YO CONFIESO
En muchos de mis escritos se habla de
fantasmas, apariciones, el más allá etc. Había estado leyendo algunas cosas
sobre la “santa compaña” y viendo esos grandes bosques gallegos, llenos de
humedad y niebla en algunas noches, y la verdad es que parece que te los vayas
a encontrar, es más, el ulular del aire entre las hojas, te recuerdan a
canciones de salmos, se me ocurrió escribir un relato con esos componentes, no
sé si he conseguido por lo menos que se te erice un poco la piel, querido
lector, con ese relato.
DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA
Pedro Fuentes
Capítulo I
La noche era fría y húmeda, por motivo de trabajo, Domingo
había tenido que ir a aquel pueblo a setenta y cinco kilómetros de la ciudad, fue
para revisar el montaje una de las tiendas de la cadena para la que trabaja.
El trabajo de Domingo es ese y además formar a las personas que o bien porque
adquieren la franquicia o porque la empresa titular los contrata para abrir una
tienda y necesitan asesorar al personal.
Allí había ido porque por los estudios de mercado hechos,
decían que sería un buen negocio ya que no existía ni en la población, de
veinte mil habitantes, ni en las dos poblaciones que distan seis o siete kilómetros, una al
norte y otra al sur, más pequeñas pero en una comarca con alto poder
adquisitivo, una tienda de dietética.
Una empleada de la firma, en la capital, natural de
Villadiego del Monte, que así se llama el pueblo, dio la idea, se hicieron los
estudios de mercado y se vio que era una buena plaza.
La familia de la empleada, Maribel, además tenían en la
calle Mayor, muy cerca del ayuntamiento y justo antes de entrar en la plaza de
la iglesia, un local que reunía las condiciones deseadas.
Se le dio la oportunidad a Maribel de ser ella la que se hiciese
cargo de la tienda, la pusiese en marcha y luego seguir con ella o buscar una
persona de confianza para poner al frente del negocio.
Como ya estaba próxima la apertura, había ido a inspeccionarlo todo y poner en
marcha toda la cuestión informática.
En un principio había
acabado a las ocho el trabajo, pero Maribel, a la que Domingo conocía de la
central, una muchacha de veintitantos años, cerca de los treinta, con un
encanto bastante especial aunque no una gran belleza pero si agradable y
simpática, le invitó a cenar, ya que a partir de entonces no se verían hasta la
inauguración.
Aceptó la invitación por cortesía pero le fastidiaba un poco
volver a casa de noche, en aquel tiempo de otoño y por una carretera comarcal
de montaña de unos cincuenta kilómetros hasta llegar a la general.
No había peligro de heladas en aquel tiempo, pero al ser una
carretera bordeada por bosques, la humedad había dejado una capa de agua en el
asfalto y una ligera neblina parecía
salir de entre los árboles hacia la
carretera, eran cerca de las doce de la noche y la música del CD del coche le
acompañaba.
La niebla iba en aumento, los árboles, a ambos lados de la
carretera parecían figuras fantasmagóricas
extendiendo su largos brazos sobre la carretera, avanzaba lentamente y cada
vez se hacía más largo el camino, todavía faltaban unos treinta kilómetros
hasta la general y empezó a tener ganas de orinar, así que aprovechando un
estrecho camino que salía de la carretera hacia el bosque, con sumo cuidado de no empotrar el coche contra
ninguna piedra ni caer en una cuneta profunda, salió de la carretera, paró y apagó
el motor y las luces para no despistar a ningún posible conductor.
Salió del coche y se adentró unos cinco metros en el camino.
De pronto, a la derecha, a unos veinte metros dentro del
bosque y por entre los árboles le pareció ver luces que se movían, al
acostumbrarse sus ojos a la oscuridad, vio lo que parecía una larga fila de
antorchas o velas, un aire fresco que se levantó le traía olor a cera de velas
encendidas.
Distinguió unas voces pero no adivinaba a oír ni comprender
las palabras, parecían salmos pero no entendía las palabras, a veces parecía latín y otras castellano antiguo e
incluso gallego o portugués, otras veces eran canciones, pero también ininteligibles.
Domingo se consideraba más bien miedoso, no en demasía, pero
no le gustaba enfrentarse a las cosas que no conoce o le parecen del más allá,
pero aquello llamaba su atención, se acercó sigilosamente un poco más para
intentar ver con algo de claridad, al fin pudo distinguir que la persona que
iba al frente, estaba vestido con una especie de hábito franciscano pero de
color blanco y con capucha, pero pese a llevar la capucha puesta le vio la
cara, era alargada y demacrada, por un momento pensó que le había visto, porque le pareció que
aquellos ojos que parecían flotar dentro de las cuencas, se cruzaron con su
mirada cosa improbable porque la noche
era muy oscura y la niebla cada vez era más espesa, pero de igual forma que él
lo había visto, el fraile blanco también lo pudo ver a él.
El de la cara demacrada llevaba una cruz en una mano y uno
especie de acetre con su isopo. Detrás le seguían como unas veintitantas
figuras, repartidas en dos filas y digo figuras porque no se podía distinguir
las facciones de ninguna, parecían no tener rasgos, pese a que la especie de
sábanas blancas que llevaban por encima no les tapaban sino la parte de atrás
de las cabezas, lo único que se veía o más bien se adivinaban, eran las cuencas
vacías de los ojos.
De pronto se dio cuenta de una cosa que le sobresaltó, no
pisaban el suelo, parecían flotar como a unos treinta centímetros del suelo y
según pasaban, un viento frío se levantaba, pero éste no movía la llama de las
velas, ni la niebla parecía desplazarse, pero llegaba el olor de la cera
quemada y el aire en la cara.
Cuando terminó de pasar la procesión, dio la vuelta, lo más
sigilosamente posible y llegó al coche, mirando más para detrás por si alguien
o algo le seguía, abrió la puerta, miró
otra vez hacia los “fantasmas” y se sentó en el asiento.
El grito que dio fue espeluznante, el corazón pareció saltársele
del pecho, en ese momento recordó de que aunque bajó del coche para orinar, no
lo había hecho, un líquido caliente corrió por la entrepierna de su helado
cuerpo.
En el asiento de al lado,
estaba sentado el “fraile” encapuchado, con su cruz y su acetre, era más
pálido y cadavérico que cuando lo había visto presidiendo la procesión.
Se sujetó al volante con las dos manos e inclinó la cabeza
hacia delante y apoyándola entre las manos lloró de pánico. Su cuerpo temblaba
como una hoja en un vendaval.
CAPITULO II
El ser que estaba a su lado le miró fijamente, sus ojos,
dentro de aquellas órbitas parecían perderse, estaba tan demacrado que se
adivinaban en la piel las encías con las piezas dentares. Con una voz seca y
firme, pero que parecía de ultratumba me dijo:
¡Pon en marcha el coche y sal a la carretera hacia la izquierda!
Como un autómata le hizo caso, se había quedado como si le
hubiesen quitado el alma, era incapaz de pensar, conducía por una carretera
estrecha, con muchos árboles a los lados y una niebla espesa que no dejaba ver
los márgenes ni la cuneta, pero no importaba, el coche parecía seguir un camino
marcado por un piloto automático.
Después de dos curvas, hay una tercera a la izquierda muy
peligrosa, allí se han salido muchos coches y han muerto varias personas,
tómala con sumo cuidado, luego, a la derecha hay un pequeño llano, entra en él
y para el coche. Dijo aquella figura cadavérica que no sabría cómo describir.
Paró el coche, se
apoyó en el volante y se quedó dormido.
Le despertaron unos golpes en la ventanilla, sobresaltado,
dio un salto y miró fuera.
Dos hombres, con el uniforme de la Guardia Civil miraban
desde el exterior, bajó la ventanilla y les dijo: ¿Sucede algo, guardia?
Eso nos lo tendrá que decir usted. Contestó el mayor de los
dos detrás de un bigote negro y de grandes proporciones.
No, no sucede nada, venía desde Villadiego del Monte donde
estuve trabajando y se me hizo muy tarde, tenía sueño y me paré a dar una
cabezadita y veo que debí dormir más de la cuenta porque ya ha amanecido, voy
para la capital. Les contestó Domingo.
Pues va usted en dirección contraria, ha salido de
Villadiego hacia el norte en lugar de al sur.
No sabía lo que le estaba pasando, no recordaba nada, las
últimas imágenes de su mente eran las del cartel de final de Villadiego.
Me debí perder, gracias por haberme despertado, tengo que
volver al pueblo para asearme y desayunar, luego volveré a la capital. Siguió diciendo
Domingo.
Bueno, si ya ha descansado, puede salir, pero hacia la
derecha, Villadiego está en dirección contraria a la que llevaba pero a unos
treinta kilómetros, y tenga cuidado, a unos ciento cincuenta metros, a la
derecha, hay una curva muy mala en la que han muerto varias personas, aunque el
peligro de verdad es de noche y con niebla.
Llegó a la población a las ocho y media, aparcó en la plaza,
cerca de la tienda de Maribel y se fue a un hostal de la misma plaza, solicitó
una habitación, quería ducharse y cambiarse, por suerte, siempre llevaba en el
maletero del coche una pequeña maleta con ropa, ya que muchas veces, por su
profesión, a menudo tiene que quedarse fuera de casa sin tenerlo previsto.
Desde el hostal llamó a la empresa para comunicarles que no
iría o lo haría por la tarde, que había tenido problemas en la carretera la
noche anterior y aprovecharía para terminar algunas cosas en la tienda de
Maribel, luego la llamó a ella y quedó en la tienda a partir de las once.
Después de desayunar y ducharse, puso el despertador para
las once menos cuarto y se metió en la cama. No logró dormir, intentó repasar
lo ocurrido en la última noche, no hubo forma, desde que entraba en la
carretera con la niebla hasta que le despertó el Guardia Civil del bigote, no
recordaba nada. Era como si la niebla hubiese borrado todo.
A las diez y media, puesto que no había podido dormir, se
duchó de nuevo, bajó a la calle, entró en un bar y tomó un café doble. No
estaba nervioso, pero parecía que no hubiese dormido en toda la noche, pero eso
no era posible, el guardia le despertó y dormía profundamente.
A las once en punto llegó a la tienda donde ya le esperaba
Maribel. En lugar de saludo, preguntó
directamente:
¿Qué pasó? ¿Tuviste algún accidente?
Domingo le contestó:
No lo sé, salí del pueblo porque vi el cartel de final del
Municipio, pero he despertado en el coche a
treinta y tantos kilómetros de aquí, pero en dirección contraria, estaba
fuera de la carretera y dormido, me despertó la Guardia Civil, pero parece que
no haya dormido y estoy cansado, me he metido en la cama del hostal y no he
podido ni cerrar los ojos. He llamado a la empresa y les he dicho que estaba
aquí, así que terminaremos lo que dejamos a medias en la tienda, de todas las
formas, podré hacer mi trabajo por internet.
Si, más vale que te quedes aquí, además, recuerda que mañana
es jueves y fiesta de Todos los Santos y podrás hacer puente, porque la verdad
es que tienes una cara terrible.
Pasó la mañana lo mejor que pudo, se conectó a internet,
resolvió los problemas que tenía en la oficina y se dedicó a terminar los
asuntos de la tienda de Maribel.
¿Quieres que vayamos a comer juntos? Me preguntó Maribel.
No, no puedo, tengo tanto sueño que voy a comer ligero y me
echaré a dormir hasta las cinco, que vendré a la tienda para que organicemos
los stocks y hablar con la central por si hay cosas pendientes, además, antes
quiero ir a lavar el coche que huele a demonios. Dijo Domingo.
Así lo hizo, a la una fue a la gasolinera donde hay también
un lavadero de coche, lo primero fue lavar el asiento del conductor, entonces
vio que el olor procedía de orines, igual que pantalones y ropa interior cuando
se los quitó por la mañana, pero no sabía qué había pasado, supuso que dormido
en el coche y debido al frío o la postura, se le había escapado algo de orina,
pero no recordaba nada.
Cuando terminó, fue al hostal y les comunicó que se quedaría
hasta el domingo, luego pasó al restaurant y tomó un buen caldo bien caliente y
un entrecot no muy grande, no tomó café y se fue a la habitación a dormir.
Decidió ponerse el pijama y meterse en la cama con todas las luces apagadas y
la persiana cerrada, puso el despertador a las cinco menos veinte, faltaban dos
horas y media.
Imposible, cuando sonó el despertador, estaba en el pequeño
balcón de la habitación y se había fumado medio paquete de tabaco.
El resto de la tarde, lo pasó en la tienda con el ordenador,
por dos ocasiones se quedó adormilado delante del teclado, a las ocho salieron
a la calle y le dijo a Maribel:
Vamos a tomar algo, pero antes quiero comprar tabaco y una
botella de whisky, esta noche dormiré como sea.
Tomaron varias cervezas con unas tapas, con aquello ya no
pensaba ni cenar, a las nueve y media se despidió de Maribel y fue para el
hostal, subió a la habitación, se sirvió medio vaso de whisky y lo bebió
mientras fumaba tres cigarrillos y se ponía el pijama, se metió en la cama,
apagó la luz y los párpado cayeron sobre los ojos como pesadas persianas
metálicas.
CAPITULO III
Al amanecer un gallo le despertó con su canto. Se sentó al
borde de la cama, al incorporarse para ir al baño, las piernas no resistieron,
cayó de rodillas en el suelo, se encontraba totalmente agotado, ojos los tenía
irritados, las ojeras parecían más grandes y negras que el día anterior, se metió
en la ducha, puso el agua todo lo caliente que pudo resistir, luego cambió a lo
más frío posible, repitió la operación cuatro o cinco veces, al principio se
despejó algo, pero cuando bajó a desayunar parecía que se iba a caer por los
escalones.
Antes de ir a la tienda de Maribel, fue hasta el estanco a
comprar tabaco, para ello tuvo que pasar al lado del coche aparcado en una
calle lateral de la plaza donde se encontraba el hostal, cuando lo vio, quedó
sorprendido, tenía las ruedas llenas de barro y los bajos todos sucios, aunque
lo había lavado el día anterior, abrió la puerta y se sentó al volante, la
alfombrilla estaba manchada de barro, el
mismo barro que había en las ruedas, le pareció, no estaba muy seguro, de que
el cuenta kilómetros tenía más kilómetros, daba la impresión de que alguien
había utilizado el vehículo.
Salió de nuevo, se aseguró de apuntar los kilómetros y poner
el contador parcial a cero, luego cerró la puerta con la llave y se marchó a
por el tabaco a un bar ya que era fiesta y el estanco estaba cerrado, también aprovechó para tomar otro café.
Cuando llegó a la tienda, Maribel estaba subiendo la
persiana metálica.
¡Qué mala cara traes! ¿No has podido dormir o has estado de
juerga? Le dijo.
Domingo le contestó:
No, me acosté temprano y me dormí, no me he despertado en
toda la noche y estoy cansado como si hubiese estado corriendo desde ayer.
¿No estarás malo? ¿Tienes fiebre? Aquí tenemos vigorizantes,
te voy a preparar uno y el resto te lo tomas tres veces al día.
Domingo, sonriendo le dijo: ¿Ya estás intentando vender el
producto sin haber inaugurado y en día de fiesta?
A la una salieron, quedaron en tomar algo y luego tomar el
resto del día de fiesta.
Por todo el pueblo se veían, sobre todo mujeres con pañuelos
negros y vestidos de luto con ramos de gladiolos y crisantemos que caminaban
hacia el cementerio.
¡Maribel! Dijo una señora de unos cincuenta años que pasó
por su lado. ¿Sabes que tío Anselmo está mucho mejor? Se ha levantado y todo,
el doctor dice que no sabe qué ha pasado, que él no cree en milagros, pero lo
parece. Yo pienso que lo mismo son aquel preparado que le llevaste el otro día.
No sabes cuánto me alegro, esta tarde iré a verlo.
¿Sabes, Domingo? Le di el mismo preparado que te he hecho a
ti. Las brujas del lugar, que haberlas ahílas, dicen que lo tenía cogido la
“Santa Compaña”, cosas de pueblo, lo que tenía era una anemia galopante,
últimamente comía como un pajarito. Le preparé aquel combinado que tenemos en
la tienda a base de hierro, fósforo, potasio y vitamina C y D. Lo mismo que a
ti.
Bueno, bueno, parece que te podremos dejar sola, pero ojo,
no te enemistes con el médico, procura darle la razón aunque solamente sea de
cara a las gentes del pueblo.
Se despidieron a las dos y Domingo se fue al hostal donde
comió e intentó dormir, como no pudo se puso a trabajar hasta la hora de cenar,
luego bajó al restaurant y cenó copiosamente, luego se tomó la tercera toma del
preparado, subió a la habitación, preparó un buen vaso de whisky y se metió en
la cama, cerró los ojos y perdió la conciencia.
Al amanecer abrió los ojos y se encontró en la cama, casi no
podía incorporarse, lentamente se deslizó hasta el borde de la cama y haciendo
un giro sobre su costado izquierdo, sacó la pierna derecha de debajo de las
sábanas, apoyó el pie en el suelo y así pudo incorporarse, le dolía todo el
cuerpo, llegó hasta el cuarto de baño y se metió debajo de la ducha, primero
bien fría, luego, poco a poco fue abriendo el agua caliente hasta que no pudo
resistir el calor, cerró el grifo caliente y abrió de golpe el frío hasta que
los huesos le dolieron, volvió al caliente y luego reguló a unos treinta
grados, así estuvo un buen rato, luego salió de la ducha y fue a afeitarse, con
la toalla limpió el vaho del espejo y se sobresaltó, allí apareció la cara del
ser que había visto guiando la procesión de los fantasmas.
No, ¡¡era él!! ¡Sus
ojos eran dos bolas de cristal dentro de unos grandes cuencos!, con la delgadez
del rostro sus orejas parecían inmensamente grandes, sus piezas dentales se
marcaban debajo de la piel, luego se fijó en su cuello, largo y estrecho, sus
hombros parecían una percha vacía, su pecho hundido dejaba ver el esternón como
un puñal entre sus costillas.
Tan pronto como pudo vestirse, llamó a Maribel y le dijo que
por favor fuese con el médico lo antes posible.
Cuando llegaron, Maribel se asustó, el médico no tanto
porque no lo conocía de antes.
Maribel, al verlo, le comentó al doctor sin que Domingo se
enterase:
Parece mi tío Anselmo antes de curarse.
El galeno le sacó unas muestras de sangre y luego le puso
una inyección.
Hasta la tarde, a última hora no tendremos los análisis,
mientras tanto, le he puesto una inyección para que duerma por lo menos hasta
entonces. Sería conveniente que Maribel llame a su familia para que en el
momento que puedan, mejor después de los análisis, le lleven a su casa o al
Hospital General.
No tengo familia cercana, dijo Domingo, llama, por favor a
la empresa y dile lo que me pasa a Antonio Fernández de mi Departamento, él
vendrá a buscarme, somos buenos amigos.
En diez minutos fue perdiendo la conciencia, lo metieron en
la cama, con la inyección quedó relajado y dormido, el médico le tomó el pulso,
vio que era correcto, lo auscultó y todo parecía normal.
Nos podemos marchar, le dijo a Maribel, dormirá todo el día,
cuando estén los análisis la llamaré y vendremos a verle, mientras tanto llame
a su amigo a la empresa para que preparen el traslado, ahora, mientras más
duerma más se recuperará, no sé lo que puede tener, diría que es un virus,
igual que su tío Anselmo. No se han dado más casos, pero hay que estar
preparados.
Marcharon y dejaron a Domingo descansando.
CAPITULO IV
A las seis y media, cuando ya había oscurecido, llegó
Antonio Fernández, fue a la tienda directamente, allí esperaron la llamada del
doctor y quedaron en verse en el hostal.
Cuando se encontraron, después de las presentaciones, Don
Julián, el médico, sacó un sobre del bolsillo de la chaqueta y les dio a los
dos:
No hay nada raro, algo bajo en hierro y vitamina C, normal
en glóbulos rojos y leucocitos, pero nada importante, parece como si estuviese
totalmente extenuado, ¿Saben si últimamente ha hecho más esfuerzos de lo normal
o ha tenido una actividad frenética, incluso en el plano sexual? ¿Es posible
que consumiese drogas o bebiese y fumase de una manera desmedida?
No, doctor, dijo Antonio, yo soy compañero de trabajo y a la
vez amigo y es una persona bastante metódica e incluso se cuida físicamente,
hace tenis y vamos a correr dos o tres días por semana, pero de una forma
prudente.
Yo le conozco menos pero no he oído nunca nada raro de él.
Cuando llegaron a la habitación, llamaron a la puerta, como
no abría avisaron a la dueña del hostal y ésta les abrió con otra llave.
Los cuatro, cuando se acostumbraron a la semi oscuridad, se
quedaron atónitos, en la cama no había nadie, miraron en el cuarto de baño y
tampoco estaba, Maribel, más observadora dijo: La ropa que llevaba esta mañana
y que cambió por el pijama está en la silla, doblada tal como la dejó y el
pijama no está por aquí. No parece faltar nada del equipaje.
No puede estar muy lejos, en pijama y con el tranquilizante
que le inyecté, además de su estado, no puede estar muy lejos. Dijo D. Julián.
¿Sabes, Maribel, dónde está el coche?
Si, está en la parte de detrás del hostal, muy cerca de la
tienda, de hecho hemos pasado por allí ahora cuando veníamos, pero no me he
fijado.
Bajaron a la calle y fueron hasta el sitio indicado por
Maribel, allí no estaba el coche.
¿Dónde está la Guardia Civil? Preguntó Antonio.
Por aquí detrás, a tres manzanas está el cuartelillo,
contestó Maribel.
¡Vamos!
D. Julián dijo:
Vayan ustedes, ya me dirán algo.
Antonio y Maribel, a buen paso se dirigieron al cuartelillo,
hablaron con el sargento y éste tomó nota, luego llamó por radio a las dos
patrullas que estaban de guardia y les dio la descripción del coche y de
Domingo.
Uno de los agentes contestó enseguida
Ese coche estaba detenido cerca de la carretera el otro día,
al amanecer, cerca de la curva de la “dama blanca” y estaba dentro, durmiendo
el sujeto que han descrito, estamos bastante cerca del sitio.
Vayan hacia allí y vigilen los caminos que dan a la
carretera norte. Dijo el sargento.
¿Qué es eso de la “dama blanca”? Dijo Antonio.
Bueno, esa es una leyenda urbana, que dice que en una curva
que hay muchos accidentes se aparece una mujer con una túnica blanca avisando
del peligro. Chorradas de pueblo. Sentenció el sargento.
Muchos dicen que la han visto, del pueblo y forasteros. Dijo
Maribel ligeramente enfadada, es más, mi tío Anselmo dice que la vio.
Si mujer, si, como la Santa Compaña. Dijo el sargento
sonriendo.
No habían pasado ni diez minutos cuando la emisora hizo un
chasquido característico y se oyó la voz del agente:
Mi sargento, estamos en el sitio, el coche está aquí,
totalmente cerrado pero no hay nadie
dentro ni por los alrededores.
No se muevan de ahí, vamos para allá. Dijo el sargento, dio
órdenes a un agente para que se quedase en el cuartelillo y él, otro agente de
conductor y Antonio y Maribel montaron en un todo terreno y salieron por la
carretera del norte, llovía abundantemente.
Cuando llegaron al lugar, no pudieron ver nada, las posibles
huellas habían sido borradas por la lluvia.
Dio órdenes el sargento para que la patrulla se quedase
vigilando hasta que fuese otra a relevarles y ellos cuatro fueron carretera
arriba, hasta el siguiente pueblo, no vieron nada, cuando llegaron eran más de
las diez y no se veía un alma por la calle, solamente había luz en un bar en la
plaza Mayor, entraron, en el mostrador estaba un hombre, el dueño, apoyada la
barbilla y una cara de aburrimiento en una mano cuyo codo y antebrazo la
sujetaban apoyado en la barra, parecía escuchar a un hombre medio borracho que
sentado en la mesa más cercana, con un vaso en la mano y que no paraba de decir, lo que el alcohol
le dejaba:
Te juro que la he visto, era la Santa Compaña, pasaba cerca
de la curva de la “Dama Blanca”.
Domingo no apareció hasta tres meses después, un hombre que
recogía leña lo encontró en medio del bosque, vestía una túnica que en su día
fue blanca, era un esqueleto con piel, a su alrededor se adivinaban gotas de
cera, ni las alimañas se acercaron para comer los despojos.
FIN
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