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jueves, 10 de octubre de 2019

LA BARBERIA Capítulo V


LA BARBERIA


Pedro  Fuentes


Capítulo  V



A la mañana siguiente, después de un fuerte desayuno y leer los periódicos, a eso de las diez y media de la mañana salí a la calle y me dirigí a casa de Miguel, llamé a la puerta y me abrió Rosario.

Buenos días, ¿Está don Miguel?

Buenos días nos de Dios, el señorito no está, se fue a trabajar y ya no volverá hasta la tarde, come en el colegio.

Verá, ayer perdí un llavero con dos llaves, las de mi casa de Madrid y hoy me he dado cuenta preparándome para la marcha.

Pues no he encontrado nada y el señorito no me ha dicho nada.

Es un llavero que tiene un enano de los de La Bajada de la Virgen en La Palma, que se celebra cada cinco años con dos llaves, una de máxima seguridad y la otra un poco más sencilla del portal de la calle.

Pase usted y entre los dos quizás veamos más.

Entramos y le dije: Estuve sentado aquí, pero mientras don Miguel fue a buscar las fotos estuve de pie contemplando las flores de esta pared.

¡Mire! ¡Aquí están! Dije mientras hacía que recogía el llavero de entre dos macetas y se lo mostraba.
Usted ha venido por otra cosa, hoy mismo he movido esos tiestos y las llaves no estaban.

Tiene usted razón, quería hablar con usted pero no quería que nos vieran ni oyera nadie. Usted conoció al señor Rafael, es más, le he reconocido en las fotos de Madrid, usted no cree que él se marchara si no era consigo y a Madrid. Allí fueron bastante felices, yo me interesé por él en el año 59 cuando era un chiquillo y he estado intentando saber qué pasó desde entonces.

Me gustaría saber entre otras cosas el nombre y la dirección del amigo de Rafael en Madrid.
No sé si se la debo dar, bueno, yo no la sé, pero si cómo encontrarlos, pero quizás no deba.
Es quizás la última oportunidad de saber qué pasó con Rafael, y creo que eso es lo que más le importa en este mundo.

Mi madre trabajó con los padres de Rafael y me tuvo a mí dos años después que a Rafael. Cuando mi madre murió, los padres de Rafael se quedaron conmigo y trabajé siempre con ellos, murieron en 1931, cuando la quema de las iglesias, a ellos los mataron porque se refugiaron en una. Entonces marché a Madrid porque Rafael era lo único que me quedaba en este mundo. Los padres de Miguel y doña Paquita bastantes problemas tenían para salir adelante.

¿Y su padre?

No tenía, era hija de madre soltera. Pero venga conmigo a la biblioteca, cuando Miguel destruyó todos los papeles de su tío, guardé los datos que me pide en la fotografía de Madrid en la que estamos los cuatro. Tenemos que sacar la foto sin que se estropee ni note.

En la biblioteca Rosario sacó el álbum y abrió a la primera sus hojas, sabía perfectamente dónde estaba, era uno de aquellos álbumes de hojas negras con unos pequeños cortes a la altura de las esquinas de las fotos para sujetarlas, pero aquellas estaban además pegadas por el centro.

Con sumo cuidado cogí un fino estilete de encima de una mesa de despacho enfrente de la biblioteca, lo introduje lentamente por detrás de la foto y la despegué sin producir un daño aparente.

Saqué la foto, le di la vuelta y pude leer Alfredo y Paloma Carretero García. Sainz de Baranda de  Madrid.

Copié los datos en mi libreta y pusimos la foto en su lugar pegada con un poco de cola hecho por Rosario a base de cocer agua con un poco de harina.

Según veo, sus amigos eran hermanos. ¿Ha tenido contacto con ellos después de aquello?

Si, cuando desapareció Rafael les escribí pero no sabían nada. Luego se han ido espaciando las cartas y ahora solamente nos escribimos por Navidad.

¿Lo sabe Miguel?

Una vez recogió una carta y me la dio, pero no hizo comentario alguno.

Sería conveniente que no le hiciese ningún comentario de mi visita de hoy. Además me gustaría que me diese un teléfono al que pueda llamarle.

Rosario escribió un número en un papel y me lo dio.

Llame siempre en horario escolar, si le digo que se ha equivocado de número cuelgue y espere dos horas, si se lo vuelvo a decir, no llame hasta el día siguiente. Lo mismo le digo si se pone él, cosa improbable porque no lo hace nunca.

Creo que con esto le podré informar de algo más. Partiré mañana para Madrid. Le diré algo en cuanto descubra lo que sea.

¡Cuídese, señora Rosario!

Buen viaje y que tenga mucha suerte y dele un fuerte abrazo de mi parte a Alfredo y a Paloma.
Rosario me acompañó a la puerta de la calle, la abrió y miró fuera a ambos lados, luego me dijo: Salga hacia la derecha y cruce la calle cuanto antes.

Adiós, Rosario, encantado de conocerle.

Salí de prisa e hice lo que me dijo, crucé la calle y me fui dirección al parque que visitaba de niño, llegué al estanque de los patos, no era como yo recordaba, el agua estaba bastante sucio y los patos no eran felices, parecían condenados a trabajos forzados a cambio de pan duro que tenían que dejar remojar para poderlo comer, luego me senté en la terraza del bar que iba con mi padre y me tomé una cerveza con una ración de ensaladilla rusa decorada con un par de colines, cerca de allí, entre unos matorrales cantaba un grillo como los que de niño cazaba.

Mientras bebía la cerveza repasé mis notas e hice alguna nueva. Luego me fui al hotel, avisé a recepción de que a la noche tuviesen preparada la factura porque marcharía al día siguiente muy temprano. Salí de nuevo y fui paseando hacia más al centro donde había visto un mesón típico donde había comido la otra vez que estuve con mis amigos,

l del patio, mientras tanto me dediqué a curiosear, era un jardín lleno de buen gusto y saber hacer. No vi la mano de Miguel en él.


Entró de nuevo Miguel con un álbum en las manos, iba buscando las fotos que me quería enseñar.
Tiene un patio muy hermoso, le dije.

Sí, pero no es obra mía, lo cuida Rosario, ella ha estado con mi familia toda la vida y es la que se encarga de la casa y de mí, yo soy soltero y si no fuese por ella no sé lo que haría.

Había unas diez fotos de Rafael en el álbum, o por lo menos esas me enseñó. La primera de ellas era la que vi en casa de doña Paquita, Había otra igual, en el mismo sitio, de las clásicas hechas en la puerta del Retiro con Rafael y un compañero de armas, otra de la misma época en lo que parecía una verbena con el mismo compañero y dos chicas jovencitas, bastante más que ellos, los cuatro delante de una especie de noria, una de las chicas me resultó como si la conociese de algo, cosa muy improbable.

El resto eran del otro periodo militar, el de las tropas de Franco y cosa curiosa, parecía rememorar las anteriores. Rafael y su amigo ambos con el mismo uniforme pero su amigo con los galones de cabo. En otra estaba Rafael con una de las dos chicas, ahora con unos años más me di cuenta de que sí la conocía.

¿Sabe el nombre del compañero de armas o el de las chicas?

No, en absoluto.

¿Me dejaría sacar unas copias?

No, desde luego que no.

Bueno, pues muchas gracias por todo, ha sido usted muy amable, no le molesto más, seguro que ha venido del trabajo y no le he dejado ni quitarse la chaqueta.

Bueno, no es un trabajo agotador, soy maestro y solamente trabajo en horario escolar.
Pues le repito, muy agradecido, si alguna vez escribo algo de esta historia lo haré con nombres supuestos y antes de publicarlo les enviaré una copia a usted y su hermana para que me den el consentimiento.

Nos levantamos ambos y me acompañó hasta la puerta, le di la mano y le dije:

Lo dicho, muy agradecido y encantado de conocerle.


Cuando salí de la casa ya empezaba a oscurecer y decidí andar por el centro de la ciudad, por lo que tuve que atravesar aquel parque que de niño recorrí con mi tía y su hermana, mi madre, ya casi en la salida, en un quiosco en el que había estado con mi padre me senté a tomar una cerveza y recordar momentos felices de la infancia, mientras en mi cuaderno recogía todos los datos de la historia de Rafael.

jueves, 3 de octubre de 2019

LA BARBERIA Capítulo IV

LA  BARBERIA 


Pedro  Fuentes


Capítulo  IV


Eran ya las seis y media de la tarde cuando salí del hotel y me dirigí a casa de Miguel, el sobrino del barbero.

Era una casa más moderna, unifamiliar también, pero más sobria, en ésta las plantas era menos floridas que las de Paquita.

Llamé a la puerta y me abrió una mujer de unos sesenta años vestida de negro y un delantal blanco, en las manos llevaba un paño de cocina, en el que se las secaba.

Buenas tardes, ¿Está don Miguel?

No, en estos momentos no está, pero está a punto de llegar. ¡Mire! Por la esquina de la calle viene, ya le he dicho que llegaría en un momento,

Por la calle venía un hombre de unos cincuenta y pico de años, algo encorvado y apoyándose en un bastón pese a que no parecía cojear.

Buenas tardes, don Miguel, soy Pedro Fuentes y me gustaría hablar un poco con usted sobre su tío Rafael.

Si, ya me ha comentado mi hermana que vendría, pero no tengo nada que decirle, este asunto de mi tío ya está zanjado, pasó hace muchos años y a nadie le gusta que remuevan a sus muertos, dicho esto también hizo la señal de la cruz.

Verá, yo no tengo ningún interés especial, en 1959 con nueve años, mi tía, que vivía aquí me contó una historia, a mí, el relato me impresionó, desde entonces he venido un par de veces a la ciudad y como la barbería sigue cerrada, me gustaría saber más del misterio.

No hay tal misterio, las gentes se han encargado de hablar e inventar historias, con lo cual lo único que ha pasado  es que nos han perjudicado a mi hermana y a mí y encima, ahora que ya la gente parece olvidar, aparece usted a remover el asunto.


Mire, yo tengo una hipótesis, se la voy a contar para que se aclaren sus dudas y nos deje en paz.
Pase usted, en el patio estaremos más frescos, me franqueó la entrada y pasamos a un recibidor que nos conducía directamente al patio, ahora si era un verdadero patio andaluz, de las paredes colgaban montones de tiestos con flores, en el centro una fuente que manaba un agua que parecía ser la más fresca del mundo, en un lateral una mesa de hierro forjado y cerámica y encima, un botijo con el pitorro y la boca con unos pequeños paños confeccionados con punto de crochet. ¿Quiere usted algo?

¿Le apetece un fino fresquito?

De acuerdo, don Miguel
.
¡Rosario! ¡Traiga una botella fresca de fino y dos copas!

Siéntese, por favor.

Me ofreció una silla, al lado de la mesa del botijo y de espaldas a la fuente. El se sentó enfrente de mí. Sacó un paquete de Ducados y me ofreció. De encima de la mesa cogí una caja de cerillas y le encendí su cigarrillo y luego el mío.

 Apareció Rosario con la botella de vino y dos copas, Miguel las llenó, ofreció una y con la suya en la mano hizo ademán de  brindar, repetí su gesto y ambos bebimos un sorbo.

A mi tío Rafael  le llamaron a hacer el servicio militar, tenía entonces un familiar o amigo oficial de la Guardia de Asalto y se fue voluntario a su unidad, era 1932, allí le sorprendió la segunda república, también en Madrid, la Guerra Civil y luchó contra los rebeldes, cuando  acabó la guerra, en la que pasó  bastante desapercibido, volvió aquí y se presentó a los nacionales haciéndoles creer que había estado escondido en el pueblo por miedo a los republicanos.  Le tocó hacer la mili de nuevo.

Al cabo de los años alguien le denunció y marchó, no se sabe dónde, organizó los bulos sobre la barbería y nunca más se supo de él.

Esa es mi teoría y lo que yo pude  saber por los papeles que dejó y yo me encargué de destruir, la mancha de sangre es verdad, antes de desaparecer, cuando preparó la huida, él mismo se hizo un corte en el brazo izquierdo y manchó el suelo de sangre, intentamos sacarla cuando heredamos pero no se nos ocurrió sino echar sosa cáustica y fue peor el remedio que la enfermedad, se comió las baldosas de la sangre y alrededor y quedó una mancha parduzca que  ya no ha desaparecido con nada.

En fin, por los papeles que dejó, son las conclusiones que yo saqué, todo lo que podía implicarle con la república y sus ideas políticas, un tanto comprometidas a favor de la FAI y las teorías anarquistas, las destruí, no era cosa de empeorar lo que pudiesen decir vecinos envidiosos, llenos de maldad y revanchismo. Mi tío no fue ni un asesino ni una mala persona, defendió una idea y ayudó a todo el que pudo.

¿No tiene fotografías? Su hermana me enseñó una en su casa con el uniforme de Guardia de Asalto.
No, un par de ellas, las de la guerra y la República las destruí. Tengo varias de cuando hizo la milicia en Madrid y después de la guerra cuando lo incorporaron de nuevo al ejército, por cierto también en Madrid.

¿Puedo ver alguna? La verdad es que creo que su teoría es verdaderamente asumible y como además me dedico a escribir historias, algunas de ellas se empiezan a publicar, la historia de su tío con su teoría puede ser un relato muy interesante y si su tío desapareció voluntariamente y anda por algún rincón del mundo pudiese ser que terminara en sus manos. ¿No ha recibido nunca ninguna noticia o señal de que está vivo? Yo mismo, mi abuelo desapareció hace mucho más tiempo que su familiar y hace poco tuve noticias de dónde había estado hasta su muerte.

No, nunca supimos nada de él, no estaba muy apegado a su familia, de hecho sus únicos familiares vivos eran mi hermana y yo y la verdad, no tuvimos muchas relaciones

¿Me enseñará las fotos?

Si, espere un momento, tengo un álbum en la biblioteca.

Se levantó y salió por una puerta lateral del patio, mientras tanto me dediqué a curiosear, era un jardín lleno de buen gusto y saber hacer. No vi la mano de Miguel en él.

Entró de nuevo Miguel con un álbum en las manos, iba buscando las fotos que me quería enseñar.
Tiene un patio muy hermoso, le dije.

Sí, pero no es obra mía, lo cuida Rosario, ella ha estado con mi familia toda la vida y es la que se encarga de la casa y de mí, yo soy soltero y si no fuese por ella no sé lo que haría.

Había unas diez fotos de Rafael en el álbum, o por lo menos esas me enseñó. La primera de ellas era la que vi en casa de doña Paquita, Había otra igual, en el mismo sitio, de las clásicas hechas en la puerta del Retiro con Rafael y un compañero de armas, otra de la misma época en lo que parecía una verbena con el mismo compañero y dos chicas jovencitas, bastante más que ellos, los cuatro delante de una especie de noria, una de las chicas me resultó como si la conociese de algo, cosa muy improbable.

El resto eran del otro periodo militar, el de las tropas de Franco y cosa curiosa, parecía rememorar las anteriores. Rafael y su amigo ambos con el mismo uniforme pero su amigo con los galones de cabo. En otra estaba Rafael con una de las dos chicas, ahora con unos años más me di cuenta de que sí la conocía.

¿Sabe el nombre del compañero de armas o el de las chicas?

No, en absoluto.

¿Me dejaría sacar unas copias?

No, desde luego que no.

Bueno, pues muchas gracias por todo, ha sido usted muy amable, no le molesto más, seguro que ha venido del trabajo y no le he dejado ni quitarse la chaqueta.

Bueno, no es un trabajo agotador, soy maestro y solamente trabajo en horario escolar.

Pues le repito, muy agradecido, si alguna vez escribo algo de esta historia lo haré con nombres supuestos y antes de publicarlo les enviaré una copia a usted y su hermana para que me den el consentimiento.

Nos levantamos ambos y me acompañó hasta la puerta, le di la mano y le dije:

Lo dicho, muy agradecido y encantado de conocerle
.

Cuando salí de la casa ya empezaba a oscurecer y decidí andar por el centro de la ciudad, por lo que tuve que atravesar aquel parque que de niño recorrí con mi tía y su hermana, mi madre, ya casi en la salida, en un quiosco en el que había estado con mi padre me senté a tomar una cerveza y recordar momentos felices de la infancia, mientras en mi cuaderno recogía todos los datos de la historia de Rafael.

jueves, 26 de septiembre de 2019

LA BARBERIA Capítulo III


LA BARBERIA


Pedro  Fuentes


Capítulo  III


Por fin, en 1973, pude tomarme unos días, 20, y me fui, con todas mis notas a la bonita ciudad andaluza, no había descubierto nada verdaderamente importante,  pero si lo suficiente para poder seguir algunos hechos, si su familia, aquellos sobrinos lejanos me quisiesen ayudar.

Me alojé en el mismo hotel que la vez anterior, parecía estar igual, sus flores, sus naranjos, todo era igual, en el mismo centro.

Lo primero que me planteé fue visitar a los dos sobrinos, a él lo había localizado pronto, ella fue algo más difícil, pero también lo había conseguido gracias a mi amigo el policía.

La primera visita fue al local de la barbería, allí todo seguía igual. Luego fui a ver a la sobrina, me pareció que era más accesible, quizás por ser mujer creía que sería más dialogante y además el interés por enterarse de algo sería mayor.

Vivía relativamente cerca de la barbería, en un piso heredado del peluquero, en realidad, fue la vivienda habitual de Rafael, el peluquero.

Era una vivienda unifamiliar, una puerta verde y a ambos lados dos ventanas con rejas adornadas con flores. Llamé a la puerta y me abrió una mujer morena, de unos cuarenta años, la clásica belleza andaluza, peinada con un moño y que parecía sacada de un cuadro de Julio Romero de Torres, entre abrió la puerta y asomó su cuerpo por la abertura, a su espalda se podía contemplar un zaguán y detrás una arcada que mostraba la entrada a un patio fresco y lleno de flores.

¿Doña Paquita González?
                                            
Sí, yo soy, ¿qué desea?

Verá, es una historia muy larga, tan larga que empezó en 1959, cuando yo era un crío. Vine a esta ciudad con mis padres en vacaciones, yo tenía entonces una tía aquí, bueno, pues pasando por la barbería de su tío, que ya estaba cerrada, no sé por qué, mi tía me contó una historia, bueno, nos la contó a todos, pero yo quedé impresionado. Allá por el año 1969, estuve de nuevo aquí y vi que el local seguía igual.
 
Como ya de crío, me gustaban los misterios y éste había quedado en mi cabeza, me puse a investigar, de hecho sigo en ello y me gustaría llegar al fondo del asunto.

Bueno, mi tío desapareció, lo dieron por muerto y ahí se acabó todo, por mi parte creo que no es bueno destapar el asunto ni levantar a los muertos, dijo mientras se santiguaba, estén donde estén, además, yo era entonces muy joven y no recuerdo gran cosa.

A mí me gustaría visitar la peluquería, saber algo de su tío, si dejó algo escrito, no sé, un poco de su vida, en fin, qué pudo pasar por su cabeza o qué ocurrió.

Ya le he dicho, yo no sé nada, además, fue mi hermano Miguel el que al ser mayor que yo se encargó de todo.

Su tío vivió en esta casa ¿Verdad? ¿No tienen fotos o algún recuerdo?

No, solamente hay una foto de él en el salón y otra de sus padres, mis bisabuelos, que eran los abuelos de mi tío, lo demás, los papeles de la barbería y las cosas personales se las llevó mi hermano.

¿Me deja ver las dos fotos?

Pase, se las enseñaré, pero no hay nada más.

Me franqueó el paso y me llevó al salón, era un espacio grande y amueblado con un aparador muy grande al frente, al otro lado un trinchante precioso, haciendo juego y en medio una gran mesa rodeada por ocho sillas, tres a cada lado y dos una en cada cabecera, en el otro rincón, dos grandes sillones, una mesita en medio y una biblioteca, todo ellos haciendo juego. Encima del trinchante colgadas en la pared, varias fotos, una de ellas donde se veía un matrimonio, ya mayor, él con unos grandes bigotes y ella con un peinado igual al que lucía la dueña de la casa, el parecido era mucho, la foto, como era costumbre en aquellos retratos estaba coloreada.

A los lados, varias fotos más, la propietaria con un hombre, su marido y tres criaturas, en un extremo había una con un hombre, también con bigotes y vestido de uniforme, creo que de guardia de asalto, hecha a las puertas de Retiro madrileño y de principios de los treinta. Al otro lado, una foto de un matrimonio mayor, ya de los años cincuenta, con una cría de unos doce años y un chico de unos veinte, que resultaron ser los padres con los sobrinos de Rafael.

Este salón era de mi tío, no se ha tocado nada, solamente alguna foto más moderna, en realidad aquí no entramos casi nunca.

¿Le importaría darme un vaso de agua? Le dije a la dueña de la casa.

Si, ahora se lo traigo.

Al salir Paquita, me di prisa y me dirigí a la biblioteca para ver los títulos de los libros, muchas veces se sabe algo de las personas por lo que leen.

Allí estaban los Episodios Nacionales de Don Benito Pérez Galdós, varias obras de Pío Baroja y libros de los autores de la generación del 27, otros de historia de la 2ª República y de la Guerra Civil. Cogí uno al azar y vi que sus hojas habían sido leídas e incluso algunas estaban con notas al margen. 

Los dejé rápidamente y en ese momento entró Paquita con un vaso vacío y una jarra con agua.

Son ustedes unos grandes lectores.

Sí, mi marido sí, pero todos estos libros eran de mi tío.

Bueno, pues no la molesto más, iré a ver a su hermano ¿Cree que me podrá ayudar?
No lo sé, no hablamos de mi tío, hace muchos años, quizás 5 que no tocamos el tema.
Bueno, muy agradecido por todo, ha sido usted muy amable, doña Paquita.

Adiós, no sé su nombre
…..
Fuentes, Pedro Fuentes. Encantado de conocerla y gracias por su amabilidad.

Sabía que llamaría a su hermano y quería que hablara bien de mí.


Como ya era casi la hora de comer, entré en un mesón típico y me tomé un Moriles con unas aceitunas, luego me fui a un restaurant cerca del hotel, donde sabía que se comía bien y pedí un salmorejo con berenjenas empanadas  fritas y un estofado de rabo de toro, todo ello regado con vino de la tierra, luego me fui al hotel y dormí una buena siesta.

jueves, 19 de septiembre de 2019

LA BARBERIA Capítulo II


LA BARBERIA

Pedro  Fuentes

Capítulo  II


En 1969, cuando ya tenía veintiún años, con un grupo de amigos hicimos una excursión de cuatro días a Andalucía, a varias capitales, mis recuerdos de hacía diez años, dormían el sueño de los justos, cuando paseando por aquella ciudad, de pronto algo me sorprendió, allí, frente a mí, había una reja que cerraba un local que parecía abandonado y en los laterales del escaparate se podían divisar todavía los restos inclinados de tres colores, blanco, rojo y azul, encima, donde en su día había unas letras pintadas, a duras penas y con mucha imaginación se podía leer “BARBERIA”.

Mi amigo y compañero de viaje, Antonio, me estiró del brazo y me dijo:

¿Qué te pasa? Parece que hayas visto un fantasma.

Si, lo he visto, delante de mí hay un recuerdo que me impresionó hace diez años, un misterio que aún creo está sin resolver, lástima que mis notas las tengo en Madrid, pero antes de irnos, quiero hacer unas averiguaciones, nos veremos en el hotel a la hora de comer.

Me dirigí a la acera de enfrente y entré en un bar que había, me acerqué a la barra y al camarero mayor que vi le dije después de pedirle un cortado:

¿Lleva usted mucho tiempo aquí, en este bar?

El camarero asintió con la cabeza.

¿Vio alguna vez esa peluquería de enfrente abierta?

No, cuando yo llegué  llevaba unos tres años cerrada.

¿Sabe lo que pasó en ella?

Bueno, creo que nadie lo sabe, he oído muchas cosas en este tiempo, pero de verdad, no sé nada serio, la gente hablaba mucho entonces, se dijeron muchas barbaridades, el caso es que el dueño desapareció pareció tragárselo la tierra, pero eso ha pasado muchas veces y no ha tenido que ser un crimen, de pronto a uno se le cruzan las ideas y decide cambiar de vida y hacer lo que hasta entonces no ha hecho. ¿Quién en esta vida no ha querido nunca romper con todo y empezar de nuevo en otro lugar y de una forma distinta?

Sí, pero entre otras cosas, a mí me contaron una historia algo distinta a los dos o tres años de cerrarse la barbería, me hablaron incluso de una gran mancha de sangre y de que nadie quiso comprar el local, pese a que era un buen local y en un sitio inmejorable.

Yo no estuve nunca dentro, pero he conocido a gente que si estuvo y me han contado que la mancha, podía ser hasta una enfermedad del mosaico, lo que pasa es que en esta tierra la gente es muy supersticiosa y empezaron a hablar de un crimen horrendo, de una oreja en la papelera, trapos manchados de sangre, historias de crímenes pasionales, total, que a los herederos les hicieron la puñeta.

Decidí que hasta que no volviese a Madrid y recogiese mis notas, no podría seguir la investigación, pese a ello, entré en varios comercios de los alrededores en los que se notaba que no se habían hecho muchos cambios y en los que había personas algo mayores que yo. El resultado fue más o menos el mismo, así que volví al hotel con mis compañeros y de nuevo aparqué el asunto hasta una nueva y mejor ocasión, aun a sabiendas de que todo el tiempo que transcurriese, corría en mi contra para esclarecer los hechos.

Llegué al hotel y me reuní con mis compañeros, comimos y decidimos hacer la siesta una hora para luego salir de nuevo a ver la ciudad.

Me estiré en la cama y no pude dormir, así que cogí unas hojas de papel y bajé a la terraza del bar, un precioso patio andaluz que en el tiempo que estábamos parecía el vergel que pintaban los poetas andaluces.

 Un penetrante olor a azahar, mezclado con el aroma embriagador de los claveles floridos, el color de los geranios rojos y blancos eran una lujuria de olores y colores, mi amigo Vicente se habría pasado horas enteras componiendo poesías sobre la belleza de aquel patio.

Pedí un café y me puse a escribir todo lo que había investigado por la mañana y los recuerdos de mi visita anterior.

Cuando llegaron mis amigos, yo ya había tomado una resolución, volvería a Madrid, reuniría todos mis apuntes y junto con un conocido, sub inspector de la policía, indagaríamos si era posible, sobre los desaparecidos en las fechas que se “ausentó” el barbero y qué se había conseguido, luego, aprovechando unas vacaciones, volvería a seguir sobre el terreno los datos que consiguiese.

Salimos a pasear por la ciudad, visitamos el barrio judío, un museo que nos quedaba por ver y luego estuvimos tomando los finos de la región, como en el hotel solamente teníamos media pensión, con unas cuantas tapas típicas nos dimos por cenados, más tarde nos dedicamos a recorrer la ciudad de noche.

Al día siguiente, domingo, nos levantamos tarde y nos marchamos para Madrid, pararíamos una vez en Despeaperros,  para contemplar aunque fuese poco el extraordinario  parque Natural y comer sobre la marcha para luego enfilar la carretera Nacional 4 y llegar a media tarde a casa.

Cuando llegué a mi casa, antes de deshacer la maleta, fui a por el  baúl de los recuerdos y busqué el libro de notas, allí estaba, ligeramente ajado por el paso de unos 10 años, pero se podía leer con claridad, estaba escrito con una pluma Parker y se notaba en la letra el paso del tiempo, aquel cuaderno lo había terminado en 1959.

Todo estaba allí. Me preparé un bocadillo y una cerveza, me senté en la mesa y me dispuse a releer todo y hacer un esquema resumen de todos los hechos
.
Al día siguiente llamé al policía y éste me dijo que intentaría hacer algo, yo, por la tarde, después del trabajo, me fui a la Hemeroteca Nacional a intentar leer los periódicos de aquellas fechas.

Pocos datos pudimos conseguir, efectivamente el barbero había desaparecido y después de las gestiones correspondientes, se le dio oficialmente por muerto, con lo cual sus herederos, dos hermanos, hombre y mujer, sobrinos en segundo grado hicieron las gestiones correspondientes para heredar.

jueves, 18 de julio de 2019

jueves, 11 de julio de 2019

AMOR VERDADERO Capítulo III



AMOR  VERDADERO


Pedro  Fuentes



CAPITULO  III

Ya está terminando el invierno, la primavera se empieza a notar en las plantas, pequeños brotes salen en los árboles, cuando vamos al Retiro, que así llaman al gran parque que vamos, le explico a Elisenda cosas sobre los árboles y la naturaleza, le enseño que hay pájaros muy peligrosos porque comen toda clase de insectos, entre ellos pulgas.

Al principio Elisenda no distingue un animal de otro, ella solamente conoce a los perros y sabe que hay grandes y pequeños, de mucho pelo y de poco pelo. De los árboles y plantas no sabe nada, no conoce, porque nunca se ha fijado, la hermosura de las flores y lo embriagador de los olores, es más, no conoce ni otro tipo de insectos, una vez que estuvimos de visita en otro perro, le enseñé una garrapata, cuando le dije que era una especie, prima lejana nuestra, no se lo creía.

Las ovejas ya deben de pasar pronto, Charo se lo ha dicho a Paco, su amigo, y como los dos son de campo, han dicho que irían a verlas, como el pretexto es pasear a Tobi, podremos ir con ellos.

El nerviosismo se respiraba en el ambiente, Elisenda no las tenía todas consigo, lo de abandonar la ciudad no era para ella, veía que iba a perder toda la vida de lujo y farándula que había llevado hasta aquel momento, no entendía el campo, no veía que pueda ser bonito el verde de los prados, el color de las rosas, ¿Cómo podía oler bien la hierva después de la lluvia? Las ovejas, el pelo de las ovejas olía que apestaba cuando estaba mojado y tener que vivir allí soportando la humedad, no había saboreado la sangre del pastor, pero si era más fuerte incluso que la de aquel amigo de Charo, que sí la había probado, no podía ser más desagradable, alguna vez, después de picar a Paco tuvo que devolver, yo le decía que era debido a que estaba a punto de poner huevos, pero yo sabía que no.

¡Rodolfo! Por favor, no vayamos al campo, es más divertida la vida en la ciudad, me decía.

No, Elisenda, la vida en el campo es más libre, toda está llena de olores, sabores, colores, aventuras, la alimentación es más sana, la sangre no te hace emborrachar. Le contestaba yo.

Las discusiones entre nosotros eran cada vez mayores, ella gritaba y lloraba por cualquier cosa, yo no podía seguir en la ciudad, mi vida en la ciudad era monótona, además siempre terminaba yendo a picar a aquellos que más parecía que sabían a alcohol, incluso una vez piqué a uno que olía raro, era algo que me hacía sentir exultante, lleno de vida, más ágil que nunca, luego caía en la cuenta de que a la persona que picaba le pasaba lo mismo y luego tenía tanto él como yo volver a saborear aquella sustancia, cada vez necesitaba picar más veces y cada vez la resaca era peor.

Decididamente volvería al campo, no quería que la ciudad me devorase.

Aquella mañana supe que era el día, Charo cantaba, se arregló, peinó a Tobi con más esmero que nunca con el consiguiente peligro para Elisenda y yo, oí a la vedette como le daba permiso para estar todo el día fuera, pero tenía que sacar a Tobi toda la mañana para que luego estuviese tranquilo el resto del día.

Paco le vino a buscar y nos fuimos con Tobi, miré a la casa por última vez y se me alegró el corazón. 

Noté que Elisenda lloraba por dentro.

Llegamos a una calle muy ancha, al lado del jardín donde solíamos ir a pasear,



 nos pusimos en un sitio donde se estrechaba el paso y estaríamos más cerca del ganado, al fondo, por arriba veíamos una puerta muy ancha,




de piedra, con unos arcos y unos jardines alrededor protegido con vallas para que el ganado no entrase, al otro lado, más abajo estaba la señora de piedra con el carro de piedra y los leones de piedra donde salté por primera vez sobre Tobi.




Cogí a Elisenda de una pata y le dije:

Ven, Elisenda, saltaremos sobre las primeras, son las más fuertes, las que mandan, además si no nos gustan, podremos bajar y dejar que pasen hasta encontrar alguna que nos guste.

No, Rodolfo, no saltaré, lo he pensado mucho, yo no podré vivir sin mis comodidades, vete tú, yo comprendo que la ciudad te está matando. Me dijo

No, Elisenda, sin ti no podré vivir. Le contesté

Y conmigo te estás matando. ¡Vete! ¡Vete y que seas feliz!

No, no puedo así, ¿Qué será de mi vida?

Encontrarás una pulga de campo y serás feliz, yo me moriría allí, ¡Vete! ¡Te juro que no te olvidaré!
De pronto sentí un empujón, corregí el salto en el aire y caí sobre una mullida lana de una oveja merina.

Miré hacia detrás y ya no vi ni a Elisenda, ni a Tobi ni a Charo ni a su Paco, dos lágrimas cayeron de mis ojos, me acurruque en la lana y dormí, cuando desperté ya salíamos de la ciudad y un inmenso campo invadía todo el horizonte.



 La oveja en la que cabalgaba corría perseguida por un perro pastor porque nos estábamos separando del rebaño.


FIN

jueves, 4 de julio de 2019

AMOR VERDADERO Capítulo II




AMOR VERDADERO


Pedro  Fuentes


CAPITULO  II


El invierno fue muy duro para Rodolfo, si no hubiese sido porque amaba locamente a Elisenda, se hubiese marchado a su tierra aunque fuese a lomos de un jabalí.

Tobi era un desastre, se pasaba el día en la casa corriendo detrás de una pelota y ladrando siempre que oía el más mínimo ruido.

Tres veces al día, la chica de servicio que tenía la dueña de Tobi lo sacaba a la calle, entonces se pasaba todo el rato yendo de árbol a farola y a cualquier cosa vertical marcando el terreno, una vez estuvieron a punto de partirle el lomo pese a que iba atado, porque la muchacha se despistó y el animal vio la escoba de un barrendero y no se lo pensó dos veces, le marcó la escoba y el buen señor se puso hecho una furia. Suerte que Charo, la chica estiró de la correa y lo subió a sus brazos con el peligro que tuvimos Elisenda y yo de caer al vacío.

Lo único bueno del día es cuando vamos al teatro de revistas, la dueña de Tobi lo arregla, le pone sus mejores ropas y lo lleva donde actúa ella, por lo visto es una gran vedette, aunque a mi no me gusta, prefiero el canto de los grillos y las cigarras en el campo, luego, cuando llegamos hay entre los pasillos y escaleras del teatro muchas personas muy raras, todas vestidas o más bien desvestidas con cuatro plumas, parecen disfrazadas de gallinas y los hombres, con unas medias ajustadísimas y hablan muy raro, no como los hombres que pastorean a las ovejas y si te subes a sus brazos tienes que tener mucho cuidado para no caerte, porque los mueven mucho, luego, a veces no sabes a quién picas, porque estás tan tranquilo pegándote un lingotazo de sangre y de pronto se ha arrimado otro y sin querer te vas con el nuevo, luego están los que beben algo que si los sorbes mucho te entra alegría y luego mucho sueño.

Una vez, mes estaba poniendo morado de sangre con coñac y restos de un perfumen que llamaban “nosequé 5” y después de ponerme a bailar, me caí borracho como una cuba y me dormí, cuando desperté había pasado un día y estaba entre unas plumas.

Elisenda se puso hecha una furia, pensó que la había abandonado, me chilló, y chilló, y chilló y a mi me dolía todo el cuerpo. Cuando volví a Tobi se puso a llorar como una loca y me dijo que me había echado mucho de menos y pensó hasta no volver a Tobi, pero luego se arrepintió y volvió a casa con él.

Desde entonces voy con mucho cuidado con lo que libo, no sea que me siente mal, pero si no fuese por esos ratos y otros mejores en compañía de Elisenda no podría resistir hasta la primavera.

Elisenda ya ha puesto algunos huevos en el teatro, porque dice que quisiera que nuestros descendientes fueran artistas como toda su familia, pero yo quisiera que fuesen pulgas campestres como yo, así que en cuanto pasen por aquí las ovejas camino de la Sierra de Gredos, nos iremos con ellas y luego, después del verano iremos a Extremadura para llenar, junto con otras congéneres los establos.

El invierno se hace cada vez más largo, mirándolo fríamente, no se puede vivir mucho tiempo a ese ritmo, he conocido a muchos congéneres en el teatro y en un parque muy grande al que vamos a pasear con Tobi, gracias a nuestros enormes saltos, si andas con cuidado puedes apearte de tu guarida y pasear por la arena y otros perros, hay algún conocido que se ha atrevido a montarse en una paloma y ha volado, dice que es fabuloso, pero yo no me atrevo, si no tuviese una familia a lo mejor lo haría e iría a correr aventuras, pero perdería a Elisenda, además, aunque las pulgas cuando ponen los huevos se desentienden de ellos, te gusta que tus descendientes estén poblando sitios cerca de ti.

Ahora salimos más veces a pasear con Charo, porque ésta ha conocido a un humano, es joven como ella y viste de una forma muy rara y lleva botas y gorro. Como a veces se sientan los dos muy juntos, bajé de Tobi y me acerqué a él, tuve que dar un gran salto para evitar las botas, pero luego, cuando le piqué saboreé la sangre, es parecida a las de los humanos que llevan el ganado, fuerte, espesa y de sabor más natural.

Se enfadó mucho el humano cuando le piqué, dio un manotazo y por poco me pilla, pero no le echó la culpa a Tobi sino al sitio donde se aloja, me pareció entender que decía “cuartel”.

Ahora no subo a él si no está con las manos ocupadas con las de Charo o en cualquier otro sitio.
Elisenda dice que prefiere chupar la sangre de Charo, que sabe como a desinfectante pero con buen olor y no hace daño.


Lo peor son los días que llueve, entonces no nos sacan de casa y si tenemos hambre tenemos que chupar a Tobi y se pone como una fiera a dar patadas por la zona de picada, por lo que Elisenda y yo nos ponemos cada uno a un lado para que no sepa donde rascarse. Tenemos que hacerlo cuando no hay humanos porque si no, dicen que el chucho ha cogido bichos y le ponen una colonia que te deja casi para morir.