Hoy, 31 de Octubre, víspera de Todos los Santos,os traigo un relato que creo os gustará.
Este relato estará incluido en el tercer tomo de "El Viaje" que se editará el próximo mes de Diciembre en la Editorial BUBOK.
DEMASIADO
CERCA DEL MAS ALLA
Pedro
Fuentes
Capítulo
I
La noche era fría
y húmeda, por motivo de trabajo, Domingo había tenido que ir a
aquel pueblo a setenta y cinco kilómetros de la ciudad, fue para
revisar el montaje una de las tiendas de la cadena para la que
trabaja.
El trabajo de
Domingo es ese y además formar a las personas que o bien porque
adquieren la franquicia o porque la empresa titular los contrata para
abrir una tienda y necesitan asesorar al personal.
Allí había ido
porque por los estudios de mercado hechos, decían que sería un buen
negocio ya que no existía ni en la población, de veinte mil
habitantes, ni en las dos poblaciones que distan seis o siete
kilómetros, una al norte y otra al sur, más pequeñas pero en una
comarca con alto poder adquisitivo, una tienda de dietética.
Una empleada de
la firma, en la capital, natural de Villadiego del Monte, que así se
llama el pueblo, dio la idea, se hicieron los estudios de mercado y
se vio que era una buena plaza.
La familia de la
empleada, Maribel, además tenían en la calle Mayor, muy cerca del
ayuntamiento y justo antes de entrar en la plaza de la iglesia, un
local que reunía las condiciones deseadas.
Se le dio la
oportunidad a Maribel de ser ella la que se hiciese cargo de la
tienda, la pusiese en marcha y luego seguir con ella o buscar una
persona de confianza para poner al frente del negocio.
Como ya estaba
próxima la apertura, había ido a inspeccionarlo todo y poner en
marcha toda la cuestión informática.
En un principio
había acabado a las ocho el trabajo, pero Maribel, a la que Domingo
conocía de la central, una muchacha de veintitantos años, cerca de
los treinta, con un encanto bastante especial aunque no una gran
belleza pero si agradable y simpática, le invitó a cenar, ya que a
partir de entonces no se verían hasta la inauguración.
Aceptó la
invitación por cortesía pero le fastidiaba un poco volver a casa de
noche, en aquel tiempo de otoño y por una carretera comarcal de
montaña de unos cincuenta kilómetros hasta llegar a la general.
No había peligro
de heladas en aquel tiempo, pero al ser una carretera bordeada por
bosques, la humedad había dejado una capa de agua en el asfalto y
una ligera neblina parecía salir de entre los árboles hacia la
carretera, eran cerca de las doce de la noche y la música del CD del
coche le acompañaba.
La niebla iba en
aumento, los árboles, a ambos lados de la carretera parecían
figuras fantasmagóricas extendiendo su largos brazos sobre la
carretera, avanzaba lentamente y cada vez se hacía más largo el
camino, todavía faltaban unos treinta kilómetros hasta la general y
empezó a tener ganas de orinar, así que aprovechando un estrecho
camino que salía de la carretera hacia el bosque, con sumo cuidado
de no empotrar el coche contra ninguna piedra ni caer en una cuneta
profunda, salió de la carretera, paró y apagó el motor y las luces
para no despistar a ningún posible conductor.
Salió del coche
y se adentró unos cinco metros en el camino.
De pronto, a la
derecha, a unos veinte metros dentro del bosque y por entre los
árboles le pareció ver luces que se movían, al acostumbrarse sus
ojos a la oscuridad, vio lo que parecía una larga fila de antorchas
o velas, un aire fresco que se levantó le traía olor a cera de
velas encendidas.
Distinguió unas
voces pero no adivinaba a oír ni comprender las palabras, parecían
salmos pero no entendía las palabras, a veces parecía latín y
otras castellano antiguo e incluso gallego o portugués, otras veces
eran canciones, pero también ininteligibles.
Domingo se
consideraba más bien miedoso, no en demasía, pero no le gustaba
enfrentarse a las cosas que no conoce o le parecen del más allá,
pero aquello llamaba su atención, se acercó sigilosamente un poco
más para intentar ver con algo de claridad, al fin pudo distinguir
que la persona que iba al frente, estaba vestido con una especie de
hábito franciscano pero de color blanco y con capucha, pero pese a
llevar la capucha puesta le vio la cara, era alargada y demacrada,
por un momento pensó que le había visto, porque le pareció que
aquellos ojos que parecían flotar dentro de las cuencas, se cruzaron
con su mirada cosa improbable porque la noche era muy oscura y la
niebla cada vez era más espesa, pero de igual forma que él lo había
visto, el fraile blanco también lo pudo ver a él.
El de la cara
demacrada llevaba una cruz en una mano y uno especie de acetre con su
isopo. Detrás le seguían como unas veintitantas figuras, repartidas
en dos filas y digo figuras porque no se podía distinguir las
facciones de ninguna, parecían no tener rasgos, pese a que la
especie de sábanas blancas que llevaban por encima no les tapaban
sino la parte de atrás de las cabezas, lo único que se veía o más
bien se adivinaban, eran las cuencas vacías de los ojos.
De pronto se dio
cuenta de una cosa que le sobresaltó, no pisaban el suelo, parecían
flotar como a unos treinta centímetros del suelo y según pasaban,
un viento frío se levantaba, pero éste no movía la llama de las
velas, ni la niebla parecía desplazarse, pero llegaba el olor de la
cera quemada y el aire en la cara.
Cuando terminó
de pasar la procesión, dio la vuelta, lo más sigilosamente posible
y llegó al coche, mirando más para detrás por si alguien o algo le
seguía, abrió la puerta, miró otra vez hacia los “fantasmas”
y se sentó en el asiento.
El grito que dio
fue espeluznante, el corazón pareció saltársele del pecho, en ese
momento recordó de que aunque bajó del coche para orinar, no lo
había hecho, un líquido caliente corrió por la entrepierna de su
helado cuerpo.
En el asiento de
al lado, estaba sentado el “fraile” encapuchado, con su cruz y
su acetre, era más pálido y cadavérico que cuando lo había visto
presidiendo la procesión.
Se sujetó al
volante con las dos manos e inclinó la cabeza hacia delante y
apoyándola entre las manos lloró de pánico. Su cuerpo temblaba
como una hoja en un vendaval.
CAPITULO
II
El ser que estaba
a su lado le miró fijamente, sus ojos, dentro de aquellas órbitas
parecían perderse, estaba tan demacrado que se adivinaban en la piel
las encías con las piezas dentares. Con una voz seca y firme, pero
que parecía de ultratumba me dijo:
¡Pon en marcha
el coche y sal a la carretera hacia la izquierda!
Como un autómata
le hizo caso, se había quedado como si le hubiesen quitado el alma,
era incapaz de pensar, conducía por una carretera estrecha, con
muchos árboles a los lados y una niebla espesa que no dejaba ver los
márgenes ni la cuneta, pero no importaba, el coche parecía seguir
un camino marcado por un piloto automático.
Después de dos
curvas, hay una tercera a la izquierda muy peligrosa, allí se han
salido muchos coches y han muerto varias personas, tómala con sumo
cuidado, luego, a la derecha hay un pequeño llano, entra en él y
para el coche. Dijo aquella figura cadavérica que no sabría cómo
describir.
Paró el coche,
se apoyó en el volante y se quedó dormido.
Le despertaron
unos golpes en la ventanilla, sobresaltado, dio un salto y miró
fuera.
Dos hombres, con
el uniforme de la Guardia Civil miraban desde el exterior, bajó la
ventanilla y les dijo: ¿Sucede algo, guardia?
Eso nos lo tendrá
que decir usted. Contestó el mayor de los dos detrás de un bigote
negro y de grandes proporciones.
No, no sucede
nada, venía desde Villadiego del Monte donde estuve trabajando y se
me hizo muy tarde, tenía sueño y me paré a dar una cabezadita y
veo que debí dormir más de la cuenta porque ya ha amanecido, voy
para la capital. Les contestó Domingo.
Pues va usted en
dirección contraria, ha salido de Villadiego hacia el norte en lugar
de al sur.
No sabía lo que
le estaba pasando, no recordaba nada, las últimas imágenes de su
mente eran las del cartel de final de Villadiego.
Me debí perder,
gracias por haberme despertado, tengo que volver al pueblo para
asearme y desayunar, luego volveré a la capital. Siguió diciendo
Domingo.
Bueno, si ya ha
descansado, puede salir, pero hacia la derecha, Villadiego está en
dirección contraria a la que llevaba pero a unos treinta kilómetros,
y tenga cuidado, a unos ciento cincuenta metros, a la derecha, hay
una curva muy mala en la que han muerto varias personas, aunque el
peligro de verdad es de noche y con niebla.
Llegó a la
población a las ocho y media, aparcó en la plaza, cerca de la
tienda de Maribel y se fue a un hostal de la misma plaza, solicitó
una habitación, quería ducharse y cambiarse, por suerte, siempre
llevaba en el maletero del coche una pequeña maleta con ropa, ya que
muchas veces, por su profesión, a menudo tiene que quedarse fuera de
casa sin tenerlo previsto.
Desde el hostal
llamó a la empresa para comunicarles que no iría o lo haría por la
tarde, que había tenido problemas en la carretera la noche anterior
y aprovecharía para terminar algunas cosas en la tienda de Maribel,
luego la llamó a ella y quedó en la tienda a partir de las once.
Después de
desayunar y ducharse, puso el despertador para las once menos cuarto
y se metió en la cama. No logró dormir, intentó repasar lo
ocurrido en la última noche, no hubo forma, desde que entraba en la
carretera con la niebla hasta que le despertó el Guardia Civil del
bigote, no recordaba nada. Era como si la niebla hubiese borrado
todo.
A las diez y
media, puesto que no había podido dormir, se duchó de nuevo, bajó
a la calle, entró en un bar y tomó un café doble. No estaba
nervioso, pero parecía que no hubiese dormido en toda la noche, pero
eso no era posible, el guardia le despertó y dormía profundamente.
A las once en
punto llegó a la tienda donde ya le esperaba Maribel. En lugar de
saludo, preguntó directamente:
¿Qué pasó?
¿Tuviste algún accidente?
Domingo le
contestó:
No lo sé, salí
del pueblo porque vi el cartel de final del Municipio, pero he
despertado en el coche a treinta y tantos kilómetros de aquí, pero
en dirección contraria, estaba fuera de la carretera y dormido, me
despertó la Guardia Civil, pero parece que no haya dormido y estoy
cansado, me he metido en la cama del hostal y no he podido ni cerrar
los ojos. He llamado a la empresa y les he dicho que estaba aquí,
así que terminaremos lo que dejamos a medias en la tienda, de todas
las formas, podré hacer mi trabajo por internet.
Si, más vale que
te quedes aquí, además, recuerda que mañana es jueves y fiesta de
Todos los Santos y podrás hacer puente, porque la verdad es que
tienes una cara terrible.
Pasó la mañana
lo mejor que pudo, se conectó a internet, resolvió los problemas
que tenía en la oficina y se dedicó a terminar los asuntos de la
tienda de Maribel.
¿Quieres que
vayamos a comer juntos? Me preguntó Maribel.
No, no puedo,
tengo tanto sueño que voy a comer ligero y me echaré a dormir hasta
las cinco, que vendré a la tienda para que organicemos los stocks y
hablar con la central por si hay cosas pendientes, además, antes
quiero ir a lavar el coche que huele a demonios. Dijo Domingo.
Así lo hizo, a
la una fue a la gasolinera donde hay también un lavadero de coche,
lo primero fue lavar el asiento del conductor, entonces vio que el
olor procedía de orines, igual que pantalones y ropa interior cuando
se los quitó por la mañana, pero no sabía qué había pasado,
supuso que dormido en el coche y debido al frío o la postura, se le
había escapado algo de orina, pero no recordaba nada.
Cuando terminó,
fue al hostal y les comunicó que se quedaría hasta el domingo,
luego pasó al restaurant y tomó un buen caldo bien caliente y un
entrecot no muy grande, no tomó café y se fue a la habitación a
dormir. Decidió ponerse el pijama y meterse en la cama con todas las
luces apagadas y la persiana cerrada, puso el despertador a las cinco
menos veinte, faltaban dos horas y media.
Imposible, cuando
sonó el despertador, estaba en el pequeño balcón de la habitación
y se había fumado medio paquete de tabaco.
El resto de la
tarde, lo pasó en la tienda con el ordenador, por dos ocasiones se
quedó adormilado delante del teclado, a las ocho salieron a la calle
y le dijo a Maribel:
Vamos a tomar
algo, pero antes quiero comprar tabaco y una botella de whisky, esta
noche dormiré como sea.
Tomaron varias
cervezas con unas tapas, con aquello ya no pensaba ni cenar, a las
nueve y media se despidió de Maribel y fue para el hostal, subió a
la habitación, se sirvió medio vaso de whisky y lo bebió mientras
fumaba tres cigarrillos y se ponía el pijama, se metió en la cama,
apagó la luz y los párpado cayeron sobre los ojos como pesadas
persianas metálicas.
CAPITULO
III
Al amanecer un
gallo le despertó con su canto. Se sentó al borde de la cama, al
incorporarse para ir al baño, las piernas no resistieron, cayó de
rodillas en el suelo, se encontraba totalmente agotado, ojos los
tenía irritados, las ojeras parecían más grandes y negras que el
día anterior, se metió en la ducha, puso el agua todo lo caliente
que pudo resistir, luego cambió a lo más frío posible, repitió la
operación cuatro o cinco veces, al principio se despejó algo, pero
cuando bajó a desayunar parecía que se iba a caer por los
escalones.
Antes de ir a la
tienda de Maribel, fue hasta el estanco a comprar tabaco, para ello
tuvo que pasar al lado del coche aparcado en una calle lateral de la
plaza donde se encontraba el hostal, cuando lo vio, quedó
sorprendido, tenía las ruedas llenas de barro y los bajos todos
sucios, aunque lo había lavado el día anterior, abrió la puerta y
se sentó al volante, la alfombrilla estaba manchada de barro, el
mismo barro que había en las ruedas, le pareció, no estaba muy
seguro, de que el cuenta kilómetros tenía más kilómetros, daba la
impresión de que alguien había utilizado el vehículo.
Salió de nuevo,
se aseguró de apuntar los kilómetros y poner el contador parcial a
cero, luego cerró la puerta con la llave y se marchó a por el
tabaco a un bar ya que era fiesta y el estanco estaba cerrado,
también aprovechó para tomar otro café.
Cuando llegó a
la tienda, Maribel estaba subiendo la persiana metálica.
¡Qué mala cara
traes! ¿No has podido dormir o has estado de juerga? Le dijo.
Domingo le
contestó:
No, me acosté
temprano y me dormí, no me he despertado en toda la noche y estoy
cansado como si hubiese estado corriendo desde ayer.
¿No estarás
malo? ¿Tienes fiebre? Aquí tenemos vigorizantes, te voy a preparar
uno y el resto te lo tomas tres veces al día.
Domingo,
sonriendo le dijo: ¿Ya estás intentando vender el producto sin
haber inaugurado y en día de fiesta?
A la una
salieron, quedaron en tomar algo y luego tomar el resto del día de
fiesta.
Por todo el
pueblo se veían, sobre todo mujeres con pañuelos negros y vestidos
de luto con ramos de gladiolos y crisantemos que caminaban hacia el
cementerio.
¡Maribel! Dijo
una señora de unos cincuenta años que pasó por su lado. ¿Sabes
que tío Anselmo está mucho mejor? Se ha levantado y todo, el doctor
dice que no sabe qué ha pasado, que él no cree en milagros, pero lo
parece. Yo pienso que lo mismo son aquel preparado que le llevaste el
otro día.
No sabes cuánto
me alegro, esta tarde iré a verlo.
¿Sabes, Domingo?
Le di el mismo preparado que te he hecho a ti. Las brujas del lugar,
que haberlas ahílas, dicen que lo tenía cogido la “Santa
Compaña”, cosas de pueblo, lo que tenía era una anemia galopante,
últimamente comía como un pajarito. Le preparé aquel combinado que
tenemos en la tienda a base de hierro, fósforo, potasio y vitamina C
y D. Lo mismo que a ti.
Bueno, bueno,
parece que te podremos dejar sola, pero ojo, no te enemistes con el
médico, procura darle la razón aunque solamente sea de cara a las
gentes del pueblo.
Se despidieron a
las dos y Domingo se fue al hostal donde comió e intentó dormir,
como no pudo se puso a trabajar hasta la hora de cenar, luego bajó
al restaurant y cenó copiosamente, luego se tomó la tercera toma
del preparado, subió a la habitación, preparó un buen vaso de
whisky y se metió en la cama, cerró los ojos y perdió la
conciencia.
Al amanecer abrió
los ojos y se encontró en la cama, casi no podía incorporarse,
lentamente se deslizó hasta el borde de la cama y haciendo un giro
sobre su costado izquierdo, sacó la pierna derecha de debajo de las
sábanas, apoyó el pie en el suelo y así pudo incorporarse, le
dolía todo el cuerpo, llegó hasta el cuarto de baño y se metió
debajo de la ducha, primero bien fría, luego, poco a poco fue
abriendo el agua caliente hasta que no pudo resistir el calor, cerró
el grifo caliente y abrió de golpe el frío hasta que los huesos le
dolieron, volvió al caliente y luego reguló a unos treinta grados,
así estuvo un buen rato, luego salió de la ducha y fue a afeitarse,
con la toalla limpió el vaho del espejo y se sobresaltó, allí
apareció la cara del ser que había visto guiando la procesión de
los fantasmas.
No, ¡¡era él!!
¡Sus ojos eran dos bolas de cristal dentro de unos grandes cuencos!,
con la delgadez del rostro sus orejas parecían inmensamente grandes,
sus piezas dentales se marcaban debajo de la piel, luego se fijó en
su cuello, largo y estrecho, sus hombros parecían una percha vacía,
su pecho hundido dejaba ver el esternón como un puñal entre sus
costillas.
Tan pronto como
pudo vestirse, llamó a Maribel y le dijo que por favor fuese con el
médico lo antes posible.
Cuando llegaron,
Maribel se asustó, el médico no tanto porque no lo conocía de
antes.
Maribel, al
verlo, le comentó al doctor sin que Domingo se enterase:
Parece mi tío
Anselmo antes de curarse.
El galeno le sacó
unas muestras de sangre y luego le puso una inyección.
Hasta la tarde, a
última hora no tendremos los análisis, mientras tanto, le he puesto
una inyección para que duerma por lo menos hasta entonces. Sería
conveniente que Maribel llame a su familia para que en el momento que
puedan, mejor después de los análisis, le lleven a su casa o al
Hospital General.
No tengo familia
cercana, dijo Domingo, llama, por favor a la empresa y dile lo que me
pasa a Antonio Fernández de mi Departamento, él vendrá a buscarme,
somos buenos amigos.
En diez minutos
fue perdiendo la conciencia, lo metieron en la cama, con la inyección
quedó relajado y dormido, el médico le tomó el pulso, vio que era
correcto, lo auscultó y todo parecía normal.
Nos podemos
marchar, le dijo a Maribel, dormirá todo el día, cuando estén los
análisis la llamaré y vendremos a verle, mientras tanto llame a su
amigo a la empresa para que preparen el traslado, ahora, mientras más
duerma más se recuperará, no sé lo que puede tener, diría que es
un virus, igual que su tío Anselmo. No se han dado más casos, pero
hay que estar preparados.
Marcharon y
dejaron a Domingo descansando.
CAPITULO
IV
A las seis y
media, cuando ya había oscurecido, llegó Antonio Fernández, fue a
la tienda directamente, allí esperaron la llamada del doctor y
quedaron en verse en el hostal.
Cuando se
encontraron, después de las presentaciones, Don Julián, el médico,
sacó un sobre del bolsillo de la chaqueta y les dio a los dos:
No hay nada raro,
algo bajo en hierro y vitamina C, normal en glóbulos rojos y
leucocitos, pero nada importante, parece como si estuviese totalmente
extenuado, ¿Saben si últimamente ha hecho más esfuerzos de lo
normal o ha tenido una actividad frenética, incluso en el plano
sexual? ¿Es posible que consumiese drogas o bebiese y fumase de una
manera desmedida?
No, doctor, dijo
Antonio, yo soy compañero de trabajo y a la vez amigo y es una
persona bastante metódica e incluso se cuida físicamente, hace
tenis y vamos a correr dos o tres días por semana, pero de una forma
prudente.
Yo le conozco
menos pero no he oído nunca nada raro de él.
Cuando llegaron a
la habitación, llamaron a la puerta, como no abría avisaron a la
dueña del hostal y ésta les abrió con otra llave.
Los cuatro,
cuando se acostumbraron a la semi oscuridad, se quedaron atónitos,
en la cama no había nadie, miraron en el cuarto de baño y tampoco
estaba, Maribel, más observadora dijo: La ropa que llevaba esta
mañana y que cambió por el pijama está en la silla, doblada tal
como la dejó y el pijama no está por aquí. No parece faltar nada
del equipaje.
No puede estar
muy lejos, en pijama y con el tranquilizante que le inyecté, además
de su estado, no puede estar muy lejos. Dijo D. Julián.
¿Sabes, Maribel,
dónde está el coche?
Si, está en la
parte de detrás del hostal, muy cerca de la tienda, de hecho hemos
pasado por allí ahora cuando veníamos, pero no me he fijado.
Bajaron a la
calle y fueron hasta el sitio indicado por Maribel, allí no estaba
el coche.
¿Dónde está la
Guardia Civil? Preguntó Antonio.
Por aquí detrás,
a tres manzanas está el cuartelillo, contestó Maribel.
¡Vamos!
D. Julián dijo:
Vayan ustedes, ya
me dirán algo.
Antonio y
Maribel, a buen paso se dirigieron al cuartelillo, hablaron con el
sargento y éste tomó nota, luego llamó por radio a las dos
patrullas que estaban de guardia y les dio la descripción del coche
y de Domingo.
Uno de los
agentes contestó enseguida
Ese coche estaba
detenido cerca de la carretera el otro día, al amanecer, cerca de la
curva de la “dama blanca” y estaba dentro, durmiendo el sujeto
que han descrito, estamos bastante cerca del sitio.
Vayan hacia allí
y vigilen los caminos que dan a la carretera norte. Dijo el sargento.
¿Qué es eso de
la “dama blanca”? Dijo Antonio.
Bueno, esa es una
leyenda urbana, que dice que en una curva que hay muchos accidentes
se aparece una mujer con una túnica blanca avisando del peligro.
Chorradas de pueblo. Sentenció el sargento.
Muchos dicen que
la han visto, del pueblo y forasteros. Dijo Maribel ligeramente
enfadada, es más, mi tío Anselmo dice que la vio.
Si mujer, si,
como la Santa Compaña. Dijo el sargento sonriendo.
No habían pasado
ni diez minutos cuando la emisora hizo un chasquido característico y
se oyó la voz del agente:
Mi sargento,
estamos en el sitio, el coche está aquí, totalmente cerrado pero
no hay nadie dentro ni por los alrededores.
No se muevan de
ahí, vamos para allá. Dijo el sargento, dio órdenes a un agente
para que se quedase en el cuartelillo y él, otro agente de conductor
y Antonio y Maribel montaron en un todo terreno y salieron por la
carretera del norte, llovía abundantemente.
Cuando llegaron
al lugar, no pudieron ver nada, las posibles huellas habían sido
borradas por la lluvia.
Dio órdenes el
sargento para que la patrulla se quedase vigilando hasta que fuese
otra a relevarles y ellos cuatro fueron carretera arriba, hasta el
siguiente pueblo, no vieron nada, cuando llegaron eran más de las
diez y no se veía un alma por la calle, solamente había luz en un
bar en la plaza Mayor, entraron, en el mostrador estaba un hombre, el
dueño, apoyada la barbilla y una cara de aburrimiento en una mano
cuyo codo y antebrazo la sujetaban apoyado en la barra, parecía
escuchar a un hombre medio borracho que sentado en la mesa más
cercana, con un vaso en la mano y que no paraba de decir, lo que el
alcohol le dejaba:
Te juro que la he
visto, era la Santa Compaña, pasaba cerca de la curva de la “Dama
Blanca”.
Domingo no
apareció hasta tres meses después, un hombre que recogía leña lo
encontró en medio del bosque, vestía una túnica que en su día fue
blanca, era un esqueleto con piel, a su alrededor se adivinaban gotas
de cera, ni las alimañas se acercaron para comer los despojos.
FIN