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jueves, 14 de enero de 2016

LA SANTA COMPAÑA (Demasiado cerca.....)

YO CONFIESO


En muchos de mis escritos se habla de fantasmas, apariciones, el más allá etc. Había estado leyendo algunas cosas sobre la “santa compaña” y viendo esos grandes bosques gallegos, llenos de humedad y niebla en algunas noches, y la verdad es que parece que te los vayas a encontrar, es más, el ulular del aire entre las hojas, te recuerdan a canciones de salmos, se me ocurrió escribir un relato con esos componentes, no sé si he conseguido por lo menos que se te erice un poco la piel, querido lector, con ese relato. 

DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA

Pedro Fuentes

Capítulo  I

La noche era fría y húmeda, por motivo de trabajo, Domingo había tenido que ir a aquel pueblo a setenta y cinco kilómetros de la ciudad, fue para revisar el montaje una de las tiendas de la cadena para la que trabaja.

El trabajo de Domingo es ese y  además formar a las personas que o bien porque adquieren la franquicia o porque la empresa titular los contrata para abrir una tienda y necesitan asesorar al personal.

Allí había ido porque por los estudios de mercado hechos, decían que sería un buen negocio ya que no existía ni en la población, de veinte mil habitantes, ni en las dos poblaciones  que distan seis o siete kilómetros, una al norte y otra al sur, más pequeñas pero en una comarca con alto poder adquisitivo, una tienda de dietética.

Una empleada de la firma, en la capital, natural de Villadiego del Monte, que así se llama el pueblo, dio la idea, se hicieron los estudios de mercado y se vio que era una buena plaza.

La familia de la empleada, Maribel, además tenían en la calle Mayor, muy cerca del ayuntamiento y justo antes de entrar en la plaza de la iglesia, un local que reunía las condiciones deseadas.

Se le dio la oportunidad a Maribel de ser ella la que se hiciese cargo de la tienda, la pusiese en marcha y luego seguir con ella o buscar una persona de confianza para poner al frente del negocio.

Como ya estaba próxima la apertura,  había ido a inspeccionarlo todo y poner en marcha toda la cuestión informática.

En un principio  había acabado a las ocho el trabajo, pero Maribel, a la que Domingo conocía de la central, una muchacha de veintitantos años, cerca de los treinta, con un encanto bastante especial aunque no una gran belleza pero si agradable y simpática, le invitó a cenar, ya que a partir de entonces no se verían hasta la inauguración.

Aceptó la invitación por cortesía pero le fastidiaba un poco volver a casa de noche, en aquel tiempo de otoño y por una carretera comarcal de montaña de unos cincuenta kilómetros hasta llegar a la general.
No había peligro de heladas en aquel tiempo, pero al ser una carretera bordeada por bosques, la humedad había dejado una capa de agua en el asfalto y una ligera neblina  parecía salir  de entre los árboles hacia la carretera, eran cerca de las doce de la noche y la música del CD del coche le acompañaba.

La niebla iba en aumento, los árboles, a ambos lados de la carretera parecían figuras fantasmagóricas  extendiendo su largos brazos sobre la carretera, avanzaba lentamente y cada vez se hacía más largo el camino, todavía faltaban unos treinta kilómetros hasta la general y empezó a tener ganas de orinar, así que aprovechando un estrecho camino que salía de la carretera hacia el bosque,  con sumo cuidado de no empotrar el coche contra ninguna piedra ni caer en una cuneta profunda, salió de la carretera, paró y apagó el motor y las luces para no despistar a ningún posible  conductor.

Salió del coche y se adentró unos cinco metros en el camino.

De pronto, a la derecha, a unos veinte metros dentro del bosque y por entre los árboles le pareció ver luces que se movían, al acostumbrarse sus ojos a la oscuridad, vio lo que parecía una larga fila de antorchas o velas, un aire fresco que se levantó le traía olor a cera de velas encendidas.

Distinguió unas voces pero no adivinaba a oír ni comprender las palabras, parecían salmos pero no entendía las palabras, a veces  parecía latín y otras castellano antiguo e incluso gallego o portugués, otras veces eran canciones, pero también ininteligibles.

Domingo se consideraba más bien miedoso, no en demasía, pero no le gustaba enfrentarse a las cosas que no conoce o le parecen del más allá, pero aquello llamaba su atención, se acercó sigilosamente un poco más para intentar ver con algo de claridad, al fin pudo distinguir que la persona que iba al frente, estaba vestido con una especie de hábito franciscano pero de color blanco y con capucha, pero pese a llevar la capucha puesta le vio la cara, era alargada y demacrada, por un momento pensó  que le había visto, porque le pareció que aquellos ojos que parecían flotar dentro de las cuencas, se cruzaron con su mirada cosa improbable  porque la noche era muy oscura y la niebla cada vez era más espesa, pero de igual forma que él lo había visto, el fraile blanco también lo pudo ver a él.

El de la cara demacrada llevaba una cruz en una mano y uno especie de acetre con su isopo. Detrás le seguían como unas veintitantas figuras, repartidas en dos filas y digo figuras porque no se podía distinguir las facciones de ninguna, parecían no tener rasgos, pese a que la especie de sábanas blancas que llevaban por encima no les tapaban sino la parte de atrás de las cabezas, lo único que se veía o más bien se adivinaban, eran las cuencas vacías de los ojos.

De pronto se dio cuenta de una cosa que le sobresaltó, no pisaban el suelo, parecían flotar como a unos treinta centímetros del suelo y según pasaban, un viento frío se levantaba, pero éste no movía la llama de las velas, ni la niebla parecía desplazarse, pero llegaba el olor de la cera quemada y el aire en la cara.

Cuando terminó de pasar la procesión, dio la vuelta, lo más sigilosamente posible y llegó al coche, mirando más para detrás por si alguien o algo le seguía,  abrió la puerta, miró otra vez hacia los “fantasmas” y se sentó en el asiento.

El grito que dio fue espeluznante, el corazón pareció saltársele del pecho, en ese momento recordó de que aunque bajó del coche para orinar, no lo había hecho, un líquido caliente corrió por la entrepierna de su helado cuerpo.

En el asiento de al lado,  estaba sentado el “fraile” encapuchado, con su cruz y su acetre, era más pálido y cadavérico que cuando lo había visto presidiendo la procesión.

Se sujetó al volante con las dos manos e inclinó la cabeza hacia delante y apoyándola entre las manos lloró de pánico. Su cuerpo temblaba como una hoja en un vendaval.


CAPITULO  II

El ser que estaba a su lado le miró fijamente, sus ojos, dentro de aquellas órbitas parecían perderse, estaba tan demacrado que se adivinaban en la piel las encías con las piezas dentares. Con una voz seca y firme, pero que parecía de ultratumba me dijo:

¡Pon en marcha el coche y sal a la carretera hacia la izquierda!

Como un autómata le hizo caso, se había quedado como si le hubiesen quitado el alma, era incapaz de pensar, conducía por una carretera estrecha, con muchos árboles a los lados y una niebla espesa que no dejaba ver los márgenes ni la cuneta, pero no importaba, el coche parecía seguir un camino marcado por un piloto automático.

Después de dos curvas, hay una tercera a la izquierda muy peligrosa, allí se han salido muchos coches y han muerto varias personas, tómala con sumo cuidado, luego, a la derecha hay un pequeño llano, entra en él y para el coche. Dijo aquella figura cadavérica que no sabría cómo describir.

Paró  el coche, se apoyó en el volante y se quedó dormido.

Le despertaron unos golpes en la ventanilla, sobresaltado, dio un salto y miró fuera.

Dos hombres, con el uniforme de la Guardia Civil miraban desde el exterior, bajó la ventanilla y les dijo: ¿Sucede algo, guardia?

Eso nos lo tendrá que decir usted. Contestó el mayor de los dos detrás de un bigote negro y de grandes proporciones.

No, no sucede nada, venía desde Villadiego del Monte donde estuve trabajando y se me hizo muy tarde, tenía sueño y me paré a dar una cabezadita y veo que debí dormir más de la cuenta porque ya ha amanecido, voy para la capital. Les contestó Domingo.

Pues va usted en dirección contraria, ha salido de Villadiego hacia el norte en lugar de al sur.

No sabía lo que le estaba pasando, no recordaba nada, las últimas imágenes de su mente eran las del cartel de final de Villadiego.

Me debí perder, gracias por haberme despertado, tengo que volver al pueblo para asearme y desayunar, luego  volveré a la capital. Siguió diciendo Domingo.

Bueno, si ya ha descansado, puede salir, pero hacia la derecha, Villadiego está en dirección contraria a la que llevaba pero a unos treinta kilómetros, y tenga cuidado, a unos ciento cincuenta metros, a la derecha, hay una curva muy mala en la que han muerto varias personas, aunque el peligro de verdad es de noche y con niebla.

Llegó a la población a las ocho y media, aparcó en la plaza, cerca de la tienda de Maribel y se fue a un hostal de la misma plaza, solicitó una habitación, quería ducharse y cambiarse, por suerte, siempre llevaba en el maletero del coche una pequeña maleta con ropa, ya que muchas veces, por su profesión, a menudo tiene que quedarse fuera de casa sin tenerlo previsto.

Desde el hostal llamó a la empresa para comunicarles que no iría o lo haría por la tarde, que había tenido problemas en la carretera la noche anterior y aprovecharía para terminar algunas cosas en la tienda de Maribel, luego la llamó a ella y quedó en la tienda a partir de las once.

Después de desayunar y ducharse, puso el despertador para las once menos cuarto y se metió en la cama. No logró dormir, intentó repasar lo ocurrido en la última noche, no hubo forma, desde que entraba en la carretera con la niebla hasta que le despertó el Guardia Civil del bigote, no recordaba nada. Era como si la niebla hubiese borrado todo.

A las diez y media, puesto que no había podido dormir, se duchó de nuevo, bajó a la calle, entró en un bar y tomó un café doble. No estaba nervioso, pero parecía que no hubiese dormido en toda la noche, pero eso no era posible, el guardia le despertó y dormía profundamente.

A las once en punto llegó a la tienda donde ya le esperaba Maribel. En lugar de saludo,  preguntó directamente:

¿Qué pasó? ¿Tuviste algún accidente?

Domingo le contestó:

No lo sé, salí del pueblo porque vi el cartel de final del Municipio, pero he despertado en el coche a  treinta y tantos kilómetros de aquí, pero en dirección contraria, estaba fuera de la carretera y dormido, me despertó la Guardia Civil, pero parece que no haya dormido y estoy cansado, me he metido en la cama del hostal y no he podido ni cerrar los ojos. He llamado a la empresa y les he dicho que estaba aquí, así que terminaremos lo que dejamos a medias en la tienda, de todas las formas, podré hacer mi trabajo por internet.

Si, más vale que te quedes aquí, además, recuerda que mañana es jueves y fiesta de Todos los Santos y podrás hacer puente, porque la verdad es que tienes una cara terrible.

Pasó la mañana lo mejor que pudo, se conectó a internet, resolvió los problemas que tenía en la oficina y se dedicó a terminar los asuntos de la tienda de Maribel.

¿Quieres que vayamos a comer juntos? Me preguntó Maribel.

No, no puedo, tengo tanto sueño que voy a comer ligero y me echaré a dormir hasta las cinco, que vendré a la tienda para que organicemos los stocks y hablar con la central por si hay cosas pendientes, además, antes quiero ir a lavar el coche que huele a demonios. Dijo Domingo.

Así lo hizo, a la una fue a la gasolinera donde hay también un lavadero de coche, lo primero fue lavar el asiento del conductor, entonces vio que el olor procedía de orines, igual que pantalones y ropa interior cuando se los quitó por la mañana, pero no sabía qué había pasado, supuso que dormido en el coche y debido al frío o la postura, se le había escapado algo de orina, pero no recordaba nada.

Cuando terminó, fue al hostal y les comunicó que se quedaría hasta el domingo, luego pasó al restaurant y tomó un buen caldo bien caliente y un entrecot no muy grande, no tomó café y se fue a la habitación a dormir. Decidió ponerse el pijama y meterse en la cama con todas las luces apagadas y la persiana cerrada, puso el despertador a las cinco menos veinte, faltaban dos horas y media.

Imposible, cuando sonó el despertador, estaba en el pequeño balcón de la habitación y se había fumado medio paquete de tabaco.

El resto de la tarde, lo pasó en la tienda con el ordenador, por dos ocasiones se quedó adormilado delante del teclado, a las ocho salieron a la calle y le dijo a Maribel:

Vamos a tomar algo, pero antes quiero comprar tabaco y una botella de whisky, esta noche dormiré como sea.

Tomaron varias cervezas con unas tapas, con aquello ya no pensaba ni cenar, a las nueve y media se despidió de Maribel y fue para el hostal, subió a la habitación, se sirvió medio vaso de whisky y lo bebió mientras fumaba tres cigarrillos y se ponía el pijama, se metió en la cama, apagó la luz y los párpado cayeron sobre los ojos como pesadas persianas metálicas.

CAPITULO  III

Al amanecer un gallo le despertó con su canto. Se sentó al borde de la cama, al incorporarse para ir al baño, las piernas no resistieron, cayó de rodillas en el suelo, se encontraba totalmente agotado, ojos los tenía irritados, las ojeras parecían más grandes y negras que el día anterior, se metió en la ducha, puso el agua todo lo caliente que pudo resistir, luego cambió a lo más frío posible, repitió la operación cuatro o cinco veces, al principio se despejó algo, pero cuando bajó a desayunar parecía que se iba a caer por los escalones.

Antes de ir a la tienda de Maribel, fue hasta el estanco a comprar tabaco, para ello tuvo que pasar al lado del coche aparcado en una calle lateral de la plaza donde se encontraba el hostal, cuando lo vio, quedó sorprendido, tenía las ruedas llenas de barro y los bajos todos sucios, aunque lo había lavado el día anterior, abrió la puerta y se sentó al volante, la alfombrilla estaba manchada  de barro, el mismo barro que había en las ruedas, le pareció, no estaba muy seguro, de que el cuenta kilómetros tenía más kilómetros, daba la impresión de que alguien había utilizado el vehículo.

Salió de nuevo, se aseguró de apuntar los kilómetros y poner el contador parcial a cero, luego cerró la puerta con la llave y se marchó a por el tabaco a un bar ya que era fiesta y el estanco estaba cerrado,  también aprovechó para tomar otro café.

Cuando llegó a la tienda, Maribel estaba subiendo la persiana metálica.

¡Qué mala cara traes! ¿No has podido dormir o has estado de juerga? Le dijo.

Domingo le contestó:

No, me acosté temprano y me dormí, no me he despertado en toda la noche y estoy cansado como si hubiese estado corriendo desde ayer.

¿No estarás malo? ¿Tienes fiebre? Aquí tenemos vigorizantes, te voy a preparar uno y el resto te lo tomas tres veces al día.

Domingo, sonriendo le dijo: ¿Ya estás intentando vender el producto sin haber inaugurado y en día de fiesta?

A la una salieron, quedaron en tomar algo y luego tomar el resto del día de fiesta.

Por todo el pueblo se veían, sobre todo mujeres con pañuelos negros y vestidos de luto con ramos de gladiolos y crisantemos que caminaban hacia el cementerio.

¡Maribel! Dijo una señora de unos cincuenta años que pasó por su lado. ¿Sabes que tío Anselmo está mucho mejor? Se ha levantado y todo, el doctor dice que no sabe qué ha pasado, que él no cree en milagros, pero lo parece. Yo pienso que lo mismo son aquel preparado que le llevaste el otro día.
No sabes cuánto me alegro, esta tarde iré a verlo.

¿Sabes, Domingo? Le di el mismo preparado que te he hecho a ti. Las brujas del lugar, que haberlas ahílas, dicen que lo tenía cogido la “Santa Compaña”, cosas de pueblo, lo que tenía era una anemia galopante, últimamente comía como un pajarito. Le preparé aquel combinado que tenemos en la tienda a base de hierro, fósforo, potasio y vitamina C y D. Lo mismo que a ti.

Bueno, bueno, parece que te podremos dejar sola, pero ojo, no te enemistes con el médico, procura darle la razón aunque solamente sea de cara a las gentes del pueblo.

Se despidieron a las dos y Domingo se fue al hostal donde comió e intentó dormir, como no pudo se puso a trabajar hasta la hora de cenar, luego bajó al restaurant y cenó copiosamente, luego se tomó la tercera toma del preparado, subió a la habitación, preparó un buen vaso de whisky y se metió en la cama, cerró los ojos y perdió la conciencia.

Al amanecer abrió los ojos y se encontró en la cama, casi no podía incorporarse, lentamente se deslizó hasta el borde de la cama y haciendo un giro sobre su costado izquierdo, sacó la pierna derecha de debajo de las sábanas, apoyó el pie en el suelo y así pudo incorporarse, le dolía todo el cuerpo, llegó hasta el cuarto de baño y se metió debajo de la ducha, primero bien fría, luego, poco a poco fue abriendo el agua caliente hasta que no pudo resistir el calor, cerró el grifo caliente y abrió de golpe el frío hasta que los huesos le dolieron, volvió al caliente y luego reguló a unos treinta grados, así estuvo un buen rato, luego salió de la ducha y fue a afeitarse, con la toalla limpió el vaho del espejo y se sobresaltó, allí apareció la cara del ser que había visto guiando la procesión de los fantasmas.

 No, ¡¡era él!! ¡Sus ojos eran dos bolas de cristal dentro de unos grandes cuencos!, con la delgadez del rostro sus orejas parecían inmensamente grandes, sus piezas dentales se marcaban debajo de la piel, luego se fijó en su cuello, largo y estrecho, sus hombros parecían una percha vacía, su pecho hundido dejaba ver el esternón como un puñal entre sus costillas.

Tan pronto como pudo vestirse, llamó a Maribel y le dijo que por favor fuese con el médico lo antes posible.

Cuando llegaron, Maribel se asustó, el médico no tanto porque no lo conocía de antes.

Maribel, al verlo, le comentó al doctor sin que Domingo se enterase:

Parece mi tío Anselmo antes de curarse.

El galeno le sacó unas muestras de sangre y luego le puso una inyección.

Hasta la tarde, a última hora no tendremos los análisis, mientras tanto, le he puesto una inyección para que duerma por lo menos hasta entonces. Sería conveniente que Maribel llame a su familia para que en el momento que puedan, mejor después de los análisis, le lleven a su casa o al Hospital General.

No tengo familia cercana, dijo Domingo, llama, por favor a la empresa y dile lo que me pasa a Antonio Fernández de mi Departamento, él vendrá a buscarme, somos buenos amigos.

En diez minutos fue perdiendo la conciencia, lo metieron en la cama, con la inyección quedó relajado y dormido, el médico le tomó el pulso, vio que era correcto, lo auscultó y todo parecía normal.

Nos podemos marchar, le dijo a Maribel, dormirá todo el día, cuando estén los análisis la llamaré y vendremos a verle, mientras tanto llame a su amigo a la empresa para que preparen el traslado, ahora, mientras más duerma más se recuperará, no sé lo que puede tener, diría que es un virus, igual que su tío Anselmo. No se han dado más casos, pero hay que estar preparados.

Marcharon y dejaron a Domingo descansando.


CAPITULO  IV

A las seis y media, cuando ya había oscurecido, llegó Antonio Fernández, fue a la tienda directamente, allí esperaron la llamada del doctor y quedaron en verse en el hostal.

Cuando se encontraron, después de las presentaciones, Don Julián, el médico, sacó un sobre del bolsillo de la chaqueta y les dio a los dos:

No hay nada raro, algo bajo en hierro y vitamina C, normal en glóbulos rojos y leucocitos, pero nada importante, parece como si estuviese totalmente extenuado, ¿Saben si últimamente ha hecho más esfuerzos de lo normal o ha tenido una actividad frenética, incluso en el plano sexual? ¿Es posible que consumiese drogas o bebiese y fumase de una manera desmedida?

No, doctor, dijo Antonio, yo soy compañero de trabajo y a la vez amigo y es una persona bastante metódica e incluso se cuida físicamente, hace tenis y vamos a correr dos o tres días por semana, pero de una forma prudente.

Yo le conozco menos pero no he oído nunca nada raro de él.

Cuando llegaron a la habitación, llamaron a la puerta, como no abría avisaron a la dueña del hostal y ésta les abrió con otra llave.

Los cuatro, cuando se acostumbraron a la semi oscuridad, se quedaron atónitos, en la cama no había nadie, miraron en el cuarto de baño y tampoco estaba, Maribel, más observadora dijo: La ropa que llevaba esta mañana y que cambió por el pijama está en la silla, doblada tal como la dejó y el pijama no está por aquí. No parece faltar nada del equipaje.

No puede estar muy lejos, en pijama y con el tranquilizante que le inyecté, además de su estado, no puede estar muy lejos. Dijo D. Julián.

¿Sabes, Maribel, dónde está el coche?

Si, está en la parte de detrás del hostal, muy cerca de la tienda, de hecho hemos pasado por allí ahora cuando veníamos, pero no me he fijado.

Bajaron a la calle y fueron hasta el sitio indicado por Maribel, allí no estaba el coche.
¿Dónde está la Guardia Civil? Preguntó Antonio.

Por aquí detrás, a tres manzanas está el cuartelillo, contestó Maribel.

¡Vamos!

D.  Julián dijo:

Vayan ustedes, ya me dirán algo.

Antonio y Maribel, a buen paso se dirigieron al cuartelillo, hablaron con el sargento y éste tomó nota, luego llamó por radio a las dos patrullas que estaban de guardia y les dio la descripción del coche y de Domingo.

Uno de los agentes contestó enseguida

Ese coche estaba detenido cerca de la carretera el otro día, al amanecer, cerca de la curva de la “dama blanca” y estaba dentro, durmiendo el sujeto que han descrito, estamos bastante cerca del sitio.

Vayan hacia allí y vigilen los caminos que dan a la carretera norte. Dijo el sargento.

¿Qué es eso de la “dama blanca”? Dijo Antonio.

Bueno, esa es una leyenda urbana, que dice que en una curva que hay muchos accidentes se aparece una mujer con una túnica blanca avisando del peligro. Chorradas de pueblo. Sentenció el sargento.
Muchos dicen que la han visto, del pueblo y forasteros. Dijo Maribel ligeramente enfadada, es más, mi tío Anselmo dice que la vio.

Si mujer, si, como la Santa Compaña. Dijo el sargento sonriendo.

No habían pasado ni diez minutos cuando la emisora hizo un chasquido característico y se oyó la voz del agente:

Mi sargento, estamos en el sitio, el coche está aquí, totalmente  cerrado pero no hay nadie dentro ni por los alrededores.

No se muevan de ahí, vamos para allá. Dijo el sargento, dio órdenes a un agente para que se quedase en el cuartelillo y él, otro agente de conductor y Antonio y Maribel montaron en un todo terreno y salieron por la carretera del norte, llovía abundantemente.

Cuando llegaron al lugar, no pudieron ver nada, las posibles huellas habían sido borradas por la lluvia.
Dio órdenes el sargento para que la patrulla se quedase vigilando hasta que fuese otra a relevarles y ellos cuatro fueron carretera arriba, hasta el siguiente pueblo, no vieron nada, cuando llegaron eran más de las diez y no se veía un alma por la calle, solamente había luz en un bar en la plaza Mayor, entraron, en el mostrador estaba un hombre, el dueño, apoyada la barbilla y una cara de aburrimiento en una mano cuyo codo y antebrazo la sujetaban apoyado en la barra, parecía escuchar a un hombre medio borracho que sentado en la mesa más cercana, con un vaso en la mano  y que no paraba de decir, lo que el alcohol le dejaba:

Te juro que la he visto, era la Santa Compaña, pasaba cerca de la curva de la “Dama Blanca”.
Domingo no apareció hasta tres meses después, un hombre que recogía leña lo encontró en medio del bosque, vestía una túnica que en su día fue blanca, era un esqueleto con piel, a su alrededor se adivinaban gotas de cera, ni las alimañas se acercaron para comer los despojos.


FIN

miércoles, 6 de enero de 2016

PLAN 2 (Yo confieso)




Plan 2

Yo confieso

Este relato está basado en la cabalgata de mujeres que se organizó hace unos años en un pueblo precioso del Pirineo de Huesca, Plan, y que a su vez copiaba la película de 1951 interpretada por Robert Taylor.

Quise con este relato hacer un homenaje a uno de mis directores preferidos, Luis García Berlanga, e intenté retratar el ambiente de un pequeño pueblo y a la vez sacar una moraleja, a veces no valoramos lo que tenemos cerca y vamos a buscarlo en otros sitios.

PLAN 2

Pedro Fuentes


Capítulo  l

Mi nombre es Alfredo y voy a contaros una historia como todas, medio verdad, medio fantasía y donde lo real parece un sueño y los sueños, sueños son, como dijo Calderón.

En Altozano del Monte, en pleno Pirineo, entre Huesca y Navarra, se vive muy bien, hay bastante buen ambiente entre los vecinos, cosa muy necesaria porque los inviernos son crudísimos, de hecho por lo menos un mes al año nos quedamos incomunicados por culpa de la nieve y el hielo.

Vivimos de la ganadería, vacas y corderos, tenemos muy buenos prados, en invierno bajamos el ganado al pueblo y cuando llega la primavera, con el deshielo los empezamos a subir a los pastos altos y van subiendo a medida que pasa el frío.

Los inviernos, tan duros y sin el pastoreo, solamente darles de comer y mantenerlos en los establos.
El mayor problema que tenemos es que no hay mujeres, éstas, en cuanto tienen edad, se suelen ir a las ciudades, ya que en el pueblo no hay mucho trabajo para ellas.

En la actualidad hay solamente dos mozas casaderas, una es la hija del tío Paco, dueño del bar de la plaza, precisamente “El tío Paco”.

La otra moza es la sobrina de Candela, la dueña del colmado que también está en la plaza.

Estas son las dos únicas muchachas casaderas que quedan en el pueblo, luego, más pequeñas hay varias, pero los mozalbetes que vienen detrás, también son muchos más que las niñas.

Los mozos solteros salidos de quintas y de menos de cincuenta años, son 43 contando a Genaro, joven de unos treinta años, pocos saben cuántos, y que tiene sus facultades mentales muy disminuidas.

Una noche, viendo la tele en casa del Tío Paco, pusieron un reportaje de hacía no sé cuantos años, de Plan, un pueblecito de Huesca  que había organizado unas “caravanas de mujeres” para atraer a mujeres dispuestas a conocer a mozos del pueblo y quedarse allí si llegaba la ocasión.

Dejamos las partidas de dominó y de guiñote y se hizo un silencio sepulcral mientras veíamos la tele.
Cuando terminó el reportaje empezamos a comentarlo  y decidimos que se podría intentar con el ayuntamiento.

Como  soy el secretario decidimos que lo tantearía con el alcalde.

Al día siguiente, en cuanto vi al alcalde le comenté la noticia y me dijo que también la había oído y que lo podrían comentar el próximo viernes en el pleno que tocaba.

Los mozos del pueblo, cuando se enteraron que el viernes siguiente se incluiría en el pleno municipal, se empezaron a poner nerviosos, alguno ya soñaba con tener un harén en su casa, otros se veían con una despampanante rubia del brazo, entrando a casa del Tío Paco, ya no tomaría el tinto o la cerveza que tenía por costumbre, pediría un dry Martini, agitado, no mezclado.

La hija del tío Paco, Carmela, moza de buen ver, con mucho desparpajo, estaba por las tardes , hasta las 12 de la noche, en verano, detrás de la barra y atendiendo a las mesas si así hacía falta, los hombres que entraban en el bar, tenían mucho cuidado con lo que decían, porque Carmela no se amedrentaba, sabía qué responderles y hasta se diría que le tenían miedo, la consideraban muy arriada para cortejarla y llevarla al altar, no se le conocía ningún acompañante ni pretendiente.

Pepita, la sobrina de Candela, la dueña del colmado, era también buena moza, más modosita y callada que Carmela, pero ambas eran amigas, tenían la misma edad, 24 y cuando podían salían juntas, tampoco Pepita tenía pretendientes en el pueblo, aunque a ésta si se le había conocido un acompañante hacía unos años, era un mozo del pueblo de al lado, 23 kilómetros montaña abajo, pero cuando le tocó ir a hacer el servicio militar se marchó a la capital y ya no volvió, se colocó allí y le escribió que la iría a buscar cuando saliese adelante.

Salió adelante pero en compañía de una paisana con la que se supo que también tonteaba.

Después de esa experiencia, no se le volvió a ver con compañía masculina, los hombres del pueblo se comportaban con ellas como la zorra de la fábula “están verdes”, e incluso, algún envidioso y poco hombre se atrevió a decir de ella que él la había visto en el pueblo de al lado, en fiestas cuando festejaba con aquel mozo, en actitud demasiado cariñosa y que al romper él, ella se refugió en la amistad de Carmela.

En el pleno del viernes, se aceptó por mayoría que se organizaría una “caravana de mujeres” al estilo de la de Plan, se haría en un fin de semana, se recibiría la caravana el sábado por la tarde, con una recepción en el ayuntamiento, luego se les asignaría a las invitadas una casa donde dormirían y desayunarían. Estas casas serían siempre de matrimonios mayores que se ofreciesen, irían de dos en dos y si faltaban casas, se le alojaría en casa del Tío Paco que tenía habitaciones para huéspedes.
Luego se haría una cena para todo el pueblo, en la plaza y después baile mientras el personal aguantase, a la mañana siguiente, después del desayuno, se reunirían en la plaza, el párroco les hablaría, solamente cuatro palabras, sobre las bondades del matrimonio cristiano y se irían en el o los autobuses que vinieron, a sus lugares de residencia.

Como secretario del ayuntamiento, me tocó informarme de los pasos a seguir, así que me puse en contacto con el secretario de Plan que me remitió a un agente que se encargaba de organizar todo tipo de actos y festejos.

El agente, Don Cesar, no era barato, pero lo organizaba todo hasta el mínimo detalle, prepararía incluso alguna entrevista en radio y televisión a las que irían varios representantes de los mozos, los más presentables; además, unos días un par de días antes, una televisión enviaría a unos, un locutor y un cámara, para hacer un reportaje que entraría cada día en directo a nivel nacional y luego grabaría la llegada del grupo y entrevistaría a las mozas y mozos en el momento de la despedida.

Fue un mes de preparativos, D. Cesar la verdad es que sabía hacer las cosas, nada más llegar al pueblo, se puso al mando de la operación, primero se reunió con el alcalde y conmigo, traía un guión de toda la operación, supervisó el terreno y eligió los sitios donde se celebrarían los actos, cómo sería el recibimiento, en fin, todo.

Se seleccionaron a las personas que organizarían la cena, D.  Cesar traería un par de conjuntos del que era representante, para la cena y el baile.  

Hizo un casting para elegir a los mozos que irían a la televisión, les organizó hasta la forma de vestir, buscó el mejor ganado para filmar y usarlo en el “anuncio” del evento que saldría en los canales de televisión, eligió un catering para el agasajo de la llegada y la cena, para el bar de la fiesta, fue el Tío Paco, que reforzaría con tres personas más además de su mujer, su hermano y su hija para atender la barra, parte de las consumiciones iban a sufragar los gastos de la fiesta.

El área de Festejos y Juventud, correría con parte del gasto y los mozos que quisiesen participar en el evento, tenían que contribuir.

El Tío Paco habló con Candela, su marido y Pepita la sobrina para ayudarles en el bar, cosa que ya  hacían habitualmente los días de las Fiestas Patronales.

El bar del Tío Paco recibió sillas y mesas nuevas con sombrillas, con la marca de una conocida cerveza, todo ello gracias a D. Cesar a cambio de la publicidad que le harían con las tomas de televisión en la terraza.

A medida que llegaba la fecha de la fiesta, el pueblo cambiaba, se pintaron casas, se arregló la fachada del ayuntamiento, la plaza mayor parecía otra, limpios los porches, ya no calzaban abarcas, se estaban acostumbrando a los zapatos de las fiestas muy importantes.

Las madres que tenían hijos solteros y en edad de merecer, se habían hecho trajes nuevos e incluso sus maridos lucían el traje de los domingos.

En fin, se diría que hasta lavaron y peinaron al ganado y en las calles ya no se veían “boñigas”.
Los mozos en el bar hablaban más alto, todos decían como querían que fuesen las mozas, a Carmela ni se la miraban.

El cura, D. Jonás, desde el primer domingo que se supo lo de la caravana, en la misa de doce todos los sermones iban dedicados a la castidad y al sagrado lazo del matrimonio.


Capítulo II


Por fin llegó la semana de la caravana, era el final del invierno, unas tres semanas antes de subir al ganado a los pastos para pasar la primavera y el verano.
Todo hervía de emoción, habían salido en todos program
as de cotilleo de las televisiones, varias veces se entrevistó al alcalde y a los mozos, tanto en el pueblo como en los platós de televisión.

D. César sabía lo que hacía, no perdía detalle de nada, todo lo llevaba él, todo pasaba por sus manos.
Lo único que no consiguió fue vestir con el traje regional de fiesta a Carmela y a Pepita, éstas se negaron en redondo diciéndole que si los mozos no se habían fijado nunca en ellas, no iban a colaborar ahora en “su fiesta”.

Yo,  trabajaba en colaboración directa con D. Cesar,  era un hombre que no paraba para nada, yo me preguntaba cómo podía estar gordo, pesaba unos cien kilos y no era excesivamente alto,  comía como un pajarito y mientras iba de un lado para otro.

Se le había habilitado un despacho en el ayuntamiento, al lado del mío.

Las tres administrativas, el alguacil y yo mismo, no parábamos.

Ya se empezaban a recibir cartas y telegramas pidiendo plaza en los autobuses que saldrían de Madrid y Barcelona desde donde vendrían las candidatas, luego había otro grupo de las que irían en transporte propio, se calculaba que llegarían unas doscientas mujeres de todas las edades, aquello se podría desbordar si no hubiese sido por el buen hacer de D. Cesar y la colaboración de todos los vecinos del pueblo.

Y amaneció el día señalado, era un día caluroso para las fechas en que se estaba, y las predicciones eran muy buenas, sería así durante todo el fin de semana, por la noche refrescaría pero con la carpa instalada en la plaza mayor, no habría problemas.

Los primeros en llegar fueron los instaladores del sonido y luces de los conjuntos, dos grupos  de mediana calidad pero que sonaban durante el verano, tocaban música de todo tipo y llevaban entre los dos cuatro señoritas que además de cantar lucían su palmito bailando en el escenario.

La banda de música del Ayuntamiento tocaría algunos pasacalles de bienvenida y de despedida, pero estaban algo diezmados porque unos cuantos músicos estaban en el grupo de los solteros y no querían vestir el uniforme porque decían que eso le daría ventaja a los que vestían de fiesta, aunque don César no paraba de decirles y asegurarles que los uniformes les ayudarían a ligar.

El director de la banda, sesentón y casado, también les quiso convencer de lo que le gustaban a las mujeres los hombres con uniforme, pero no convenció a nadie salvo a Genaro, que aunque no toca en la banda ni viste uniforme, siempre ha sido el mayor fan de la banda y la acompaña a todos lados.

Los solteros paseaban por la plaza hablando unos con otros, era por la mañana y todavía andaban vestidos de  trabajo, entraron en el bar, volvían a salir, el Tío Paco les preguntaba qué querían tomar pero decían que nada, si acaso algún cortado y otros, los más pacíficos una tila, hasta que algún entendido les comentaban que la tila les apaciguaría demasiado y a la noche no tendría fuerza para nada.

A la hora del vermut nadie tomó nada, solamente los casados siguieron los rituales habituales, los solteros querían sentirse serenos, que la noche sería muy larga.

A las cinco de la tarde ya habían llegado los músicos y estaban haciendo pruebas de sonido en la carpa, todo estaba dispuesto, lo que quedaba de la banda ya estaba dispuesta a rendir honores a las quizás dispuestas sabinas, los mozos, vestidos con sus mejores galas llegaban a la plaza, parecían niños de primera comunión pero con perversas intenciones.

El alcalde ya se estaba poniendo la banda del Ayuntamiento y el bastón de mando lo tenía preparado en la mesita del recibidor de su casa, su esposa se repintaba dispuesta a superar la posible competencia venida de allende la montaña.

No había en el pueblo ninguna mujer dispuesta a quedar por debajo de las advenedizas.

Bueno, si, había dos que decidieron que no se rebajarían a competir con extrañas venidas de no se sabe dónde. Eran Carmela y Pepita.

Ya empezaba a llegar algún coche, las cámaras de televisión, porque al final fueron varias cadenas a las que dirigía D. Cesar como si fuese el Alfred Hitchock.  Iban de un lado para otro filmando, entrevistando.

Varios taxi del pueblo de al lado, 23 Km. Traían a mozas que llegaron en tren.

A las seis y cuarto llegó el autobús de Barcelona, habían quedado que llegarían al pueblo anterior y se esperarían para llegar juntos.

Llegó primero el de Barcelona y las chicas de éste convencieron al conducto para llegar antes a Altozano del Monte.

Cuando llegó el de Madrid habían pasado diez minutos, la banda emprendió el segundo pasodoble y bajaron las mozas.

Total de mozas 235, rubias, morenas castañas, de piel caribeña, blancas de piel transparente de los países del este, aquello parecía la O.N.U. pero con mejores intenciones.

Todo fue como la seda, D. Cesar lo había previsto todo, el recibimiento del alcalde desde el balcón municipal, después el discurso breve pero intenso de D. Jonás en el que después de saludar a las llegadas les habló de un sacramento de entrega y sacrificios pero desbordante de alegría por el fruto de los hijos.

Luego, D. Cesar se erigió en maestro de ceremonias y dio por comenzado el vino de honor, previamente le habían entregado al alcalde y compañeros en el balcón unas copas de vino y brindaron por el éxito de la fiesta.

A todo esto, mientras tanto, los tres conductores, uno del autobús de Barcelona y dos del de Madrid entraron al bar del Tío Paco en el que no había nadie, solamente Carmela, Pepita y yo.
A los conductores los tuve que atender yo, porque la comisión de la caravana había decidido que no querían más hombres que los del pueblo, así que invité a los conductores a cerveza y unas tapas, mientras llegaba la hora de cenar.

Carmela les llevó a la mesa los vasos y las cervezas y Pepita les traía las tapas.

Jorge, uno de los conductores de Madrid les dijo: ¿Y vosotras qué? ¿Sois casadas? ¿No sois del pueblo?

Solteritas y sin compromiso, dijo Carmela.

¿Los hombres de este pueblo son tontos?


Capítulo III


La cena, después del vino de honor, llegó como estaba prevista, en Altozano del Monte hay muy buena carne, tanto de cordero como de ternera, así que después de una opípara cena regada con buenos caldos, empezó el baile.

D. Cesar, que se las sabía todas, contrató a un presentador de renombre al que también representaba, como animador de la fiesta, éste, con una habilidad pasmosa hizo que todo el mundo participara, en concursos de belleza, bailes de la escoba, de farolillos, presentó a los mozos uno por uno y les fue buscando pareja, a los más votados en “míster” les asignó varias parejas e hizo que la noche se alargara y a nadie se le hiciese pesada, todo el mundo se divirtió y muchísimas personas entablaron una amistad de toda la vida.

Las cámaras desplazadas para el evento, filmaron todo lo que quisieron, se supone que luego lo darían en pequeños resúmenes.

Ya de madrugada las gentes se fueron a dormir y así estuvieron hasta casi las doce del día siguiente.
A la una tenían que reunirse en la plaza.

 El cura, D. Jonás dijo la misa a las doce, como siempre, pero la concurrencia fue la habitual solamente.
Después de comer, las muchachas fueron a sus habitaciones y prepararon las maletas para a continuación partir, mientras la media banda tocaba “Y viva España”.



EPILOGO


Cuando los autobuses salieron, el Tío Paco llamó a su hija y a Pepita para empezar a recoger, no aparecieron.

Algunos mozos aprovecharon para poner alguna teja en la casa que empezaron por el tejado.

Otros mozos se hartaron de carne de cordero y vacuno pero nada más.

Genaro conoció no sabe si bíblicamente o no porque no ha contado nada, a una caribeña de ochenta y cinco quilos de redondeces.

Desde entonces a la salida de la misa de doce pide una limosna para irse a Cuba y con el cachondeo lo conseguirá pronto.

Muchas de las mozas volvieron al pueblo y se casaron, con los hijos que venían con ellas y los que nacerán para la próxima primavera se podrá abrir de nuevo la escuela que será multirrracista.

Carmela y Pepita se metieron de polizón en el autobús de Madrid. Se casaron con Jorge y Alejandro, los conductores y viven en Madrid muy felices. Vuelven al pueblo en vacaciones.


FIN

miércoles, 16 de diciembre de 2015

CITA EN EL RETIRO (Yo confieso)


Con este relato, termino el presente año de 2.015.

Volveremos a estar en contacto después de Reyes.

Un abrazo para todos.




¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!! Y ¡¡¡UN PROSPERO AÑO 2.016!!!



Cita en el Retiro

No se llamaba Matilde, pero tampoco diré el nombre, mejor así, los que entonces me conocieron, saben quién era, ella, si me lee, también. A los demás ¿Para qué necesitan como se llamaba?

La realidad y la fantasía aquí no se confunden, he vuelto por El Retiro, parte de mi juventud la pasé allí, siempre me ha encantado, además, yo que soy de mar, en Madrid solamente me quedaban dos consuelos, ir a remar a El Retiro o al ¿Lago? De La Casa de Campo.

 He vuelto al parque y me he sentado en el mismo banco, todavía está, he ido con mi mujer, Azucena, sabe de mi vida y lee todo lo que escribo, 

Iba con mi mujer y se lo dije, los dos nos reímos y comentamos: ¡Qué tiempos! ¡Cuantos buenos recuerdos!

Bueno, como decía, he ido al banco aquel, me he sentado allí pero no he encontrado a Matilde. Seguramente no vaya, o quizás simplemente con coincidimos.

CITA EN EL RETIRO


Pedro Fuentes


Capítulo I


Aquella tarde de domingo se parecía a casi todas las tardes de aquel otoño que ya declinaba, el frío  empezaba a arreciar en el Madrid del año 1967, o cine o guateque, no era tiempo ya para pasear por Rosales, sentarse en algún bar a charlar o salir con alguna chica a recorrer Madrid antes de sentarse en una cafetería y hablar de lo divino y lo humano o del existencialismo próximo al movimiento hippy del que ya se oía hablar a través de las noticias que llegaban sobre la guerra de Vietnam y el rechazo de la juventud a la violencia.

Aquella tarde nos reunimos en casa de Vicente, al final era el sitio ideal, allí celebrábamos la mayoría de los guateques, normalmente cada uno se encargaba de traer a alguna chica, además de las fijas, amigas y amigos de todos, allí nos reuníamos a charlar y bailar, eran los tiempos de Adriano Celentano, Fran Sinatra, Dean Martin, Pino Donaggio, Elvis Presley y tantos y tantos, aunque siempre salía, casi al final de la tarde el "Only you" de los Platers , aunque ya empezaban a despuntar Los Brincos y otros productos españoles.

No se quien de los nuestros trajo a Matilde y a su hermana, creo que fue uno de los amigos de Vicente que se llamaba Juan Carlos,  estaba enamorado de la hermana de Matilde. 

Yo, desde el momento que vi a Matilde dije:

Esta chica me gusta, es una cabecilla loca pero me gusta, tiene estilo.

Era una chiquilla alta, muy alta, delgada, con cara redonda, en la que destacaban unos preciosos ojos verdes casi transparentes, pelo corto muy claro con un tono claro entre rubio y pelirrojo, semi rizado, tez blanca con unas pecas ligeramente remarcadas, en aquellos tiempos estaba de moda pintarse pecas, ella las llevaba naturales. Era una campanilla.

Al poco tiempo de llegar me las apañé para estar bailando con ella.

Siempre he sido la antítesis del “bailongo”, es más, siempre me he caracterizado como un fatal bailarín, pero en aquellos tiempos si no bailabas no ligabas, pero yo, con un par de pasos aprendidos de Paco, que imitaba a Dean Martin, era un gran bailarín, pasaba las tardes bailando si la muchacha merecía la pena.

Matilde tenía un gran estilo, además de su belleza y su gran figura, vestía con una gran elegancia, luego supe que su madre era una gran modista y a las niñas les hacía verdaderos modelos.

Su hermana, más joven que ella, no era tan atractiva, pero Matilde, cuando llegó aquella primera tarde, con un maxi abrigo entallado, color burdeos, debajo del cual llevaba una mini falda marrón, un jersey fino de cuello de cisne color blanco roto y unas medias calcetín a juego con el jersey hasta media pierna.

Aquel día no la dejé ni a sol ni a sombra, tenía dieciséis años y yo dieciocho. Quedé con ella para irla a recoger al colegio el miércoles por la tarde y a partir de entonces empezamos a salir.

Aficionado a la fotografía y viendo las posibilidades de ella, al domingo siguiente quedé  para ir al Retiro a hacerle fotos, era una maravilla, Matilde parecía nacida delante de una cámara, le hice cientos de fotografías, era mi modelo.

El parque del Retiro se convirtió en el paseo dominical, entonces, con sus dorados otoñales, sus hojas caídas y el sol que pasaba por entre las ramas de los árboles que perdían sus hojas amarillas y rojas, filtrando rayos de sol que llegaban débiles entre las ligeras neblinas al pelo corto y rizado de Matilde y remarcaban más aquella tez clara, casi transparente. Imaginaba yo que con mi cámara atrapaba a Diana Cazadora, con su túnica, su arco y su cervatillo al lado, eran escenas dignas de David Hamilton.

Por aquel entonces yo estaba metido ya en grupos de teatro de aficionados y empezaba a escribir alguna cosa, Matilde era mi musa, además, cuando tenía tiempo venía conmigo a ensayos y a ver teatro, en aquel entonces existía la claque e ir al teatro, para los aficionados era barato, además conocía a todos los jefes de claque de Madrid.

Bohemio como era, además de que en aquellos tiempos era un joven rebelde dispuesto a luchar por cualquier causa perdida, Matilde, que era una cría que empezaba a salir de casa, me seguía en todas las ocasiones, teniéndome como un héroe revolucionario.

Una mañana de invierno, en una de esas citas en El Retiro le confesé a Matilde mi amor, ella sentada en un banco de madera, con el cuello de su abrigo subido por el frío que hacía, yo con mi chaqueta de pana ancha y una bufanda de punto que me daba tres vueltas al cuello y colgaba todavía medio metro por cada lado, le cogí  su mano izquierda, puse mi rodilla derecha en tierra y mirando hacia ella le confesé mi amor:

Matilde, desde la primera vez que te vi, en casa de Vicente, justo cuando llegaste y te quitaste aquel abrigo burdeos maxi largo y entallado, me enamoré de ti, ha pasado medio otoño en este Retiro al que venimos cada domingo y cada vez que te veo a través del visor de mi cámara y luego, cuando revelo las fotos, sé que no puedo vivir sin ti.

Le besé la mano suavemente, ella se puso de pie e hizo levantarme, luego se acercó a mí, me abrazó y me besó en la mejilla primero y luego nuestros labios se rozaron tímidamente.

A diez o quince pasos un guardia forestal de El Retiro se ponía el silbato en la boca por si era menester llamarnos la atención.

En aquel tiempo esos hechos eran motivo de una multa de 5 pesetas.

Capítulo II

Las clases ya habían empezado, yo aquel año había comenzado Filosofía y Letras en la Complutense de Madrid, en la Ciudad Universitaria, ya desde el primer día de clase se empezaba a rumorear que ese año habría muy pocas clases, el ambiente se estaba caldeando, empezábamos a tener noticias de la crisis económica que empezó en Francia a principios del 67, luego ocurrió que las colonias de los grandes estados, recientemente independientes, se negaban en algunos casos a aceptar el “proteccionismo” americano.

En Cuba había triunfado la revolución, Estados Unidos se comprometía de lleno en la guerra de Vietnam, el movimiento hippy empezaba sus campañas de “Haz el amor y no la guerra”.

Pero el disparo de salida de todo lo que se avecinaba fue el encierro de estudiantes en la Universidad de Nanterre en Francia y sobre todo el enfrentamiento verbal entre el ministro de La Juventud y el Deporte François Missoffe y Coh-Bendit luego conocido como “Dani el Rojo” cabecilla y fundador del movimiento revolucionario “22 de Marzo”.

En España, en esas fechas de 1967 se vivía un gran momento económico, los Planes de Desarrollo estaban creando empresas y puestos de trabajo, La postguerra había terminado, el gobierno franquista había depositado mucha confianza en Cataluña y Vascongadas apoyando la creación de industria y por tanto puestos de trabajo cubiertos por españoles de Andalucía, Aragón y Extremadura sobre todo.

En el año 66 se aprobó la nueva Ley de Prensa conocida también como la “Ley de Fraga” y en la que se aparentaba una libertad mayor que la real, en el 67 se desarrolló la Ley de Libertad Religiosa, que no realizó Fraga, pero se le achacó por los más adictos al régimen, no siendo del agrado de Carrero Blanco, Fraga pagó los platos rotos y fue considerado un “liberal”.

Pese a la nombrada ley de prensa muchos periódicos y revistas fueron “secuestrados” en alguna ocasión como el ABC, La Codorniz. El diario Madrid  fue cerrado definitivamente.

Todo ello fue el caldo de cultivo para que el curso 67/68 en España y sobre todo en la universidad fuese un curso muy conflictivo.

Yo estaba a mis anchas en aquel ambiente revolucionario. Entre que Filosofía y Letras y Derecho llevaban la voz cantante de todo el follón en la “Universitaria” y además en el mundillo del teatro que empezaba con el teatro de protesta y luego en la música comenzaba la canción protesta, sobre todo en Barcelona.

Para Matilde, con sus dieciséis años recién cumplidos era todo un dios, era el héroe revolucionario, a cada momento me pedía que le contase qué pasaba en la Universidad.

Luego, cuando salíamos por ahí, le llevaba a los sitios más bohemios y progres de Madrid.

Las cuevas de Sésamo era cita obligada para tomar una copa después del teatro, o en la Cervecería Alemana en la plaza de Santa Ana.

Se maravillaba cuando en alguno de esos sitios nos encontrábamos con algún actor ya conocido y nos saludábamos. Alguna noche aparecíamos por Parnaso, en la calle Viriato, cerca de la glorieta de Iglesias.

 Muchas mañana de domingo le llevaba al Rastro, allí le hacía fotografías reflejando su belleza en aquel ambiente y cada vez que las miraba me recordaban a la actriz francesa Marlene Jobert en la película “El arte de vivir…pero bien” de Yves Robert.

 Yo vivía independiente en Madrid, con unos amigos compartíamos un piso y allí, en mi habitación había instalado mi pequeño estudio fotográfico. Ahora, en aquel pequeño espacio seguía haciendo fotografías a Matilde, le hice un gran book de fotografías.

Por aquel tiempo ya estaba lo bastante liado para estudiar, iba a la Universidad en función de los jaleos que se pudiesen formar, en el teatro hacía alguna cosilla, sin importancia, lo importante era estar en todos los sitios posibles, trabajaba esporádicamente en alguna cosa, pero seguía recibiendo de mi familia a final de mes la transferencia correspondiente, no sé si porque pensaban que seguía estudiando o porque así permanecía alejado de casa.

Gracias a mis fotografías y al book, Matilde empezó a pasar modelos para una casa de costura que la contrató, a partir de entonces nuestros encuentros eran cada vez más lejanos, ella fue conociendo otro mundo y yo empezaba a pasar un poco de ella ya que mi vida iba por otros derroteros y vivía en un mundo de bohemia y revolución.


Capítulo III


El día 15 de Mayo de 2011, domingo, llegué a Madrid desde Alicante, me dediqué a recorrer la ciudad como siempre que llego allí después de un largo tiempo de estar ausente.

Paseando fui hacia Sol para recorrer todo el centro, bajé por Preciados y ya noté algo raro, mucha gente joven que iba hacia Sol con mochilas, alguna pancarta todavía enrollada, en sus voces se notaba nerviosismo, hablaban entre ellos muy alto, mientras otros susurraban, Sol estaba tomada en sus alrededores por coches anti disturbios.

Sin comerlo ni beberlo me encontré con el comienzo de la manifestación del 15M. Hice un cálculo de fechas, habían pasado 44 años y 54 días desde que se formalizó el movimiento “22 de Marzo” en la Universidad de Nanterre en Francia, yo, con 62 años me encontraba en otra revuelta que parecía sería de grandes proporciones, mi mente retrocedió ese periodo de tiempo, me pregunté qué sería de mis viejos camaradas, entre ellos uno que perdí de vista allá por 1970 en la Plaza de España, un domingo a las doce del medio día, él terminaba de salir de la Dirección General de Seguridad por revueltas estudiantiles. Nos despedimos entonces y ya no supe más de él, Salvador.

En plena Plaza del Sol, en el comienzo del jaleo tuve un recuerdo para Matilde y todos los amigos y camaradas perdidos. En un principio me alegré de que la juventud empezase a despertar del letargo del consumismo, pensé “El que no es revolucionario a los 17 no es conservador a los 40” No sé de quien era la frase pero me la apliqué, pensaba ya en mi jubilación, mi vida había sido bastante cómoda en lo laboral y me dije: “Esto no es para mí”. Y me marché por la calle Mayor dirección Postas para ir a la Plaza Mayor.

Fuera de la Plaza de Sol se notaba el ambiente de fiesta del día de S. Isidro, patrón de la Villa. 

Estuve paseando hasta las tantas, Madrid siempre está lleno de gente por las calles, ahora hacía 5 años que no recorría sus calles y todo parecía igual, aunque en el fondo se notaba la profunda crisis en la que andábamos metidos.

El lunes, cuando me desperté, pensé que había estado no sé si soñando o recordando aquel otoño y primavera de 1967/68, miles de escenas pasaron por mi mente, desayuné en el  hotel y como no tenía otra cosa que hacer hasta la tarde que había quedado con mi amigo Vicente, me fui andando tranquilamente al Retiro, ahora en pleno hervidero de la primavera. 

Paseé por todos aquellos sitios que tan bien conocía de mi juventud.

Encontré el banco en que me había declarado a Matilde y me senté, abrí el periódico que llevaba debajo de mi brazo y me puse a leer.

No habían pasado ni cinco minutos cuando alguien me preguntó:

 ¿Puedo sentarme?

Si, claro. Le contesté sin levantar la mirada de mi periódico.

Al cabo de unos minutos, mientras pasaba de página, levanté la vista, al lado se había sentado una elegante mujer, mayor ya pero con los rasgos de haber sido una gran belleza.

Disculpe, señora, ¿La conozco de algo?

Eso mismo estaba pensando yo, que le conocía pero no sabía de qué.

Yo, cuando tengo un rato o me quiero relajar de mi trabajo, que está muy cerca vengo y me siento aquí.
Pues cuando vengo a Madrid, suelo pasear por el Retiro y a veces me siento aquí, pero no hemos coincidido nunca.

La mujer sonrió y con picardía me miró y dijo:

En el otoño de 1967 coincidimos muchas veces.

Le miré a los ojos y dije: Claro, tú…. ¡Tú eres Matilde!

¡Y tú Pedro!

FIN

jueves, 10 de diciembre de 2015

EL TESORO (Yo confieso)



No es real, es un homenaje a Horcajo de los Montes y al Parque Nacional de Cabañeros, entre Ciudad Real y Toledo, tocando con Extremadura, llegué allí porque me perdí, iba para Fuencaliente, a un camping, con una auto caravana, me indicaron mal y aparecí en Horcajo en el camping Mirador de Cabañeros, buen sitio para perderse, ahora, de vez en cuando voy directamente, ya no me pierdo.
abañeros, buen sitio para perderse, ahora, de vez en cuando voy directamente, ya no me pierdo.


EL TESORO


Pedro Fuentes

Estaba paseando por el campo, por un camino de tierra.

Una gran llanura se veía a mi derecha el camino la separaba de un bosque de encinas y alcornoques.
A ambos lados del camino las zarzas lo invadían todo. 

Hacía bastante tiempo que no llovía y el campo permanecía totalmente seco.

La llanura, en un tiempo había estado sembrada de cereales y estos, ya recolectados,  dejaban un color amarillo dorado,  en el centro de la cual unas  carrascas solitarias, me recordaban las inmensas llanuras del  Serengueti en Tanzania, pero no, estaba cerca del Parque Nacional de Cabañeros en Castilla La Mancha, entre las provincias de Ciudad Real, Toledo y Cáceres.

El sol del mediodía me hizo internarme entre los  árboles para descansar un rato a la sobra de un alcornoque.

Aprovechando un sendero hecho por jabalíes entre las zarzas, crucé y me introduje en el bosque, a unos cien metros del camino, localicé una explanada, allí, a la sombra de un árbol me senté y me refresqué con agua de una cantimplora que llevaba.

Como no tenía mucha agua, con el primer sorbo me enjuagué la boca y bebí  tres más, pero no calmé la sed, por lo que después de descansar, me interné más en el bosque buscando algún riachuelo o pozo.
Llevaba unos mil metros andados cuando entre unas ramas vi lo que parecía un pozo o agujero bordeado por unas piedras, pero no se veía agua ni se adivinaba el fondo, me acerqué a las piedras y en ese momento el suelo cedió.

Caí dentro como deslizándome por un tobogán. No se cuanto descendí, pero llegué al fondo y me golpeé con algo duro.

No supe cuanto tiempo estuve inconsciente, abrí los ojos y no vi nada, la oscuridad más absoluta me rodeaba, ni siquiera  se adivinaba la entrada por la que había caído.

Palpé mi cuerpo y en principio parecía que no me había roto nada, me incorporé y podía andar, solamente notaba un leve dolor de cabeza.

Saqué el mechero “zippo” que siempre llevo encima como fumador que soy y lo encendí.

El suelo estaba lleno de piedras y algunas ramas secas, cogí una y le prendí fuego, ardió bien y pronto noté por el fuego que había una corriente de aire por un pequeño agujero de la pared.

Con otro palo piqué alrededor y con poco esfuerzo cayó tierra y  el agujero se convirtió en una galería por la que podía avanzar casi erguido, de allí venía aire, por lo que supuse que habría una salida, así que cogí tres maderos para que me sirviesen de antorchas y avancé, buscando una claridad que me indicase una posible.

Llevaba unos cincuenta metro andados cuando tropecé con algo, enfoqué la antorcha y entonces vi huesos, bastantes huesos, también había ropas viejas que se deshacían solamente con tocarlas, el susto fue impresionante.

Pasé por encima cuidando de no pisar ningún resto, me santigüé y seguí andando, la primera antorcha tocaba a su fin, así que encendí otra y seguí andando, ahora olía a humedad y el  suelo se hacía más blando, estaba semi mojado, de pronto noté como un griterío que me asustó, por todos lados se desprendían de la pared murciélagos y salían volando en el mismo sentido que yo andaba, con los palos y la antorcha procuraba separarlos de mi, me acordaba de las viejas historias cuando era niño que decían que se agarraban al pelo, además siempre había oído que eran animales que muchas veces se contagiaban de rabia.

Poco a poco el camino se ensanchaba, la corriente de aire era la misma, pero no se veía claridad por ninguna parte.

Seguí adelante y me encontré con una culebra bastarda, me extrañó verla dentro de una cueva en la época del año que estábamos, quizás fuese por el extremo calor que hacía fuera o porque estuviésemos cerca de una salida, procuré no molestarla, ya que aunque su veneno no sea mortal para el hombre si es molesto por los dolores de cabeza y mareos  que puede producir su picadura.

Cada vez las precauciones que tomaba era mayor, además, me sentía como febril, tenía frío y los temblores de mi cuerpo no me dejaban respirar bien, llevaba ya mucho rato avanzando y no sabía ni a donde iba ni se veía claridad alguna.

El camino se ensanchaba y ya podía andar totalmente de pie, intentaba razonar que si había murciélagos y la culebra bastarda, no podía estar lejos de la salida, así que seguí adelante, ya que además la corriente de aire parecía mayor.

De pronto la cueva se ensanchó y me encontré en una especie de sala de unos veinte metros cuadrados, la examiné a la luz de la antorcha y vi además que en el techo, de unos quince metros de alto, parecía que entraba algo de claridad, me acerqué a la vertical del agujero y choqué con algo duro, miré al suelo y vi un cofre de unos sesenta por cuarenta y cuarenta centímetros de altura.

El cofre estaba cerrado con dos cerraduras, intenté abrirlo y no pude.

Entonces, con los dos palos que me quedaban intenté hacer palanca, golpeando con una piedra del suelo, después de mucho esfuerzo, logré que saltara la tapa.

Lo que vi allí fue como un relámpago, parecían monedas de oro, pero al ir a cogerlas, el suelo se abrió a mis pies y bajé resbalando, la velocidad se iba incrementando, de vez en cuando aparecían como raíces de algún árbol, no podía agarrarme a ellas, pronto el tobogán se acabó y entré en un pozo vertical muy amplio y yo, por el centro descendía vertiginosamente, gritaba, un sudor frío me recorría el cuerpo y mientras tanto intentaba contener las ganas de orinar.

De pronto todo se paró, no sentí  ni golpe ni nada, quedé extendido boca arriba, palpé mi cuerpo estaba en una superficie blanda, sudaba por todos los poros de mi piel, las ganas de orinar era casi inaguantable, tanteé a  mi alrededor y pronto vi que estaba encima de mi cama, me puse en pie, encendí la luz y salí corriendo al lavabo, llegué justo a tiempo para poder orinar, había sido una pesadilla horrible, no debí cenar plátanos de postre.

 Cuando fui a lavarme las manos abrí mi mano izquierda que estaba cerrada, medio agarrotada y de ella cayó una moneda de oro.

He vuelto a la Raña y sus alrededores infinidad de veces, busco el pozo, el camino, el bosque. Nada no lo he localizado.

FIN


jueves, 3 de diciembre de 2015

LA HERENCIA (Yo confieso)

La Herencia

Esta historia está basada en la realidad cruda y verdadera, son dos casos, una, la de un pariente lejano con mucho dinero que lo acogió una sobrina y su marido, el abuelo tuvo unos días felices, pero en el pueblo se habló muy mal de los “acogedores” cuando falleció el hombre. 
La segunda parte, se la oí a unos familiares “cabreados” que comentaban las que les había hecho el difunto abuelo con el testamento y una buena mujer, (No la trataban ellos así) cubana, de mediana edad, pero de buen ver. Por lo visto este abuelo también murió doblemente feliz.

LA HERENCIA

Pedro Fuentes

CAPITULO I

Don Cipriano cumplió los 86 años cuando por primera vez en la vida se sintió mal, algo no andaba bien en su interior, no era un hipocondriaco, vio que no tiraba, que se cansaba, le faltaba el aire y sentía una presión en el pecho, así que como vivía solo y además no tenía más familiar que un sobrino segundo, hijo de su primo hermano por parte de padre, decidió llamarlo para decirle que había avisado al portero para que por favor le acompañase a urgencias del hospital de la Seguridad Social, que no estaba muy lejos, le dijo que por favor le acompañase por lo que le dijese el médico.

El señor Cipriano era soltero, toda la vida trabajó de funcionario, persona culta y estudiosa, su único vicio era la lectura, de vez en cuando iba al cine y al bar del hogar del jubilado, allí, además de tomar un cortado, jugaba unas partidas de billar francés con algún antiguo compañero de la Delegación de Hacienda, donde trabajó toda su vida.

Leandro llegó a urgencias justo cuando la enfermera llamaba a Cipriano a la consulta.

 Quiso pasar con su tío pero la enfermera le dijo que no, que primero entraba solo y si acaso lo avisarían luego.

Dos largas horas después, por los altavoces lo llamaron, primero vio a su tío que le dijo que se encontraba bien pero cansado, luego un médico lo llamó y entraron ambos en un pequeño despacho, allí el doctor sin rodeos le dijo:

Su tío ha tenido un infarto de miocardio, esto quiere decir que por un espacio de tiempo más o menos prolongado, ha tenido falta de oxígeno por el bloqueo del flujo sanguíneo hacia el músculo cardiaco.

Esto puede ser motivado por una serie de factores, como el colesterol elevado, el consumo de bebidas alcohólicas, una vida sedentaria, o hereditario, por lo que me ha dicho su tío, es de vida ordenada, seguramente será hereditaria o que al vivir solo, la cuestión alimentaria no sea tan ordenada como él cree.

Todo esto será motivo de estudio por el especialista cardiólogo al que le voy a enviar.

 A partir de ahora, tendrá que llevar una vida más ordenada, andar mucho, no fumar, nada de beber, nada de ejercicios exagerados, una vida reposada y tranquila.

Mi tío vive solo, ¿Usted cree que sería conveniente que viviese con nosotros o en una residencia, o quizás ponerle alguien que lo cuide? Preguntó Leandro.

Una de las tres cosas antes que estar solo, pero la ideal es que viviese con su familia, no es que esté grave, pero si se volviese a repetir el ataque, si está solo podría ser fatal, contestó el doctor.

¿Cree conveniente que conozca su estado?

No tiene importancia, sí es conveniente que sepa que se tiene que cuidar, pero sin decirle la gravedad de la situación, deben decirle las cosas pero sin darle disgustos.

Le voy a hacer un informe para su médico de familia y la recomendación para que le envíen al especialista en cardiología, hasta entonces, le recetaré unas pastillas que debe tomar.

 Esta vez ha sido un ataque leve y cogido muy a tiempo, lo dejaremos en planta uno o dos días para ver cómo reacciona y luego lo enviaremos a casa, mientras tanto pueden irlo preparando.

Creo que nos lo llevaremos a casa, tengo dos habitaciones libres desde que dos de mis hijos se han casado, pero antes lo hablaré con mi mujer y mi otro hijo que ya tiene 23 años.


CAPITULO II


A los tres días, don Cipriano se fue a vivir a casa de su sobrino nieto.

 Leandro y su hijo se encargaron de recoger de su piso las cosas que el anciano quería tener a mano y la ropa que él deseaba. Como la habitación que le asignaron, era bastante amplia, le llevaron también el televisor, un equipo de música y los libros que dijo.

Leandro y su mujer, Rosario, pronto hablaron seriamente con su tío y le hicieron ver lo prudente que sería por su parte que hiciese testamento. D. Cipriano a su vez les dijo que de su pensión, aportaría una parte por sus gastos y que a la vez le buscasen una cuidadora, para cuando él quisiese salir e ir al cine, le acompañase, gasto que correría a cargo también de su pensión, que era holgada.

Todo se hizo y a la semana habían contratado por horas una señora de unos cincuenta años, de bastante buen ver y de nacionalidad cubana.

Al cabo de dos meses, en un plan urdido por los padres y el hijo, empezaron a llevarse los domingos a D. Cipriano a comer fuera, cada vez las comidas eran más apetitosas, el vino no faltaba, la copita “era digestiva”.

Las veladas cada vez se alargaban más, poco rato pasaba el buen señor en su habitación, el hijo de Leandro, de veintitrés años, Alfredo, algún día lo “sacó” a pasear y lo enredó para llevárselo a una casa de mala reputación, “ya que comprendía que el abuelo tuviese sus necesidades”

 El hombre se refugió yendo al cine con su cuidadora Edelmira e incluso en lugar de unas horas paseaba cada tarde, iban al bar a tomar unas infusiones, fueron al teatro, pero cuando llegaba a casa, por las noches, las cenas eran opíparas y cada vez más tarde, luego los fines de semana había marcha para comidas y cenas en restaurantes, después, cada dos viernes por la noche el niño de la casa se lo llevaba a los lupanares.


CAPITULO III


A los siete meses, el abuelo falleció, tuvo un fuerte refriado y la lesión cardiaca, agravada por la subida de colesterol y la bajada de defensas, le jugaron una mala pasada.

De hecho fue una muerte bastante digna.

A la mañana siguiente su sobrina, cuando le llevó el desayuno, lo encontró muerto en la cama.

Después del entierro, a los quince días de llorar al abuelo amargamente, llamaron primero a Edelmira y le dijeron que como no la iban a necesitar más, en agradecimiento le pagarían una mensualidad como gratificación.

Edelmira marchó con lágrimas en los ojos.

Luego fueron el matrimonio y los tres hijos a la Notaría para declararse herederos legítimos.

El notario los recibió, les ofreció asiento y les dijo:

Señores, siento comunicarles que el Sr. Cipriano, en vida hizo donación de todos sus bienes pasados y futuros a doña Edelmira Cienfuegos de nacionalidad cubana y me entregó una carta, en sobre cerrado para que se la entregase a ustedes cuando reclamasen la herencia, aquí está, debidamente cerrada y lacrada, si me firman el recibí, con mucho gusto se la entregaré.

Firmaron y el notario les dijo: 
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Les dejo solos en esta salita, por si quieren leer la carta en familia y en privado.

Leandro se sacó del bolsillo las gafas de cerca, rasgó el sobre, carraspeó un par de veces y leyó.
Mis queridísimos sobrinos:

Solamente cuatro letras para deciros que desde el primer momento me di cuenta de vuestras intenciones, me parece mal dejaros sin un céntimo ya que habéis hecho que mis últimos días estuviesen llenos de buena vida.

Cuando me di cuenta de todo, con Edelmira fui al médico, tomaba la medicación que me dabais para el corazón y las que me mandó el medico para el colesterol y para contrarrestar la “mala vida” que me hicisteis pasar, Edelmira me amó y cuidó como nadie lo había hecho,  hasta tal punto, que a ti, Alfredito, te diré que cuando me llevaste a aquellos sitios, yo pagaba otra vez a las señoritas para no hacer nada pero que luego te dijeran a ti lo bien que había ido todo, y lo hacía por respeto y amor a Edelmira, así que decidí haceros esta mala pasada.

Otra noticia, Edelmira y yo nos casamos.

Todavía estoy oyendo cuando me dijo “Sí, mi amol”.


FIN