EL ULTIMO VIAJE DEL “DESTINO”
Pedro Fuentes
Capítulo I
Salí de Blanes a donde había ido porque me salió un
comprador para el barco, una vez apalabrado faltaba la firma que sería a
primeros de Julio. La idea era ir hasta Benicarló, mi puerto base, antes de
firmar, para descargar todos los efectos personales y entregar el barco limpio,
pero todavía faltaban más de dos semanas y mientras tanto, como no tenía nada
que hacer, me dediqué a hacer las últimas navegadas por la Costa Brava.
Aquella tarde salí sin rumbo, deseaba despejar mi mente, había
tenido un mal invierno, todo había pasado muy rápidamente, de pronto un día
descubrí que nada me quedaba, el trabajo se fue al garete. No sé si como
consecuencia o ya venía de antes, me encontré con una carta en la que la
persona a la que estaba unido me abandonaba, todo se quedó en un vacío a mí
alrededor.
Me fui al puerto, preparé mi velero, un Furia 25, largué amarras y salí
por la bocana del puerto sin rumbo a ninguna parte.
Llevaba 2 horas navegando entre través y ceñida. Dejándome
llevar por la suave ventolina que me
llevaba a una velocidad de tres nudos y medio. Cuando me fijé en el rumbo de
compás, 147 grados, el piloto automático parecía parado, la mar plana, la mar
era un pequeño rizo que no llegaba a romper, el cielo estaba despejado y eran
las cinco de la tarde, había salido a dar una vuelta, a olvidarme del mundo
durante unas horas, solamente la gente de la mar sabe lo que es navegar en
solitario, el cielo, el mar y tú, título de por lo menos un libro de
navegación, pero es verdad, si no eres capaz de encontrarte a ti mismo en esas
circunstancias, déjate de buscarte o búscate en otro lugar, no pierdas el
tiempo.
Llevaba el GPS apagado, lo encendí y éste me dio un plano
general de la carta, miré el compás, seguía en el 147º miré de nuevo el GPS y
allá, al fondo del 147º apareció un destino:
Faro de Faváritx en
Menorca. Llevaba pertrechos como siempre a bordo del “Destino”, nombre de mi
barco, y pensé:
Nadie me espera, soy un espíritu libre, tengo para veinte
días antes de entregar el barco a su nuevo dueño cuando vuelva, luego me encontraré igual de solo y rodeado de
recuerdos, yo soy el “chino cocinero”
del “Destino” y de mi destino. No es la primera vez que vuelvo a empezar de
nuevo, mi rumbo es 147º y allá vamos, Menorca.
No parecía que fuese a cambiar el tiempo pero de todas
formas, entré en la cabina y fui preparando todo, el traje de agua cerca,
encendí la emisora, canal 16 por si había algún mensaje sobre el tiempo o
alguna incidencia, coloqué en la mesa de cartas la correspondiente a la zona de
navegación, calculé el rumbo y la velocidad, si el viento se mantenía así o
arreciaba un poco más, podría conseguir los cuatro y medio o cinco, por la hora
que era y la dirección del viento era muy posible que no cambiase por la noche,
además, cuando ésta llegase los terrales ya no me alcanzarían.
Fui preparando las cosas, incluida la comida para tenerlo
todo más al alcance de la mano si se terciaba el tiempo.
Preparé el termo grande de café y metí unas cervezas en la
nevera, comprobé la carga de baterías y las luces de navegación.
Todo esto muy pendiente de los pesqueros que a esas horas
regresan a Blanes después de un día de faena y que van a toda máquina, todo era
correcto, a partir de las doce pondría el motor en marcha para cargar baterías.
Por la banda de babor, a una media milla apareció un
pesquero conocido. Me acerqué a la emisora, puse el canal de los pescadores y
llamé:
Mar Blava, Mar Blava, Mar Blava, aquí Destino, ¿Me escuchas?
Cambio.
La inconfundible voz de mi amigo Pitu LLauradó, mas conocido
por “Bicicleta” me contestó:
Hola, Destino, hola, Ricardo, ¿Dónde andas? cambio.
Te tengo por proa, me voy a dar una vuelta por Menorca, ¿Te
vienes? Cambio
Me c… en dena, ahora mismo me iría, si vas por Mahón tráeme
un par de gorras como la mía, las encontrarás en la tienda de efectos navales
del puerto de Mahón. Cambio
De acuerdo, nos veremos a la vuelta, cambio
Buena travesía y cuidado con el gin y las hierbas. Cambio y
corto.
Cuando nos cruzamos, Pitu salió de la cabina y me saludó.
Le devolví el saludo y recordé cuantas veces había ido a
pescar con él y cuantas había venido a navegar conmigo, había empezado a
navegar y pescar con doce años con su padre pero no se cansaba nunca de salir a
la mar
.
De vuelta en la cabina, en la mesa de cartas la
correspondiente, busqué en el GPS la demarcación y la hora, luego, sobre la
carta anoté hora, velocidad, longitud y latitud. Había un pequeño abatimiento a
sotavento, pero ya lo corregiría en la siguiente lectura si aumentaba. Dentro
de dos horas anotaríamos la siguiente. La verdad es que habría que tomarla con
sextante, pero me parece que eso no lo hace nadie.
Una vez visitando el Juan Sebastián Elcano, un guardiamarina
me enseñaba los sextantes y le había
preguntado de broma por el GPS. Me contestó muy serio que ellos solo usaban el
sextante, después me dijo:
Bueno, luego lo compruebo con el GPS por si acaso.
Subí a cubierta, preparé una línea de vida y me puse el
chaleco auto hinchable, hay normas que no se pueden saltar a la torera si se
navega en solitario, me preparé del termo una taza de café y me fumé el primer
cigarrillo, luego cacé la mayor y el génova y el barco pareció ganar velocidad.
Una gaviota seguía solitaria la estela del barco ¿Sería Juan Salvador Gaviota?
No, Juan Salvador era yo, ya empezaba a sentirme libre.
Ya han pasado todos los pesqueros que vuelven, han pasado
tres horas de navegación, tierra empieza a desaparecer, ya no se divisan los
pueblos, el ruido de las olas al romper contra la proa del barco es el único
sonido que se escucha, las velas van bien cazadas y en ningún momento flamean,
los catavientos parecen flotar en el espacio.
Es extraño, no afloran recuerdos recientes, mi mente se va a
la infancia, cuando vivía en un pequeño pueblo con mis padres y era monaguillo
y por mi cabeza de crio de ocho años rondaba la idea de hacerme sacerdote
cuando fuese mayor.
Las travesuras de crío me rondaban, solamente tenía una
hermana mayor, veintidós años, se había ido a estudiar a Madrid. Allí tenía un
novio con el que pensaba casarse cuando terminase los estudios de enfermera, su
novio algo mayor que ella era militar.
Mis padres eran bastante mayores, Paco, mi padre, agricultor
murió cuando yo tenía nueve años.
Una sonrisa vino rodeada del recuerdo de cuando intentaron
poner un tiovivo en el pueblo y terminó
con uno de los hechos que marcaron a aquel pueblo para siempre, fue el hazme
reír entre los pueblos de la comarca, decían: Si vas a …… ten cuidado con la
corriente eléctrica.
Al poco tiempo de aquello, mi madre quedó con mi hermana que
me fuese a Madrid con ella, a estudiar, decía que así tendría más futuro,
luego, cuando a los seis meses murió mi madre, mi hermana supo que mi madre
estaba muy enferma y no quería que yo tuviese el recuerdo de verla morir poco a poco.
Llegué a Madrid y me encontré con el mejor de los mundos, mi
hermana estaba recién casada entonces, tanto ella como su marido me trataron
como un hijo, me matricularon en un colegio religioso, allí había conocido al
padre Lázaro, su profesor de latín y consejero espiritual, habían hecho una
buena amistad.
Cuando mi madre murió nos acompañó a mi hermana, su marido y a mí al pueblo y nos ayudó todo lo que pudo.
Dicen que las grandes ciudades cuando llegas de un pequeño
pueblo, te devoran, yo me integré perfectamente en Madrid, creo que aproveché
las oportunidades que te ofrecen las ciudades sobre todo de diversidad
cultural, teatros, universidades, allí hice mis mejores amigos y pasé grandes
aventuras, allí conocí a mi primer amor, Enriqueta.
Un par de años antes había abandonado la idea del
sacerdocio. Lo de Enriqueta fue lo más grande que me pudo pasar y el comienzo
de mi peor etapa, después de Enriqueta, que duró diez meses entré en una etapa
oscura en la que pasé por una crisis personal que me mal llevó por la vida y
que culminó con la muerte de mi hermana y su marido en un accidente cuando iban
al pueblo.
Me quedé solo en el mundo con diecisiete años, un tío de mi
cuñado, militar de alta graduación asumió mi tutoría, seguí viviendo en el piso
de mi hermana, que heredé y el militar, excelente persona, en todo momento se
ocupó de mí, supervisó mis estudios, controló mi administración y se preocupó
de todo lo que me concernía.
Me viene a la memoria el recuerdo del padre Lázaro, al que veía de vez en cuando y
se preocupaba por mis crisis de fe.
Recuerdo ahora las buenas horas pasadas con mis amigos
Vicente y Pedro cuando me llevaron a la sanadora de cerca de Morata de
Tajuña para que me curase de la úlcera
de estómago y tantas personas a las que conocí en aquella época
.
Varias mujeres hubo en aquellos tiempos, algunas las
recuerdo con cariño, otras me hirieron, pero como siempre digo, en esta vida
todo te enseña y todo te hace madurar y siempre, siempre estás madurando.