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jueves, 10 de octubre de 2019

LA BARBERIA Capítulo V


LA BARBERIA


Pedro  Fuentes


Capítulo  V



A la mañana siguiente, después de un fuerte desayuno y leer los periódicos, a eso de las diez y media de la mañana salí a la calle y me dirigí a casa de Miguel, llamé a la puerta y me abrió Rosario.

Buenos días, ¿Está don Miguel?

Buenos días nos de Dios, el señorito no está, se fue a trabajar y ya no volverá hasta la tarde, come en el colegio.

Verá, ayer perdí un llavero con dos llaves, las de mi casa de Madrid y hoy me he dado cuenta preparándome para la marcha.

Pues no he encontrado nada y el señorito no me ha dicho nada.

Es un llavero que tiene un enano de los de La Bajada de la Virgen en La Palma, que se celebra cada cinco años con dos llaves, una de máxima seguridad y la otra un poco más sencilla del portal de la calle.

Pase usted y entre los dos quizás veamos más.

Entramos y le dije: Estuve sentado aquí, pero mientras don Miguel fue a buscar las fotos estuve de pie contemplando las flores de esta pared.

¡Mire! ¡Aquí están! Dije mientras hacía que recogía el llavero de entre dos macetas y se lo mostraba.
Usted ha venido por otra cosa, hoy mismo he movido esos tiestos y las llaves no estaban.

Tiene usted razón, quería hablar con usted pero no quería que nos vieran ni oyera nadie. Usted conoció al señor Rafael, es más, le he reconocido en las fotos de Madrid, usted no cree que él se marchara si no era consigo y a Madrid. Allí fueron bastante felices, yo me interesé por él en el año 59 cuando era un chiquillo y he estado intentando saber qué pasó desde entonces.

Me gustaría saber entre otras cosas el nombre y la dirección del amigo de Rafael en Madrid.
No sé si se la debo dar, bueno, yo no la sé, pero si cómo encontrarlos, pero quizás no deba.
Es quizás la última oportunidad de saber qué pasó con Rafael, y creo que eso es lo que más le importa en este mundo.

Mi madre trabajó con los padres de Rafael y me tuvo a mí dos años después que a Rafael. Cuando mi madre murió, los padres de Rafael se quedaron conmigo y trabajé siempre con ellos, murieron en 1931, cuando la quema de las iglesias, a ellos los mataron porque se refugiaron en una. Entonces marché a Madrid porque Rafael era lo único que me quedaba en este mundo. Los padres de Miguel y doña Paquita bastantes problemas tenían para salir adelante.

¿Y su padre?

No tenía, era hija de madre soltera. Pero venga conmigo a la biblioteca, cuando Miguel destruyó todos los papeles de su tío, guardé los datos que me pide en la fotografía de Madrid en la que estamos los cuatro. Tenemos que sacar la foto sin que se estropee ni note.

En la biblioteca Rosario sacó el álbum y abrió a la primera sus hojas, sabía perfectamente dónde estaba, era uno de aquellos álbumes de hojas negras con unos pequeños cortes a la altura de las esquinas de las fotos para sujetarlas, pero aquellas estaban además pegadas por el centro.

Con sumo cuidado cogí un fino estilete de encima de una mesa de despacho enfrente de la biblioteca, lo introduje lentamente por detrás de la foto y la despegué sin producir un daño aparente.

Saqué la foto, le di la vuelta y pude leer Alfredo y Paloma Carretero García. Sainz de Baranda de  Madrid.

Copié los datos en mi libreta y pusimos la foto en su lugar pegada con un poco de cola hecho por Rosario a base de cocer agua con un poco de harina.

Según veo, sus amigos eran hermanos. ¿Ha tenido contacto con ellos después de aquello?

Si, cuando desapareció Rafael les escribí pero no sabían nada. Luego se han ido espaciando las cartas y ahora solamente nos escribimos por Navidad.

¿Lo sabe Miguel?

Una vez recogió una carta y me la dio, pero no hizo comentario alguno.

Sería conveniente que no le hiciese ningún comentario de mi visita de hoy. Además me gustaría que me diese un teléfono al que pueda llamarle.

Rosario escribió un número en un papel y me lo dio.

Llame siempre en horario escolar, si le digo que se ha equivocado de número cuelgue y espere dos horas, si se lo vuelvo a decir, no llame hasta el día siguiente. Lo mismo le digo si se pone él, cosa improbable porque no lo hace nunca.

Creo que con esto le podré informar de algo más. Partiré mañana para Madrid. Le diré algo en cuanto descubra lo que sea.

¡Cuídese, señora Rosario!

Buen viaje y que tenga mucha suerte y dele un fuerte abrazo de mi parte a Alfredo y a Paloma.
Rosario me acompañó a la puerta de la calle, la abrió y miró fuera a ambos lados, luego me dijo: Salga hacia la derecha y cruce la calle cuanto antes.

Adiós, Rosario, encantado de conocerle.

Salí de prisa e hice lo que me dijo, crucé la calle y me fui dirección al parque que visitaba de niño, llegué al estanque de los patos, no era como yo recordaba, el agua estaba bastante sucio y los patos no eran felices, parecían condenados a trabajos forzados a cambio de pan duro que tenían que dejar remojar para poderlo comer, luego me senté en la terraza del bar que iba con mi padre y me tomé una cerveza con una ración de ensaladilla rusa decorada con un par de colines, cerca de allí, entre unos matorrales cantaba un grillo como los que de niño cazaba.

Mientras bebía la cerveza repasé mis notas e hice alguna nueva. Luego me fui al hotel, avisé a recepción de que a la noche tuviesen preparada la factura porque marcharía al día siguiente muy temprano. Salí de nuevo y fui paseando hacia más al centro donde había visto un mesón típico donde había comido la otra vez que estuve con mis amigos,

l del patio, mientras tanto me dediqué a curiosear, era un jardín lleno de buen gusto y saber hacer. No vi la mano de Miguel en él.


Entró de nuevo Miguel con un álbum en las manos, iba buscando las fotos que me quería enseñar.
Tiene un patio muy hermoso, le dije.

Sí, pero no es obra mía, lo cuida Rosario, ella ha estado con mi familia toda la vida y es la que se encarga de la casa y de mí, yo soy soltero y si no fuese por ella no sé lo que haría.

Había unas diez fotos de Rafael en el álbum, o por lo menos esas me enseñó. La primera de ellas era la que vi en casa de doña Paquita, Había otra igual, en el mismo sitio, de las clásicas hechas en la puerta del Retiro con Rafael y un compañero de armas, otra de la misma época en lo que parecía una verbena con el mismo compañero y dos chicas jovencitas, bastante más que ellos, los cuatro delante de una especie de noria, una de las chicas me resultó como si la conociese de algo, cosa muy improbable.

El resto eran del otro periodo militar, el de las tropas de Franco y cosa curiosa, parecía rememorar las anteriores. Rafael y su amigo ambos con el mismo uniforme pero su amigo con los galones de cabo. En otra estaba Rafael con una de las dos chicas, ahora con unos años más me di cuenta de que sí la conocía.

¿Sabe el nombre del compañero de armas o el de las chicas?

No, en absoluto.

¿Me dejaría sacar unas copias?

No, desde luego que no.

Bueno, pues muchas gracias por todo, ha sido usted muy amable, no le molesto más, seguro que ha venido del trabajo y no le he dejado ni quitarse la chaqueta.

Bueno, no es un trabajo agotador, soy maestro y solamente trabajo en horario escolar.
Pues le repito, muy agradecido, si alguna vez escribo algo de esta historia lo haré con nombres supuestos y antes de publicarlo les enviaré una copia a usted y su hermana para que me den el consentimiento.

Nos levantamos ambos y me acompañó hasta la puerta, le di la mano y le dije:

Lo dicho, muy agradecido y encantado de conocerle.


Cuando salí de la casa ya empezaba a oscurecer y decidí andar por el centro de la ciudad, por lo que tuve que atravesar aquel parque que de niño recorrí con mi tía y su hermana, mi madre, ya casi en la salida, en un quiosco en el que había estado con mi padre me senté a tomar una cerveza y recordar momentos felices de la infancia, mientras en mi cuaderno recogía todos los datos de la historia de Rafael.

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