LA BARBERIA
Pedro Fuentes
Capítulo VI
A la mañana siguiente, a las siete entré en el
comedor a desayunar, tomé un par de tostadas con aceite de oliva, una de las
maravillas de Andalucía, luego cogí el coche, un Mini color naranja y negro y
marché hacía Madrid, solamente una cosa me preocupaba, pasar Despeñaperros los
antes posible y sin camiones.
Llegué a Madrid, aparqué cerca de mi casa, en
el barrio de Argüelles y me fui al apartamento, lo primero que hice fue
consultar la guía telefónica de calles, efectivamente en Sainz de Baranda había
un Carretero García, A. Fui al teléfono y marqué.
¿Don Alfredo Carretero?
Sí, yo soy, ¿Quién llama?
Soy Fuentes, Pedro Fuentes y soy amigo de
Rosario de Andalucía.
Sí, sí, ¡dígame! ¿Le pasa algo?
No, por Dios, se encuentra perfectamente, lo
que pasa es que estoy intentando averiguar cosas sobre Rafael.
¿No le parece que es un asunto muy antiguo?
No crea, creo que he descubierto algunas cosas
bastante importantes y tengo unas teorías que quisiese confirmar para
solucionar el caso.
¿Es usted policía o investigador?
No, soy escritor aficionado y vengo siguiendo
este caso desde 1959, ahora, después de tantos años he descubierto alguna cosa
que usted creo que sabe y junto con otros detalles pudiesen resolver el
misterio de la desaparición de Rafael.
¡Dígame! ¿Está usted en Madrid o en Andalucía?
No hace ni media hora que he llegado de allí,
ayer estuve con Rosario que me ha dado para usted y su hermana un fuerte
abrazo.
¿Cuándo nos podemos ver?
Después de tres horas, donde usted quiera, si
desea los visitaré en su casa, cogeré el 61 y me deja cerca de su casa.
¿Le parece a partir de la seis y media en mi
casa? ¿Sabe la dirección?
Creo que sí, en Sainz de Baranda, el tercer
piso.
Si, efectivamente, tercero A al lado del cine.
Estaré ahí sobre las seis y media o siete
menos cuarto.
Me preparé un bocadillo y una cerveza y
después de una ducha me acosté a dormir la siesta hasta las cinco.
Me levanté, después de una refrescante ducha,
me arreglé, cogí mi bloc de notas y
marché a tomar el 61 rumbo a Narváez esquina a Sainz de Baranda, allí bajé,
crucé la calle y ya enfrente del número que buscaba, al ver que no era la hora
todavía, entré en un pequeño bar casi enfrente del cine y pedí un café solo.
Llegué a la casa justo a las seis y media, en
el portal una mujer, la portera me cerró el paso, simplemente le dije:
Voy a casa de D. Alfredo Carretero.
Tercero A, me contestó.
Gracias, ya lo sé, me está esperando.
Cogí el ascensor, un antiguo aparato de madera rodeado de una especie de jaula metálica.
Cuando llegué al piso, llamé al timbre y
enseguida me abrió una señora de unos sesenta años, su pelo era blanco
totalmente y lo llevaba recogido en un perfecto moño en la nuca.
Usted debe de ser Paloma, la vi en una foto
que me enseñó Rosario.
Pase, mi hermano le está esperando.
La casa estaba perfectamente amueblada con
muebles color caoba, antiquísimos pero brillantes y relucientes.
Pase, mi hermano le espera en la biblioteca.
Era esta sala una habitación no muy grande o
más bien lo parecía porque todas las paredes,
salvo la de la ventana, que estaba llena de fotos, todo eran libros de
diferentes tipos y tamaños, aquello era el santuario de un gran lector. Entre
las fotos descubrí varias copias de las vistas en casa de Miguel. Al pie y de
espaldas a la ventana se encontraba Alfredo, de unos sesenta y cinco años,
arreglado y con una chaqueta cruzada, llevaba una barba perfectamente recortada
y blanca como sus cabellos. Por el bigote y alrededores de su boca más
amarillos, deduje que era fumador
empedernido.
Al verme en la puerta se levantó ágilmente y
se dirigió a buen paso para darme la mano. Era una mano muy cuidada y arreglada,
huesuda pero fuerte.
Don Alfredo, soy Pedro Fuentes y estoy
encantadísimo de conocerle, a usted y a su hermana.
En el lado derecho de la habitación había
cuatro sillones y una mesa pequeña en medio, en el rincón una lámpara de pie
daba luz suficiente para poder leer en cualquiera de los sillones.
¿Le apetece un brandy? Me dijo Alfredo.
Asentí y Paloma enseguida trajo tres copas,
luego de un pequeño mueble bar sacó dos botellas, el brandy y dijo yo prefiero
anisete.
Me indicó con un gesto que me sentara y así lo
hice, ellos dos se sentaron en sendos sillones frente a mí.
Usted dirá, me dijo D. Alfredo.
Bueno, primero les explicaré cómo he llegado
hasta aquí, todo empezó cuando tenía nueve años y estando de visita en
Andalucía, al pasar por la peluquería, mi tía que es de allí me contó una
historia que en la que decían que allí se había cometido un terrible asesinato.
Seguí cronológicamente con la historia hasta
que llegué al relato de mi visita a Rosario el día anterior por la mañana.
No sé si ustedes sospechan lo que les voy a
decir, pero no creo que Rafael desapareciera por sí mismo, creo que fue asesinado.
Porque ni ustedes ni Rosario saben nada y él no habría marchado sin su adorada
Rosario ni sus amigos.
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