LOS CARACOLES
Pedro Fuentes
CAPITULO II
Cuatro días
después, a media mañana, habían quedado en comer unos bocadillos por el camino,
salieron de Argüelles camino de la carreta de Cuenca los tres amigos en un 600
azul de Pedro.
La idea era
llegar a Morata y una vez allí preguntar, por lo que Pedro sabía, Isabel ya no
estaba allí de maestra, además había perdido su rastro hacía algún tiempo.
El tiempo
era incluso caluroso para las fechas en que estaban. Llegaron a Morata y
pararon en un bar en la Plaza Mayor,
enfrente del Ayuntamiento.
Mientras
tomaban dos cafés y un vaso de leche, preguntaron al que parecía dueño y
camarero si sabía de una mujer que tenía fama de sanadora.
Si, contestó
el interpelado, pero no es aquí, en Morata, tienen que ir por la calle que sale
al lado derecho de la iglesia, en esta plaza y siguen hasta que terminan las
casas y empieza una carretera asfaltada, estrecha y con muchos agujeros, cuando
lleguen al cartel de fin de Morata, a cosa de medio kilómetro, entre dos
chopos, a la derecha, verán un camino de tierra, entran por él y pasada la
primera curva, a la derecha, verán una casa que parece abandonada, pero que no
lo está, si se fijan suele haber un par de cabras atadas delante y además le
saldrán dos perros ladrando, son mansos, pero no bajen del coche, paren a la
altura de las cabras y llamen sin salir del coche a la Sra. Herminia, ella
saldrá y amansará a los perros, entonces podrán salir, ella es la sanadora y
algo bruja según dicen.
Se metieron
en el coche y siguieron las instrucciones al pie de la letra, a los veinticinco
minutos estaban al lado de las cabras y gritando a tres voces por la Sra. Herminia entre ladridos de los dos perros.
Al fin salió
de la casa una mujer muy gruesa, con una bata de andar por casa y mandó callar
a los perros, luego les dijo a los tres amigos que bajaran, cosa que hicieron,
momento que aprovechó el macho de los dos animales para mear la rueda delantera
derecha, mientras que la perra, moviendo el rabo se acercó a Ricardo como si
supiese que las próximas comidas serían gracias a él.
¿Qué se les
ofrece? Preguntó la Sra.
Pedro, que
iba por delante le respondió:
Nos han
dicho que Vd. es sanadora y traemos a este amigo, que últimamente sufre de
muchos dolores de barriga y no se le pasan con nada, para ver si sabe qué le
puede pasar y cuál es el remedio.
Que pase él
solo, Vds. dos pueden pasear, tengo
para unos tres cuartos de hora, pueden tirar por ese camino y llegarán hasta un
riachuelo que les gustará, no se preocupen si los perros les siguen, cuando se
cansen volverán solos.
Vicente y
Pedro, aficionados a la fotografía cogieron sus respectivas cámaras del coche y
se fueron al río.
Pasaron el
tiempo sin pensar, incluso descubrieron unas ruinas donde pudieron poner una
cámara para hacerse una foto con el automático.
Transcurridos
los 55 minutos, regresaron al coche, Ricardo ya había salido de la casa y
estaba sentado en una piedra mirando las cabras.
¿Has
solucionado algo? Dijo Vicente deseando que su amigo sanara.
Si, ¡Jo!
Sin decirle nada supo lo de las úlceras, me ha dado unas bolitas
blancas, viscosas y que me parecía como si estuviesen vivas y medio litro de
agua entre antes y después para tragarlas, le he preguntado cuánto le
debía y me ha dicho que la voluntad, o
sea, ¡mil pelas!.
Luego me ha
dicho que los próximos tres días tengo que pasarlos a base de ensaladas de lo
que yo quiera y toda la que quiera pero sin vinagre y sin sal.
¡Me cago en
diez!, eso no hay quien lo pase, dijo Pedro, amigo del buen beber y buen comer,
bueno, en fin, que sea por ti, ahora vamos a un bar, pedimos una lechuga y
Vicente y yo nos repartimos tu bocadillo con unas cervecitas.