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jueves, 24 de octubre de 2019

LA BARBERIA Capítulo VII

LA  BARBERIA


Pedro  Fuentes


Capítulo  VII


Don Alfredo se quitó las gafas que llevaba, cogió la copa y tomó un trago, luego dijo:

Sí, no ha descubierto nada, estamos seguros de que fue asesinado pero no sabemos dónde pueden estar sus restos, Rafael no se habría marchado sin mí, yo era su amor, si, no se equivoca, Rafael y yo 
éramos pareja desde el primer día que nos conocimos en el cuartel de Guardias de Asalto.

Entonces……., dije mientras pensaba lo que iba a decir, entonces, si Rosario no era el gran amor de Rafael, era……. La hermana por parte de padre de Rafael. ¿Ustedes los sabían?

Si, también lo sabíamos, pero lo manteníamos en secreto, en aquellos tiempos estas historias de amor se mantenían en secreto, primero con la República, luego con la Guerra Civil y después con la dictadura había que silenciar muchas cosas por miedo a chantajes y represalias.

El cuerpo de Rafael desapareció y nadie sabe dónde está. Esa sería la primera cuestión a descubrir y usted no creo que sepa nada.

Sí, lo sé, o más bien lo sospecho, ¿Estarían ustedes dispuestos a venir a Andalucía conmigo? Tengo amistad con un policía aquí en Madrid que nos puede poner en contacto con compañeros suyos en Andalucía y que nos puedan ayudar.

Mi coche es muy pequeño para desplazarnos tres personas, pero podríamos alquilar uno o coger el tren.

Yo conduzco, dijo Alfredo y tengo un Seat 1500 muy cuidado y en buen uso.

Yo cuando voy allí, me hospedo en un pequeño hotel en el centro, muy limpio y agradable, si quieren nos alojaremos allí. Yo esta tarde llamaré a mi amigo y que prepare las cosas para mañana y nosotros podemos salir temprano. Además llamaré a Rosario para avisarles de nuestra visita y para que no hable ni comente nada con nadie, si es lo que yo pienso, podría correr peligro.

Puede llamarla desde aquí dijo Alfredo y me indicó el teléfono en la mesa del despacho.

Cogí el aparato y después de marcar, a las tres señales de llamada contestó una voz de hombre. Colgué rápidamente. Era la hora en que Miguel ya había vuelto del colegio, volveré a llamar a las dos horas dije en voz alta.

Le conté a los hermanos lo que había quedado con Rosario y quedé en llamar luego, a las dos horas.
Ahora me marcho porque quiero localizar a mi amigo el policía, ¿A qué hora podemos quedar para llegar antes de la hora de comer?

Por nosotros, si quiere, podemos pasar a buscarlo a las siete, ¿Dónde vive?

En Argüelles, en Gaztambide. Les di las señas completas y quedamos a las siete en la puerta de casa.
Salí a la calle y en la primera cabina que vi llamé a mi amigo el subinspector, ya había salido, repetí la llamada a su casa y no estaba, sabía por dónde iba normalmente a tomar una copa después del trabajo, así que me dirigí allí, una cafetería al lado de mi casa, ya que él también vivía por allí, efectivamente lo encontré en “Emperador”, estaba haciendo barra junto con una rubia teñida despampanante.
¡Paco! Necesito que me hagas un favor.

Dime, contestó el policía.

Lo separé de la barra y le dije lo que quería, lo llamaría al día siguiente al medio día para saber dónde tenía que ir.

No será fácil, me dijo Paco, es un caso que está cerrado hace mucho tiempo y no sé si alguien se querrá mojar, aunque estoy pensando que tengo un amigo de promoción y está loco por destacar para conseguir un destino mejor, lo llamaré esta noche, porque tengo sus señas en casa.

Pero tienes que Ir por tu casa, así que más te vale que vayas por allí y dejes a la rubia para otro día.
Tranquilo, esto es un ligero pasatiempo, te conseguiré lo que quieres.

A propósito, qué ganas tú con esto, me dijo.

Nada, solamente resolver una historia que me trae de cabeza desde que tenía nueve años.

Bueno, mañana me llamas y te diré a quién tienes que ir a ver, ahora ven conmigo y te invito a una copa con la rubia.

Me cogió del brazo  me llevó tras de sí.

Mira, rubia, te presento a mi amigo Pedro. Es escritor y detective en los ratos libres.

La rubia se acercó a mí y me plantó dos besos con olor a perfume barato.

No me llamo así, soy Coby.

¿Coby? Dije yo.

Si, de Covadonga.

Ah sí, como la de Asturias, contesté.

Pedí un whisky con hielo y seguimos la banal charla hasta que se terminó, entonces me despedí y marché, al llegar a la puerta, cuando ya no me veían, me limpié con la mano las mejillas por si quedaba en mi cara restos de lápiz de labios.


Llegué a casa y llamé a Rosario otra vez, al primer toque de llamada me respondió la misma voz de hombre, que suponía de Miguel. Me quedé bastante preocupado, ya que no era lo normal. Cené y me fui a dormir, mañana había que madrugar.

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