Aunque soy de mar y no sé si podría estar lejos durante mucho tiempo, unos días si puedo pasarlos contemplando la magestuosidad del Valle de Tena en pleno Pirineo de Huesca.
Y ahora....................................
PLAN 2
Pedro Fuentes
Capítulo l
Mi nombre es
Alfredo y voy a contaros una historia como todas, medio verdad, medio fantasía
y donde lo real parece un sueño y los sueños, sueños son como dijo Calderón.
En Altozano
del Monte, en pleno Pirineo, entre Huesca y Navarra, se vive muy bien, hay
bastante buen ambiente entre los vecinos, cosa muy necesaria porque los
inviernos son crudísimos, de hecho por lo menos un mes al año nos quedamos
incomunicados por culpa de la nieve y el hielo.
Vivimos de
la ganadería, vacas y corderos, tenemos muy buenos prados, en invierno bajamos
el ganado al pueblo y cuando llega la primavera, con el deshielo los empezamos
a subir a los pastos altos y van subiendo a medida que pasa el frío.
Los
inviernos, tan duros y sin el pastoreo, solamente darles de comer y mantenerlos
en los establos.
El mayor
problema que tenemos es que no hay mujeres, éstas, en cuanto tienen edad, se
suelen ir a las ciudades, ya que en el pueblo no hay mucho trabajo para ellas.
En la
actualidad hay solamente dos mozas casaderas, una es la hija del tío Paco,
dueño del bar de la plaza, precisamente “El tío Paco”. La otra moza es la
sobrina de Candela, la dueña del colmado que también está en la plaza. Estas
son las dos únicas muchachas casaderas que quedan en el pueblo, luego, más
pequeñas hay varias, pero los mozalbetes que vienen detrás, también son muchos
más que las niñas.
Los mozos
solteros salidos de quintas y de menos de cincuenta años, son 43 contando a Genaro,
joven de unos treinta años, pocos saben cuántos y que tiene sus facultades
mentales muy disminuidas.
Una noche,
viendo la tele en casa del Tío Paco, pusieron un reportaje de hacía no sé
cuantos años, de Plan, un pueblecito de Huesca
que había organizado unas “caravanas de mujeres” para atraer a mujeres
dispuestas a conocer a mozos del pueblo y quedarse allí si llegaba la ocasión.
Dejamos las partidas de dominó y de guiñote y se hizo un silencio sepulcral
mientras veíamos la tele. Cuando terminó el reportaje empezamos a comentarlo y decidimos que se podría intentar con el
ayuntamiento. Como yo soy el secretario decidimos que yo lo tantearía con el
alcalde.
Al día
siguiente, en cuanto vi al alcalde le comenté la noticia y me dijo que también
la había oído y que lo podrían comentar el próximo viernes en el pleno que
tocaba.
Los mozos
del pueblo, cuando se enteraron que el viernes siguiente se incluiría en el
pleno municipal, se empezaron a poner nerviosos, alguno ya soñaba con tener un
harén en su casa, otros se veían con una despampanante rubia del brazo,
entrando a casa del Tío Paco, ya no tomaría el tinto o la cerveza que tenía por
costumbre, pediría un dry Martini, agitado, no mezclado.
La hija del
tío Paco, Carmela, moza de buen ver, con mucho desparpajo, estaba por las
tardes , hasta las 12 de la noche, en verano, detrás de la barra y atendiendo a
las mesas si así hacía falta, los hombres que entraban en el bar, tenían mucho
cuidado con lo que decían, porque Carmela no se amedrentaba, sabía qué
responderles y hasta se diría que le tenían miedo, la consideraban muy arriada
para cortejarla y llevarla al altar, no se le conocía ningún acompañante ni
pretendiente.
Pepita, la
sobrina de Candela, la dueña del colmado, era también buena moza, más modosita
y callada que Carmela, pero ambas eran amigas, tenían la misma edad, 24 y
cuando podían salían juntas, tampoco Pepita tenía pretendientes en el pueblo,
aunque a ésta si se le había conocido un acompañante hacía unos años, era un
mozo del pueblo de al lado, 23 kilómetros montaña abajo, pero cuando le tocó ir
a hacer el servicio militar se marchó a la capital y ya no volvió, se colocó
allí y le escribió que la iría a buscar cuando saliese adelante. Salió adelante
pero en compañía de una paisana con la que se supo que también tonteaba.
Después de
esa experiencia, no se le volvió a ver con compañía masculina, los hombres del
pueblo se comportaban con ellas como la zorra de la fábula “están verdes”, e
incluso, algún envidioso y poco hombre se atrevió a decir de ella que él la
había visto en el pueblo de al lado, en fiestas cuando festejaba con aquel
mozo, en actitud demasiado cariñosa y que al romper él, ella se refugió en la
amistad de Carmela.
En el pleno
del viernes, se aceptó por mayoría que se organizaría una “caravana de mujeres”
al estilo de la de Plan, se haría en un fin de semana, se recibiría la caravana
el sábado por la tarde, con una recepción en el ayuntamiento, luego se les
asignaría a las invitadas una casa donde dormirían y desayunarían. Estas casas
serían siempre de matrimonios mayores que se ofreciesen, irían de dos en dos y
si faltaban casas, se le alojaría en casa del Tío Paco que tenía habitaciones
para huéspedes. Luego se haría una cena para todo el pueblo, en la plaza y
luego habría baile mientras el personal aguantase, a la mañana siguiente,
después del desayuno, se reunirían en la plaza, el párroco les hablaría,
solamente cuatro palabras, sobre las bondades del matrimonio cristiano y se
irían en el o los autobuses que vinieron, a sus lugares de residencia.
Como
secretario del ayuntamiento, me tocó informarme de los pasos a seguir, así que
me puse en contacto con el secretario de Plan que me remitió a un agente que se
encargaba de organizar todo tipo de actos y festejos.
El agente,
Don Cesar, no era barato, pero lo organizaba todo hasta el mínimo detalle,
organizaría incluso alguna entrevista en radio y televisión a las que irían
varios representantes de los mozos, los más presentables; además, unos días un
par de días antes, una televisión enviaría a unos un locutor y un cámara para hacer
un reportaje que entraría cada día en directo a nivel nacional y luego gravaría
la llegada del grupo y entrevistaría a las mozas y mozos en el momento de la
despedida.
Fue un mes
de preparativos, D. Cesar la verdad es que sabía hacer las cosas, nada más
llegar al pueblo, se puso al mando de la operación, primero se reunió con el
alcalde y conmigo, traía un guión de toda la operación, supervisó el terreno y
eligió los sitios donde se celebrarían los actos, cómo sería el recibimiento,
en fin, todo.
Se seleccionaron
a las personas que organizarían la cena, D.
Cesar traería un par de conjuntos del que era representante, para la
cena y el baile.
Hizo un
casting para elegir a los mozos que irían a la televisión, les organizó hasta
la forma de vestir, buscó el mejor ganado para filmar y usarlo en el “anuncio”
del evento que saldría en los canales de televisión, eligió un catering para el
agasajo de la llegada y la cena, para el bar de la fiesta, fue el Tío Paco, que
reforzaría con tres personas más además de su mujer, su hermano y su hija para
atender la barra, parte de las consumiciones iban a sufragar los gastos de la
fiesta.
El área de
Festejos y Juventud, correría con parte del gasto y los mozos que quisiesen
participar en el evento, tenían que contribuir.
El Tío Paco
habló con Candela, su marido y Pepita la sobrina para ayudarles en el bar, cosa
que ya hacían habitualmente los días de
las Fiestas Patronales.
El bar del
Tío Paco recibió sillas y mesas nuevas con sombrillas, con la marca de una
conocida cerveza, todo ello gracias a D. Cesar a cambio de la publicidad que le
harían con las tomas de televisión en la terraza.
A medida que
llegaba la fecha de la fiesta, el pueblo cambiaba, se pintaron casas, se
arregló la fachada del ayuntamiento, la plaza mayor parecía otra, limpios los
porches, ya no calzaban abarcas, se estaban acostumbrando a los zapatos de las
fiestas muy importantes.
Las madres
que tenían hijos solteros y en edad de merecer, se habían hecho trajes nuevos e
incluso sus maridos lucían el traje de los domingos.
En fin, se
diría que hasta lavaron y peinaron al ganado y en las calles ya no se veían
“boñigas”.
Los mozos en
el bar hablaban más alto, todos decían como querían que fuesen las mozas, a
Carmela ni se la miraban.
El cura, D.
Jonás, desde el primer domingo que se supo lo de la caravana, en la misa de
doce todos los sermones iban dedicados a la castidad y al sagrado lazo del
matrimonio.
Capítulo II
Por fin
llegó la semana de la caravana, era el final del invierno, unas tres semanas antes
de subir al ganado a los pastos para pasar la primavera y el verano.
Todo hervía
de emoción, habían salido en programas de cotilleo de las televisiones, varias
veces se entrevistó al alcalde y a los mozos, tanto en el pueblo como en los
platós, D. Cesar sabía lo que hacía, no perdía detalle de nada, todo lo llevaba
él, todo pasaba por sus manos. Lo único que no consiguió fue vestir con el
traje regional de fiesta a Carmela y a Pepita, éstas se negaron en redondo
diciéndole que si los mozos no se habían fijado nunca en ellas, no iban a
colaborar ahora en “su fiesta”.
Yo, trabajaba en colaboración directa con D.
Cesar, era un hombre que no paraba para
nada, me preguntaba cómo podía estar gordo, pesaba unos cien kilos y no era
excesivamente alto, comía como un
pajarito y mientras iba de un lado para otro. Se le había habilitado un
despacho en el ayuntamiento, al lado del mío. Las tres administrativas, el
alguacil y yo mismo, no parábamos.
Ya se
empezaban a recibir cartas y telegramas pidiendo plaza en los autobuses que
saldrían de Madrid y Barcelona desde donde saldrían las candidatas, luego había
otro grupo de las que irían en transporte propio, se calculaba que llegarían
unas doscientas mujeres de todas las edades, aquello se podría desbordar si no
hubiese sido por el buen hacer de D. Cesar y la colaboración de todos los
vecinos del pueblo.
Y amaneció
el día señalado, era un día caluroso para las fechas en que se estaba, y las
predicciones eran muy buenas, sería así durante todo el fin de semana. Por la noche
refrescaría pero con la carpa instalada en la plaza mayor, no habría problemas.
Los primeros
en llegar fueron los instaladores del sonido y luces de los conjuntos, dos
grupos de mediana calidad pero que
sonaban durante el verano, tocaban música de todo tipo y llevaban entre los dos
cuatro señoritas que además de cantar lucían su palmito bailando en el
escenario.
La banda de
música del ayuntamiento tocaría algunos pasacalles de bienvenida y de
despedida, pero estaban algo diezmados porque unos cuantos músicos estaban en
el grupo de los solteros y no querían vestir el uniforme porque decían que eso
le daría ventaja a los que vestían de fiesta.
El director
de la banda, sesentón y casado les quiso convencer de lo que le gustaban a las
mujeres los hombres con uniforme, pero no convenció a nadie salvo a Genaro, que
aunque no toca en la banda ni viste uniforme, siempre ha sido el mayor fan de
la banda y la acompaña a todos lados.
Los solteros
paseaban por la plaza hablando unos con otros, era por la mañana y todavía
andaban vestidos de trabajo, entraron en
el bar, volvían a salir, el Tío Paco les preguntaba qué querían tomar pero
decían que nada, si acaso algún cortado y otros, los más pacíficos una tila,
hasta que algún entendido les comentaban que la tila les apaciguaría demasiado
y a la noche no tendría fuerza para nada.
A la hora
del vermut nadie tomó nada, solamente los casados siguieron los rituales
habituales, los solteros querían sentirse serenos, que la noche sería muy
larga.
A las cinco
de la tarde ya habían llegado los músicos y estaban haciendo pruebas de sonido
en la carpa, todo estaba a punto, lo que quedaba de la banda ya estaba preparada
a rendir honores a las quizás dispuestas sabinas, los mozos, vestidos con sus
mejores galas llegaban a la plaza, parecían niños de primera comunión pero con
perversas intenciones.
El alcalde
ya se estaba poniendo la banda del ayuntamiento y el bastón de mando lo tenía
preparado en la mesita del recibidor de su casa, su esposa se repintaba
dispuesta a superar la posible competencia venida de allende la montaña. No
había en el pueblo ninguna mujer dispuesta a quedar por debajo de las
advenedizas. Bueno, si, había dos que decidieron que no se rebajarían a
competir con extrañas venidas de no se sabe dónde. Eran Carmela y Pepita.
Ya empezaba
a llegar algún coche, las cámaras de televisión, porque al final fueron varias
cadenas a las que dirigía D. Cesar como si fuese el Alfred Hitchock. Iban de un lado para otro filmando,
entrevistando.
Varios taxi
del pueblo de al lado, 23 Km. Traían a mozas que llegaron en tren.
A las seis y
cuarto llegó el autobús de Barcelona, habían quedado que llegarían al pueblo
anterior y se esperarían para llegar juntos. Llegó primero el de Barcelona y
las chicas de éste convencieron al conducto para llegar antes a Altozano del
Monte.
Cuando llegó
el de Madrid habían pasado diez minutos, la banda emprendió el segundo
pasodoble y bajaron las mozas.
Total de
mozas 235, rubias, morenas castañas, de piel caribeña, blancas de piel
transparente de los países del este, aquello parecía la O.N.U. pero con mejores
intenciones.
Todo fue
como la seda, D. Cesar lo había previsto todo, el recibimiento del alcalde
desde el balcón municipal, después el discurso breve pero intenso de D. Jonás
en el que después de saludar a las llegadas les habló de un sacramento de
entrega y sacrificios pero desbordante de alegría por el fruto de los hijos.
Luego, D. Cesar se erigió en maestro de ceremonias y dio por comenzado el vino
de honor, previamente le habían entregado al alcalde y compañeros en el balcón
unas copas de vino y brindaron por el éxito de la fiesta.
A todo esto,
mientras tanto, los tres conductores, uno del autobús de Barcelona y dos del de
Madrid entraron al bar del Tío Paco en el que no había nadie, solamente
Carmela, Pepita y yo. A los conductores los tuve que atender yo, porque la
comisión de la caravana había decidido que no querían más hombres que los del
pueblo, así que invité a los conductores a cerveza y unas tapas, mientras
llegaba la hora de cenar.
Carmela les
llevó a la mesa los vasos y las cervezas y Pepita les traía las tapas.
Jorge, uno
de los conductores de Madrid les dijo: ¿Y vosotras qué? ¿Sois casadas? ¿No sois
del pueblo?
Solteritas y
sin compromiso, dijo Carmela.
¿Los hombres
de este pueblo son tontos?
Capítulo III
La cena,
después del vino de honor, llegó como estaba prevista, en Altozano del Monte
hay muy buena carne, tanto de cordero como de ternera, así que después de una
opípara cena regada con buenos caldos, empezó el baile.
D. Cesar,
que se las sabía todas, contrató a un presentador de renombre al que también
representaba, como animador de la fiesta, éste, con una habilidad pasmosa hizo
que todo el mundo participara, en concursos de belleza, bailes de la escoba, de
farolillos, presentó a los mozos uno por uno y les fue buscando pareja, a los
más votados en “míster” les asignó varias parejas e hizo que la noche se
alargara y a nadie se le hiciese pesada, todo el mundo se divirtió y muchísimas
personas entablaron una amistad de toda la vida. Las cámaras desplazadas para
el evento, filmaron todo lo que quisieron, se supone que luego lo darían en
pequeños resúmenes.
Ya de
madrugada las gentes se fueron a dormir y así estuvieron hasta casi las doce
del día siguiente. A la una tenían que reunirse en la plaza. El cura, D. Jonás
dijo la misa a las doce, como siempre, pero la concurrencia fue la habitual
solamente.
Después de
comer, las muchachas fueron a sus habitaciones y prepararon las maletas para a
continuación partir, mientras la media banda tocaba “Y viva España”.
EPILOGO
Cuando los
autobuses salieron, el Tío Paco llamó a su hija y a Pepita para empezar a
recoger.
No
aparecieron.
Algunos
mozos aprovecharon para poner alguna teja en la casa que empezaron por el
tejado.
Otros mozos
se hartaron de carne de cordero y vacuno pero nada más.
Genaro
conoció, no sabe si bíblicamente o no porque no ha contado nada, a una caribeña
de ochenta y cinco quilos de redondeces. Desde entonces a la salida de la misa
de doce pide una limosna para irse a Cuba y con el cachondeo lo conseguirá
pronto.
Muchas de
las mozas volvieron al pueblo y se casaron. Con los hijos que venían con ellas
y los que nacerán para la próxima primavera se podrá abrir de nuevo la escuela
que será multirrracista.
Carmela y
Pepita se metieron de polizón en el autobús de Madrid. Se casaron con Jorge y
Alejandro, los conductores y viven allí muy felices. Vuelven al pueblo en
vacaciones.
FIN
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