LA BARBERIA
Pedro Fuentes
Capítulo VIII
Sonó el despertador a las seis de la
madrugada, suerte que los días ya empezaban a alargar y ya estaba amaneciendo.
Me duché rápidamente, me afeité, preparé cuatro cosas y el neceser en una bolsa
de viaje. De pronto me acordé de que no había reservado el hotel, así que
esperé a que fuesen las siete menos cuarto y llamé, el guardia de noche todavía
no había abandonado recepción, me dijo que no había problema en aquellas fechas
y me reservó tres habitaciones contiguas. A las siete menos cinco bajé a la
calle con mi bolsa, a las siete menos tres minuto subió por Joaquín María López
entrando en Gaztambide un Seat 1500 color crema que parecía recién pintado por
el brillo, lo conducía Alfredo, en el asiento de atrás iba Paloma tocada con un
sombrero oscuro.
Alfredo me indicó que dejase la bolsa en el
maletero y que me sentase a su lado.
Nos pusimos en marcha y lo primero que le dije
fue que no había podido ponerme en contacto con Rosario, así que si parábamos a
repostar o descansar procuraría llamarle de nuevo en horario escolar, ya que
estaba un poco preocupado por que era su costumbre coger ella el teléfono.
Paloma dormitaba en el asiento trasero y
Alfredo era un conductor experimentado, mantenía una velocidad constante y se
notaba lo cuidado del coche, yo había llevado uno igual durante mi tiempo de
mili y sabía de qué hablaba.
Ayer me puse en contacto con mi amigo el
policía y de dijo que tenía un compañero de promoción que nos ayudaría, que
cuando llegásemos le llamase para darnos los datos. También le comenté que por
un descuido no había llamado al hotel pero que lo había hecho esa misma mañana
y ya estaban las tres habitaciones reservadas.
El viaje transcurrió sin incidencias, llegamos
al temido Despeñaperros y paramos a mitad del recorrido, donde era habitual
hacerlo, repostamos y fuimos a tomar algo y descansar un rato.
Aproveché la parada para llamar a Rosario,
nadie me contestó, lo intenté varias veces pero no obtuve respuesta ninguna de
las veces, pensé que quizás estuviese en el patio o hubiese ido a comprar, pero
eso era solamente un pobre consuelo, empezaba a preocuparme.
Cuando lo comenté con Alfredo y Paloma,
también se preocuparon, así que abusando de mi amistad llamé al policía, éste
me dijo que ya estaba casi todo arreglado, que no habría problemas, entonces le
dije lo de Rosario y si podían enviar a alguien hasta la casa. Me contestó que
haría lo posible pero no me aseguraba nada, que seguramente estaría comprando o
algo así.
Al fin llegamos, Fuimos al hotel e
inmediatamente marchamos a casa de Miguel, para no despertar sospechas,
quedamos en que fuesen Alfredo y Paloma como si estuviesen de viaje y quisiesen
saludar a Rosario.
Llegaron a la casa y nadie les abrió, entonces
llamaron a las casa de los lados y en una les dijeron que no sabían nada, en la
otra una señora de unos setenta y tantos años les dijo que la hermana del
señorito Miguel estaba con gripe y ella había ido a cuidarla a ella y a los
niños.
Ya más tranquilos nos fuimos a la casa de
Paquita.
Cuando llamaron y ella misma abrió la puerta,
por unos momentos, luego se fundieron en un abrazo de risas y lágrimas. Yo veía
la escena desde la esquina de la acera de enfrente.
Volvimos al hotel y quedamos que Rosario
pasase por allí después de comer, ya que Paquita estaba mejor, así que cuando
los niños marchasen al colegio ella vendría.
Llamé a mi amigo el policía y me dijo que
fuese a la comisaría que hablarían del asunto.
Así lo hice, quedamos en que al día siguiente
todos seríamos citados y abriríamos la barbería.
Al día siguiente, a las diez y media estábamos
esperando delante de la barbería todos, Miguel,
Paquita, Rosario, dos policías
uno de ellos el amigo de mi amigo y yo, esperábamos al enviado del juzgado. En
la acera de enfrente se había reunido un montón de personas expectantes, entre
ellos pude reconocer al dueño del bar de enfrente y a los vecinos a los que yo
había entrevistado.
Apareció el juez, su secretario y un
cerrajero, le preguntó a los presentes si alguien tenía las llaves, al no
responder afirmativamente nadie, dio las órdenes oportunas y el cerrajero
procedió a la apertura de la cancela metálica y luego a la puerta de cristal,
cosa que le costó más, se retiraron montones de hojas, papeles y porquerías que
se acumularon durante casi diez años, fecha en la que se había abierto la
puerta.
¿Alguien ha tenido las llaves alguna vez? Dijo
el juez.
Miguel dijo:
Yo las tuve, pero hace diez años, cuando me
fui a mi casa las dejé en casa de mi tío.
¿Quién vive allí ahora?
Yo, dijo Paquita, allí hay un cajón lleno de
llaves pero la mayoría no tienen etiqueta y no sé ni de donde son.
Una vez dentro, todos hicieron un semi círculo
pegados a la pared, enfrente de los espejos de la barbería. En las estanterías
estaba las botellas de lociones, en el mostrador reposaban las máquinas de
cortar el pelo y las navajas del afeitado, en un rincón, al fono había seis
asientos unidos unos a los otros y en medio unas revistas y un ABC de 18 de
Abril de 1954.
Frente al semicírculo nos encontrábamos el
juez, el secretario y un policía, el otro policía se encontraba franqueando la
puerta de entrada.
El juez le dio la palabra al subinspector y
este me la cedió a mí.
Hice un sucinto relato de los hechos y los que
me habían llevado allí y dije a boca de jarro:
Usted, y señalé a Miguel, el día dieciocho de
abril de 1954, a última hora vino a la barbería con el pretexto de que su tío
le afeitase, así que después de cerrar se sentó en ese sillón y su tío le
empezó a afeitar, cuando se volvió para preparar el jabón, le clavó un cuchillo
en la espalda.
Llevaba unos días planeándolo, se había
enterado de varios asuntos, el primero que su tío era el hermano por parte de
padre de Rosario, aquí presente, por lo cual no iba a heredar nada, además su
tío llevaba una doble vida en Madrid, tenía relaciones con otro hombre y quería
dejarlo todo y marcharse con él, cosa que usted no comprendía y que era una
mancha para su honor.
Eso tendrán que demostrarlo, dijo Miguel.
Alfredo se aclaró la vos y sacó unos papeles
de un porta folios y dijo: Yo soy ese hombre de Madrid, aquí tengo los papeles
del padre de Rafael que demuestran que Rosario era su hija, además me dejó un
documento que eran sus últimas voluntades por si le pasaba algo. Todo quedó en
el olvido cuando desapareció, la primera que dijo de ocultarlos fue Rosario que
no quería formar un escándalo, eran otros tiempos y estas cosas no se veían con
el mismo prisma que ahora.
Sin cadáver no hay asesinato, además, todavía
no han demostrado nada. Dijo Miguel.
Usted, una vez su tío muerto, lo troceó, no le
importó nada la sangre, lo tenía previsto, si había preparado la coartada de
que su tío, en un descuido, afeitando a un viajero anónimo, le había cortado la
yugular, como ya he dicho, una vez troceado, aquella noche hizo un agujero aquí
mismo, debajo de ese sillón en el que usted fue el último cliente, ahí enterró
las partes no reconocibles de su tío, piernas, brazos y tronco, la cabeza, los
pies y las manos se las llevó en un saco de esparto y las enterró en la finca
que su familiar tenía a las afueras. Entre otras cosas, usted no se dio cuenta
de que su tío fue herido en el tórax durante la guerra y eso nos dará la
prueba, el resto, lo metió en la fosa hecha debajo del sillón, e incluso tuvo
la macabra idea de cortarle una oreja para dar más realismo al afeitado y la
dejó en la papelera de al lado como si se hubiese perdido. Metió los restos es
otro saco y los roció de ácido, luego lo tapó y puso el sillón encima, luego se
fue a su casa y a los dos días fue a la policía alarmado por la desaparición de
Rafael.
Usted y su hermana, cómplice sin saberlo,
propagaron el bulo de que había desaparecido y que estaba escondido en casa de
un amigo. Cuando la policía hizo todas las pesquisas, en lugar de quitar la
sangre con un buen fregado, para corroborar la leyenda, la “limpió” con ácido,
con lo cual creó esta mancha que parece de sangre y que no desaparece. Con lo
cual nadie quiere comprar el local ni usted vender.
El juez hizo una señal al policía de la puerta
y éste hizo entrar una brigada de tres albañiles que
empezaron a escava,
después de retirar el sillón, a metro y medio bajo tierra encontraron el saco y
dentro unos huesos carcomidos por el ácido.
Miguel fue detenido, Rosario y sus amigos se
abrazaron y emprendieron una nueva vida, Rosario heredó a su hermano y le cedió
la casa a Paquita en usufructo de por vida.
Alfredo, su hermana Paloma, Rosario y yo,
volvimos en el 1500 a Madrid, ahora, en el asiento de detrás iban las dos
señoras.
Cuando están en Madrid los visito bastante a menudo,
si voy a Andalucía y están allí nos vemos también.
FIN