias noches veía a Lucía y podía trabajar en su empresa casi a jornada completa.
Las visitas al bar eran casi diarias, pero allí su trato con Lucía era el normal de siempre, solamente los viernes y sábados por la noche esperaba a que cerrasen, como un cliente más y luego la acompañaba a su casa y se quedaba allí hasta la mañana siguiente, temprano, por si a Mary Paz se le ocurría ir a su casa.
Estas situaciones no se le hubieran ocurrido nunca a Ricardo, era un hombre de una sola mujer, jamás había engañado a nadie y menos tener dos mujeres a la vez, pero lo achacaba a que la mili lo había desquiciado, además, sentía con todo que personalmente estaba solo, a sus padres casi no los conoció era muy niño cuando murieron, primero su padre, luego su madre. le recogió su hermana, que vivía en Madrid. Se llevaba bien con su cuñado, ellos no tenían hijos y lo trataban  como tal. Un día que iban al pueblo, viaje en el que él tenía que haber ido y no lo hizo por estudiar, un camión sin frenos atropelló el coche en el que viajaban y murieron los dos. Gracias al militar que ahora lo recomendaba y familiar lejano de su cuñado, que fue nombrado su tutor y albacea, pudo seguir viviendo en el piso heredado, el militar, viendo que era un chico responsable, de 17 años, con su supervisión le dejó hacer una vida independiente. Su mujer y él mismo, tenían llave de la casa e iban de vez en cuando y lo supervisaban en los estudios hasta que fue mayor de edad, luego lo dejaron andar libremente aunque sin perderlo de vista.
Cuando ya solamente le quedaban tres meses de mili, en el trabajo le ofrecieron irse a Barcelona con un cargo en la empresa que trabajaba, inmediatamente dijo que si, aunque se había estabilizado bastante e incluso había vuelto a su hobby, el teatro, vio abierta la puerta a la solución de su vida amorosa.
Fue un tanto cobarde con respecto a Mary Paz, nunca se atrevió a decirle que no, le tenía un miedo atroz, si alguna vez insinuó algo, ella entraba en cólera y le amenazaba incluso con sus hermanos, además, se encolerizaba y le chillaba y lloraba, así que pensó que la distancia es el olvido, como decía la canción y pensaba marcharse sin decirle nada, luego, a 700 kilómetros y por carta   sería más fácil.
Llegó el momento, arregló todo, alquiló el piso y estuvo unos cuantos días despidiéndose, de sus amigos, de verdad solo dos, Vicente y Pedro, sus compañeros de trabajo, su media familia el militar y su esposa, el grupo de teatro y en último lugar el bar donde trabajaba”la muchacha de una sola pierna” aunque nadie la llamaba así, pero si con mucho respeto Lucia “la encargada”.
No creyó nunca Ricardo que en esa despedida Pepe el Jefe, Lucía la Encargada, las tres chicas que allí trabajaban, Pepi, Sole y Rita y él mismo terminasen llorando. De Lucia se  había despedido el día anterior.
En aquella despedida Lucía le dijo: Espero, Ricardo, que encuentres la felicidad, tú y yo sabíamos que lo nuestro tenía fecha de caducidad, fue bello mientras duró, ambos hemos sido felices, te recordaré siempre.
Al día siguiente, con el coche ya cargado, se despidió de Mary Paz y de sus dos hermanos, un beso y un hasta pronto.
Subió a su Renault Dauphine, salió por Francisco Silvela buscando la Nacional II y cuando estuvo en ella, conectó un casete de Peter Pol and Mary la primera pieza en sonar fue “500 millas”.

FIN
 

jueves, 11 de octubre de 2012

LA MUCHACHA DE UNA SOLA PIERNA

Una vez más publico el jueves porque  no se que pasará con la WIFI, ya que sigo fuera de mi domicilio habitual, estamos apurando los últimos calores de este veranillo de S. Miguel.

La historia de hoy es un relato agridulce de unos tiempos canallas por los que pasó nuestro protagonista cuando la soledad habitaba en su interior.

Y ahora....


LA MUCHACHA DE UNA SOLA PIERNA
(Pedro Fuentes)
CAPITULO I
Cuando Ricardo estaba haciendo el campamento de la mili, en Alcalá de Henares, pasó una temporada muy mala, el sentir que había perdido su libertad, aunque fuese solamente por un tiempo, lo tenía destrozado, estaba solo en Madrid, su hermana y  su cuñado, únicos familiares habían muerto y no tenía nadie más, bueno, salía con una chica, pero no era una cosa muy seria, por lo menos para él, quizás esa soledad no le dejaba romper con ella.
Sus amigos, estaban en una etapa de hacerse un puesto en el trabajo, uno se había casado, y el otro andaba metido en cosas del teatro, así que él, cuando más lo necesitaba, estaba solo en el mundo y encima lo mandaban a la mili.
Fue en esos tiempos cuando empezó a frecuentar algunos sitios de no muy buena fama y se acostumbró a salir los días que tenía libres. Los viernes y sábado por la noche, cuando dejaba a su digamos novia en casa, él se iba a tomar unas copas.
Ya veía Ricardo que ir a los sitios a beber unas copas, y en solitario, era muy peligroso y no solía tener un buen final, pero era incapaz de meterse solo en su apartamento, el que había heredado de su hermana, cuando ésta y su marido habían muerto en un accidente.
Empezó a frecuentar un bar americano que había en la calle Magallanes, muy cerca de la glorieta de Quevedo. Allí hizo amistad con el encargado y camarero, Pepe, una buena persona algo afeminado y que trataba a las chicas que allí trabajaban con bastante consideración. Luego estaba Lucía, la jefa de las chicas, una muchacha de unos 25 años, de aspecto agradable, no era una  belleza, pero tampoco fea, tenía sus encantos y simpatía. La llamaban “la chica de una sola pierna” porque todos los parroquianos la perseguían pero de nadie se sabía que hubiese intimado con ella.
En aquel bar las ocupaciones favoritas eran apalancarse en la barra, con un whisky o un combinado en la mano, fumar y jugarse a los dados con las muchachas alguna bebida, luego estaba la máquina de la música con “Help ayúdame” de Tony Ronald, “Por el amor de una mujer” de Danny Daniel, “Honey” de Bobby Goldsboro, “Soy rebelde” de Jeannet, “O tú o nada” de Pablo Abraira, estas eran las canciones que sonaban en aquél pequeño tugurio refugio de almas solitarias una y otra vez,  llenas de risas, chistes y alegrías gracias a los vapores del alcohol y el humo de cientos de cigarrillos que no salía del ambiente hasta que Pepe, de vez en cuando encendía el extractor.
Ricardo entraba allí sobre las once de la noche, pedía su Dyc con mucho “hielo después” y si la máquina de los millones estaba libre, se encendía un cigarrillo, daba un trago largo, se concentraba y empezaba a jugar partidas. Ricardo era un verdadero profesional de aquellas máquinas a las que había que jugar con todo el cuerpo, sobre todo con el juego de caderas.
Cuando se cansaba de jugar siempre había algún cliente dispuesto a seguir con las partidas acumuladas en premios. Después ponía algo así como “Y te amaré” de Ana y Johnny, una de las preferidas de Lucía y se iba a hablar con ella.
Lucía y Ricardo se lo pasaban bien hablando, Lucía sabía que el único de los clientes fijos que había allí que no iba buscando “lio” era Ricardo, éste solamente buscaba hablar con alguien y además sabía que ella tenía una cierta cultura y no tenía que ganarse la comisión bebiendo con los clientes.
Los sábados por la noche, Pepe siempre le tenía un par de botellas de Johnny Walker rellenas de garrafón, una mezcla que Pepe tenía como receta ideal. Si solamente bebías un par de whiskys y con mucho hielo, no notabas la diferencia si no eras un verdadero experto. Eran para llevárselas al campamento.
Los domingos por la tarde Ricardo dejaba en casa a su “novia” y se marchaba para Alcalá. Antes recogía a un par de compañeros y los tres entraban una semana más en el cuartel, si todo iba bien, para Diciembre, en un par de meses jurarían bandera y les darían un destino normalmente en Madrid.
Ricardo había solicitado a un familiar lejano, militar, por si lo podía reclamar y pasar el resto de la mili lo mejor posible, además le interesaba poder trabajar en los ratos libres, ya que en su empresa, una multinacional,  estaban ampliando delegaciones y él quería promocionarse cuando acabase la mili.
La vida en el campamento no era ninguna cosa del otro mundo, por la mañana salían al campo a jugar a las guerras, luego volvían para hacer gimnasia, Ricardo se había librado de ella porque jugaba al voleibol y hacía de monitor en saltos con aparatos, ambos deportes practicado  en el colegio durante el bachillerato.
Por las tardes, después de comer, un poco de teoría y luego, a las seis ya descanso hasta la hora de la cena. 
Por las noches, después del silencio, Ricardo, junto con un cabo, el alférez y otro compañero más jugaban a las cartas, al “tute”. Aquí salían las botellas de whisky y alguna cosa más que les hacía pasar los días lo mejor posible.
Así transcurría  la semana, algún día les tocaba marcha, pero cosa llevadera para Ricardo que era un buen deportista.
El viernes, después de la teoría de la tarde, y si no tenías ningún servicio de fin de semana, te daban permiso hasta el domingo a final de la tarde.

jueves, 4 de octubre de 2012

LA MUJER DEL CUADRO (El desenlace)

Jueves 4 de Octubre, hoy funcional la WIFI y mañana no lo se, así que aprovecho para publicar el capítulo IV de "La mujer del cuadro" el de hoy es el desenlace.

Quiero dedicarles este relato que hoy termina a los habitantes actuales de la casa de esta historia.

Y ahora..........

LA MUJER DEL CUADRO
(Pedro Fuentes)
Capítulo VI

Cuando Rosendo vio aquello, ya no tuvo dudas, pensó que algo nuevo y extraño le estaba pasando, algo que cambiaría el curso de su vida, su corazón empezó a entrar en un estado de excitación contenida, ya no era miedo ni siquiera a lo desconocido, subió a la planta superior con el diario entre la manos, cogió una botella de whisky, una cubitera y un vaso largo, se fue a su sillón favorito, el que iba consigo a todas las casas en las que había vivido desde hacía treinta años, puso una lámpara de pie a su lado y se sentó, bebió un buen trago que degustó a lo largo y ancho de su boca antes de tragarlo, encendió un Romeo y Julieta, sopló el polvo que había en el libro, lo abrió por la primera página y leyó:

23 de Junio de 1.963.- Me llamo Leonor, tengo 15 años y me han regalado este diario que voy a escribir durante toda mi vida.
Hoy es la noche de S. Juan y esta será la primera vez que saldré por la noche con mis amigos y amigas……

Rosendo leyó y leyó el resto de la noche, cuando empezaba a amanecer preparó una cafetera grande, había terminado con un cuarto de la botella de whisky y fumado tres Romeo y Julieta, entonces se dio cuenta de la tremenda humareda que había en la sala de estar, así que cuando volvió con un termo lleno de café, abrió una ventana delante y otra detrás y creó una corriente de aire que nada tenía que ver al de las apariciones.

Cuando ya el sol de junio empezó a calentar, Rosendo cerró el diario después de leer el final.

23 de Junio de 1.985.- Hoy mi diario cumple veintidós años, le he sido tan fiel como a mi marido, mi diario me cree y mi marido no, sigue con sus tremendos celos, ha llegado un momento que me da mucho miedo, los últimos tiempos sospecha y cree que le engaño con Jean Pierre, no sé cómo decirle que no es verdad, que lo único que pasa es que Jean Pierre y yo nos conocemos desde críos, desde que empezó a venir al pueblo con sus padres a veranear, pero no hay ni ha habido jamás algo más que esa amistad, además, él volverá hoy a París para casarse con la novia de toda la vida.

Le tengo tanto miedo a mi marido que le he pedido a Jean Pierre que me lleve con él por lo menos hasta San Sebastián, porque no puedo más, no soporto los malos tratos de mi marido y ese infierno de los celos, al principio pensé que era porque me quería, pero ahora sé que no, está enfermo y no quiere curarse.

Mañana, cuando amanezca le he dicho a Jean Pierre que si decido ir con él estaré al lado de su coche para irnos, si no, que no me espere.

Hoy será el último día que te escriba, diario mío y tú, Matías, si alguna vez lees esto, quiero que sepas que te quiero y te he querido siempre desde hace veintidós años cuando salimos juntos la primera vez y cuando encontraste aquel trébol, en la noche de S. Juan me lo ofreciste y te declaraste, yo tenía quince años como en la canción y jamás ha habido otro hombre que no fueses tú.

Rosendo se duchó, se arregló y cogió el coche, se fue a Barbastro, aparcó y se fue a la comisaría, allí pidió ver al comisario, éste le recibió, luego salieron juntos, pidió su coche y un Land Rover con una dotación de cuatro hombres.

Llevaron a Rosendo hasta el aparcamiento, cogió su coche y los otros dos le siguieron hasta Mieles del Peñón, allí aparcaron delante de la casa de Rosendo y entraron, el pueblo ya se había reunido a la puerta, un policía guardaba la puerta, los demás entraron en el apartamento de la planta baja, allí retiraron el armario de la habitación, luego con dos picos y una pala empezaron a tirar la pared, era una falsa pared, cuando tuvieron un agujero de aproximadamente un metro, a la señas del comisario pararon y éste con una linterna miró en el interior. Luego, volviéndose sacó el teléfono móvil de su bolsillo e hizo una llamada.

Soy el comisario Alfredo Martínez, cursen una orden de detención contra Matías Requejo,  sospechoso de asesinato de su esposa Leonor, en la mesa de mi despacho están sus señas en Zaragoza.

EPILOGO

Rosendo siguió viviendo en su casa de Mieles del Peñón, donde escribió su libro “La mujer del cuadro” que obtuvo un rotundo éxito, luego siguió con otros de gran éxito.

Cuando se celebraron las exequias por Leonor, Jean Pierre llegó desde París con su mujer.

Adela volvió al pueblo y se instaló con Rosendo en la casa, después de pasar por la iglesia donde los casó un cura campechano, párroco y amigo del pueblo.

Rosendo y Adela cada 22 de Junio se marchan y vuelven el 26 como muy pronto. Los vecinos dicen que se  han oído ruidos la noche de San Juan, en la casa que ya no llaman “la carrasca” sino la casa de Leonor.

FIN