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jueves, 31 de julio de 2014

ASALTO AL CAMION (Completo)

Una semana más para contaros un relato, esta vez repetición del que en su día se publicó por capítulos para facilitaros la lectura.

Y ahora......................

ASALTO AL CAMION
Pedro Fuentes
CAPITULO  I
Eulogio  caminaba por una calle de una pequeña capital de provincias cuando se paró en un semáforo en rojo. Al otro lado de la calle aparcado había un camión de gran tamaño con cabeza tractora.
Paró un momento con el pretexto de encender un cigarrillo y mientras tanto observaba como dos personas, el conductor y otro hombre descargaban cajas del camión y las ponían en sendos carros de mano, luego, entornando la portezuela del camión, con las carretillas se dirigieron a la calle adyacente desde  donde   se veía el camión. Les estaba esperando un hombre, dueño de un estanco. Descargaron y volvieron para hacer dos viajes más, Eulogio se dio cuenta de que el camión iba hasta los topes.
Como vivía cerca de allí, se dedicó a vigilar el camión, una vez por semana, siempre los lunes, aparecía el camión, cuando ya controló eso, un lunes se preparó y siguiendo al camión hizo toda la ruta y terminaron en el local de destino, cuando tuvo todo, calculó la hora de salida y se dedicó a esperar al camión a las horas de salida del local de distribución de la empresa tabaquera.
Vio que allí llegaban martes y jueves grandes camiones cargados de cajas, luego, de lunes a viernes salía el otro camión y hacía cada día una ruta diferente.
Los lunes pasaba por su población y repartía en todos los estancos, luego iba a otras diez poblaciones más y hacía la misma operación, pero invariablemente empezaba enfrente de su casa.
Eulogio midió el camión, midió las cajas, sabía lo que medían los cartones y los paquetes, un camión de aquellos podía rendir neto, a mitad de precio, 1 millón de €.
Una vez planeado todo hasta el último detalle, se decidió a llamar a los que serían sus colaboradores, dos, Fermín y Gaspar, que no se conocían entre sí,  dos individuos que andaban siempre a salto de mata, vividores a base de chanchullos y pequeños hurtos y fraudes, pero poco conocidos y no fichados, obedientes y buenos “trabajadores” pero que necesitaban alguien que les mandasen.
Bueno, les dijo cuando los reunió en otra provincia, el un hostal de carretera a donde fueron llegando los tres por separados y se inscribieron con nombres  falsos.
A partir de ahora somos “A”, tu,  “B”, tu, y yo “C”. Os voy a explicar la operación, pero paso por paso, hasta no haber realizado una parte no sabréis la segunda y así hasta terminar. Vais a recibir 500.000 € para los dos, yo me encargaré de los gastos y la distribución del producto, de hecho ya está apalabrado. Cobrareis dos semanas después de la operación, no hay armas, solamente tres pistolas, una de fogueo y dos de imitación, no tiene que haber violencia de ningún tipo.
El golpe se realizará el lunes 28, para lo cual, el domingo por la tarde estaréis concentrados en vuestras casas, os llamaré por teléfono y os diré:
Mañana, a tal hora en tal sitio.
Tendréis tiempo de llegar, iremos “B” y “C” en un coche, tú, “A” tendrás que llevar una tractora,  donde te diga y esperarás allí a nuestra llegada en un camión, desengancharemos la caja y nos iremos con la tractora y el botín, en el camión llevaremos a dos rehenes a los que dormiremos y dejaremos en su tractora durante tres o cuatro horas drogados, cuando despierten habremos desaparecido del todo.
Los detalles los iréis conociendo en su momento.
Cualquier cosa que digamos será escueta y sin identificarnos, en el momento oportuno os daré una careta a cada uno.
Ahora marcharemos cada uno por su lado hasta la llamada el domingo 27. Mientras tanto, nada de meteros en jaleos ni comentar nada con nadie, ni con vuestras parejas, procurad que no se os vea.
Y recordad que por nuestra seguridad, lo mejor que puede pasar es que no nos conozcamos entre nosotros y que nadie nos relacione juntos, las caretas llevarán en la frente una gran letra que nos indicarán quienes somos.
Ahora marchemos cada uno a su lado y no nos veremos hasta el momento que os avise, ya sabéis que no me conocéis sino de vista, pero si queremos que salga perfecto todo, tenemos que confiar en nosotros mismos, de la misma forma, cuando repartamos los beneficios, os aconsejo que no hagáis ningún gasto hasta pasado por lo menos seis meses y luego ir sacando el dinero poco a poco. Por ahí es por donde suelen caer todos, así que si queremos dar el golpe de nuestras vidas, tenemos que ser prudentes.

CAPITULO  II

El día 27, al medio día, Eulogio llamó por teléfono a sus compinches “A” y “B”, quedaron para el día siguiente a las cuatro de la madrugada en dos puntos donde los recogería.
Pasó con un pequeño utilitario blanco que había alquilado una semana antes con nombre falso por quince días.
Una vez recogidos a los colaboradores, le dio un mono azul a cada uno, igual al que él llevaba, también unas caretas iguales, las cuales llevaban una A y una B en la frente.
Recorridos unos 2 kilómetros, paró el coche e hizo bajar a “A”, le dio un sobre y unas llaves de una tractora que había aparcada en un parquin de camiones, solamente le dijo:
“A”, coge este camión y trasládalo al sitio de reunión que te indicará el GPS que llevas en el sobre, cuando llegues, verás un pajar abandonado, déjalo detrás.
Espéranos allí unas dos horas, si pasase algo,  te llamaré al móvil que va en el sobre o si es imposible, a las tres horas y media desapareces después de incendiar el camión y todo lo del sobre, careta y mono con la garrafa que llevas en la caja de herramientas de la tractora, coges una bicicleta que hay en el pajar y te vas tranquilamente hasta el pueblo más cercano, allí tomas el primer  tren y no te dejas ver en quince días.
Una vez hecho esto, cogió el coche y junto con “B” marcharos.
Por el retrovisor vio como salía el camión del aparcamiento.
Se dirigieron al primer pueblo donde llegaría el camión de reparto, aparcaron lejos del estanco a donde iría el camión, en una calle que se podía aparcar sin levantar sospechas y marcharon a pie.
Se pararon en la acera como quien está esperando que vengan a recogerlos  para marchar a trabajar, cosa que parecía que hiciesen cada día por las manchas de los monos.
Cuando llegó el camión, el chofer y el operario bajaron y abrieron el portón trasero, en ese momento “B” y “C” se pusieron las caretas y “C” con la pistola de fogueo encañonó a los hombres y los hicieron subir a la caja.
“C” sacó un estuche del bolsillo y mientras “B” les ponía unas esposas y  cinta americana en la boca.
Del estuche sacó dos jeringuillas y pausadamente les dijo, os voy a poner una inyección para que durmáis unas cinco horas, así no os pasará nada y podréis conservar la vida.
Mientras “C” hacía esto, “B” entró en la cabina, enchufó un GPS que llevaba en otro sobre como el de “A” y se puso en marcha. No habían pasado ni dos minutos.
Tres cuartos de hora después, el camión llegó al pajar abandonado, en cuestión de minutos cambiaron la tractora.
Mientras “A” y “C” hacían el cambio, “B” cambió las matrículas y puso a la caja las mismas falsas que a la tractora que les esperaba.
Los tres en colaboración, cogieron el royo de plástico adhesivo que llevaban en el que había un anuncio de transportista y los pegaron en la caja, en los laterales.
Trasladaron a los dos hombres dormidos a la tractora de reparto y metieron ésta en el pajar. “C” les volvió a pinchar para que durmiesen cinco o seis horas más y en menos de 15 minutos desaparecieron en el camión después retirar y destruir los GPS, móviles, caretas, monos e instrucciones con el ácido que llevaba “C” en la caja de herramientas del camión.
Salieron a la carretera y marcharon rumbo al puerto que distaba a unos 40 kilómetros, viendo de no pasar nunca de las velocidades marcadas y cumpliendo escrupulosamente el código de la circulación. Al entrar en la gran ciudad, dio órdenes de que “A” bajase en un semáforo, tres paradas después dio la orden a “B” y “C” siguió veinte minutos más, en un polígono anexo al puerto, alguien le abrió el portón de un local y entró con el  camión, bajó de la cabina y casi sin decir ni adiós marchó rumbo a la estación.
Volvió a la población donde había dejado el coche de alquiler, lo cogió y marchó hasta el aeropuerto donde lo devolvió alegando que tenía que volar al extranjero.
Por las noticias de la noche, supo que los repartidores habían despertado bien, al cabo de ocho horas, salvo tremendos dolores de cabeza.
Se deshicieron de la cinta americana de la boca, ya que una vez dormidos les habían sacado las esposas.
No pudieron usar los teléfonos móviles porque le habían quitado las baterías, encontraron las llaves de la tractora, la pusieron en marcha y salieron hacia el primer pueblo donde dieron la voz de alarma, llegó la policía, no encontró huellas por ningún lado, el camión junto con el cargamento de tabaco había desaparecido.
A los diez días una llamada le comunicó que tenía el dinero en la consigna de la estación de ferrocarril de una gran ciudad, la llave se la habían dejado en un sobre en el buzón de su casa.
Al día siguiente, en su coche marchó hasta la capital donde recogió el dinero, en una caja de seguridad que había alquilado hacía varios meses, depositó todo el dinero salvo los dos paquetes de 250.000 € para sus colaboradores.
Marchó al aeropuerto más cercano y deposito las cantidades es sendas cajas de consigna, de la misma forma que a él le hicieron llamó a “A” y “B” y les dio instrucciones para que recogieran los paquetes en diferentes días y les volvió a hacer la recomendación de dejar pasar mínimo seis meses y no sacar el dinero de golpe.
A los cinco días, a Nicanor se le terminaron las vacaciones, volvió al trabajo a la mañana siguiente. Cuando entró en el trabajo, en la puerta le saludaron.
Buenos días, señor comisario,  ¿Otra vez al trabajo?

FIN



jueves, 24 de julio de 2014

PLAM 2 (Completo)

Un antiguo relato, hoy completo, para poderlo leer de un tirón, además, mañana salgo a pasar unos días por el lugar donde se desarrolla este relato.

Aunque soy de mar y no sé si podría estar lejos durante mucho tiempo, unos días si puedo pasarlos contemplando la magestuosidad del Valle de Tena en pleno Pirineo de Huesca.

Y ahora....................................



PLAN 2
Pedro Fuentes
Capítulo  l

Mi nombre es Alfredo y voy a contaros una historia como todas, medio verdad, medio fantasía y donde lo real parece un sueño y los sueños, sueños son como dijo Calderón.
En Altozano del Monte, en pleno Pirineo, entre Huesca y Navarra, se vive muy bien, hay bastante buen ambiente entre los vecinos, cosa muy necesaria porque los inviernos son crudísimos, de hecho por lo menos un mes al año nos quedamos incomunicados por culpa de la nieve y el hielo.
Vivimos de la ganadería, vacas y corderos, tenemos muy buenos prados, en invierno bajamos el ganado al pueblo y cuando llega la primavera, con el deshielo los empezamos a subir a los pastos altos y van subiendo a medida que pasa el frío.
Los inviernos, tan duros y sin el pastoreo, solamente darles de comer y mantenerlos en los establos.
El mayor problema que tenemos es que no hay mujeres, éstas, en cuanto tienen edad, se suelen ir a las ciudades, ya que en el pueblo no hay mucho trabajo para ellas.
En la actualidad hay solamente dos mozas casaderas, una es la hija del tío Paco, dueño del bar de la plaza, precisamente “El tío Paco”. La otra moza es la sobrina de Candela, la dueña del colmado que también está en la plaza. Estas son las dos únicas muchachas casaderas que quedan en el pueblo, luego, más pequeñas hay varias, pero los mozalbetes que vienen detrás, también son muchos más que las niñas.
Los mozos solteros salidos de quintas y de menos de cincuenta años, son 43 contando a Genaro, joven de unos treinta años, pocos saben cuántos y que tiene sus facultades mentales muy disminuidas.
Una noche, viendo la tele en casa del Tío Paco, pusieron un reportaje de hacía no sé cuantos años, de Plan, un pueblecito de Huesca  que había organizado unas “caravanas de mujeres” para atraer a mujeres dispuestas a conocer a mozos del pueblo y quedarse allí si llegaba la ocasión. Dejamos las partidas de dominó y de guiñote y se hizo un silencio sepulcral mientras veíamos la tele. Cuando terminó el reportaje empezamos a comentarlo  y decidimos que se podría intentar con el ayuntamiento. Como yo soy el secretario decidimos que yo lo tantearía con el alcalde.
Al día siguiente, en cuanto vi al alcalde le comenté la noticia y me dijo que también la había oído y que lo podrían comentar el próximo viernes en el pleno que tocaba.
Los mozos del pueblo, cuando se enteraron que el viernes siguiente se incluiría en el pleno municipal, se empezaron a poner nerviosos, alguno ya soñaba con tener un harén en su casa, otros se veían con una despampanante rubia del brazo, entrando a casa del Tío Paco, ya no tomaría el tinto o la cerveza que tenía por costumbre, pediría un dry Martini, agitado, no mezclado.
La hija del tío Paco, Carmela, moza de buen ver, con mucho desparpajo, estaba por las tardes , hasta las 12 de la noche, en verano, detrás de la barra y atendiendo a las mesas si así hacía falta, los hombres que entraban en el bar, tenían mucho cuidado con lo que decían, porque Carmela no se amedrentaba, sabía qué responderles y hasta se diría que le tenían miedo, la consideraban muy arriada para cortejarla y llevarla al altar, no se le conocía ningún acompañante ni pretendiente.
Pepita, la sobrina de Candela, la dueña del colmado, era también buena moza, más modosita y callada que Carmela, pero ambas eran amigas, tenían la misma edad, 24 y cuando podían salían juntas, tampoco Pepita tenía pretendientes en el pueblo, aunque a ésta si se le había conocido un acompañante hacía unos años, era un mozo del pueblo de al lado, 23 kilómetros montaña abajo, pero cuando le tocó ir a hacer el servicio militar se marchó a la capital y ya no volvió, se colocó allí y le escribió que la iría a buscar cuando saliese adelante. Salió adelante pero en compañía de una paisana con la que se supo que también tonteaba.
Después de esa experiencia, no se le volvió a ver con compañía masculina, los hombres del pueblo se comportaban con ellas como la zorra de la fábula “están verdes”, e incluso, algún envidioso y poco hombre se atrevió a decir de ella que él la había visto en el pueblo de al lado, en fiestas cuando festejaba con aquel mozo, en actitud demasiado cariñosa y que al romper él, ella se refugió en la amistad de Carmela.
En el pleno del viernes, se aceptó por mayoría que se organizaría una “caravana de mujeres” al estilo de la de Plan, se haría en un fin de semana, se recibiría la caravana el sábado por la tarde, con una recepción en el ayuntamiento, luego se les asignaría a las invitadas una casa donde dormirían y desayunarían. Estas casas serían siempre de matrimonios mayores que se ofreciesen, irían de dos en dos y si faltaban casas, se le alojaría en casa del Tío Paco que tenía habitaciones para huéspedes. Luego se haría una cena para todo el pueblo, en la plaza y luego habría baile mientras el personal aguantase, a la mañana siguiente, después del desayuno, se reunirían en la plaza, el párroco les hablaría, solamente cuatro palabras, sobre las bondades del matrimonio cristiano y se irían en el o los autobuses que vinieron, a sus lugares de residencia.
Como secretario del ayuntamiento, me tocó informarme de los pasos a seguir, así que me puse en contacto con el secretario de Plan que me remitió a un agente que se encargaba de organizar todo tipo de actos y festejos.
El agente, Don Cesar, no era barato, pero lo organizaba todo hasta el mínimo detalle, organizaría incluso alguna entrevista en radio y televisión a las que irían varios representantes de los mozos, los más presentables; además, unos días un par de días antes, una televisión enviaría a unos un locutor y un cámara para hacer un reportaje que entraría cada día en directo a nivel nacional y luego gravaría la llegada del grupo y entrevistaría a las mozas y mozos en el momento de la despedida.
Fue un mes de preparativos, D. Cesar la verdad es que sabía hacer las cosas, nada más llegar al pueblo, se puso al mando de la operación, primero se reunió con el alcalde y conmigo, traía un guión de toda la operación, supervisó el terreno y eligió los sitios donde se celebrarían los actos, cómo sería el recibimiento, en fin, todo.
Se seleccionaron a las personas que organizarían la cena, D.  Cesar traería un par de conjuntos del que era representante, para la cena y el baile.  
Hizo un casting para elegir a los mozos que irían a la televisión, les organizó hasta la forma de vestir, buscó el mejor ganado para filmar y usarlo en el “anuncio” del evento que saldría en los canales de televisión, eligió un catering para el agasajo de la llegada y la cena, para el bar de la fiesta, fue el Tío Paco, que reforzaría con tres personas más además de su mujer, su hermano y su hija para atender la barra, parte de las consumiciones iban a sufragar los gastos de la fiesta.
El área de Festejos y Juventud, correría con parte del gasto y los mozos que quisiesen participar en el evento, tenían que contribuir.
El Tío Paco habló con Candela, su marido y Pepita la sobrina para ayudarles en el bar, cosa que ya  hacían habitualmente los días de las Fiestas Patronales.
El bar del Tío Paco recibió sillas y mesas nuevas con sombrillas, con la marca de una conocida cerveza, todo ello gracias a D. Cesar a cambio de la publicidad que le harían con las tomas de televisión en la terraza.
A medida que llegaba la fecha de la fiesta, el pueblo cambiaba, se pintaron casas, se arregló la fachada del ayuntamiento, la plaza mayor parecía otra, limpios los porches, ya no calzaban abarcas, se estaban acostumbrando a los zapatos de las fiestas muy importantes.
Las madres que tenían hijos solteros y en edad de merecer, se habían hecho trajes nuevos e incluso sus maridos lucían el traje de los domingos.
En fin, se diría que hasta lavaron y peinaron al ganado y en las calles ya no se veían “boñigas”.
Los mozos en el bar hablaban más alto, todos decían como querían que fuesen las mozas, a Carmela ni se la miraban.
El cura, D. Jonás, desde el primer domingo que se supo lo de la caravana, en la misa de doce todos los sermones iban dedicados a la castidad y al sagrado lazo del matrimonio.

Capítulo II
Por fin llegó la semana de la caravana, era el final del invierno, unas tres semanas antes de subir al ganado a los pastos para pasar la primavera y el verano.
Todo hervía de emoción, habían salido en programas de cotilleo de las televisiones, varias veces se entrevistó al alcalde y a los mozos, tanto en el pueblo como en los platós, D. Cesar sabía lo que hacía, no perdía detalle de nada, todo lo llevaba él, todo pasaba por sus manos. Lo único que no consiguió fue vestir con el traje regional de fiesta a Carmela y a Pepita, éstas se negaron en redondo diciéndole que si los mozos no se habían fijado nunca en ellas, no iban a colaborar ahora en “su fiesta”.
Yo,  trabajaba en colaboración directa con D. Cesar,  era un hombre que no paraba para nada, me preguntaba cómo podía estar gordo, pesaba unos cien kilos y no era excesivamente alto,  comía como un pajarito y mientras iba de un lado para otro. Se le había habilitado un despacho en el ayuntamiento, al lado del mío. Las tres administrativas, el alguacil y yo mismo, no parábamos.
Ya se empezaban a recibir cartas y telegramas pidiendo plaza en los autobuses que saldrían de Madrid y Barcelona desde donde saldrían las candidatas, luego había otro grupo de las que irían en transporte propio, se calculaba que llegarían unas doscientas mujeres de todas las edades, aquello se podría desbordar si no hubiese sido por el buen hacer de D. Cesar y la colaboración de todos los vecinos del pueblo.
Y amaneció el día señalado, era un día caluroso para las fechas en que se estaba, y las predicciones eran muy buenas, sería así durante todo el fin de semana. Por la noche refrescaría pero con la carpa instalada en la plaza mayor, no habría problemas.
Los primeros en llegar fueron los instaladores del sonido y luces de los conjuntos, dos grupos  de mediana calidad pero que sonaban durante el verano, tocaban música de todo tipo y llevaban entre los dos cuatro señoritas que además de cantar lucían su palmito bailando en el escenario.
La banda de música del ayuntamiento tocaría algunos pasacalles de bienvenida y de despedida, pero estaban algo diezmados porque unos cuantos músicos estaban en el grupo de los solteros y no querían vestir el uniforme porque decían que eso le daría ventaja a los que vestían de fiesta.
El director de la banda, sesentón y casado les quiso convencer de lo que le gustaban a las mujeres los hombres con uniforme, pero no convenció a nadie salvo a Genaro, que aunque no toca en la banda ni viste uniforme, siempre ha sido el mayor fan de la banda y la acompaña a todos lados.
Los solteros paseaban por la plaza hablando unos con otros, era por la mañana y todavía andaban vestidos de  trabajo, entraron en el bar, volvían a salir, el Tío Paco les preguntaba qué querían tomar pero decían que nada, si acaso algún cortado y otros, los más pacíficos una tila, hasta que algún entendido les comentaban que la tila les apaciguaría demasiado y a la noche no tendría fuerza para nada.
A la hora del vermut nadie tomó nada, solamente los casados siguieron los rituales habituales, los solteros querían sentirse serenos, que la noche sería muy larga.
A las cinco de la tarde ya habían llegado los músicos y estaban haciendo pruebas de sonido en la carpa, todo estaba a punto, lo que quedaba de la banda ya estaba preparada a rendir honores a las quizás dispuestas sabinas, los mozos, vestidos con sus mejores galas llegaban a la plaza, parecían niños de primera comunión pero con perversas intenciones.
El alcalde ya se estaba poniendo la banda del ayuntamiento y el bastón de mando lo tenía preparado en la mesita del recibidor de su casa, su esposa se repintaba dispuesta a superar la posible competencia venida de allende la montaña. No había en el pueblo ninguna mujer dispuesta a quedar por debajo de las advenedizas. Bueno, si, había dos que decidieron que no se rebajarían a competir con extrañas venidas de no se sabe dónde. Eran Carmela y Pepita.
Ya empezaba a llegar algún coche, las cámaras de televisión, porque al final fueron varias cadenas a las que dirigía D. Cesar como si fuese el Alfred Hitchock.  Iban de un lado para otro filmando, entrevistando.
Varios taxi del pueblo de al lado, 23 Km. Traían a mozas que llegaron en tren.
A las seis y cuarto llegó el autobús de Barcelona, habían quedado que llegarían al pueblo anterior y se esperarían para llegar juntos. Llegó primero el de Barcelona y las chicas de éste convencieron al conducto para llegar antes a Altozano del Monte.
Cuando llegó el de Madrid habían pasado diez minutos, la banda emprendió el segundo pasodoble y bajaron las mozas.
Total de mozas 235, rubias, morenas castañas, de piel caribeña, blancas de piel transparente de los países del este, aquello parecía la O.N.U. pero con mejores intenciones.
Todo fue como la seda, D. Cesar lo había previsto todo, el recibimiento del alcalde desde el balcón municipal, después el discurso breve pero intenso de D. Jonás en el que después de saludar a las llegadas les habló de un sacramento de entrega y sacrificios pero desbordante de alegría por el fruto de los hijos. Luego, D. Cesar se erigió en maestro de ceremonias y dio por comenzado el vino de honor, previamente le habían entregado al alcalde y compañeros en el balcón unas copas de vino y brindaron por el éxito de la fiesta.
A todo esto, mientras tanto, los tres conductores, uno del autobús de Barcelona y dos del de Madrid entraron al bar del Tío Paco en el que no había nadie, solamente Carmela, Pepita y yo. A los conductores los tuve que atender yo, porque la comisión de la caravana había decidido que no querían más hombres que los del pueblo, así que invité a los conductores a cerveza y unas tapas, mientras llegaba la hora de cenar.
Carmela les llevó a la mesa los vasos y las cervezas y Pepita les traía las tapas.
Jorge, uno de los conductores de Madrid les dijo: ¿Y vosotras qué? ¿Sois casadas? ¿No sois del pueblo?
Solteritas y sin compromiso, dijo Carmela.
¿Los hombres de este pueblo son tontos?

Capítulo III

La cena, después del vino de honor, llegó como estaba prevista, en Altozano del Monte hay muy buena carne, tanto de cordero como de ternera, así que después de una opípara cena regada con buenos caldos, empezó el baile.
D. Cesar, que se las sabía todas, contrató a un presentador de renombre al que también representaba, como animador de la fiesta, éste, con una habilidad pasmosa hizo que todo el mundo participara, en concursos de belleza, bailes de la escoba, de farolillos, presentó a los mozos uno por uno y les fue buscando pareja, a los más votados en “míster” les asignó varias parejas e hizo que la noche se alargara y a nadie se le hiciese pesada, todo el mundo se divirtió y muchísimas personas entablaron una amistad de toda la vida. Las cámaras desplazadas para el evento, filmaron todo lo que quisieron, se supone que luego lo darían en pequeños resúmenes.
Ya de madrugada las gentes se fueron a dormir y así estuvieron hasta casi las doce del día siguiente. A la una tenían que reunirse en la plaza. El cura, D. Jonás dijo la misa a las doce, como siempre, pero la concurrencia fue la habitual solamente.
Después de comer, las muchachas fueron a sus habitaciones y prepararon las maletas para a continuación partir, mientras la media banda tocaba “Y viva España”.

EPILOGO

Cuando los autobuses salieron, el Tío Paco llamó a su hija y a Pepita para empezar a recoger.
No aparecieron.
Algunos mozos aprovecharon para poner alguna teja en la casa que empezaron por el tejado.
Otros mozos se hartaron de carne de cordero y vacuno pero nada más.
Genaro conoció, no sabe si bíblicamente o no porque no ha contado nada, a una caribeña de ochenta y cinco quilos de redondeces. Desde entonces a la salida de la misa de doce pide una limosna para irse a Cuba y con el cachondeo lo conseguirá pronto.
Muchas de las mozas volvieron al pueblo y se casaron. Con los hijos que venían con ellas y los que nacerán para la próxima primavera se podrá abrir de nuevo la escuela que será multirrracista.
Carmela y Pepita se metieron de polizón en el autobús de Madrid. Se casaron con Jorge y Alejandro, los conductores y viven allí muy felices. Vuelven al pueblo en vacaciones.
FIN


jueves, 17 de julio de 2014

CITA EN EL RETIRO

Hoy publico (Completo) "CITA EN EL RETIRO" Quizás en ese parque de Madrid, los calores del cálido verano, sean más llevaderos.

Y ahora............

CITA EN EL RETIRO
Pedro Fuentes
Capítulo I
Aquella tarde de domingo se parecía a casi todas las tardes de aquel otoño que ya declinaba, el frío  empezaba a arreciar en el Madrid del año 1967, o cine o guateque, no era tiempo ya para pasear por Rosales, sentarse en algún bar a charlar o salir con alguna chica a recorrer Madrid antes de sentarse en una cafetería y hablar de lo divino y lo humano o del existencialismo próximo al movimiento hippy del que ya se oía hablar a través de las noticias que llegaban sobre la guerra de Vietnam y el rechazo de la juventud a la violencia.
Aquella tarde nos reunimos en casa de Vicente, al final era el sitio ideal, allí celebrábamos la mayoría de los guateques, normalmente cada uno se encargaba de traer a alguna chica, además de las fijas, amigas y amigos de todos, allí nos reuníamos a charlar y bailar, eran los tiempos de Adriano Celentano, Fran Sinatra, Dean Martin, Pino Donaggio, Elvis Presley y tantos y tantos, aunque siempre salía, casi al final de la tarde el “Only you “ de los Platers , aunque ya empezaban a despuntar Los Brincos y otros productos españoles.
No se quien de los nuestros trajo a Matilde y a su hermana, creo que fue uno de los amigos de Vicente que se llamaba Juan Carlos, había otro Juan Carlos, también larguirucho que imitaba a Dean Martin cantando  “Everybody love Somebody”, el que yo digo estaba enamorado de la hermana de Matilde, yo, desde el momento que vi a Matilde dije:
Esta chica me gusta, es una cabecilla loca pero me gusta, o por eso mismo me gusta, tiene estilo.
Era una chiquilla alta, muy alta, delgada, con cara redonda, en la que destacaban unos preciosos ojos verdes casi transparentes, pelo corto muy claro con un tono claro entre rubio y pelirrojo, semi rizado, tez blanca con unas pecas ligeramente remarcadas, en aquellos tiempos estaba de moda pintarse pecas, ella las llevaba naturales. Era una campanilla.
Al poco tiempo de llegar me las apañé para estar bailando con ella.
Siempre he sido la antítesis del “bailongo”, es más, siempre me he caracterizado como un fatal bailarín, pero en aquellos tiempos si no bailabas no ligabas, pero yo, con un par de pasos aprendidos de Juan Carlos, el imitador de Dean Martin, que era un gran bailarín, pasaba las tardes bailando si la muchacha merecía la pena.
Matilde tenía un gran estilo, además de su belleza y su gran figura, vestía con una gran elegancia, luego supe que su madre era una gran modista y a las niñas les hacía verdaderos modelos.
Su hermana, más joven que ella, no era tan atractiva, pero Matilde, cuando llegó aquella primera tarde, con un maxi abrigo entallado, color burdeos, debajo del cual llevaba una mini falda marrón, un jersey fino de cuello de cisne color beige y unas medias calcetín a juego con el jersey hasta media pierna.
Aquel día no la dejé ni a sol ni a sombra, tenía dieciséis años y yo dieciocho. Quedé con ella para irla a recoger al colegio el miércoles por la tarde y a partir de entonces empezamos a salir.
Aficionado a la fotografía y viendo las posibilidades de ella, al domingo siguiente quedé  para ir al Retiro a hacerle fotos, era una maravilla, Matilde parecía nacida delante de una cámara, le hice cientos de fotografías, era mi modelo.
El parque del Retiro se convirtió en el paseo dominical, entonces, con sus dorados otoñales, sus hojas caídas y el sol que pasaba por entre las ramas de los árboles que perdían sus hojas amarillas y rojas, filtrando rayos de sol que llegaban débiles entre las ligeras neblinas al pelo corto y rizado de Matilde y remarcaban más aquella tez clara, casi transparente. Imaginaba yo que con mi cámara atrapaba a Diana Cazadora, con su túnica, su arco y su cervatillo al lado, eran escenas dignas de David Hamilton.
Por aquel entonces yo estaba metido ya en grupos de teatro de aficionados y empezaba a escribir alguna cosa, Matilde era mi musa, además, cuando tenía tiempo venía conmigo a ensayos y a ver teatro, en aquel entonces existía la claque e ir al teatro, para los aficionados era barato, además conocía a todos los jefes de claque de Madrid.
Bohemio como era, además de que en aquellos tiempos era un joven rebelde dispuesto a luchar por cualquier causa perdida, Matilde, que era una cría que empezaba a salir de casa, me seguía en todas las ocasiones, teniéndome como un héroe revolucionario.
Una mañana de invierno, en una de esas citas en El Retiro le confesé a Matilde mi amor, ella sentada en un banco de madera, con el cuello de su abrigo subido por el frío que hacía, yo con mi chaqueta de pana ancha y una bufanda de punto que me daba tres vueltas al cuello y colgaba todavía medio metro por cada lado, le cogí  su mano izquierda, puse mi rodilla derecha en tierra y mirando hacia ella le confesé mi amor:
Matilde, desde la primera vez que te vi, en casa de Vicente, justo cuando llegaste y te quitaste aquel abrigo burdeos maxi largo y entallado, me enamoré de ti, ha pasado medio otoño en este Retiro al que venimos cada domingo y cada vez que te veo a través del visor de mi cámara y luego, cuando revelo las fotos, sé que no puedo vivir sin ti.
Le besé la mano suavemente, ella se puso de pie e hizo levantarme, luego se acercó a mí, me abrazó y me besó en la mejilla primero y luego nuestros labios se rozaron tímidamente.
A diez o quince pasos un guardia forestal de El Retiro se ponía el silbato en la boca por si era menester llamarnos la atención.
En aquel tiempo esos hechos eran motivo de una multa de 5 pesetas.

Capítulo II

Las clases ya habían empezado, yo aquel año había comenzado Filosofía y Letras en la Complutense de Madrid, en la Ciudad Universitaria, ya desde el primer día de clase se empezaba a rumorear que ese año habría muy pocas clases, el ambiente se estaba caldeando, empezábamos a tener noticias de la crisis económica que empezó en Francia a principios del 67, luego ocurrió que las colonias de los grandes estado, recientemente independientes, se negaban en algunos casos a aceptar el “proteccionismo” americano.
En Cuba había triunfado la revolución, Estados Unidos se comprometía de lleno en la guerra de Vietnam, el movimiento hippy empezaba sus campañas de “Haz el amor y no la guerra”.
Pero el disparo de salida de todo lo que se avecinaba fue el encierro de estudiantes en la Universidad de Nanterre en Francia y sobre todo el enfrentamiento verbal entre el ministro de La Juventud y el Deporte François Missoffe y Coh-Bendit luego conocido como “Dani el Rojo” cabecilla y fundador del movimiento revolucionario “22 de Marzo”.
En España, en esas fechas de 1967 se vivía un gran momento económico, los Planes de Desarrollo estaban creando empresas y puestos de trabajo, La postguerra había terminado, el gobierno franquista había depositado mucha confianza en Cataluña y Vascongadas apoyando la creación de industria y por tanto puestos de trabajo cubiertos por españoles de Andalucía, Aragón y Extremadura sobre todo.
En el año 66 se aprobó la nueva Ley de Prensa conocida también como la “Ley de Fraga” y en la que se aparentaba una libertad mayor que la real, en el 67 se desarrolló la Ley de Libertad Religiosa, que no realizó Fraga, pero se le achacó por los más adictos al régimen, no siendo del agrado de Carrero Blanco, Fraga pagó los platos rotos y fue considerado un “liberal”.
Pese a la nombrada ley de prensa muchos periódicos y revistas fueron “secuestrados” en alguna ocasión como el ABC, La Codorniz. El diario Madrid que fue cerrado definitivamente.
Todo ello fue el caldo de cultivo para que el curso 67/68 en España y sobre todo en la universidad fuese un curso muy conflictivo.
Yo estaba a mis anchas en aquel ambiente revolucionario. Entre que Filosofía y Letras y Derecho llevaban la voz cantante de todo el follón en la “Universitaria” y además en el mundillo del teatro que empezaba con el teatro de protesta y luego en la música comenzaba la canción protesta, sobre todo en Barcelona.
Para Matilde, con sus dieciséis años recién cumplidos era todo un dios, era el héroe revolucionario, a cada momento me pedía que le contase qué pasaba en la Universidad.
Luego, cuando salíamos por ahí, le llevaba a los sitios más bohemios y progres de Madrid.
Las cuevas de Sésamo era cita obligada para tomar una copa después del teatro, o en la Cervecería Alemana en la plaza de Santa Ana.
Se maravillaba cuando en alguno de esos sitios nos encontrábamos con algún actor ya conocido y nos saludábamos. Alguna noche aparecíamos por Parnaso, en la calle Viriato, cerca de la glorieta de Iglesias.
 Muchas mañana de domingo le llevaba al Rastro, allí le hacía fotografías reflejando su belleza en aquel ambiente y cada vez que las miraba me recordaban a la actriz francesa Marlene Jobert en la película “El arte de vivir…pero bien” de Yves Robert.
 Yo vivía independiente en Madrid, con unos amigos compartíamos un piso y allí, en mi habitación había instalado mi pequeño estudio fotográfico. Ahora, en aquel pequeño espacio seguía haciendo fotografías a Matilde, le hice un gran book de fotografías.
Por aquel tiempo ya estaba lo bastante liado para estudiar, iba a la Universidad en función de los jaleos que se pudiesen formar, en el teatro hacía alguna cosilla, sin importancia, lo importante era estar en todos los sitios posibles, trabajaba esporádicamente en alguna cosa, pero seguía recibiendo de mi familia a final de mes la transferencia correspondiente, no sé si porque pensaban que seguía estudiando o porque así permanecía alejado de casa.
Gracias a mis fotografías y al book, Matilde empezó a pasar modelos para una casa de costura que la contrató, a partir de entonces nuestros encuentros eran cada vez más lejanos, ella fue conociendo otro mundo y yo empezaba a pasar un poco de ella ya que mi vida iba por otros derroteros y vivía en un mundo de bohemia y revolución.

Capítulo III

El día 15 de Mayo de 2011, domingo, llegué a Madrid desde Alicante, me dediqué a recorrer la ciudad como siempre que llego allí después de un largo tiempo de estar ausente.
Paseando fui hacia Sol para recorrer todo el centro, bajé por Preciados y ya noté algo raro, mucha gente joven que iba hacia Sol con mochilas, alguna pancarta todavía enrollada, en sus voces se notaba nerviosismo, hablaban entre ellos muy alto, mientras otros susurraban, Sol estaba tomada en sus alrededores por coches anti disturbios.
Sin comerlo ni beberlo me encontré con el comienzo de la manifestación del 15M. Hice un cálculo de fechas, habían pasado 44 años y 54 días desde que se formalizó el movimiento “22 de Marzo” en la Universidad de Nanterre en Francia, yo, con 62 años me encontraba en otra revuelta que parecía sería de grandes proporciones, mi mente retrocedió ese periodo de tiempo, me pregunté qué sería de mis viejos camaradas, entre ellos uno que perdí de vista allá por 1970 en la Plaza de España, un domingo a las doce del medio día, él terminaba de salir de la Dirección General de Seguridad por revueltas estudiantiles. Nos despedimos entonces y ya no supe más de él, Salvador.
En plena Plaza del Sol, en el comienzo del jaleo tuve un recuerdo para Matilde y todos los amigos y camaradas perdidos. En un principio me alegré de que la juventud empezase a despertar del letargo del consumismo, pensé “El que no es revolucionario a los 17 no es conservador a los 40” No sé de quien era la frase pero me la apliqué, pensaba ya en mi jubilación, mi vida había sido bastante cómoda en lo laboral y me dije: “Esto no es para mí”. Y me marché por la calle Mayor dirección Postas para ir a la Plaza Mayor.
Fuera de la Plaza de Sol se notaba el ambiente de fiesta del día de S. Isidro, patrón de la Villa. Estuve paseando hasta las tantas, Madrid siempre está lleno de gente por las calles, ahora hacía 5 años que no recorría sus calles y todo parecía igual, aunque en el fondo se notaba la profunda crisis en la que andábamos metidos.
El lunes, cuando me desperté, recordé que había estado no sé si soñando o recordando aquel otoño y primavera de 1967/68, miles de escenas pasaron por mi mente, desayuné en el  hotel y como no tenía otra cosa que hacer hasta la tarde que había quedado con mi amigo Vicente, me fui andando tranquilamente al Retiro, ahora en pleno hervidero de la primavera. Paseé por todos aquellos sitios que tan bien conocía de mi juventud.
Encontré el banco en que me había declarado a Matilde y me senté, abrí el periódico que llevaba debajo de mi brazo y me puse a leer.
No habían pasado ni cinco minutos cuando alguien me preguntó:
 ¿Puedo sentarme?
Si, claro. Le contesté sin levantar la mirada de mi periódico.
Al cabo de unos minutos, mientras pasaba de página, levanté la vista, al lado se había sentado una elegante mujer, mayor ya pero con los rasgos de haber sido una gran belleza.
Disculpe, señora, ¿La conozco de algo?
Eso mismo estaba pensando yo, que le conocía pero no sabía de qué.
Yo, cuando tengo un rato o me quiero relajar de mi trabajo, que está muy cerca vengo y me siento aquí.
Pues cuando vengo a Madrid, suelo pasear por el Retiro y a veces me siento aquí, pero no hemos coincidido nunca.
La mujer sonrió y con picardía me miró y dijo:
En el otoño de 1967 coincidimos muchas veces.
Le miré a los ojos y dije: Claro, tú…. ¡Tú eres Matilde!
¡Y tú Pedro!

FIN




miércoles, 9 de julio de 2014

LOS CARACOLES (Completo)

Hoy publico completo el relato "LOS CARACOLES" Este relato es uno de mis favoritos y de los primeros relatos de Ricardo cuando ya vivía en Madrid y empezábamos a tener esa amistad que ha perdurado a través del tiempo.
A los que ya leisteis la obra en su día, por capítulos, os gustará leerla de un tirón y a los que no lo hicísteis, espero que os guste.
Quiero informaros de que antes de publicar nuevamente una obra, a veces modifico alguna pequeña cosa, pero sin importancia.
Desde aquí quiero dar la bienvenida a un nuevo lector procedente de Aruba, ese pequeño pero bonito pais caribeño.

Y ahora............

LOS CARACOLES
Pedro Fuentes
CAPITULO I
Ricardo terminaba de salir del médico, su semblante era de preocupación, el otoño de Madrid, frío y lluvioso no parecía molestarle, andaba meditabundo, con las manos en los bolsillos del abrigo jaspeado.
Iba caminando por medio del bulevar de Alberto Aguilera rumbo hacia la glorieta de Bilbao, aunque en realidad no le importaba ni iba a ningún sitio determinado, simplemente pensaba y sus pensamientos no se apartaban de la consulta del doctor, no había duda, el diagnóstico era claro, tres úlceras gastrointestinales.
El tratamiento largo y un cambio de vida radical, eso le recordó tres cosas. Una, la primera, sacó un paquete de tabaco, cogió un cigarrillo, se lo puso en la boca y lo encendió, pensando que sería el último.
Dos, no podría beber.
Tres, había quedado con su amigo Vicente en la glorieta de S. Bernardo, menos mal que había cogido el rumbo adecuado, ya estaba casi llegando.
Pasó la calle Vallehermoso y por delante del cine Conde Duque, a donde querían ir a ver “La semilla del diablo”.
Llegó casi con el tiempo justo, por el por el lado superior de S. Bernardo llegaba Vicente con otro viejo conocido, Pedro.
Vicente y Pedro son dos buenos amigos, Vicente, más serio, formal, apasionado de la poesía, parecía un poeta de la generación del 98 enjuto, grandes ojeras, Pedro es más alegre, se diría que demasiado, se toma la vida con descaro, delgado, un bigotillo que no termina de cuajar y apasionado con el teatro, ahora está dando sus primeros pasos en una compañía amateur.
Los dos se conocen del colegio, Ricardo empezó siendo amigo de Vicente entre los tres y cuatro o cinco más hicieron un grupo muy peculiar, no les unía casi nada, salían juntos desde hacía años, se lo pasaban bien, muy jóvenes empezaron a organizar guateques, generalmente el casa de Vicente, que era donde más espacio había y donde la familia “dejaba”.
Con el tiempo se fueron disgregando, unos porque se emparejaron con alguna chica y otros porque siguieron caminos muy diferentes.
Se encontraron y viendo la cara que traía Ricardo, le preguntó Vicente:
 ¿Te ocurre algo?
Eso, porque traes una cara que ya, comentó Pedro.
¿Por qué no vamos a una cafetería y os lo cuento?, dijo Ricardo.
Si no vamos al cine, podemos ir a la glorieta de Bilbao a Yucatán, allí estaremos tranquilos y podremos charlar, dijo Pedro.
Sin más comentarios empezaron a andar hacia el sitio señalado.
Yucatán es una cafetería larga y estrecha, con una barra a la izquierda, luego, al final hay una escalera y arriba un salón con mesas, que son utilizadas en las tardes frías por parejas y estudiantes o grupos pequeños de amigos.
Pedro es bastante asiduo y suele venir con alguna chica o compañeras del grupo de teatro para leer y memorizar alguna obra.
Los tres se sentaron en una mesa y pidieron café Vicente y Pedro, Ricardo  un vaso de leche fría.
Bueno, espetó Vicente, ¿qué te ha dicho el médico?
Tengo tres úlceras gastrointestinales, se acabó fumar, beber y comer todo lo que me gusta, además de un montón de medicinas, un jarabe y unos polvos parecidos al bicarbonato.
 El caso es que hay un medicamento que dicen que es muy bueno, pero solamente se puede comprar en Andorra o en Francia, Roter. 
Sí, dijo Pedro, recuerdo que mi padre lo había tomado, creo que se lo traían de Canarias.
Una cosa, dijo Pedro de nuevo, ¿Recordáis a aquella novia mía, Isabel?
Cómo no, dijo Vicente, haciendo un aspaviento nos ponías 40 veces el disco de Chales Aznavour en cada guateque.
Bueno, pues cuando acabó Magisterio la enviaron a un pueblo por la carretera de Cuenca, Morata de Tajuña, yo estuve allí, unos críos me abollaron el 600 con una piedra porque casi atropello a un cerdo que cruzó la calle, pero un cerdo de cuatro patas, bueno, dos y dos jamones.
Pues me dijo Isabel que se había torcido un tobillo y la llevaron a una especie de bruja sanadora por allí y le hizo unas friegas y salió andando de allí como si nada, aquella tipa curaba todo.
¿Por qué no cogemos el coche y vamos de excursión? Por probar no se pierde nada, está a unos treinta y tantos quilómetros.
¿Tú crees que esa mujer sabrá algo de úlceras? Le dijo Ricardo.
 Ni idea, pero nos vamos a pasar una tarde estupenda riéndonos de los hechizos que te hagan, y lo mismo Vicente escribe algún poema y yo estudio al personaje por si algún día hago “Las brujas de Salem”.

CAPITULO II

Cuatro días después, a media mañana, habían quedado en comer unos bocadillos por el camino, salieron de Argüelles camino de la carreta de Cuenca los tres amigos en un 600 azul de Pedro.
La idea era llegar a Morata y una vez allí preguntar, por lo que Pedro sabía, Isabel ya no estaba allí de maestra, además había perdido su rastro hacía algún tiempo.
El tiempo era incluso caluroso para las fechas en que estaban. Llegaron a Morata y pararon en  un bar en la Plaza Mayor, enfrente del Ayuntamiento.
Mientras tomaban dos cafés y un vaso de leche, preguntaron al que parecía dueño y camarero si sabía de una mujer que tenía fama de sanadora.
Si, contestó el interpelado, pero no es aquí, en Morata, tienen que ir por la calle que sale al lado derecho de la iglesia, en esta plaza y siguen hasta que terminan las casas y empieza una carretera asfaltada, estrecha y con muchos agujeros, cuando lleguen al cartel de fin de Morata, a cosa de medio kilómetro, entre dos chopos, a la derecha, verán un camino de tierra, entran por él y pasada la primera curva, a la derecha, verán una casa que parece abandonada, pero que no lo está, si se fijan suele haber un par de cabras atadas delante y además le saldrán dos perros ladrando, son mansos, pero no bajen del coche, paren a la altura de las cabras y llamen, sin salir del coche, a la Sra. Herminia, ella saldrá y amansará a los perros, entonces podrán salir, ella es la sanadora y algo bruja según dicen.
Se metieron en el coche y siguieron las instrucciones al pie de la letra, a los veinticinco minutos estaban al lado de las cabras y gritando a tres voces por la Sra.  Herminia entre ladridos de los dos perros.
Al fin salió de la casa una mujer muy gruesa, con una bata de andar por casa y mandó callar a los perros, luego les dijo a los tres amigos que bajaran, cosa que hicieron, momento que aprovechó el macho de los dos animales para mear la rueda delantera derecha, mientras que la perra, moviendo el rabo se acercó a Ricardo como si supiese que las próximas comidas serían gracias a él.
¿Qué se les ofrece? Preguntó la Sra.
Pedro, que iba por delante le respondió:
Nos han dicho que Vd. es sanadora y traemos a este amigo, que últimamente sufre de muchos dolores de barriga y no se le pasan con nada, para ver si sabe qué le puede pasar y cuál es el remedio.
Que pase él solo,  voy a tener para una media hora, Vds. dos pueden pasear, tengo para unos tres cuartos de hora, pueden tirar por ese camino y llegarán hasta un riachuelo que les gustará, no se preocupen si los perros les siguen, cuando se cansen volverán solos.
Vicente y Pedro, aficionados a la fotografía cogieron sus respectivas cámaras del coche y se fueron al río.
Pasaron el tiempo sin pensar, incluso descubrieron unas ruinas donde pudieron poner una cámara para hacerse una foto con el automático.
Transcurridos los 55 minutos, regresaron al coche, Ricardo ya había salido de la casa y estaba sentado en una piedra mirando las cabras.
¿Has solucionado algo? Dijo Vicente deseando que su amigo sanara.
Si,  ¡Jo!  Sin decirle nada supo lo de las úlceras, me ha dado unas bolitas blancas, viscosas y que me parecía como si estuviesen vivas y medio litro de agua entre antes y después para tragarlas, le he preguntado cuánto le debía  y me ha dicho que la voluntad, o sea, ¡mil pelas!.
Luego me ha dicho que los próximos tres días tengo que pasarlos a base de ensaladas de lo que yo quiera y toda la que quiera pero sin vinagre y sin sal.
¡Me cago en diez!, eso no hay quien lo pase, dijo Pedro, amigo del buen beber y buen comer, bueno, en fin, que sea por ti, ahora vamos a un bar, pedimos una lechuga y Vicente y yo nos repartimos tu bocadillo con unas cervecitas.

CAPITULO  III

Habían pasado ya dos meses cuando se volvieron a encontrar Pedro y Vicente, este último tenía la lectura de unos poemas suyos en una tertulia y Pedro, invitado, no pudo negarse, a Ricardo no logró encontrarlo. Cuando los dos amigos se encontraron preguntaron por él, ninguno sabía nada, se extrañaron y decidieron ver de localizarlo al día siguiente.
Vicente tenía las llaves del apartamento de Ricardo, ya que era la persona más allegada que tenía.
Ricardo que era muy  reservado, nunca hablaba con nadie de su familia, todos sus amigos, pocos, sabían que había llegado a Madrid para estudiar y  nadie sabía incluso de dónde era, una vez, en plena borrachera les había confesado a los dos amigos una historia rarísima sobre un tiovivo, pero como Vicente y Pedro estaban casi en el mismo estado lamentable que él, tampoco se enteraron mucho de la historia.
Decidieron ir al apartamento, preguntaron a la portera y ésta les dijo que hacía un par de meses que no lo veía.
Subieron ambos al cuarto piso, letra F, seguidos por la portera, que también quería enterarse y abrieron la puerta, lo que allí vieron les heló la sangre, miles y miles de caracoles lo invadían todo, unos paseándose por el suelo y las paredes, otros muertos, caparazones vacío, las plantas, de las que Ricardo era aficionado, comidas hasta los troncos, pero ningún rastro de Ricardo, parecía que se lo hubiese tragado la tierra.
La portera salió corriendo y avisó al presidente de la comunidad. Este, cuando vio lo que allí pasaba, llamó a sanidad y a la policía.
Cuando Pedro y Vicente contaron lo que sabían de hacía dos meses  al comisario, éste mandó un “Z” a buscar a la Sra. Herminia.
Una vez Herminia en la comisaría, contó todo, ella no había hecho nada malo, Ricardo había ido a pedirle consejo, ella, por buena voluntad, y sin cobrarle nada, porque ella aconseja pero no cobra, lo que pasa es que la gente que es muy buena, le da algo, una gallina, un conejo, diez durillos para que se tome algo, pero ella no cobra, vive de la caridad.
Bueno, el tal Ricardo llegó con unos fuertes dolores, ella pronto vio que tenía llagas en el estómago y le dijo lo que su bisabuela le enseñó a su abuela, ésta a su madre y su madre a ella.
 Le mandó una dieta de ensaladas, mucha agua y le dio a tragar enteros, unos cincuenta huevos de caracol repartidos en diez tomas durante media hora, estos huevos, terminan naciendo en su gran mayoría y con sus babas, recorriendo el estómago, tapan las llagas y las curan, luego, después de 15 días, con los ácidos del estómago mueren los caracoles y ya está.
Por lo que dicen, los ácidos no los han matado, puede ser que se pasara de comer lechuga y beber agua, pero yo al chico, desde aquel día no lo he vuelto a ver, otras veces he dado el mismo remedio y esto no ha pasado. Dijo la Sra. Herminia con la fe de quien da una clase magistral de medicina.
El comisario, oído todo dijo:
Guardia, encierre a esta bruja en el calabozo hasta que aparezca el chico y que rece porque aparezca y bien porque como le haya pasado algo la acusamos de asesinato.
Luego empezó las averiguaciones para localizar a la familia de Ricardo, localizó el pueblo del que era y que allí no le quedaba nadie, al parecer sus padres habían muerto, y hacía poco, su hermana y su cuñado fallecieron en un accidente, tenía un tutor que era militar, pero estaba destinado desde hacía poco a Melilla.
Pedro y Vicente se dedicaron a llamar a todos los amigos y conocidos e ir por los lugares que frecuentaba Ricardo, pero todos se dieron cuenta de lo poquito que sabían de él, decía que estudiaba, pero no sabían qué, no trabajaba y sin embargo, no es que le sobrara el dinero pero parecía vivir desahogadamente.
Diez días después los dos amigos se reunieron en una cafetería en la Glorieta de Iglesias para intercambiar información. No habían logrado nada.
Pedro comentó:
Yo no sé qué ha podido pasar, ¿Tú crees que se lo han comido los caracoles?
No puede ser, quedarían los huesos, por lo menos. Sentenció Vicente.
Llevaban media hora elucubrando las muertes más extrañas para Ricardo, cuando Pedro, que estaba sentado frente a la puerta, se quedó con la boca abierta y balbuceó:
¡¡Mira!!.
Vicente miró también y se le cayó la cucharilla del café de las manos.
Por la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, apareció Ricardo.
Sus amigos corrieron hacia él, lo abrazaron y lo acribillaron a preguntas, Ricardo no sabía ni qué ni a quien escuchar. Así que optó por lo más fácil, primero nos sentamos, pido algo y os cuento todo desde el principio dijo.
Vicente, según iban para la mesa le dijo:
¿Sabes que te busca la poli?
Sí, eso ya está arreglado, contestó.
Bueno, primero quiero un whisky y vosotros pedid lo que queráis, pero hay que brindar, que yo invito.
Pidieron tres whiskys y mientras llegaban, Ricardo sacó tabaco y ofreció a sus amigos, Pedro cogió un cigarrillo y Vicente pasó porque estaba en etapa de dejarlo, las etapas de fumo, no fumo, de Vicente eran cortas e intermitentes.
Bueno, coño, habla ya, dijo Pedro.
Ricardo se echó para atrás en la silla, exhaló el humo del cigarrillo pausadamente y empezó.
Una semana después de lo de la bruja, los dolores de estómago me habían desaparecido, pero sobre todo, por la noche notaba como si el estómago hirviese, no podía comer nada, solamente lechuga y agua.
Ya no podía dormir, notaba como mi estómago se desplazaba, además se me empezó a hinchar, por la boca y la nariz me salían unas babas pegajosas y rarísimas, al orinar, el pis es verdoso, y cuando defeco todo son bolitas, al final, cuando vi lo que me ocurría, dio la casualidad que me llamó mi médico y me dijo que había unos laboratorios que estaban probando una tratamiento de choque para las úlceras, que no lo podían sacar al mercado hasta probarlo suficientemente, estaban buscando voluntarios para internarlos en una clínica particular y someterlos al tratamiento intensivo durante dos meses.
El ingreso, si me interesaba era al día siguiente, pero que no se podía decir nada a nadie.
Yo dije que si, arreglé todo rápidamente, os llamé para deciros que iba a estar fuera pero no os localicé.
 Inmediatamente, sabiendo que lo que tenía en el estómago sospechaba que eran caracoles vivos, ya que busque en una enciclopedia y vi que lo que me hizo tragar la bruja, eran huevos de caracol, me di cuenta de que con tanta lechuga y agua, con el calor del estómago habían eclosionado y crecido rápidamente, me fui al cajón de los medicamentos, cogí un frasco de sal de frutas y me tomé medio litro de agua con varias cucharadas, el efecto fue inmediato, empecé a vomitar, cada vez que lo hacía, salían puñados de caracoles, unos muertos, otros los más, vivos y muchas cáscaras vacías.
Pasé una noche de pesadilla, ya de madrugada solamente vomitaba el agua que bebía, aproveché para comer algo que fuera ácido y salado por matar lo que pudiese quedar. A la mañana siguiente, después de limpiar lo que pude, le dejé una nota a la Sra. de la limpieza, que tenía que venir.
No pudo venir porque marchó a su pueblo por enfermedad grave de un familiar, luego pasó lo que visteis vosotros y la policía, yo me pasé los dos meses en la clínica, a base de medicamentos, cuando salí de allí y llegué a casa me enteré de todo, fui a la poli y arreglé el asunto, luego os he buscado por todos los sitio y ahora entré aquí a buscaros y si no ir a tu casa, Vicente, donde nunca te  encuentro y aquí estoy.
Parece que curado, los laboratorios no lo tienen claro, y yo pienso que gracias a los caracoles.

FIN

viernes, 4 de julio de 2014

ADIOS LINDA

Ayer la perrita Linda, que nos acompañó a mi mujer y a mi durante dieciséis años (16) murió, la encontramos cuando aproximadamente tenía seis meses atada a un árbol, en el bosque, a la salida de una autopista, golpeada y envenenada, sobrevivió gracias a los cuidados y a su veterinario, Javier, al que estamos agradecidos.

Fue una perra estupenda, nos acompañó a todos los sitios, estuvo veinticuatro horas al día con nosotros, nos dio ayuda y consuelo en muchos momentos difíciles y sobre todo fue una gran marinera, hizo largas travesías con nosotros, lo que más le gustaba era irse a la proa del barco cuando divisábamos delfines o ballenas piloto. Cuando preparaba las cañas para pescar al curry se volvía loca de contenta, se colocaba entre las cañas y allí estaba hasta que oía deslizarse la línea porque hubiese picada, entonces ladraba como una loca en la caña que picaban, luego, con la pieza en cubierta se acercaba con una pata para delante y otra para atrás, con curiosidad y miedo a la vez.
No podía soportar las motos de agua, le encantaba jugar con el gato Félix, el de nuestra hija.
Fue una perra extraordinaria, la echaremos de menos siempre, sabíamos que no podría vivir mucho más, en septiembre del 2013 nos dijeron que no llegaría a fin de año, ha vivido seis meses de regalo con una calidad de vida aceptable.
Si hay un paraíso para los animales de compañía allí estará
¡LINDA! Descansa en paz, tus compañeros no te olvidaremos.

miércoles, 2 de julio de 2014

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON (Completo)

Hoy publico una nueva historia, El náufrago de San Borondón, ya fue publicada en su día por capítulos, ahora será entera para poderse leer de un tirón.
Creo que no hay ningún palmero y casi ningún canario que no tenga su teoría sobre la isla de San Borondón y que no sueñe con verla, yo de crío también creí verla entre la calima. ¿Realidad? ¿Sueño? Quizás un poco de sueño infantil, pero después de leer y buscar por muchos sitios, escribí este relato.

Y ahora...............

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON
Pedro Fuentes
Capítulo  I

1.915 fue un año de mucho hambre en Canarias, sobre todo en las islas periféricas.
Nuestra historia se desarrolla en La Palma y comienza en Tazacorte.
Tazacorte dos años antes, era una zona estratégica para la producción de plátanos y tomates, la Fyffes Límited  de Irlanda había adquirido terrenos y había llegado al acuerdo con una distribuidora, Hudson que tenía conexiones en Canarias y transportaban los productos de Tazacorte, pero la primera guerra mundial abrió un paréntesis de grandes proporciones en Canarias, produciendo en Tazacorte un lamentable estado de hambre y miseria.
En estas circunstancias se desarrolla nuestra historia.
Norberto, un pescador de Tazacorte, que cada día salía a pescar con la barca de D. Elías, un rico pescadero que poseía tres pequeñas embarcaciones, una de ellas la de Norberto, vendía el pescado que cogían y les daba a los pescadores una pequeña parte para que a duras penas sobreviviesen.
 Aquel día salió rumbo al suroeste, donde le comentaron que se habían visto bonitos, además, en aquel tiempo las corrientes predominantes venían de allí y así, luego, a la tarde, a la hora de volver no se haría tan pesado y cansado el remar.
Eran ya las cuatro y empezaba a volver, el día no se había dado mal, llevaba una docena de bonitos, al poner proa a Tazacorte, ahora que el sol ya empezaba a declinar vio a semi contraluz algo raro a como una milla por el oeste, en principio le pareció un calderón llamado también  ballena piloto, luego, al ver que estaba estático pensó que estaría muerto y decidió acercarse por si se podía aprovechar.
 Puso proa hacia el objeto y ya llevaba media milla cuando se fue dando cuenta de que era algo parecido a una embarcación muy rara, además, por su costado de babor parecía haber una tela o trapo.
Cuando llegó vio que la embarcación era como de cuero impregnado de alquitrán, no había visto nada igual.
Miró dentro y estaba llena de hojas de helechos mayores de lo que vio nunca, algunas frutas estaba medio cubiertas por las hojas, pero éstas de pronto se movieron y no era el viento, vio  aparecer un brazo velludo con una mano grande, fuerte y llena de callos, después del susto, con uno de los remos hurgó dentro, el susto fue grande, pero también para el hombre que medio muerto allí estaba.
El hombre era muy mayor, pero no tanto como aparentaba, llevaba unas grandes barbas y vestía con unas pieles que parecían de cabra y calzaba una especie de mocasines también de cabra, olía a demonios y su cara estaba llena de ampollas del las quemaduras del sol.
Sacó Norberto un pellejo en el que llevaba agua y le dio a beber, el hombre sorbió el agua despacio, como si quisiese que le durase lo más posible.
¿Quién eres? ¿De donde vienes?
Solamente entendió: Borondón, San Borondón. La Cruz del sur.
No entendió qué quería decir, San Borondón era un barrio de Tazacorte y una isla de la que hablaba la gente, “la no encontrada” o algo así.
Norberto decidió, por prudencia y miedo tirar un cabo y remolcar la especie de chinchorro con el hombre dentro rumbo a Tazacorte. Así, al remar mirando a popa, siempre lo vería si se movía y podría cortar el cabo si notaba algo sospechoso.

Capítulo II

Cuando llegaron a Tazacorte un grupo de personas le estaban esperando, primero porque era mucho más tarde de lo habitual, y segundo porque alguien había observado que llevaba algo remolcado y los curiosos, que no sabían qué podía ser se acercaron a la playa donde varaban las embarcaciones.
Antes de llegar, antes de nada, Norberto se puso de pie y gritó: ¡Avisen a doña Concepción! ¡Traigo un náufrago medio muerto! Esta Sra. era medio enfermera, ayudaba en los partos y si había alguna urgencia, lo atendía mientras llegaba el médico, Don Benigno que vivía y trabajaba en los Llanos y no bajaba si no era algo grave.
Cuando vararon, lo primero que hizo Norberto fue darle dos cajas con los bonitos pescados a sus dos hijos mayores para que se los llevasen a D. Elías, que estaría preocupado por si le pasaba algo a su embarcación.
Doña Concepción llegó rápidamente, hizo que bajaran  al náufrago y lo pusiesen en el suelo, encima de unas mantas que a tal fin había colocado, luego lo tapó con otra y le dio agua a beber mientras le decía:
Bebe a sorbitos, despacito, despacito, primero mójate la boca y los labios antes de tragar. ¿Te duele algo?
Le tomó el pulso y lo encontró débil, pero estable, le fue poniendo un paño húmedo por la cara y el hombre empezó a abrir los ojos.
¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes?, ¿Dónde me han encontrado?
Tranquilo, te ha encontrado Norberto, un pescador de aquí, estabas a la deriva en este extraño bote. ¿De donde vienes?
No lo sé, yo vivía solo en la isla, me dejaron allí hace mucho tiempo, había un barco, La Cruz del Sur, una goleta, pero hace mucho tiempo, se marcharon y me dejaron solo, a medida que contaba esto, empezó a llorar y a temblar.
¿Tienes frío?
No, tengo miedo, no me dejen, no me dejen solo otra vez.
Al momento llegó el doctor, Don Benigno se acercó y con la mirada inquirió a Doña Concepción, ésta miró al doctor y le dijo:
No sé, doctor, se lo ha encontrado Norberto en alta mar, estaba medio muerto en este chinchorro tan raro, lo recogió y lo ha traído remolcado, dice que estaba en una isla, donde lo habían dejado, ha nombrado una goleta, La Cruz del Sur.
No puede ser, dijo el doctor, La Cruz del Sur fue una goleta fletada por Mr Edward Harvey hace medio siglo por lo menos para ir a la isla de San Borondón, El barco regresó a Tenerife. El capitán creo que se llamaba Mendes y era medio portugués, de Madeira, Contó que había dejado a Mr Harvey y a su ayudante y traductor Simón a bordo de un vapor con el que se cruzaron y que se dirigía a Funchal, luego, después de arreglar el barco, que tuvo problemas con un temporal, cuando llegaron a Cádiz marchó para Inglaterra con un cargamento de fruta y desapareció en la travesía, hubo un tremendo temporal y al parecer naufragó, había varios palmeros en la tripulación, todos murieron, pero uno, el cocinero, un agricultor también palmero, de Santa Cruz se quedó perdido en San Borondón. En la estancia allí se adentró en la isla y ya nadie lo vio más.
Al  ver D. Benigno que el náufrago mejoraba lentamente, decidió que lo subieran a su coche y se lo llevó a Los Llanos, al pequeño hospital que allí había e internarlo por lo menos hasta que se recuperase del aturdimiento  y a la vez poder hablar con él puesto que por lo que decía, había estado en S. Borondón.

Capítulo III

Durante el camino por la carretera serpenteante pero bien arreglada, gracias a los buenos años de la exportación de plátanos y tomates, que une a Tazacorte con Los Llanos, El anciano, no dejaba de balbucear palabras de las que solamente se entendía Borondón y Cruz del Sur.
Pronto llegaron al pequeño hospital que estaba atendido por monjas y recién terminado de construir. 
Bajaron al náufrago y lo alojaron en una habitación pequeña e individual, ya que el doctor quería que no se le molestase para nada hasta que recobrase perfectamente la conciencia.
Pidió que lo lavaran y limpiasen las llagas de las quemaduras del sol. Después le dieron una cena suave y lo dejaron dormir hasta la mañana siguiente.
Al día siguiente, cuando despertó, ya entrada la mañana le avisaron que el hombre había despertado.
El doctor llegó a la habitación y acercó una silla a la cama, el anciano quería levantarse, pero el médico le tranquilizó y le explicó que tendría que se r poco a poco para no marearse y le pidió que le respondiese a algunas preguntas, si las sabía.
¿Sabes como te llamas? Le preguntó.
Todos en los barcos me llaman “Chino cocinero”
¿De dónde eres?
No lo sé, vivía en una isla, creo que se llamaba Terfe o algo así.
¿Tenerife?
Si, creo que sí, era cocinero, un día perdí a mi familia, mi padre y mi madre, murieron de una extraña enfermedad, al quedarme solo, me enrolé en una barco de grumete, allí un marinero se metió conmigo, lo empujé cuando íbamos de Cádiz a Tenerife y cayó al mar, desapareció, el capitán me iba a entregar a las autoridades, llegando ya al puerto me tiré por la borda y llegué nadando, me escondí unos días y cuando vi el Cruz del Sur pedí enrolarme, al saber que era cocinero, el  capitán, el señor   Mendes, un portugués amable me dijo que sí.
No sabía hacia donde zarpábamos, luego supe que el barco lo había fletado un inglés que quería estudiar las plantas, el primer destino era La Palma para coger provisiones y agua. Después salimos rumbo a lo desconocido, cuando supe que íbamos a buscar una isla que nadie había visto y que los marineros creían que era maldita, me arrepentí, hubiese sido mejor la cárcel, pero ya no había remedio.
¿Estas cansado? ¿Quieres que descansemos?
No, ahora parece que me acuerdo de cosas.
Nos sorprendió una gran tormenta, pensamos que moriríamos todos, pero cuando  peor estaba la cosa alguien frito: ¡¡¡Tierra a babor!!! El capitán mandó virar y nos dirigimos a una bahía donde quedamos protegidos, el barco tenía grandes desperfectos y aquel lugar desconocido nos venía bien.
Pasamos la noche allí, llovía torrencialmente, la mar había  bajado, además, en aquella rada quedamos protegidos  del mar y del viento que nos azotaba por estribor. Las cámaras, sobre todo la del científico y la del capitán estaban medio inundadas.
A la mañana siguiente el temporal había amainado pero seguía lloviendo, eran unas gotas finas pero persistentes.
Mr. Harvey pidió permiso al capitán para bajar a tierra, preparamos un chinchorro y bajamos  cuatro hombres, un marinero de La Palma, el Sr. Inglés, Simón, su ayudante y traductor y yo, recibimos del capitán la orden de no alejarnos de la costa y estar siempre a vista de los que quedaban en el barco, el capitán y dos marineros más que estaban evaluando los daños del barco.  Nosotros íbamos armados con un fusil y dos pistolas, yo no llevaba armas.
Mr. Harvey tomaba notas de todo lo que veía, a mí, en mi ignorancia, la vegetación me recordaba a la de Cabo Verde y Canarias, dos sitios que conocía, los helechos eran mucho más grandes y los árboles más gruesos y altos, pero eran diferentes a los que yo conocía. La tierra era como la de Canarias, negra y las rocas eran de volcán. Vimos cuevas y algunos animales raros y unas cabras, pero no tenían cuernos, nos extrañó que no  asustarse de nosotros, por lo que D. Simón, que hablaba español nos dijo que el científico afirmaba que era porque no conocían humanos, por lo que nos quedamos tranquilos de que no hubiese salvajes.
Yo me dediqué a recolectar unos frutos que no conocía pero que vi que las cabras los comían, eran dulces si estaban maduros y muy amargos verdes, parecía guayabas, también encontré un fruto verde, como si fuese una mano medio cerrada y con unos pinchos blandos, crecía en una especie de enredadera, corté uno por la mitad y parecía como patatas o boniatos pero más blandos, a una de las cabras, que parecía más amigable y que me seguía le di a comer y lo hizo, con lo cual cogí como unas veinte.
Cuando llegamos al barco el inglés estaba alteradísimo, le preguntó al capitán si sabía dónde estábamos, le contestó que no, que con la tormenta había perdido en control del rumbo y las marcaciones, por lo que habría que esperar a que aclarase y a la vuelta para saberlo.
Mientras arreglábamos el barco, del que se había roto el mástil entre otras cosas, montamos en tierra unas tiendas de campaña y allí se quedaron los ingleses y dos de nosotros que nos turnábamos con el arreglo del barco y acompañar las incursiones que hacían el científico y D. Simón. Yo aprovechaba el tiempo libre para recolectar frutos y “patatas de aire” que resultaron muy apetitosas para acompañar las comidas y hacer puré, además logré ordeñar algunas cabras que cada vez eran más confiadas y también pescar. Un día matamos una especie de lagartos pero bastante grandes y la carne resultó apetitosa.
Un día que estaba solo me fui a buscar alimentos un poco más lejos de lo habitual, por unos acantilados, resbalé y caí, tuve la gran suerte de ir a parar encima de unos matorrales, pero perdí el conocimiento. Cuando desperté no se cuanto tiempo había pasado, le levanté, no parecía tener nada roto salvo un chichón en la frente. Fui hacia la rada, el barco no estaba, me pareció verlo desaparecer por el horizonte a  contraluz del sol que aparecía, por lo que deduje que debí pasar allí por lo menos un día y una noche.
¿Sabes dónde estabas? Preguntó el doctor.
No, ellos nombraban a San Borondón, pero no lo sabían de cierto, lo que sí sé es que por allí no pasaban barcos, en todo el tiempo que allí estuve, nunca vi ninguno.
¿Qué hiciste?
Pasé varios días llorando y aterrorizado, luego pensé que peor era si me hubiese matado, así que me puse a arreglarme la vida, comida no me faltaba, dónde guarecerme del mal tiempo tampoco, no parecía hacer frío allí, sabía que era una isla porque la bordeamos toda, había mucho agua dulce. En un gran árbol al lado de donde elegí para hacerme una choza, pelé una gran superficie de corteza y empecé a marcar una raya por cada día que llevaba allí.
¿Te apetece que paseemos un rato? Dijo el doctor.
Salieron al jardín y pasearon un rato, hasta que los avisaron para comer.
El hombre parecía recuperarse por momentos, mientras comían miraba al doctor y le contaba cosas de las que le ocurrieron en la isla, no se acordaba bien de donde era. Recordaba que sus primeros años de vida los había vivido en La Palma, allí pasó su infancia, una infancia humilde, con mucha hambre y sin cariño, recordaba que su padre le pegaba, así que un día se había metido en un barco, se escondió y cuando zarpó y ya no se veía la isla se presentó delante del primer marinero que vio y le dijo que le llevara al capitán que quería trabajar de grumete, tenía entonces nos dieciséis años, el capitán aceptó y nombró al cocinero, que era chino mi protector y maestro, de ahí me vino el nombre de Chino Cocinero, ya sabe, en los barcos el cocinero, que suele ser chino además tiene que hacer cualquier tipo de faena.
Aprendí a cocinar y ya, al siguiente barco que me enrolé, fui de cocinero, fui a Cuba varias veces y cuando tuve el problema con el marinero al que tiré al agua, me enrolé en el Cruz del Sur con el señor Edward Harvey. Yo no quise hacerle mal a aquel hombre, me quiso atacar, me aparté y lo empujé, tropezó con unos cabos y salió por la borda, no sabía nadar y se ahogó, como nadie lo vio me quisieron culpar, por eso huí del barco.

Capítulo IV

 El doctor benigno, le dijo al náufrago que le llamaría Diego a partir de entonces, se lo llevó a su casa y lo puso a su servicio, según lo hablado con Diego, D. Benigno llegó a la conclusión de que tendría unos setenta y dos años, una vez cortado el pelo y las barbas, y curadas las llagas del sol, parecía otra persona, además, estaba delgado y musculoso, por lo que parecía más joven.
Cada tarde, cuando el doctor dejaba de trabajar se reunía con Diego y éste le explicaba cómo era su vida en San Borondón.
El doctor, que siempre dijo que San Borondón era un espejismo, empezó a creer en el mito, incluso empezó a tomar notas y publicó algunos relatos basados en las vivencias de Diego.
Una tarde, D. Benigno le preguntó: ¿Cómo hiciste la canoa en la que viniste y que tenemos guardada en el cobertizo?
No la hice, la encontré en una cueva, al lado de la que caí, era más grande y accesible, estaba tapada con hojas de unos helechos gigantes que había en la isla, el cuero de que está hecha, no es de cabra, es de vaca y por allí no hay, además, está forrada con brea, que tampoco hay por allí. Al lado de donde estaba había como un altar con una cruz en medio, parecía un altar y había unas  inscripciones en un idioma que yo no conocía. Las maderas parecían tener cientos de años, pero allí, en esa cueva parecía que todo se conservaba bien, incluso encontré unos frutos que me hicieron sospechar que había alguien más en la isla y que me hizo estar un tiempo escondido vigilando la cueva.
Don Benigno se fue a la biblioteca y rebuscó por todos lados hasta encontrar un libro con grabados de la leyenda de San Brandán, luego encontró unas escrituras y signos celtas, se lo enseñó todo a Diego y éste reconoció parte como los grabados del altar, eran celtas y latín.
El doctor ya no tuvo dudas, alguien había estado en la isla mucho antes y todo hacía parecer que la leyenda de San Brandán que daba nombre a la isla, por lo menos era auténtica.
Otro día, le preguntó si había explorado mas cuevas y Diego le contó:
Al costado de donde estaba el altar, había una cueva cuya entrada era muy estrecha, Diego, notando que por allí entraba mucho aire y que se veía luz, ayudado por palos y piedras, ensanchó la entrada, una vez pasada ésta, se fue agrandando y llegó a una gran nave, en el fondo había un pequeño lago, era agua salada, Diego se tiró a nadar en él y vio unas piedra blancas, no pudo coger ninguna porque parecían sujetas al fondo, por la marca en las orillas del lago, se dio cuenta de que allí dentro también había fuertes mareas, por lo cual concluyó que estaba comunicado con el mar abierto.
No tuvo más que esperar a que bajase la marea, cuando ocurrió vio las piedra al completo, eran blancas y brillantes, muy pulidas, la mayoría eran columnas, había a cientos, eran como una iglesia pero rodeadas de gradas, también de aquel material blanco brillante.
Don Benigno buscó otros libros y le enseñó a Diego un grabado de la Grecia clásica.
El doctor dio un  respingo de alegría, había descubierto la existencia de la Atlántida.

FIN