Y ahora............
CITA EN EL RETIRO
Pedro Fuentes
Capítulo I
Aquella tarde de domingo se parecía a casi todas las tardes
de aquel otoño que ya declinaba, el frío
empezaba a arreciar en el Madrid del año 1967, o cine o guateque, no era
tiempo ya para pasear por Rosales, sentarse en algún bar a charlar o salir con
alguna chica a recorrer Madrid antes de sentarse en una cafetería y hablar de
lo divino y lo humano o del existencialismo próximo al movimiento hippy del que
ya se oía hablar a través de las noticias que llegaban sobre la guerra de
Vietnam y el rechazo de la juventud a la violencia.
Aquella tarde nos reunimos en casa de Vicente, al final era
el sitio ideal, allí celebrábamos la mayoría de los guateques, normalmente cada
uno se encargaba de traer a alguna chica, además de las fijas, amigas y amigos
de todos, allí nos reuníamos a charlar y bailar, eran los tiempos de Adriano
Celentano, Fran Sinatra, Dean Martin, Pino Donaggio, Elvis Presley y tantos y
tantos, aunque siempre salía, casi al final de la tarde el “Only you “ de los
Platers , aunque ya empezaban a despuntar Los Brincos y otros productos
españoles.
No se quien de los nuestros trajo a Matilde y a su hermana,
creo que fue uno de los amigos de Vicente que se llamaba Juan Carlos, había
otro Juan Carlos, también larguirucho que imitaba a Dean Martin cantando “Everybody love Somebody”, el que yo digo
estaba enamorado de la hermana de Matilde, yo, desde el momento que vi a Matilde
dije:
Esta chica me gusta, es una cabecilla loca pero me gusta, o
por eso mismo me gusta, tiene estilo.
Era una chiquilla alta, muy alta, delgada, con cara redonda,
en la que destacaban unos preciosos ojos verdes casi transparentes, pelo corto
muy claro con un tono claro entre rubio y pelirrojo, semi rizado, tez blanca
con unas pecas ligeramente remarcadas, en aquellos tiempos estaba de moda
pintarse pecas, ella las llevaba naturales. Era una campanilla.
Al poco tiempo de llegar me las apañé para estar bailando
con ella.
Siempre he sido la antítesis del “bailongo”, es más, siempre
me he caracterizado como un fatal bailarín, pero en aquellos tiempos si no
bailabas no ligabas, pero yo, con un par de pasos aprendidos de Juan Carlos, el
imitador de Dean Martin, que era un gran bailarín, pasaba las tardes bailando
si la muchacha merecía la pena.
Matilde tenía un gran estilo, además de su belleza y su gran
figura, vestía con una gran elegancia, luego supe que su madre era una gran
modista y a las niñas les hacía verdaderos modelos.
Su hermana, más joven que ella, no era tan atractiva, pero Matilde,
cuando llegó aquella primera tarde, con un maxi abrigo entallado, color
burdeos, debajo del cual llevaba una mini falda marrón, un jersey fino de
cuello de cisne color beige y unas medias calcetín a juego con el jersey hasta
media pierna.
Aquel día no la dejé ni a sol ni a sombra, tenía dieciséis
años y yo dieciocho. Quedé con ella para irla a recoger al colegio el miércoles
por la tarde y a partir de entonces empezamos a salir.
Aficionado a la fotografía y viendo las posibilidades de
ella, al domingo siguiente quedé para ir
al Retiro a hacerle fotos, era una maravilla, Matilde parecía nacida delante de
una cámara, le hice cientos de fotografías, era mi modelo.
El parque del Retiro se convirtió en el paseo dominical,
entonces, con sus dorados otoñales, sus hojas caídas y el sol que pasaba por
entre las ramas de los árboles que perdían sus hojas amarillas y rojas,
filtrando rayos de sol que llegaban débiles entre las ligeras neblinas al pelo
corto y rizado de Matilde y remarcaban más aquella tez clara, casi
transparente. Imaginaba yo que con mi cámara atrapaba a Diana Cazadora, con su
túnica, su arco y su cervatillo al lado, eran escenas dignas de David Hamilton.
Por aquel entonces yo estaba metido ya en grupos de teatro
de aficionados y empezaba a escribir alguna cosa, Matilde era mi musa, además,
cuando tenía tiempo venía conmigo a ensayos y a ver teatro, en aquel entonces
existía la claque e ir al teatro, para los aficionados era barato, además
conocía a todos los jefes de claque de Madrid.
Bohemio como era, además de que en aquellos tiempos era un
joven rebelde dispuesto a luchar por cualquier causa perdida, Matilde, que era
una cría que empezaba a salir de casa, me seguía en todas las ocasiones,
teniéndome como un héroe revolucionario.
Una mañana de invierno, en una de esas citas en El Retiro le
confesé a Matilde mi amor, ella sentada en un banco de madera, con el cuello de
su abrigo subido por el frío que hacía, yo con mi chaqueta de pana ancha y una
bufanda de punto que me daba tres vueltas al cuello y colgaba todavía medio
metro por cada lado, le cogí su mano
izquierda, puse mi rodilla derecha en tierra y mirando hacia ella le confesé mi
amor:
Matilde, desde la primera vez que te vi, en casa de Vicente,
justo cuando llegaste y te quitaste aquel abrigo burdeos maxi largo y
entallado, me enamoré de ti, ha pasado medio otoño en este Retiro al que
venimos cada domingo y cada vez que te veo a través del visor de mi cámara y
luego, cuando revelo las fotos, sé que no puedo vivir sin ti.
Le besé la mano suavemente, ella se puso de pie e hizo
levantarme, luego se acercó a mí, me abrazó y me besó en la mejilla primero y
luego nuestros labios se rozaron tímidamente.
A diez o quince pasos un guardia forestal de El Retiro se
ponía el silbato en la boca por si era menester llamarnos la atención.
En aquel tiempo esos hechos eran motivo de una multa de 5
pesetas.
Capítulo II
Las clases ya habían empezado, yo aquel año había comenzado
Filosofía y Letras en la Complutense de Madrid, en la Ciudad Universitaria, ya
desde el primer día de clase se empezaba a rumorear que ese año habría muy
pocas clases, el ambiente se estaba caldeando, empezábamos a tener noticias de
la crisis económica que empezó en Francia a principios del 67, luego ocurrió
que las colonias de los grandes estado, recientemente independientes, se
negaban en algunos casos a aceptar el “proteccionismo” americano.
En Cuba había triunfado la revolución, Estados Unidos se
comprometía de lleno en la guerra de Vietnam, el movimiento hippy empezaba sus
campañas de “Haz el amor y no la guerra”.
Pero el disparo de salida de todo lo que se avecinaba fue el
encierro de estudiantes en la Universidad de Nanterre en Francia y sobre todo el enfrentamiento verbal entre el ministro de La
Juventud y el Deporte François Missoffe y Coh-Bendit luego conocido como “Dani
el Rojo” cabecilla y fundador del movimiento revolucionario “22 de Marzo”.
En España,
en esas fechas de 1967 se vivía un gran momento económico, los Planes de
Desarrollo estaban creando empresas y puestos de trabajo, La postguerra había
terminado, el gobierno franquista había depositado mucha confianza en Cataluña
y Vascongadas apoyando la creación de industria y por tanto puestos de trabajo
cubiertos por españoles de Andalucía, Aragón y Extremadura sobre todo.
En el año
66 se aprobó la nueva Ley de Prensa conocida también como la “Ley de Fraga” y
en la que se aparentaba una libertad mayor que la real, en el 67 se desarrolló
la Ley de Libertad Religiosa, que no realizó Fraga, pero se le achacó por los
más adictos al régimen, no siendo del agrado de Carrero Blanco, Fraga pagó los
platos rotos y fue considerado un “liberal”.
Pese a la
nombrada ley de prensa muchos periódicos y revistas fueron “secuestrados” en
alguna ocasión como el ABC, La Codorniz. El diario Madrid que fue cerrado
definitivamente.
Todo ello
fue el caldo de cultivo para que el curso 67/68 en España y sobre todo en la
universidad fuese un curso muy conflictivo.
Yo estaba
a mis anchas en aquel ambiente revolucionario. Entre que Filosofía y Letras y
Derecho llevaban la voz cantante de todo el follón en la “Universitaria” y
además en el mundillo del teatro que empezaba con el teatro de protesta y luego
en la música comenzaba la canción protesta, sobre todo en Barcelona.
Para
Matilde, con sus dieciséis años recién cumplidos era todo un dios, era el héroe
revolucionario, a cada momento me pedía que le contase qué pasaba en la
Universidad.
Luego,
cuando salíamos por ahí, le llevaba a los sitios más bohemios y progres de
Madrid.
Las cuevas
de Sésamo era cita obligada para tomar una copa después del teatro, o en la Cervecería
Alemana en la plaza de Santa Ana.
Se
maravillaba cuando en alguno de esos sitios nos encontrábamos con algún actor
ya conocido y nos saludábamos. Alguna noche aparecíamos por Parnaso, en la
calle Viriato, cerca de la glorieta de Iglesias.
Muchas mañana de domingo le llevaba al Rastro,
allí le hacía fotografías reflejando su belleza en aquel ambiente y cada vez
que las miraba me recordaban a la actriz francesa Marlene Jobert en la película
“El arte de vivir…pero bien” de Yves Robert.
Yo vivía
independiente en Madrid, con unos amigos compartíamos un piso y allí, en mi
habitación había instalado mi pequeño estudio fotográfico. Ahora, en aquel
pequeño espacio seguía haciendo fotografías a Matilde, le hice un gran book de
fotografías.
Por aquel tiempo ya estaba lo bastante liado para
estudiar, iba a la Universidad en función de los jaleos que se pudiesen formar,
en el teatro hacía alguna cosilla, sin importancia, lo importante era estar en
todos los sitios posibles, trabajaba esporádicamente en alguna cosa, pero
seguía recibiendo de mi familia a final de mes la transferencia
correspondiente, no sé si porque pensaban que seguía estudiando o porque así
permanecía alejado de casa.
Gracias a mis fotografías y al book, Matilde empezó a
pasar modelos para una casa de costura que la contrató, a partir de entonces
nuestros encuentros eran cada vez más lejanos, ella fue conociendo otro mundo y
yo empezaba a pasar un poco de ella ya que mi vida iba por otros derroteros y
vivía en un mundo de bohemia y revolución.
Capítulo III
El día 15 de Mayo de 2011, domingo, llegué a Madrid desde
Alicante, me dediqué a recorrer la ciudad como siempre que llego allí después
de un largo tiempo de estar ausente.
Paseando fui hacia Sol para recorrer todo el centro, bajé
por Preciados y ya noté algo raro, mucha gente joven que iba hacia Sol con
mochilas, alguna pancarta todavía enrollada, en sus voces se notaba
nerviosismo, hablaban entre ellos muy alto, mientras otros susurraban, Sol
estaba tomada en sus alrededores por coches anti disturbios.
Sin comerlo ni beberlo me encontré con el comienzo de la
manifestación del 15M. Hice un cálculo de fechas, habían pasado 44 años y 54
días desde que se formalizó el movimiento “22 de Marzo” en la Universidad de
Nanterre en Francia, yo, con 62 años me encontraba en otra revuelta que parecía
sería de grandes proporciones, mi mente retrocedió ese periodo de tiempo, me
pregunté qué sería de mis viejos camaradas, entre ellos uno que perdí de vista
allá por 1970 en la Plaza de España, un domingo a las doce del medio día, él
terminaba de salir de la Dirección General de Seguridad por revueltas
estudiantiles. Nos despedimos entonces y ya no supe más de él, Salvador.
En plena Plaza del Sol, en el comienzo del jaleo tuve un
recuerdo para Matilde y todos los amigos y camaradas perdidos. En un principio
me alegré de que la juventud empezase a despertar del letargo del consumismo,
pensé “El que no es revolucionario a los 17 no es conservador a los 40” No sé
de quien era la frase pero me la apliqué, pensaba ya en mi jubilación, mi vida
había sido bastante cómoda en lo laboral y me dije: “Esto no es para mí”. Y me
marché por la calle Mayor dirección Postas para ir a la Plaza Mayor.
Fuera de la Plaza de Sol se notaba el ambiente de fiesta
del día de S. Isidro, patrón de la Villa. Estuve paseando hasta las tantas,
Madrid siempre está lleno de gente por las calles, ahora hacía 5 años que no
recorría sus calles y todo parecía igual, aunque en el fondo se notaba la
profunda crisis en la que andábamos metidos.
El lunes, cuando me desperté, recordé que había estado no
sé si soñando o recordando aquel otoño y primavera de 1967/68, miles de escenas
pasaron por mi mente, desayuné en el
hotel y como no tenía otra cosa que hacer hasta la tarde que había
quedado con mi amigo Vicente, me fui andando tranquilamente al Retiro, ahora en
pleno hervidero de la primavera. Paseé por todos aquellos sitios que tan bien
conocía de mi juventud.
Encontré el banco en que me había declarado a Matilde y
me senté, abrí el periódico que llevaba debajo de mi brazo y me puse a leer.
No habían pasado ni cinco minutos cuando alguien me
preguntó:
¿Puedo sentarme?
Si, claro. Le contesté sin levantar la mirada de mi
periódico.
Al cabo de unos minutos, mientras pasaba de página,
levanté la vista, al lado se había sentado una elegante mujer, mayor ya pero
con los rasgos de haber sido una gran belleza.
Disculpe, señora, ¿La conozco de algo?
Eso mismo estaba pensando yo, que le conocía pero no
sabía de qué.
Yo, cuando tengo un rato o me quiero relajar de mi
trabajo, que está muy cerca vengo y me siento aquí.
Pues cuando vengo a Madrid, suelo pasear por el Retiro y
a veces me siento aquí, pero no hemos coincidido nunca.
La mujer sonrió y con picardía me miró y dijo:
En el otoño de 1967 coincidimos muchas veces.
Le miré a los ojos y dije: Claro, tú…. ¡Tú eres Matilde!
¡Y tú Pedro!
FIN
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