Espero que os guste este relato del que os doy un “YO
CONFIESO” del por qué lo escribí.
Pero antes, quiero publicar una foto. Ayer fue el día de La Virgen
del Carmen, Patrona de los marineros, la foto es del 2014 porque ayer fui
invitado en otro barco, el “VICMARE” un velero de un amigo.
El Little Home
volviendo a puerto
YO CONFIESO
Las cucarachas
Este relato también es real como la
vida misma salvo el final, que a veces pienso: “Lástima que un final tan bueno,
no sea real”, La protagonista fue mi suegra de la que digo “La quiero tanto
como ella a mí” ¿Se entiende? Todo ocurrió en un piso de mi mujer y tuvimos que
llamar a una empresa que fumigó tres veces y cambiamos toda la cocina con todos
sus armarios y electrodomésticos.
RELATO
LAS CUCARACHAS
Pedro Fuentes
Capítulo I
La primavera de aquel año había venido adelantada y
calurosa, con lo cual todos los insectos eclosionaron antes, así que cuando, la
hija de Begoña, Leticia, nieta de la Sra. Pepita, su marido y sus tres hijos, pequeños,
la última de meses, fueron a pasar la Semana Santa con la Sra. Pepita, que
vivía sola, en un piso de Begoña, no pudieron imaginar con lo que se iban a
encontrar. Llegaron a la casa, un piso
grande, bastante moderno y acogedor, de una pequeña ciudad de provincias.
A aquel piso, Begoña, no iba normalmente, puesto que tenía
un apartamento más céntrico y ella y su marido preferían estar allí.
Su otro hijo el hermano de Begoña y los nietos por parte de éste si iban, tenían
aquel piso como si fueran a heredarlo, incluso lo llamaban la “casa familiar”.
Cuando aparecían por allí con uno o dos matrimonios “invitados” dispuestos a pasar las fiestas
patronales, alguna vez habían mandado a la abuela a dormir en el apartamento
para ellos estar mejor.
Begoña, amante de la familia y dispuesta a pasar por todo,
por el sentir familiar y su ánimo de ayuda, callaba y no protestaba.
Eran las diez de la noche cuando Leticia, su marido y sus
tres pequeños, llegaron a la casa donde vivía la abuela, dejaron el equipaje en
las habitaciones. Los niños dormirían en la habitación de Leticia cuando ere
soltera y allí dejaron las cosas de los críos. Esta habitación, amplia, con una
cama grande y espacio para la cunita de viaje de la pequeña, daba a una terraza
cerrada por la que se podía acceder a la cocina, esta terraza normalmente
cerrada hacia la habitación, tiene una persiana que generalmente está abierta.
Cuando la niña pequeña cenó, la llevaron a la habitación para que durmiese y
luego cenar todos los demás.
Leticia cambió a la niña, desplegó la camita de viaje y la acostó,
luego fue a la puerta de la terraza, la cerró y bajó la persiana.
Un grito de horror heló la respiración de los demás
habitantes, todos corrieron hacia allí, la niña grande empezó a llorar, la pequeña
le siguió porque no comprendía qué pasaba, el niño, de cinco años dijo:
Papá, ¿Qué son?
La persiana era negra, por ella corrían miles de cucarachas,
Leticia dijo:
Abuela, ¿No habías visto eso?
“No, alguna de vez en
cuando en la cocina”.
Leticia corrió hacia la cocina, cerró la persiana que daba
desde allí a la terraza y se encontró con el mismo panorama, fue hacia su
marido y le dijo:
Espérame en el coche con los niños que yo voy a matar todo
lo que pueda y nos iremos al apartamento.
La abuela protestó diciendo que no era para tanto y que ella
se quedaba.
Capítulo II
Begoña y su marido, Alfredo, aparecieron a los cuatro días
de la noche de las cucarachas, llegaron dispuestos a acabar con todas, así que
compraron ocho o diez espráis mata cucarachas, venenos de todas las clases
y aquí se acabó el problema, pensaron.
Begoña y Alfredo, o Alfredo y Begoña, tanto monta, monta
tanto, era una pareja que en los años
sesenta ya se enfrentaron a todo para salir adelante, se llevaron casi todos
los palos de la vida, pero ahora, los dos jubilados y acostumbrados a tirar
delante del carro, dijeron: Esta plaga no es una plaga.
Cuando aparecieron en el piso, después de desmontar unos
cuantos muebles y ver lo que había, decidieron, decidió Begoña y dijo
sentenciando:
Aquí hay que sacar todos los muebles y electrodomésticos y
llamar a una empresa de fumigación.
Media hora más tarde ya sabía qué muebles y qué
electrodomésticos poner y quien y cuando iban a fumigar.
La madre de Begoña, la Sra. Pepita no paraba de llorar,
¿cómo le iban a tirar los muebles de su vida? ¿Y sus recuerdos?, Una colección
de recetas de cocina en fascículos de la revista Ama que tenía en un armario.
Pero eso no fue lo más duro ni ingrato. Cuando su queridísimo yerno le dijo que
después que en tres días no podía entrar en el piso, uno por el peligro de la
cantidad de veneno que se había echado, y dos porque no era conveniente que
entrara aire fresco que le diera tregua a las cucarachas, la batalla de San
Quintín, fue un juego de niños con la que armó.
Llamó a su hijo para decirle que no le dejaban entrar en
casa, pero no le dijo de la plaga ni la próxima fumigación.
Leticia, a instancias de su madre, llamó a Antonio, su
primo, para explicarle la situación, a lo que contestó el primo que no era
posible, puesto que él había estado en la casa hacía una semana y su “abuelita”
no le había dicho nada. Es más, había estado con su mujer en el piso y no se
creyó lo que decía su prima, porque “la abuelita” no le dijo nada, y no habían
visto nada.
Capítulo III
Una vez tomadas las riendas de la situación, Begoña y Alfredo
se decidieron a atacar, lo primero la comunidad y Sanidad, luego una empresa de
fumigación y otra de muebles y electrodomésticos, no había duda, había que
tirarlo todo, muebles nuevos, electrodomésticos nuevos y antes una, dos, tres,
las que hagan falta, fumigar, había que terminar con la plaga, llegaron a
encontrar una cucaracha andando por el congelador tan tranquila.
Llegó el equipo de fumigación, hizo un estudio de los
animales, quedó en fumigar tres veces, la primera ya, la segunda una vez
quitados todos los muebles y electrodomésticos y la tercera antes de poner los
nuevos, todo esto no garantizaba la total desaparición.
Después de la primera vez, cuando Begoña empezó a tirar
cosas, comidas, bolsas de legumbres etcétera, la Sra. Pepita lloraba y lloraba,
se tiró hasta los congelados, mientras tanto, el fumigador dijo que allí no se
podía entrar en cinco días, y la abuela decía:
Pues yo vendré esta tarde.
Begoña decidió quitarle las llaves, no se le podía hacer
entender que con los venenos le podría dar algún desmayo y caerse, además, si
los insectos tenían aire nuevo, el veneno no les haría tanto efecto.
Total, lloros a su hijo porque Begoña no le dejaba entrar en
el piso.
No sabemos cómo entró, pero lo hizo.
Después de las tres fumigaciones, el encargado de ellas
dijo:
No hemos encontrado a las hembras, son más grandes y cuando
se sienten amenazadas sueltan montones de huevos, hay alguna posibilidad de que
estén muertas en algún sitio inaccesibles o que haya quedado alguna viva, lo
cual quiere decir que habrá que volver a fumigar.
Una vez pasada la última fumigación y pasados los días de
rigor, la señora Pepita volvió a su casa, su hija y su marido se fueron de
vacaciones y todo volvió a la normalidad.
Después de volver de un crucero, cuando Begoña llamó a su
madre, ésta no contestó, un presentimiento le embargó, cogieron el coche y
corrieron a la casa en la que vivía se madre.
Alfredo y su mujer abrieron la puerta de piso, era de noche
y al encender la luz vieron como media docena de cucarachas gigantescas y miles
de cucarachas pequeñas corrían por todos los sitios, entraron en la casa y
buscaron a su madre, allí no había nadie, el único rastro fue el bolso de su
madre, abierto encima de la cómoda de su habitación.
Salieron corriendo de la casa, preguntaron a los vecinos,
nadie la había visto después de los tres
días que volvió a la casa.
Llamaron a toda la familia, nadie sabía nada, denunciaron su
desaparición a la policía, nada, parecía que se la hubiese tragado la tierra.
Llamaron a los fumigadores, entraron en el piso, ni rastro,
esta vez sí pudieron acabar con las grandes hembras, de un tamaño descomunal,
pero de la Sra. Pepita no había ni rastro, salvo por el bolso, se diría que no
había entrado en la casa.
EPILOGO
Habían pasado tres meses y todo seguía igual, de la Sra.
Pepita nunca más se supo, su libreta bancaria y su tarjeta no habían tenido
movimiento, nadie supo dar razón de ella.
Alfredo estaba sentado en su sillón
preferido en casa, leyendo, cerró el
libro y lo puso encima de la mesita era La Metamorfosis de Kafka, sonrió, dio
una bocanada al puro que fumaba, miró al cielo y dijo dejando que el humo
saliese de su boca voluptuosamente:
Los caminos del Señor son
inescrutables.
F I N