Mi lista de blogs

jueves, 25 de octubre de 2012

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON

Otro Relato Palmero, hoy empezamos "El náufrago de San Borondón". Este relato  está basado en los relatos escritos y de viva voz sobre la leyenda de San Borondón, la isla "no encontrada", Esta es mi versión sobre la leyenda. Espero que os guste.

Además, hoy comenzamos a repetir relatos completos, ya publicados, para dar facilidades a aquellos lectores nuevos que no han tenido ocasión de leerlos en su día.

Hoy el relato repetido es "Betty la rubia", uno de mis favoritos.


EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON
Pedro Fuentes
Capítulo  I

1.915 fue un año de mucho hambre en Canarias, sobre todo en las islas periféricas.
Nuestra historia se desarrolla en La Palma y comienza en Tazacorte.
Tazacorte dos años antes, era una zona estratégica para la producción de plátanos y tomates, la Fyffes Límited  de Irlanda había adquirido terrenos y había llegado al acuerdo con una distribuidora, Hudson que tenía conexiones en Canarias y transportaban los productos de Tazacorte, pero la primera guerra mundial abrió un paréntesis de grandes proporciones en Canarias, produciendo en Tazacorte un lamentable estado de hambre y miseria.
En estas circunstancias se desarrolla nuestra historia.
Norberto, un pescador de Tazacorte, que cada día salía a pescar con la barca de D. Elías, un rico pescadero que poseía tres pequeñas embarcaciones, una de ellas la de Norberto, vendía el pescado que cogían y les daba a los pescadores una pequeña parte para que a duras penas sobreviviesen.
 Aquel día salió rumbo al suroeste, donde le comentaron que se habían visto bonitos, además, en aquel tiempo las corrientes predominantes venían de allí y así, luego, a la tarde, a la hora de volver no se haría tan pesado y cansado el remar.
Eran ya las cuatro y empezaba a volver, el día no se había dado mal, llevaba una docena de bonitos, al poner proa a Tazacorte, ahora que el sol ya empezaba a declinar vio a semi contraluz algo raro a como una milla por el oeste, en principio le pareció un calderón llamado también  ballena piloto, luego, al ver que estaba estático pensó que estaría muerto y decidió acercarse por si se podía aprovechar.
 Puso proa hacia el objeto y ya llevaba media milla cuando se fue dando cuenta de que era algo parecido a una embarcación muy rara, además, por su costado de babor parecía haber una tela o trapo.
Cuando llegó vio que la embarcación era como de cuero impregnado de alquitrán, no había visto nada igual.
Miró dentro y estaba llena de hojas de helechos mayores de lo que vio nunca, algunas frutas estaba medio cubiertas por las hojas, pero éstas de pronto se movieron y no era el viento, vio  aparecer un brazo velludo con una mano grande, fuerte y llena de callos, después del susto, con uno de los remos hurgó dentro, el susto fue grande, pero también para el hombre que medio muerto allí estaba.
El hombre era muy mayor, pero no tanto como aparentaba, llevaba unas grandes barbas y vestía con unas pieles que parecían de cabra y calzaba una especie de mocasines también de cabra, olía a demonios y su cara estaba llena de ampollas del las quemaduras del sol.
Sacó Norberto un pellejo en el que llevaba agua y le dio a beber, el hombre sorbió el agua despacio, como si quisiese que le durase lo más posible.
¿Quién eres? ¿De donde vienes?
Solamente entendió: Borondón, San Borondón. La Cruz del sur.
No entendió qué quería decir, San Borondón era un barrio de Tazacorte y una isla de la que hablaba la gente, “la no encontrada” o algo así.
Norberto decidió, por prudencia y miedo tirar un cabo y remolcar la especie de chinchorro con el hombre dentro rumbo a Tazacorte. Así, al remar mirando a popa, siempre lo vería si se movía y podría cortar el cabo si notaba algo sospechoso.

BETTY LA RUBIA  (R)
(Pedro Fuentes)

Cuando entré en aquel tugurio no sabía ni por qué lo hacía ni siquiera si tenía ganas de beber, llegué hasta allí simplemente porque había llovido todo el día y sentado en casa frente a mí vieja máquina de escribir, una Remington Standard negra con las letras de la marca doradas.
En el suelo, alrededor estaba lleno de cuartillas arrugadas, el cenicero repleto de colillas y un vaso y una botella  vacios ambos, señal inequívoca de que no lograba hilvanar ninguna historia para enviarle a mi editor, mal vivía de escribir novelas de policías y ladrones, bastante malas, pero me pagaban algunos dólares, mientras tanto, cuando cobraba y podía comer en condiciones, escribía mi gran novela, pero esa no interesaba a nadie por ahora, quizás porque era un poco biográfica como todas las primeras obras y la verdad es que mi vida no le interesaba a nadie, mi mujer, se cansó de trabajar de camarera para que yo escribiese, un mal día se largó con un cliente al otro lado del país. Mi gato, salió una noche de luna y desapareció, a los pocos días lo vi asomado a un balcón, él también me vio, entró como alma que lleva el diablo a la casa y ya no lo vi más.
Así que cuando dejó de llover, ya anochecido me enfundé una gabardina, mi sombrero y salí a la calle, la noche era húmeda, mucho más húmeda que lo normal en New Orleans, así que me subí el cuello de la gabardina, bajé un poco el ala de mis sombrero, metí las manos en los bolsillos y encorvé el cuerpo como para que no se escapase el calor interior.
La calle estaba solitaria, nadie más que yo había tenido la idea de pasear.
A lo lejos se oía el quejido de una trompeta con sordina, me dirigí hacia el lejano sonido, a medida que me acercaba parecía más fuerte y melancólico.
Llegué a una puerta entre abierta, arriba un rótulo que hacía más ruido que color al cambiar del azul al amarillo St. Louis Blue rezaba, entré, no se por qué ni para qué. Tardé unos segundos hasta que pude ver la tenue luz que había encima de la barra, luego pude adivinar unas mesas rodeadas de sillas vacías. En dos rincones estaban dos parejas haciéndose arrumacos. Una pareja más estaba en la pista de baile, llevaban unos pasos tan lentos que parecían parados. Todas las paredes decoradas en terciopelo rojo tenían unos apliques de los que tres cuartas partes estaban apagados. Al final de la barra, a la derecha de ésta, en una pequeña tarima había un trompetista, otro músico que acariciaba un contrabajo con lascivia, sentado en la batería estaba un calvo que movía las escobillas como si estuviese preparándose unos huevos revueltos, un pianista hablaba con un saxo bajo que estaba a su lado mientras tocaba unos compases. Todos ellos eran negros menos el batería que era blanco y destacaba por su cabeza rapada y brillante.
Detrás de la barra un camarero, con camisa blanca y pajarita negra dormitaba apoyando los codos en la barra y la cabeza entre las palmas de las manos.
A mitad de la barra una rubia platino sujetaba un vaso y bebía, con la otra hacía palanca en la barra para mantenerse erguida.
Me acerqué, el camarero, ya más despierto vino hacia mí, hizo un ligero movimiento con la barbilla a modo de interrogante, yo le pedí un whisky doble sin hielo. Me lo trajo y un plato con unos manises. La rubia platino a duras penas se bajó del taburete, se puso un cigarrillo en la boca y me dijo: ¿Me das fuego, cariño?
Sin ni siquiera decir nada, saqué del bolsillo un paquete de tabaco, me puse en la boca un cigarrillo y con la otra mano recogí unas cerillas que el camarero me había lanzado por la barra, le di fuego y encendí también mi cigarrillo.
La rubia platino me dijo ¿Puedo traer mi copa para aquí? No me gusta beber sola. Me encogí de hombros por respuesta, ella le hizo una seña al camarero y éste le envió el vaso patinando por la barra.
Gracias Jimmy, le dijo.
¿Cómo te llamas, cariño? A mi me llaman Betty la rubia,  dijo sin esperar contestación, con la voz adormecida por el whisky.
Si me invitas a una copa te cuento mi historia, pero no aquí, sentados en una mesa, porque es muy larga.
Me llamo Ricky y si la historia es buena te invito a todas las copas que quieras, le dije sin saber por qué, quizás porque me dio pena, tal vez porque llevaba mucho tiempo sin hablar con nadie, a lo mejor porque los músicos estaban tocando “Stormy weather”, uno de mis temas favoritos o porque por una vez quería que alguien me contara su historia en lugar de contarlas yo.
Jimmy, nos vamos a aquella mesa, pon dos vasos y una botella de whisky.
La verdad es que me quedé sorprendido cuando empezó la historia, su voz ya no parecía de trapo, se convirtió en una voz fina y elegante, se transformó totalmente, parecía de la alta sociedad de Luisiana, culta y elegante. Al ver el cariz que tomaba, saqué un bloc y un lápiz que siempre llevaba conmigo y me puse a tomar notas.
No sé cuanto tiempo había pasado, Betty al final se había quedado dormida con la cabeza apoyada en la mesa, a mí los vapores del whisky me dejaron ligeramente mareado, encendí el último cigarrillo que me quedaba y me dirigí a la barra para pagar, Jimmy me dijo:
Está invitado por hacer feliz a Betty.
Me puse el sombrero y la gabardina y salí fuera mientras los músicos seguían tocando el mismo tema de “Stormy Weather”. La pareja de la pista bailaba. En las mesas dos parejas se hacían arrumacos.
El sol empezaba a salir y la neblina húmeda de New Orleans me refrescó la cara.
Los lamentos de la trompeta se apagaron al alejarme.
Llegué a mi buhardilla, me duché con agua fría y mientras tomaba un café bien cargado me puse a leer las notas, luego fui a la mesita de la máquina de escribir y empecé una novela “Betty la rubia” no paré sino para hacer café y encender algún cigarrillo.
 No sé cuanto tiempo estuve para escribir doscientos y pico folios. Cuando puse el “fin” me levanté, me tumbé en la cama y dormí durante veinticuatro horas. Me desperté, me duché, me arreglé, cogí el manuscrito y sin ni siquiera leerlo me fui al editor. Entré en su despacho y le dije:
Robert, te traigo algo nuevo, está recién escrito, no lo he releído, pide café y whisky porque lo vamos a leer entero, creo que será un bombazo.
La novela nos gustó a los dos, era una historia de amor, llena de pasiones, corazones rotos y ataques de celos que terminaban en un tremendo drama de asesinato y suicidio.
Robert, después de la lectura me dijo:
Esto no es para mí, es más importante, ahora mismo llamo a un amigo mío, también editor en New York que te va a recibir, mi secretaria hará unas copias y te vas a llevarlas. Te adelantaré algo de dinero, mi amigo Frank te dará otro adelanto, tenías razón, creo que será el libro del año.
Pasé tres meses en New York, se hizo el lanzamiento del libro, se vendió para el cine, fue un éxito.
Después de todo eso, volví a New Orleans. Empezaba a atardecer cuando me dirigí al “lakeside” a la Dauphine street.
 Cuando llegué al St. Louis Blue, no encontré sino una puerta metálica cerrada y pintada de grafitis, del cartel luminoso no había sino una mancha negra. En la acera de enfrente, sentado en una silla había un viejo negro tocando en un banjo la melodía “Blue moon”. Me acerqué a él y le dije:
Por favor, ¿Este no es el St. Louis Blue?
 No señor, lo fue pero hace mucho tiempo.
Bueno, unos cuatro meses, hace ese tiempo estuve yo. Le dije
No Sr me contestó, hace más de cincuenta años, yo he vivido aquí toda mi vida y le puedo decir que hace más de cincuenta años.
Yo estuve. Tocaba el contrabajo allí.
Aquella noche estaba medio lleno, era sábado, aquí se reunía la alta sociedad a oír jazz.
Una señorita muy elegante, clienta asidua y a la que todo el mundo llamaba Betty la rubia, estaba con un amigo de su marido, a éste le habían dicho que ella le engañaba.
El tonteaba con la mafia y aquella noche, junto con dos matones entraron en el local, estábamos tocando “Stormy Weather” cuando dispararon sobre la pobre Betty, luego a su acompañante y todo bicho viviente. Murió mucha gente, lo puede leer en los periódicos de la época.
De los músicos no sobrevivió ninguno, solamente yo porque el contrabajo paró mi bala, quedó incrustada en la tastiera justo a la altura de mi corazón.
 Un camarero se salvó porque se tiró detrás de la barra y también se salvo una pareja que bailaba detrás de una columna.
La policía cerró el St. Louis Blue.
Dicen que las noches tormentosas se escucha la orquesta tocando “Stormy Weather”.
FIN

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario