Un capítulo más de la vida de Lucía, la muchacha que tuvo que marchar de su pueblo por culpa de las habladurías de las gentes que más tenían que ocultar.
LUCÍA
Pedro Fuentes
Capítulo XVI
Al
día siguiente, a las cuatro y media, Lucía estaba esperando a su
prima cuando ésta llegó, se dieron sendos besos en las mejillas y
Lucía, cogió del brazo a Rosario y tiró de ella hasta la
cafetería, allí pidieron dos cafés y se sentaron en una mesa.
Quería
hablar contigo antes de subir, para comentarte que hablé con mi
madre sobre Ricardo y se puso hecha una fiera, desde entonces no me
dirige la palabra, dice que soy una puta, que trabajo en un bar de
alterne, que para eso no hacía falta venir a Madrid, en fin, de
todo, solamente le ha faltado decirme que para eso hubiese consentido
con Antoñito y quizás ahora sería la mujer del hijo del notario,
no se si recuerdas a Genaro, el primo de tu padre y a la vez primo de
mi padre, él nos ha ayudado mucho aquí en Madrid, es socio del bar
en el que trabajo y me protege todo lo que haga falta.
Genaro
¿No salió del pueblo por un jaleo en este caso de pantalones? Dijo
Rosario.
Si,
creo que si, pero yo no se que sea marica ni me importa, yo solo se
que me ha ayudado y protegido, pues bien, hoy ha venido a ver a mi
madre y le ha puesto las cosas claras sobre el bar y mi reputación,
le ha dicho que conoce a Ricardo y le parece que es un buen chico,
aunque no sabe que cuando termine se marchará.
¿Pero
te ha dicho algo de un futuro en común? Cortó de nuevo Rosario.
No,
todo lo contrario, me ha dejado las cosas claras, además, me ha
dicho que casi sin darse cuenta, tiene un noviazgo con una chica a la
que no se atreve a decirle que quiere romper y cuando se marche,
después de la mili, aprovechará para abandonarla y poner tierra de
por medio.
¿Y
dices que no es un “cara”?
No,
no lo es, simplemente dice que eso que siente no es amor.
¿Sabes
que te está destrozando tu vida?
No,
me está dando algo que yo no había sentido nunca, yo lo quiero,
pero es verdad lo que él dice y mientras dure yo soy feliz, cuando
se marche ya veremos lo que siento, pero mientras tanto disfruto de
él y de la vida.
Bueno,
ahora cuando subamos, no le digas a mi madre los rumores del pueblo,
cuéntale las novedades, bodas, bautizos, muertes, cosas de esas y
sobre todo, ni a tu madre le cuentes lo de aquí y tampoco a
Fernando.
Vale,
te prometo que no diré nada a nadie, espero que tu madre no me
pregunte nada que no deba saber.
Si
lo hace, con decirle que llevas este tiempo fuera del pueblo, que te
marchaste unos veinte días después de nosotros y que no te enteras
de nada aquí en Madrid, ya está.
Bueno,
venga, vamos a subir, se supone que después de ayer, que vinieron
Genaro y mi jefe, estará más calmada, porque lleva desde el otro
día sin hablarme y no hace más que llorar cuando está a solas
conmigo, luego, con las enfermeras y los médicos es otra persona.
Cuando
entraron en la habitación. Estaba mirando para el otro lado, hacia
la ventana, Rosario, sin decir nada se puso en su campo de visión y
entonces le dijo:
¡Hola!,
tía, te veo muy bien. ¿No me vas a dar un beso? Y se agachó a la
altura de su cara.
Lucía
permaneció al lado de la puerta y no dijo nada, esperando la
reacción de su madre.
¡Hola!
Rosario, cuanto tiempo sin verte, a ti si que se te ve bien, estás
más delgada y muy elegante. ¿Qué haces en Madrid?
Servir,
¿se acuerda de los señores de Aspirigüeta? Si, que venían al
pueblo a veranear y se quedaban en la fonda mientras le arreglaron la
casa de su abuelo, Venancio. En la calle Mayor.
Engracia
asintió y sus ojos parecieron alegrarse.
Si,
ya me acuerdo, que él era médico aquí en Madrid y ella una gran
señora, creo que tenían un hijo, ya mayorcito que no vivía con
ellos porque estaba estudiando fuera, a punto de terminar la carrera
de medicina.
Esos
son, pues bien como la criada que tenían aquí era muy mayor, se iba
a jubilar, preguntaron por una moza joven para traerla y que fuese
aprendiendo. Mi madre se enteró y como iba a la fonda a trabajar,
habló con la señora de mi y me contrataron, así que me vine a
final del verano y estuve tres meses aprendiendo de la criada, hasta
que se jubiló, ahora estoy yo sola para todo, pero me dejan bastante
tiempo libre y me tratan muy bien, además ellos dos solos no dan
gran trabajo. Salgo los jueves por la tarde y el domingo todo el día,
pero si necesito salir para algo, de cinco a ocho puedo salir
cualquier día. Salvo que tenga que acompañar a la señora al médico
o a algún recado.
¿Y
qué sabes del pueblo? Yo no he vuelto a saber nada de nadie, como
nos marchamos de prisa y corriendo. Ya te habrá contado tu prima.
No,
solamente que os apetecía cambiar de aires y que aquí ella podría
tener más porvenir que en el pueblo, lo mismo que me pasaba a mí.
Allí no quedan ya sino gentes mayores, los jóvenes en cuanto se
marchan a la mili, ya no vuelven, se vienen a Madrid o a Barcelona y
eso si no se marchan a Alemania. Si regresan, es de vacaciones y
casados.
¿Así
Lucía no te ha dicho nada?
No,
que trabaja en una cafetería, hace su turno y el resto del día y
los domingos libre. Yo estoy muy bien donde estoy, pero así
cambiaría para tener más tiempo libre.
¿Tienes
novio aquí?
No,
a veces salgo con un chico del pueblo que trabaja aquí en Madrid, el
hijo de la panadera. Pero nada serio.
¿Y
mi hija, dónde está? ¿No ha subido contigo? Se pasa el día abajo
fumando, no para de fumar, no se de dónde ha sacado esa manía.
Estoy
aquí, madre, no quería interrumpiros.
Mire,
tía, le he traído esto. Mientras hablaba, metió la mano en el
bolso y sacó una caja de bombones. Supongo que los puedes comer.
Si,
Si puedo, pero hace mucho tiempo que no me regalan bombones,
solamente disgustos.
Gracias,
hija. Dijo Engracia mientras con manos torpes abría la caja, luego,
cuando quitó la tapa, puso la caja delante de Rosario y le ofreció
a su sobrina, luego, cogió ella otro y puso la caja en la mesita al
lado de la cama.
Lucía
miró a su madre, pero ésta no hizo ningún ademán, solo dijo:
Cuéntame
cosas del pueblo, Rosario.
No
hay nada nuevo, cada vez queda menos gente, los mayores se van
muriendo y los jóvenes se marchan, si sigue así, para el curso que
viene, cerrarán la escuela, ya no habré niños suficientes, todo el
que puede, se marcha a la capital, o al pueblo de al lado, allí han
abierto un taller bastante grande y una fábrica de muebles, dicen
que lo iban a hacer en nuestro pueblo, pero como no tenemos tren y
ellos si, les va mejor para todo.
Siguieron
hablando toda la tarde, pero Engracia no se dio cuenta de que su hija
se iba a fumar, su prima si la vio porque estaba de frente, pero no
dijo nada.
Engracia
no sacó para nada el tema de su hija, solamente dijo:
Tu
prima creo que sale con un soldado que no es de aquí, por lo que
creo que se marchará cuando acabe la mili.
Cuando
Lucía volvió de fumar, su prima le hizo una seña y dijo:
Bueno,
tía, ya me tengo que ir, como me ha dicho prima que seguramente el
fin de semana ya estarás en casa, ya la llamaré e iré allí a
veros.
Si,
Rosario, ya te llamaré, como tienes el domingo libre, quizás puedas
venir a comer y quedarte todo el día. Ahora te acompañaré, ya que
ahora que está mejor, me ha dicho el doctor que mejor me vaya a
dormir a casa, ya que cada noche en un sofá me va a hacer caer
enferma. Mientras esto decía Lucía, fue recogiendo las cosas,
abrigo, bolso y una pequeña bolsa para llevar algo de ropa a casa.
Adiós,
tía, hasta el domingo.
Adiós,
madre, hasta mañana.
Adiós,
Rosario, hasta el domingo.
Salieron
las dos muchachas y fueron hasta el autobús, como vivían
relativamente cerca, fueron hasta la casa de Rosario y Lucía se
marchó andando después de despedirse de su prima.
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