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miércoles, 12 de julio de 2017

LUCÍA XI


 Bueno, ya estoy aquí de nuevo, vengo de dar una pequeña vuelta por el mundo, he conocido varios países y muchas personas de diferentes culturas y me he enriquecido cada día un poco más, vuelvo y me encuentro con las mismas gentes, unas con ansias de ampliar sus mundos, pero por desgracia, también me reencuentro con aquellos que cuando me fui querían restar y dividir en lugar de los que queremos sumar y multiplicar, la cultura se agranda con el conocimiento y ésta con el encuentro de otras personas con otras ideas, otros idiomas, otros pensamientos.

Con lo pequeño que es el mundo, hay quienes quieren cortar con los vecinos porque piensan diferente y quieren sentirse glorificarse con los que no saben ver más allá de lo que la vista, corta, les engaña, hay otros mundos, otras culturas, otros pensamientos que nos engrandecen al compartirlos con nuestros queridos congéneres.

No seáis “piltrafillas” ¿No os parece que ya somos adultos que no estamos en patios del colegio diciendo? : Con éste ya no me “ajunto” y a ti ya no te hablo porque no me ríes la gracia ni me apoyas en mis ansias de reñir con los hermanos.  

Y ahora un nuevo capítulo de.........................


LUCÍA

Pedro Fuentes

Capítulo XI


Iba transcurriendo el tiempo y Ricardo seguía con sus escapadas de fin de semana, era el único tiempo libre que tenía y cuando los domingos por la tarde marchaba al campamento, le parecía un relax pensar que hasta el viernes por la tarde no veía a su “novia formal”. Luego, cuando el viernes llegaba la hora de dejar en su casa a María José, una bocanada de aire fresco parecía llenarle los pulmones, entonces cogía su Renault Dophine y se marchaba a ver a Lucía con la que le unía una buena amistad.
Aquel viernes, cuando llevaba una medía hora en el bar, Pepe llamó a Lucía.
Lucía, ven, te llaman por teléfono.
Ricardo estaba jugando a la máquina, pero oyó a Pepe, como estaba enfrente del teléfono, vio que Lucía cambiaba el gesto de su cara por un rictus de susto. colgó el teléfono y fue hacia Pepe. Habló un par de palabras con él e inmediatamente llamó a Ricardo y le dijo: Era mi vecina, mi madre se ha puesto mala y la han llevado a La Paz, ¿Tienes el coche cerca, Ricardo? ¿Me puedes llevar?
Si, lo tengo aquí cerca, en la plaza de Arapiles. Vamos.
Salieron a la calle y ni siquiera notaron el frío que hacía. Montaron en el coche y salieron hacia la Castellana para subir hacia Plaza de Castilla y a la Residencia de La Paz.
Ya en La Paz, les enviaron a urgencias, allí estaban la vecina y su marido, cuando les vieron, la señora, dirigiéndose a Lucía le dijo:
Tu madre ha tenido una angina de pecho, está muy grave, pero de todas formas ha dicho el doctor que cuando llegases tú, que le avisemos en recepción de urgencias que te dirá lo que hay.
Rápidamente Lucía y Ricardo se dirigieron a la ventanilla y cinco minutos más tarde, les llamaron y los llevaron a un despacho donde les esperaba el doctor, un hombre de unos cincuenta años, moreno, con una bata blanca en la que encima del bolsillo del pecho, a la izquierda ponía A. Servando.
Siéntense, dijo el doctor y a continuación, dirigiéndose a Ricardo dijo:
La señora Engracia tiene….
Ricardo le interrumpió: perdone, doctor, ella es Lucía, su hija, yo solo soy un buen amigo de ella.
Perdone, dijo el médico, dirigiéndose esta vez a Lucía, su madre tiene una angina de pecho muy severa, ahora mismo está controlada, pero las próximas 72 horas son cruciales. Si pasa éstas sin complicaciones podremos decir con casi total seguridad que se repondrá, pero por ahora no podemos ni dejarla ver, aunque está sedada y dormida, porque dentro de estas 72 horas, las primeras 12 son de extrema gravedad, yo les aconsejaría que se fuesen a casa, descansen y mañana será otro día, no se preocupen que si hubiese alguna novedad les avisaríamos.
No, doctor, yo me quedaré.
No disponemos de habitación para acompañantes, tiene que ser en un sillón en la sala de espera.
Es igual, me quedaré.
Como usted quiera, Señora….
Lucía, soy Lucía.
El doctor les acompañó a la puerta, les dio la mano y dijo:
No se preocupe, Lucía, a la más mínima novedad les avisaremos.
En la sala de visitas, se encontraba la vecina de Lucía, una vez informados de lo dicho por el doctor, quedaron que marcharían a su casa y le prepararían a Lucía una maleta con varias cosas que ésta les preparó en una lista y Ricardo iría a buscar.
Marcharon pues los vecinos y Ricardo y Lucía entraron en la sala de visitas para dar tiempo a que preparasen el encargo. Al cabo de un cuarto de hora salió Ricardo a recoger el encargo y volvió a la hora.
Se sentaron en dos sillones contiguos y Lucía dijo:
Gracias, Ricardo, ya puedes marcharte, yo me quedaré aquí, si necesito algo, si no te importa, te llamaré.
No, no me voy a ir y dejarte aquí sola, me quedaré haciendo te compañía.
Se sentaron el uno al lado del otro pero no hicieron ni por dormir, Lucía empezó a contarle a su compañero lo que había sido la vida en el pueblo, le contó que no había conocido a su padre porque cuando murió ella era muy pequeña, su madre tuvo que dedicarse a la casa, un pequeño huerto y unos animales, conejos y gallinas y un cerdo que compraban cada año siendo un lechón para engordarlo, además se dedicó a trabajar en la limpieza de varias casas, así pasaron los años dedicada a sacar a su hija adelante.
Cuando Lucía llegó al momento de explicarle lo ocurrido con Antonio y cómo tomaron la decisión de marchar a Madrid, a Lucía se le humedecieron los ojos, Ricardo le tomó su mano derecha entre las suyas y se la llevó a los labios y la besó, Lucía acercó su cara a la de él y le rozó ligeramente la mejilla con su boca.
No llegaron a dormir, parecía que se habían intercambiado los roles y era Ricardo el que estaba detrás de la barra oyendo pacientemente a los clientes. Así llegó el amanecer.
A las ocho y media, Ricardo bajó a recepción y desde allí llamó a su “novia” para decirle que lo habían llamado de Alcalá de Henares, del campamento porque estaban haciendo un ejercicio de emergencia y tenían que volver al cuartel, así que hasta el viernes siguiente no se verían.
Al poco rato llamó Lucía a su tío y a Pepe para informarles del estado de su madre.
A eso de las diez, pasó el médico e informó de que el estado de la enferma era favorable, ya que no había habido ninguna alarma, que todo era estable.
Su madre ahora está semi despierta y podrá entrar un momento a verla, usted sola, en setenta y dos horas, si sigue así, la trasladaremos a planta y podrá recibir alguna visita, mientras tanto solamente podrá verla cinco o diez minutos al día.
Lucía, acompañada del médico, pasó a la habitación y se sorprendió al ver a su madre, había envejecido varios años, además estaba despeinada y de su brazo derecho le salía una vía, del gota a gota, llevaba una mascarilla por la que le suministraban oxígeno y a la vez estaba conectada una pantalla color verde en la que se representaban con una línea quebrada los latidos del corazón y emitía un pitido a la vez.
Lucía se acercó a ella y puso su mano sobre la de la enferma, a la vez que con la otra mano le alisó el cabello. La señora Engracia la miró y su boca esbozó una ligera sonrisa, no dijeron nada, a los dos o tres minutos, el médico le puso una mano sobre el hombro y le indicó que tenían que salir.
Cuando salieron, Lucía fue hacia Ricardo, que estaba al lado de la puerta y se dejó caer en sus brazos, mientras lloraba, al cabo de unos minutos, cuando se serenó, él le dijo:
Creo que deberíamos ir a tu casa para que descanses algo y luego volvemos.
No, Ricardo, tú ya has hecho demasiado por mí, tienes tu vida y has de seguir con ella, yo te agradezco mucho lo que has hecho por mi madre y por mí, pero no podemos seguir molestándote, gracias, Ricardo, ahora, si deseas, puedes llevarme a casa, pero tienes que seguir con tus cosas.
No, Lucía, desde el primer momento me ofrecí a ayudarte con todas las consecuencias, este fin de semana, como sabes lo tengo libre y estaré a tu lado para lo que necesites.
Gracias, Ricardo, no sabes lo que te lo agradezco, pero no quiero que pongas en peligro tu relación por mi culpa.
Mi relación está en peligro desde que comenzó, cosa que no debió pasar nunca, así que anda, vamos al coche.
Antes de salir, Lucía habló con las enfermeras y les entregó la pequeña maleta con cosas de su madre por si las necesitasen. Luego salieron, fueron al aparcamiento y cogieron el “Dophine” de Ricardo. Este puso el coche en marcha y salieron Castellana hacia abajo hasta la plaza de Emilio Castelar, subió por General Martínez Campos hasta la Glorieta de Iglesias y bajó por Juan de Austria hasta la casa de Lucía, al ser domingo pudo aparcar en la misma puerta.



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