Bueno, ya estoy aquí de nuevo, vengo de dar una pequeña vuelta por
el mundo, he conocido varios países y muchas personas de diferentes
culturas y me he enriquecido cada día un poco más, vuelvo y me
encuentro con las mismas gentes, unas con ansias de ampliar sus
mundos, pero por desgracia, también me reencuentro con aquellos que
cuando me fui querían restar y dividir en lugar de los que queremos
sumar y multiplicar, la cultura se agranda con el conocimiento y ésta
con el encuentro de otras personas con otras ideas, otros idiomas,
otros pensamientos.
Con lo pequeño que es el mundo, hay quienes quieren cortar con los
vecinos porque piensan diferente y quieren sentirse glorificarse con
los que no saben ver más allá de lo que la vista, corta, les
engaña, hay otros mundos, otras culturas, otros pensamientos que nos
engrandecen al compartirlos con nuestros queridos congéneres.
No seáis “piltrafillas” ¿No os parece que ya somos adultos que
no estamos en patios del colegio diciendo? : Con éste ya no me
“ajunto” y a ti ya no te hablo porque no me ríes la gracia ni me
apoyas en mis ansias de reñir con los hermanos.
Y ahora un nuevo capítulo de.........................
LUCÍA
Pedro Fuentes
Capítulo
XI
Iba
transcurriendo el tiempo y Ricardo seguía con sus escapadas de fin
de semana, era el único tiempo libre que tenía y cuando los
domingos por la tarde marchaba al campamento, le parecía un relax
pensar que hasta el viernes por la tarde no veía a su “novia
formal”. Luego, cuando el viernes llegaba la hora de dejar en su
casa a María José, una bocanada de aire fresco parecía llenarle
los pulmones, entonces cogía su Renault Dophine y se marchaba a ver
a Lucía con la que le unía una buena amistad.
Aquel
viernes, cuando llevaba una medía hora en el bar, Pepe llamó a
Lucía.
Lucía,
ven, te llaman por teléfono.
Ricardo
estaba jugando a la máquina, pero oyó a Pepe, como estaba enfrente
del teléfono, vio que Lucía cambiaba el gesto de su cara por un
rictus de susto. colgó el teléfono y fue hacia Pepe. Habló un par
de palabras con él e inmediatamente llamó a Ricardo y le dijo: Era
mi vecina, mi madre se ha puesto mala y la han llevado a La Paz,
¿Tienes el coche cerca, Ricardo? ¿Me puedes llevar?
Si,
lo tengo aquí cerca, en la plaza de Arapiles. Vamos.
Salieron
a la calle y ni siquiera notaron el frío que hacía. Montaron en el
coche y salieron hacia la Castellana para subir hacia Plaza de
Castilla y a la Residencia de La Paz.
Ya
en La Paz, les enviaron a urgencias, allí estaban la vecina y su
marido, cuando les vieron, la señora, dirigiéndose a Lucía le
dijo:
Tu
madre ha tenido una angina de pecho, está muy grave, pero de todas
formas ha dicho el doctor que cuando llegases tú, que le avisemos en
recepción de urgencias que te dirá lo que hay.
Rápidamente
Lucía y Ricardo se dirigieron a la ventanilla y cinco minutos más
tarde, les llamaron y los llevaron a un despacho donde les esperaba
el doctor, un hombre de unos cincuenta años, moreno, con una bata
blanca en la que encima del bolsillo del pecho, a la izquierda ponía
A. Servando.
Siéntense,
dijo el doctor y a continuación, dirigiéndose a Ricardo dijo:
La
señora Engracia tiene….
Ricardo
le interrumpió: perdone, doctor, ella es Lucía, su hija, yo solo
soy un buen amigo de ella.
Perdone,
dijo el médico, dirigiéndose esta vez a Lucía, su madre tiene una
angina de pecho muy severa, ahora mismo está controlada, pero las
próximas 72 horas son cruciales. Si pasa éstas sin complicaciones
podremos decir con casi total seguridad que se repondrá, pero por
ahora no podemos ni dejarla ver, aunque está sedada y dormida,
porque dentro de estas 72 horas, las primeras 12 son de extrema
gravedad, yo les aconsejaría que se fuesen a casa, descansen y
mañana será otro día, no se preocupen que si hubiese alguna
novedad les avisaríamos.
No,
doctor, yo me quedaré.
No
disponemos de habitación para acompañantes, tiene que ser en un
sillón en la sala de espera.
Es
igual, me quedaré.
Como
usted quiera, Señora….
Lucía,
soy Lucía.
El
doctor les acompañó a la puerta, les dio la mano y dijo:
No
se preocupe, Lucía, a la más mínima novedad les avisaremos.
En
la sala de visitas, se encontraba la vecina de Lucía, una vez
informados de lo dicho por el doctor, quedaron que marcharían a su
casa y le prepararían a Lucía una maleta con varias cosas que ésta
les preparó en una lista y Ricardo iría a buscar.
Marcharon
pues los vecinos y Ricardo y Lucía entraron en la sala de visitas
para dar tiempo a que preparasen el encargo. Al cabo de un cuarto de
hora salió Ricardo a recoger el encargo y volvió a la hora.
Se
sentaron en dos sillones contiguos y Lucía dijo:
Gracias,
Ricardo, ya puedes marcharte, yo me quedaré aquí, si necesito algo,
si no te importa, te llamaré.
No,
no me voy a ir y dejarte aquí sola, me quedaré haciendo te
compañía.
Se
sentaron el uno al lado del otro pero no hicieron ni por dormir,
Lucía empezó a contarle a su compañero lo que había sido la vida
en el pueblo, le contó que no había conocido a su padre porque
cuando murió ella era muy pequeña, su madre tuvo que dedicarse a la
casa, un pequeño huerto y unos animales, conejos y gallinas y un
cerdo que compraban cada año siendo un lechón para engordarlo,
además se dedicó a trabajar en la limpieza de varias casas, así
pasaron los años dedicada a sacar a su hija adelante.
Cuando
Lucía llegó al momento de explicarle lo ocurrido con Antonio y cómo
tomaron la decisión de marchar a Madrid, a Lucía se le humedecieron
los ojos, Ricardo le tomó su mano derecha entre las suyas y se la
llevó a los labios y la besó, Lucía acercó su cara a la de él y
le rozó ligeramente la mejilla con su boca.
No
llegaron a dormir, parecía que se habían intercambiado los roles y
era Ricardo el que estaba detrás de la barra oyendo pacientemente a
los clientes. Así llegó el amanecer.
A
las ocho y media, Ricardo bajó a recepción y desde allí llamó a
su “novia” para decirle que lo habían llamado de Alcalá de
Henares, del campamento porque estaban haciendo un ejercicio de
emergencia y tenían que volver al cuartel, así que hasta el viernes
siguiente no se verían.
Al
poco rato llamó Lucía a su tío y a Pepe para informarles del
estado de su madre.
A
eso de las diez, pasó el médico e informó de que el estado de la
enferma era favorable, ya que no había habido ninguna alarma, que
todo era estable.
Su
madre ahora está semi despierta y podrá entrar un momento a verla,
usted sola, en setenta y dos horas, si sigue así, la trasladaremos a
planta y podrá recibir alguna visita, mientras tanto solamente podrá
verla cinco o diez minutos al día.
Lucía,
acompañada del médico, pasó a la habitación y se sorprendió al
ver a su madre, había envejecido varios años, además estaba
despeinada y de su brazo derecho le salía una vía, del gota a gota,
llevaba una mascarilla por la que le suministraban oxígeno y a la
vez estaba conectada una pantalla color verde en la que se
representaban con una línea quebrada los latidos del corazón y
emitía un pitido a la vez.
Lucía
se acercó a ella y puso su mano sobre la de la enferma, a la vez que
con la otra mano le alisó el cabello. La señora Engracia la miró y
su boca esbozó una ligera sonrisa, no dijeron nada, a los dos o tres
minutos, el médico le puso una mano sobre el hombro y le indicó que
tenían que salir.
Cuando
salieron, Lucía fue hacia Ricardo, que estaba al lado de la puerta y
se dejó caer en sus brazos, mientras lloraba, al cabo de unos
minutos, cuando se serenó, él le dijo:
Creo
que deberíamos ir a tu casa para que descanses algo y luego
volvemos.
No,
Ricardo, tú ya has hecho demasiado por mí, tienes tu vida y has de
seguir con ella, yo te agradezco mucho lo que has hecho por mi madre
y por mí, pero no podemos seguir molestándote, gracias, Ricardo,
ahora, si deseas, puedes llevarme a casa, pero tienes que seguir con
tus cosas.
No,
Lucía, desde el primer momento me ofrecí a ayudarte con todas las
consecuencias, este fin de semana, como sabes lo tengo libre y
estaré a tu lado para lo que necesites.
Gracias,
Ricardo, no sabes lo que te lo agradezco, pero no quiero que pongas
en peligro tu relación por mi culpa.
Mi
relación está en peligro desde que comenzó, cosa que no debió
pasar nunca, así que anda, vamos al coche.
Antes
de salir, Lucía habló con las enfermeras y les entregó la pequeña
maleta con cosas de su madre por si las necesitasen. Luego salieron,
fueron al aparcamiento y cogieron el “Dophine” de Ricardo. Este
puso el coche en marcha y salieron Castellana hacia abajo hasta la
plaza de Emilio Castelar, subió por General Martínez Campos hasta
la Glorieta de Iglesias y bajó por Juan de Austria hasta la casa de
Lucía, al ser domingo pudo aparcar en la misma puerta.
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