LOS CARACOLES
Pedro Fuentes
CAPITULO I
Ricardo
terminaba de salir del médico, su semblante era de preocupación, el otoño de
Madrid, frío y lluvioso no parecía molestarle, andaba meditabundo, con las
manos en los bolsillos del abrigo jaspeado.
Iba caminando
por medio del bulevar de Alberto Aguilera rumbo hacia la glorieta de Bilbao,
aunque en realidad no le importaba ni iba a ningún sitio determinado,
simplemente pensaba y sus pensamientos no se apartaban de la consulta del
doctor, no había duda, el diagnóstico era claro, tres úlceras
gastrointestinales.
El
tratamiento largo y un cambio de vida radical, eso le recordó tres cosas. Una,
la primera, sacó un paquete de tabaco, cogió un cigarrillo, se lo puso en la
boca y lo encendió, pensando que sería el último.
Dos, no
podría beber.
Tres, había
quedado con su amigo Vicente en la glorieta de S. Bernardo, menos mal que había
cogido el rumbo adecuado, ya estaba casi llegando.
Pasó la
calle Vallehermoso y por delante del cine Conde Duque, a donde querían ir a ver
“La semilla del diablo”.
Llegó casi
con el tiempo justo, por el por el lado superior de S. Bernardo llegaba Vicente
con otro viejo conocido, Pedro.
Vicente y
Pedro son dos buenos amigos, Vicente, más serio, formal, apasionado de la
poesía, parecía un poeta de la generación del 98 enjuto, grandes ojeras, Pedro
es más alegre, se diría que demasiado, se toma la vida con descaro, delgado, un
bigotillo que no termina de cuajar y apasionado con el teatro, ahora está dando
sus primeros pasos en una compañía amateur.
Los dos se
conocen del colegio, Ricardo empezó siendo amigo de Vicente entre los tres y
cuatro o cinco más hicieron un grupo muy peculiar, no les unía casi nada,
salían juntos desde hacía años, se lo pasaban bien, muy jóvenes empezaron a organizar
guateques, generalmente el casa de Vicente, que era donde más espacio había y
donde la familia “dejaba”.
Con el
tiempo se fueron disgregando, unos porque se emparejaron con alguna chica y
otros porque siguieron caminos muy diferentes.
Se encontraron
y viendo la cara que traía Ricardo, le preguntó Vicente:
¿Te ocurre algo?
Eso, porque
traes una cara que ya, comentó Pedro.
¿Por qué no
vamos a una cafetería y os lo cuento?, dijo Ricardo.
Si no vamos
al cine, podemos ir a la glorieta de Bilbao a Yucatán, allí estaremos
tranquilos y podremos charlar, dijo Pedro.
Sin más
comentarios empezaron a andar hacia el sitio señalado.
Yucatán es
una cafetería larga y estrecha, con una barra a la izquierda, luego, al final
hay una escalera y arriba un salón con mesas, que son utilizadas en las tardes
frías por parejas y estudiantes o grupos pequeños de amigos.
Pedro es
bastante asiduo y suele venir con alguna chica o compañeras del grupo de teatro
para leer y memorizar alguna obra
.
Los tres se
sentaron en una mesa y pidieron café Vicente y Pedro, Ricardo un vaso de leche fría.
Bueno,
espetó Vicente, ¿qué te ha dicho el médico?
Tengo tres
úlceras gastrointestinales, se acabó fumar, beber y comer todo lo que me gusta,
además de un montón de medicinas, un jarabe y unos polvos parecidos al
bicarbonato.
El caso es que hay un medicamento que dicen
que es muy bueno, pero solamente se puede comprar en Andorra o en Francia,
Roter.
Sí, dijo
Pedro, recuerdo que mi padre lo había tomado, creo que se lo traían de
Canarias.
Una cosa,
dijo Pedro de nuevo, ¿Recordáis a aquella novia mía, Isabel?
Cómo no,
dijo Vicente, haciendo un aspaviento nos ponías 40 veces el disco de Charles
Aznavour en cada guateque.
Bueno, pues
cuando acabó Magisterio la enviaron a un pueblo por la carretera de Cuenca,
Morata de Tajuña, yo estuve allí, unos críos me abollaron el 600 con una piedra
porque casi atropello a un cerdo que cruzó la calle, pero un cerdo de cuatro
patas, bueno, dos y dos jamones.
Pues me dijo
Isabel que se había torcido un tobillo y la llevaron a una especie de bruja
sanadora por allí y le hizo unas friegas y salió andando de allí como si nada,
aquella tipa curaba todo.
¿Por qué no
cogemos el coche y vamos de excursión? Por probar no se pierde nada, está a
unos treinta y tantos kilómetros.
¿Tú crees
que esa mujer sabrá algo de úlceras? Le dijo Ricardo.
Ni idea, pero nos vamos a pasar una tarde
estupenda riéndonos de los hechizos que te hagan, y lo mismo Vicente escribe
algún poema y yo estudio al personaje por si algún día hago “Las brujas de
Salem”.
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