Una tarde en París
Pedro Fuentes
Este verano, después de
comer, como habíamos estado toda la mañana por el centro de París, viendo y
recordando, decidimos salir a pasear cerca del
hotel, situado por la Puerta de Versalles, al lado de la Expo.
Nos alejamos más de lo
que pensábamos y sin darnos cuenta vimos que había muchos niños jugando, la
mayoría árabes o centro africanos
.
Varias tiendas de comestibles estaban
abiertas. Pocas o ninguna persona europea se veía a nuestro alrededor.
Vimos una pequeña iglesia
y decidimos entrar para verla, solamente había un señor muy mayor en un banco,
al fondo, a la izquierda del altar, un joven de unos treinta años tocaba unas
notas en un órgano, a su lado, afinando la voz una mujer de unos setenta años, morena, era una cara que de pronto me
resultó conocida, me dio la impresión de haber sido muy guapa de joven.
A la puerta de la
iglesia, un hombre de mediana edad, repartía unos libros de cantos y oraciones,
al vernos dentro, cerca de la puerta de salida se acercó a nosotros y nos
ofreció unos libros, le dijimos que éramos españoles y que a duras penas
entendíamos el francés.
Al ver la poca gente que
había en la iglesia, el señor mayor y otro matrimonio también de avanzada edad,
mi mujer y yo, decidimos quedarnos a la misa, más que nada para hacer bulto,
puesto que nos daba pena ver la iglesia tan vacía,
Sonó una campana en el
exterior de la capilla y en cinco minutos se llenó de gente, creo que no he
visto tantas razas juntas en un lugar sagrado, jóvenes, de media edad, mayores,
hombres y mujeres solos, parejas con niños, parejas de adolecentes, grupos de
chicos y chicas.
Salió de la sacristía el
sacerdote, era negro, de unos cuarenta y pico de años. Empezó la misa, la gente
seguía las oraciones leyendo en los libros, el órgano empezó a sonar y la
señora entonó una canción, el vello de mis brazos se erizó, tenía una hermosa
voz pese a los años, era una voz que a mi me recordó a Mireiille Mathieu su
entonación era perfecta y su voz clara y nítida, solamente por oírla cantar,
mereció la pena estar allí, pero eso no fue todo, a la hora de darnos la paz,
todo el mundo, la iglesia se había llenado hasta los topes, salió de su sitio y
todos recorrimos media iglesia estrechando las manos y deseándonos la Paz.
A la hora de la comunión,
más del setenta y cinco por ciento de los feligreses recibió la Eucaristía.
Cuando terminó la misa,
el cura se fue a la puerta y nos despidió personalmente a todos, no pudimos
hablar mucho con él porque nuestro francés no da para tanto, pero si le pudimos
dar las gracias por extraordinario rato que habíamos pasado.
FIN
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