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AMOR VERDADERO
Pedro Fuentes
Capítulo I
Aquella mañana, cuando desperté no pude imaginar lo que me
deparaba el futuro a partir de aquel momento, el sol estaba apareciendo por el
horizonte, éste estaba teñido por un tono entre rosado, malva, anaranjado y
rojo, no había ninguna nube en el cielo.
Un bucólico día de campo, como tantos otros pero tan
diferente, me felicité por otro día que veía el amanecer, no siempre amanece a gusto de todos, pero, si
ves amanecer, es que estás vivo y si estás vivo ya es un milagro.
Cuando llegó el pastor, con sus dos perros, ya noté algo
diferente, los pastores estaban más arreglados, sus ropas eran más típicas, luego
me enteré, hoy toca la etapa de pasar por las calles principales de Madrid, hoy
se celebra la fiesta de las trashumancia, el ganado pasará por la Cañada Real y
yo también a lomos de una oveja como llevo haciendo desde que salimos de
Extremadura, si, soy una pulga y habito en una oveja desde que nací, mi madre
me puso en forma de huevo en un establo, allí pasé mi etapa de huevo, pupa y
larva, cuando terminé mi desarrollo, ya convertido en pulga, salté sobre una
oveja y desde entonces la habito, hay alguna otra, pero este ganado está
bastante cuidado y no somos muchas, además, en el tiempo que estamos de
trashumancia, los establos son gaseados y pocas colegas sobreviven al asesinato
colectivo, yo fui una de las sobrevivientes a la etapa anterior y la verdad es
que desde entonces he llevado una vida apacible en el campo, donde me gustaría
llegar al final de mis días, aunque ya adulto, hecho de menos la compañía de
una pulga hembra que quiera perpetuar la especie en mi compañía.
Ya nos ponemos en marcha, somos muchas las ovejas que
caminan siguiendo a las guías, van apretadas unas contra otras porque se
orientan muy mal y se perderían, además tienen miedo a los perros que las
acompañan.
Yo viajaba en una oveja merina, al lado justo de la acera,
las gentes, y sobre todo los humanos pequeños estaban en primera fila, sus
padres detrás les ayudaban a alargar la mano para que no tuviesen miedo a
acariciar las ovejas, una de aquellas manitas me pasó rozando y a punto estuve
de quedar enganchado a ella, solamente me salvó que estaba fuertemente trabado
con la especie de garfios que tenemos al final de las extremidades para evitar
que si la oveja echaba a correr me dejase en el suelo.
En un rato de tranquilidad, al pasar por una plaza donde en
el centro había una fuente en forma de mujer en un carro tirado por leones,
estuve paseándome de un lado para otro por ver si alguno de mis congéneres
viajaba en el mismo animal que yo.
Iba distraído por la barriga de la oveja cuando la calle se
volvió a estrechar y el ganado se entorpecía para poder tomar el nuevo camino.
De pronto, sin saber ni cómo ni por qué un perro de los que
yo no había visto jamás, pequeño, peludo, con un lazo en la cabeza y vestido
como si fuese una persona, se acercó a mi cabalgadura, sorprendiendo a su dueña,
que lo llevaba atado e intentó morder a la oveja, con tan mala fortuna que al
ir distraído y medio sujeto, al agarrarme fuertemente, me encontré en las
barbas de aquel fiero animal.
La experiencia me ha enseñado que cuando subes a un perro,
el sitio más seguro es en la parte inferior del cuello, allí, si no lleva uno
de esos collares tan desagradables que nos repelen, el no nos puede morder y
además la sangre que pasa por allí es la más rica en nutrientes.
Al pasar por entre la ropa que llevaba, ya al final, a la
altura del cuello del abrigo, divisé algo, me acerqué y vi una hermosa pulga de
color más claro que yo, lo que la distinguía como las conocidas pulgas del gato
y del perro, mi color, como pulga del ganado es más oscura, un marrón oscuro
que a veces parece negro.
¡Hola! Preciosa, le dije.
Me devolvió un mohín y miró para otro lado.
¡Hola! Preciosa, ¿quizás los ladridos de este fiero animal
no te han dejado oír?
Ya le he oído, pero no esperará que me dirija a una pulga de
campo que se alimenta de sangre de oveja y que no me han presentado.
Vaya con la señoritinga de ciudad, me llamo Rodolfo, vengo a la ciudad desde una extensa
explotación ganadera y soy descendiente de una estirpe de pulgas que habitamos
no en cualquier sitio sino en un rebaño de ovejas merinas, lo más selecto del
ganado lanar y no en un perro chillón de ciudad que lo tienen que vestir como
un humano para que no se muera de frío.
Sepa usted, que ese delicado perro, que no comparto con
nadie, pertenece a una actriz de revista que me lleva cada día al teatro donde
actúa y allí he tenido ocasión de picar a las más bellas vedettes de la
capital, además, tenemos un cuplé dedicado a una tatarabuela mía, porque yo soy
descendiente directa de la famosa pulga de la Chelito y mi abuela hasta hace
poco picó a Olga Ramos y por si le interesa mis abuelos, tíos y mucha familia
trabajaron en el Circo Price a las órdenes de un famoso domador de pulgas,
además de que allí han picado hasta fieros leones que también trabajaban allí.
Vaya, y ¿qué es eso comparado con la apacible vida en la
campiña, donde los colores y olores no se desvirtúan con nada? Y ¿Qué tiene la
señoritinga que decir de dormir envuelta en pura lana virgen? Solamente con
escuchar el estridente ladrido de semejante aprendiz de perro, ya me cansa
vivir en la ciudad, menos mal que solamente pasamos dos veces al año.
Para que usted lo sepa. Me llamo Elisenda y no sabe lo que
es cada noche ir a la revista y dedicarse a saltar por el patio de butacas de
tobillo en tobillo tanto de señoras como de caballeros y muchas de las veces
con un leve sabor a alcohol creando un delicioso cóctel que te alegra el
corazón y luego, cuando vuelves a tu amada cabalgadura el limpio y aseado
perrito, como ya vas bien alimentada, no tienes necesidad de picarlo, con lo
cual no se entera de que vives allí y no te molesta con violentos rascados con
las patas.
Como se nota que no sabes de la belleza de un bonito
amanecer, del canto de los pájaros y del vuelo, yo sé de algún compañero que ha
logrado habitar un ave y ha volado por los cielos, contemplando las montañas y
los prados desde arriba, vosotros los de ciudad y que habitáis perros y gatos
no sabéis nada de la naturaleza, si alguna vez tengo hijos, me gustaría que
disfrutasen de la sana y bonita vida en el campo.
Si, si piensas así, lo que no tendrás será una pulga fina i
delicada, para unirte a ella, sino una que no tenga olfato y no distinga el
pestazo a lana sucia y que sea ciega para no ver todos esos pelos enmarañados
de las ovejas y sorda, para no oír ese balar continuo y encima esos perrazos
persiguiéndote todo el día.
Me parece que la gente de ciudad no sabe de las maravillas
de vivir en el campo, así que yo, ahora, te invito a pasar una temporada en el
campo, todavía estamos a punto de coger una oveja y en dos días estaremos en
casa.
¡Huy!, ¡No! Ahora viene el invierno y no estoy dispuesta a
pasarlo en medio del campo o en corrales apestando a oveja, con lo calentita
que estoy yo en el invierno en mi casa de Madrid, además, ahora empieza la
temporada de teatro y revista y estaré cada día de marcha, hasta es posible que
vea algún familiar mío.
Bueno, si es así y me invitas, podré pasar el invierno
contigo y en primavera, cuando las ovejas pasen por aquí camino de la montaña
podemos ir con ellas.
En ese momento, el perro salvaje, que se llama Tobi, pegó un
salto detrás de una oveja y si no llega a ser por los reflejos y la fortaleza
de Rodolfo, que sujetó a Elisenda hacia sí para protegerla, ésta hubiese caído
a tierra.
Elisenda se agarró a Rodolfo con todas sus patas y éste
aprovechó para abrazarla cariñosamente.
Al fin, después del abrazo que duró más de lo previsto, las
dos pulgas, decidieron unir sus vidas y quedarse el invierno a vivir en Madrid.
CAPITULO II
El invierno fue muy duro para Rodolfo, si no hubiese sido
porque amaba locamente a Elisenda, se hubiese marchado a su tierra aunque fuese
a lomos de un jabalí.
Tobi era un desastre, se pasaba el día en la casa corriendo
detrás de una pelota y ladrando siempre que oía el más mínimo ruido.
Tres veces al día, la chica de servicio que tenía la dueña
de Tobi lo sacaba a la calle, entonces se pasaba todo el rato yendo de árbol a
farola y a cualquier cosa vertical marcando el terreno, una vez estuvieron a
punto de partirle el lomo pese a que iba atado, porque la muchacha se despistó
y el animal vio la escoba de un barrendero y no se lo pensó dos veces, le marcó
la escoba y el buen señor se puso hecho una furia. Suerte que Charo, la chica
estiró de la correa y lo subió a sus brazos con el peligro que tuvimos Elisenda
y yo de caer al vacío.
Lo único bueno del día es cuando vamos al teatro de
revistas, la dueña de Tobi lo arregla, le pone sus mejores ropas y lo lleva
donde actúa ella, por lo visto es una gran vedette, aunque a mi no me gusta,
prefiero el canto de los grillos y las cigarras en el campo, luego, cuando
llegamos hay entre los pasillos y escaleras del teatro muchas personas muy
raras, todas vestidas o más bien desvestidas con cuatro plumas, parecen
disfrazadas de gallinas y los hombres, con unas medias ajustadísimas y hablan
muy raro, no como los hombres que pastorean a las ovejas y si te subes a sus
brazos tienes que tener mucho cuidado para no caerte, porque los mueven mucho,
luego, a veces no sabes a quién picas, porque estás tan tranquilo pegándote un
lingotazo de sangre y de pronto se ha arrimado otro y sin querer te vas con el
nuevo, luego están los que beben algo que si los sorbes mucho te entra alegría
y luego mucho sueño.
Una vez, mes estaba poniendo morado de sangre con coñac y
restos de un perfumen que llamaban “nosequé 5” y después de ponerme a bailar,
me caí borracho como una cuba y me dormí, cuando desperté había pasado un día y
estaba entre unas plumas.
Elisenda se puso hecha una furia, pensó que la había
abandonado, me chilló, y chilló, y chilló y a mi me dolía todo el cuerpo. Cuando
volví a Tobi se puso a llorar como una loca y me dijo que me había echado mucho
de menos y pensó hasta no volver a Tobi, pero luego se arrepintió y volvió a
casa con él.
Desde entonces voy con mucho cuidado con lo que libo, no sea
que me siente mal, pero si no fuese por esos ratos y otros mejores en compañía
de Elisenda no podría resistir hasta la primavera.
Elisenda ya ha puesto algunos huevos en el teatro, porque
dice que quisiera que nuestros descendientes fueran artistas como toda su
familia, pero yo quisiera que fuesen pulgas campestres como yo, así que en
cuanto pasen por aquí las ovejas camino de la Sierra de Gredos, nos iremos con
ellas y luego, después del verano iremos a Extremadura para llenar, junto con
otras congéneres los establos.
El invierno se hace cada vez más largo, mirándolo fríamente,
no se puede vivir mucho tiempo a ese ritmo, he conocido a muchos congéneres en
el teatro y en un parque muy grande al que vamos a pasear con Tobi, gracias a
nuestros enormes saltos, si andas con cuidado puedes apearte de tu guarida y
pasear por la arena y otros perros, hay algún conocido que se ha atrevido a
montarse en una paloma y ha volado, dice que es fabuloso, pero yo no me atrevo,
si no tuviese una familia a lo mejor lo haría e iría a correr aventuras, pero
perdería a Elisenda, además, aunque las pulgas cuando ponen los huevos se
desentienden de ellos, te gusta que tus descendientes estén poblando sitios
cerca de ti.
Ahora salimos más veces a pasear con Charo, porque ésta ha
conocido a un humano, es joven como ella y viste de una forma muy rara y lleva
botas y gorro. Como a veces se sientan los dos muy juntos, bajé de Tobi y me
acerqué a él, tuve que dar un gran salto para evitar las botas, pero luego,
cuando le piqué saboreé la sangre, es parecida a las de los humanos que llevan
el ganado, fuerte, espesa y de sabor más natural.
Se enfadó mucho el humano cuando le piqué, dio un manotazo y
por poco me pilla, pero no le echó la culpa a Tobi sino al sitio donde se
aloja, me pareció entender que decía “cuartel”.
Ahora no subo a él si no está con las manos ocupadas con las
de Charo o en cualquier otro sitio.
Elisenda dice que prefiere chupar la sangre de Charo, que
sabe como a desinfectante pero con buen olor y no hace daño.
Lo peor son los días que llueve, entonces no nos sacan de
casa y si tenemos hambre tenemos que chupar a Tobi y se pone como una fiera a
dar patadas por la zona de picada, por lo que Elisenda y yo nos ponemos cada
uno a un lado para que no sepa donde rascarse. Tenemos que hacerlo cuando no
hay humanos porque si no, dicen que el chucho ha cogido bichos y le ponen una
colonia que te deja casi para morir.
CAPITULO III
Ya está terminando el invierno, la primavera se empieza a
notar en las plantas, pequeños brotes salen en los árboles, cuando vamos al
Retiro, que así llaman al gran parque que vamos, le explico a Elisenda cosas
sobre los árboles y la naturaleza, le enseño que hay pájaros muy peligrosos
porque comen toda clase de insectos, entre ellos pulgas.
Al principio Elisenda no distingue un animal de otro, ella
solamente conoce a los perros y sabe que hay grandes y pequeños, de mucho pelo
y de poco pelo. De los árboles y plantas no sabe nada, no conoce, porque nunca
se ha fijado, la hermosura de las flores y lo embriagador de los olores, es
más, no conoce ni otro tipo de insectos, una vez que estuvimos de visita en
otro perro, le enseñé una garrapata, cuando le dije que era una especie, prima
lejana nuestra, no se lo creía.
Las ovejas ya deben de pasar pronto, Charo se lo ha dicho a
Paco, su amigo, y como los dos son de campo, han dicho que irían a verlas, como
el pretexto es pasear a Tobi, podremos ir con ellos.
El nerviosismo se respiraba en el ambiente, Elisenda no las
tenía todas consigo, lo de abandonar la ciudad no era para ella, veía que iba a
perder toda la vida de lujo y farándula que había llevado hasta aquel momento,
no entendía el campo, no veía que pueda ser bonito el verde de los prados, el
color de las rosas, ¿Cómo podía oler bien la hierva después de la lluvia? Las
ovejas, el pelo de las ovejas olía que apestaba cuando estaba mojado y tener
que vivir allí soportando la humedad, no había saboreado la sangre del pastor,
pero si era más fuerte incluso que la de aquel amigo de Charo, que sí la había
probado, no podía ser más desagradable, alguna vez, después de picar a Paco
tuvo que devolver, yo le decía que era debido a que estaba a punto de poner
huevos, pero yo sabía que no.
¡Rodolfo! Por favor, no vayamos al campo, es más divertida
la vida en la ciudad, me decía.
No, Elisenda, la vida en el campo es más libre, toda está
llena de olores, sabores, colores, aventuras, la alimentación es más sana, la
sangre no te hace emborracharte. Le contestaba yo.
Las discusiones entre nosotros eran cada vez mayores, ella
gritaba y lloraba por cualquier cosa, yo no podía seguir en la ciudad, mi vida
en la ciudad era monótona, además siempre terminaba yendo a picar a aquellos
que más parecía que sabían a alcohol, incluso una vez piqué a uno que olía
raro, era algo que me hacía sentir exultante, lleno de vida, más ágil que
nunca, luego caía en la cuenta de que a la persona que picaba le pasaba lo
mismo y luego tenía tanto él como yo volver a saborear aquella sustancia, cada
vez necesitaba picar más veces y cada vez la resaca era peor.
Decididamente volvería al campo, no quería que la ciudad me
devorase.
Aquella mañana supe que era el día, Charo cantaba, se
arregló, peinó a Tobi con más esmero que nunca con el consiguiente peligro para
Elisenda y yo, oí a la vedette como le daba permiso para estar todo el día
fuera, pero tenía que sacar a Tobi toda la mañana para que luego estuviese
tranquilo el resto del día.
Paco le vino a buscar y nos fuimos con Tobi, miré a la casa
por última vez y se me alegró el corazón. Noté que Elisenda lloraba por dentro.
Llegamos a una calle muy ancha, al lado del jardín donde
solíamos ir a pasear, nos pusimos en un sitio donde se estrechaba el paso y
estaríamos más cerca del ganado, al fondo, por arriba veíamos una puerta muy
ancha, de piedra, con unos arcos y unos jardines alrededor protegido con vallas
para que el ganado no entrase, al otro lado, más abajo estaba la señora de
piedra con el carro de piedra y los leones de piedra donde salté por primera
vez sobre Tobi.
Cogí a Elisenda de una pata y le dije:
Ven, Elisenda, saltaremos sobre las primeras, son las más
fuertes, las que mandan, además si no nos gustan, podremos bajar y dejar que
pasen hasta encontrar alguna que nos guste.
No, Rodolfo, no saltaré, lo he pensado mucho, yo no podré
vivir sin mis comodidades, vete tú, yo comprendo que la ciudad te está matando.
Me dijo
No, Elisenda, sin ti no podré vivir. Le contesté
Y conmigo te estás matando. ¡Vete! ¡Vete y que seas feliz!
No, no puedo así, ¿Qué será de mi vida?
Encontrarás una pulga de campo y serás feliz, yo me moriría
allí, ¡Vete! ¡Te juro que no te olvidaré!
De pronto sentí un empujón, corregí el salto en el aire y
caí sobre una mullida lana de una oveja merina.
Miré hacia detrás y ya no vi ni a Elisenda, ni a Tobi ni a
Charo ni a su Paco, dos lágrimas cayeron de mis ojos, me acurruque en la lana y
dormí, cuando desperté ya salíamos de la ciudad y un inmenso campo invadía todo
el horizonte. La oveja en la que cabalgaba corría perseguida por un perro
pastor porque nos estábamos separando del rebaño.
FIN
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