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jueves, 19 de marzo de 2020

UNA TARDE EN PARIS






Una tarde en París


Pedro  Fuentes



Este verano, después de comer, como habíamos estado toda la mañana por el centro de París, viendo y recordando, decidimos salir a pasear cerca del  hotel, situado por la Puerta de Versalles, al lado de la Expo.

Nos alejamos más de lo que pensábamos y sin darnos cuenta vimos que había muchos niños jugando, la mayoría árabes o centro africanos
.
 Varias tiendas de comestibles estaban abiertas. Pocas o ninguna persona europea se veía a nuestro alrededor.

Vimos una pequeña iglesia y decidimos entrar para verla, solamente había un señor muy mayor en un banco, al fondo, a la izquierda del altar, un joven de unos treinta años tocaba unas notas en un órgano, a su lado, afinando la voz una mujer de unos setenta  años, morena, era una cara que de pronto me resultó conocida, me dio la impresión de haber sido muy guapa de joven.

A la puerta de la iglesia, un hombre de mediana edad, repartía unos libros de cantos y oraciones, al vernos dentro, cerca de la puerta de salida se acercó a nosotros y nos ofreció unos libros, le dijimos que éramos españoles y que a duras penas entendíamos el francés.

Al ver la poca gente que había en la iglesia, el señor mayor y otro matrimonio también de avanzada edad, mi mujer y yo, decidimos quedarnos a la misa, más que nada para hacer bulto, puesto que nos daba pena ver la iglesia tan vacía,

Sonó una campana en el exterior de la capilla y en cinco minutos se llenó de gente, creo que no he visto tantas razas juntas en un lugar sagrado, jóvenes, de media edad, mayores, hombres y mujeres solos, parejas con niños, parejas de adolecentes, grupos de chicos y chicas.


Salió de la sacristía el sacerdote, era negro, de unos cuarenta y pico de años. Empezó la misa, la gente seguía las oraciones leyendo en los libros, el órgano empezó a sonar y la señora entonó una canción, el vello de mis brazos se erizó, tenía una hermosa voz pese a los años, era una voz que a mi me recordó a Mireiille Mathieu su entonación era perfecta y su voz clara y nítida, solamente por oírla cantar, mereció la pena estar allí, pero eso no fue todo, a la hora de darnos la paz, todo el mundo, la iglesia se había llenado hasta los topes, salió de su sitio y todos recorrimos media iglesia estrechando las manos y deseándonos la Paz.

A la hora de la comunión, más del setenta y cinco por ciento de los feligreses recibió la Eucaristía.
Cuando terminó la misa, el cura se fue a la puerta y nos despidió personalmente a todos, no pudimos hablar mucho con él porque nuestro francés no da para tanto, pero si le pudimos dar las gracias por extraordinario rato que habíamos pasado.


FIN


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