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viernes, 26 de febrero de 2016

EL HIPOCONDRIACO



EL HIPOCONDRIACO


Pedro Fuentes


Esta historia está basada en hechos reales, por lo cual los nombres de sus personajes han sido modificados para conservar la privacidad de los mismos.

Alfredo estaba jubilado cuando Ricardo lo conoció, por la gran afición de los dos por la náutica y la pintura, pronto congeniaron, además tenían el barco en el mismo puerto y muy cerca el uno del otro.
Alfredo era el mayor hipocondríaco del mundo, su médico de cabecera no sabía qué recetarle, ya le había dado todos los placebos existentes.

Era tan hipocondríaco que creía tener todas las enfermedades menos las que en realidad tenía, su mujer era una enciclopedia médica, conocía más enfermedades y medicinas que un vademécum, su marido lo tenía todo y más fuerte que nadie, si le dolía la cabeza, o era un derrame cerebral o una embolia, si le dolía el pecho, bueno, eso era gravísimo, un cáncer, una tuberculosis, un ataque cardíaco, en el estómago podría ser cualquier cosa menos que se había pasado comiendo, porque eso sí, era un comedor compulsivo, sus males no se curaban comiendo, pero, se aliviaban bastante. Cuando le dolían las articulaciones, era reuma o artrosis seguro, según él, la espalda, la tenía totalmente rota, además, se auto-medicaba, Ricardo no le podía hablar de nada que fuese relacionado con la salud o la enfermedad, tampoco del hijo de Alfredo, que por cierto era médico forense.

Cómo sería Alfredo que una vez le contaba a Ricardo que había llegado a su casa de noche con su mujer, tenía muchísimas ganas  de orinar, según él por culpa de los problemas de próstata que llevaba desde hacía años y no se explicaba como el PSA no detectaba nada anormal, el caso es que con las prisas llegó al baño sin encender la luz, medio desabrochado el cinturón.

Con una mano se bajó la cremallera del pantalón y con la otra buscó entre la ropa, con las prisas cogió la punta del cinturón, la enfocó hacia donde creía adivinar el wáter y se puso a hacer pis, de pronto notó varias sensaciones, una que se estaba orinando encima y otra sensación fue que aquello que tenía entre la mano, era totalmente plano e inerte, se llevó tal susto que pensándose lo peor del mundo y tan mal se sintió que se escaparon dos lágrimas y gritó a su esposa:

¡¡Inés!! Mira lo que me ha pasado.

Inés corrió al cuarto de baño, encendió la luz y viendo el espectáculo  soltó una carcajada.

Alfredo al fin, armado de valor se miró entre las manos y un suspiro de alivio le recorrió, ya no le importaba ni haberse orinado encima ni las lágrimas escapadas.

Anselmo tuvo un final feliz para su hipocondría, una tarde de principio de verano, cuando todavía no apretaba  el calor, fue a hacer un recado con el coche, era de esas personas que exasperan por llevar una velocidad por lo menos treinta quilómetros por debajo de la permitida, frenaba en casi cada curva, el caso es que en un tramo de recta y en el que no había ni cuneta, tuvo un desmayo, se salió de la vía y se fue parando poco a poco, ya que no ejerció ninguna presión sobre los pedales, al fin, se acabó el recorrido contra un pequeño árbol que ni siquiera se partió.

 Las personas de un coche que iba detrás, vieron lo ocurrido, corrieron a socorrerlo, cuando llegaron vieron que estaba muerto sobre el volante.

Después de los trámites oportunos, le hicieron la autopsia, su hijo, que es forense  quiso saber lo que le ocurrió y estuvo presente.

El informe fue tajante, parada cardiaca sin motivo aparente, tenía un cáncer que se le había ramificado por todo el cuerpo, no había sufrido hasta ahora las consecuencias ni los dolores, no le quedaban ni seis meses de vida y una muerte muy dolorosa, un final espantoso, él que creyó tenerlo todo, murió sin tener nunca la certeza de que no era hipocondriaco sino un enfermo real.


FIN


viernes, 19 de febrero de 2016

CIENCIA-FICCION

PANORAMA POLITICO ESPAÑOL
Pedro Fuentes
Hoy, como muchos días, a las siete de la mañana, me he despertado, después de ir al baño y tomarme medio vaso de agua, cosa que tengo por costumbre, al volver a la cama, no he podido conciliar el sueño de nuevo, algo me rondaba en la cabeza, de pronto dije:
¡Coño! Si es muy fácil solucionar el problema actual de la política española, solamente hace falta hacer eso que nunca han hecho los españoles, sentarse a hablar y no a decir las cosas más alto que los demás, no mirar al enemigo político como un contertuliano de cualquier programa de televisión, hay que hablar y lo que es tan importante como hacerlo, hay que escuchar, ¡ESCUCHAR! Siempre se dijo: Quien habla siembra, quien escucha recoge.
Mi sencilla y simple idea es:
El señor Rajoy y el señor Sánchez, reunidos a solas, se tienen que plantear el problema y las posibles soluciones, a grandes rasgos, y según mi modesta opinión de ciudadano normal de la calle, sin otro interés que las personas puedan vivir tranquilas y sin ese malestar que se siente en la calle en los ciudadanos de a pie, que al fin y al cabo somos los que pagamos el pato de todos sus desmanes y cambios de humor.
Lo primero que hay que ver es que tal como está la situación, los dos partidos mayoritarios se van a poner en mano de los minoritarios y radicales dispuestos a romper todo lo que tantos años ha costado edificar, con tal de pillar la “teta de la vaca”.
PP y PSOE tienen mayoría absoluta entre los dos, bien, el ganador de presidente, el segundo de vicepresidente, sin enfrentamientos ni acritud, reparto proporcional de los ministerios según el presupuesto ya elaborado, al partido que le toque ministerio, de vice ministro al otro partido.
Por ley el mandato debe ser de un máximo de dos legislaturas.
En próximas elecciones, tendrá que gobernar el partido más votado después de una segunda vuelta si el ganador no tuviese mayoría, la segunda vuelta sería con los dos partidos más votados.
El Senado, sería eliminado.
Los expertos, desde el nivel Ayuntamiento al de Gobierno serían abolidos salvo la contratación esporádica de alguna consultoría para casos extremos.
El poder judicial tendría que ser absolutamente independiente con algún órgano superior elegido por consenso para poder corregir posibles desmanes o malas interpretaciones de la ley.
Problemas del país, estado o nación, que es lo mismo o debería serlo, al pueblo no le importan los matices que se le puedan dar a los significados:
Paro, corrupción, separatismo, cambios en la Constitución.
Básicamente esos serían los problemas principales y que parecen preocupar a los ciudadanos.
El paro viene ligado al empleo. De cajón, no se descubre la pólvora mojada, ¿Cómo fomentar el empleo?, de eso, los que más saben son los empresarios y sindicatos, a mayor abaratamiento de los costes, más empleo, a mayor producción, más empleo. ¿Cómo se produce más? Incentivando la producción y la calidad, luego salarios ligados a ello, ¿Cómo se fomenta el empleo? Incentivando a quién lo produce. ¿Cómo se evita el trabajo precario? En principio, aunque parezca un contrasentido con el contrato único. En fin, que los sindicatos y la patronal, incluida la pequeña y mediana empresa, que es la que crea más empleo, hablen, dialoguen, se escuchen y se den ideas por el bien de todos.
El empleo público tiene que disminuir y la creación de nuevas plazas, serán cubiertas por oposición debidamente reglada y garantizada la independencia a la hora de la elección de los candidatos idóneos.
La corrupción. “La mujer del Cesar, además de ser honrada,  tiene que parecerlo” Hace falta un acuerdo para todos.
Antiguamente, había un “certificado de buena conducta”, no estaría mal que los partidos estudiaran el pasado y presente de sus políticos además de su patrimonio y familiares en primera línea. Aun así, tendría que haber un acuerdo y más que acuerdo, una ley para todos, en la cual, cuando un político se ve inmerso en una causa de cualquier tipo de delito, se le inhabilite para la política o cualquier empleo dentro de los partidos, una excedencia, mientras dure la causa, si es juzgado y condenado, la inhabilitación debe ser a perpetuidad, si es inocente, se le restituirá al puesto donde cesó. Las penas en las que incurriesen serán de total cumplimiento, siendo aumentadas si no devuelven el dinero sustraído o indemnizados los daños ocasionados.
Si se considera que la Constitución debe ser modificada, que esos dos partidos mayoritarios y todos los de representación parlamentaria, creen una comisión para ver qué se puede modificar y qué se debe hacer.
Una vez hecho el estudio, llevar los acuerdos al Congreso para que se ratifique por dos tercios de las cámaras. En el caso de que se apruebe, será sometida a referéndum y aprobada por tres quintos del electorado. Una vez ratificada por el pueblo, se disuelven las cámaras y se convocan elecciones. Los representantes elegidos, tendrán que jurar la Constitución, si no lo hacen, o aceptan el “juego democrático” con lo cual no se les puede dar cabida en un parlamento democrático.
Asimismo, toda persona que trabaje para el estado, tendrá que jurarla. Igualmente, toda persona al cumplir la mayoría de edad, la tendría que jurar. Si no lo hiciese, no podrá acceder a empleo público o a la política.
Todo político elegido democráticamente, al acceder al puesto para el que fue nombrado, tendrá que jurar la Constitución.

En la nueva Constitución, clarificar en los delitos que se incurren los procesos separatistas y poder necesario para que la mayoría del Congreso pueda hacer cumplir la Ley de manera preventiva sin ninguna dilación ni esperas a la sentencia del Constitucional.

viernes, 12 de febrero de 2016

UNA HISTORIA DE AMOR



UNA HISTORIA DE AMOR

CAPITULO I

Era Enero de 1.972, cuando Ricardo llegó a Barcelona, para tomar posesión de su plaza en una multinacional, había terminado la mili y salía de Madrid donde pasó los mejores años de su vida.

Conocía Cataluña desde el año 67 ya que solía pasar las vacaciones de verano en la Costa Brava.

En aquellos tiempos, en Cataluña se vivía muy bien, había un gran ambiente cultural y cosmopolita, nadie era extraño allí.

Ricardo había dejado en Madrid una novia y esperaban que en un año o año y medio, se reunirían para siempre en Barcelona.

Nada más entrar el primer día en el despacho, sus ojos se entrecruzaron con los de una muchacha delgadita,  pelo corto y recogido justo por debajo del lóbulo de las orejas donde solo se insinuaban unos pendientes pequeñitos de oro con coral en el centro, pelirroja y con unos dientes brillantes que parecían querer salir a sonreír entre unos labios sonrosados y carnosos,

Con una tez blanca transparente en el que asomaban unas pecas que le daban un aire infantil, aunque acababa de cumplir los treinta años. Al cruzarse las miradas, su palidez se convirtió en un rojo escarlata como su pelo rizado.

Cuando se dio cuenta, bajó la mirada e hizo que trabajaba.

Ricardo, en ese mismo momento, se quedó ensimismado y no se rompió de milagro una rodilla al chocar con una mesa.

Hubo una risita general y una mirada de dolor en la cara de ángel de Toñi, que así llamaba la pelirroja de la historia.

A la salida, Ricardo se las arregló para encontrarse con ella, en realidad salió casi al mismo tiempo pero mientras Toñi esperaba el ascensor, Ricardo corrió por las escaleras y casi “chocó” con ella al salir a la calle, con el tiempo, sincerándose entre ellos, resultó una estrategia a dos bandas en la que cada uno sabía perfectamente dónde y cuándo se iba a producir en encontronazo.

 Le acompañó a la boca del metro porque hasta allí Ricardo tenía coartada, puesto que él había encontrado un alojamiento cercano hasta buscar un piso de alquiler.

Ricardo aquella tarde paseó por el barrio gótico, oyendo a músicos callejeros, luego cenó cualquier cosa porque no tenía apetito y se fue al hostal donde residía, pasó la noche dando vueltas en la cama hasta  que llegó la hora de levantarse para ir a la oficina, nunca había ido tan contento al trabajo.

No era una persona enamoradiza, en realidad, solamente había estado enamorado una vez, cuando tenía 16 años y conoció a su primer amor.

 Lo de Mary Paz, su novia de Madrid, era otra cosa, 

Vivía solo en Madrid, ella era una amiga de casi toda la vida y habían llegado al noviazgo como algo natural después de una relación en la que los dos estaban cómodos.   Cuando Ricardo vio por primera vez a Toñi, supo que no podía engañar a Mary Paz y que tenía que hablar con ella, pero, ¿cómo iba a decirle que al segundo día de llegar a Barcelona, había visto a una mujer y se había enamorado de ella?  Y sin saber siquiera si ella le correspondía.


CAPITULO  II

Al poco tiempo, una semana, Ricardo y Toñi, salían asiduamente, mucho les unía, entre otras cosas, y sobre todo por encima de ellas, estaba el teatro, la gran pasión de los dos, además ambos habían estado integrados  en compañías y grupos de teatro amateur.

En la multinacional que trabajaban, había colectivo que se dedicaba a organizar actos de todo tipo en el tiempo libre.

Toñi y Ricardo se propusieron montar una obra de teatro, para lo cual, hicieron un proyecto y lo presentaron a los encargados de las diferentes actividades.

Como ya se presentaba la primavera, decidieron empezar los ensayos en serio para septiembre, con el nuevo curso, la obra era “El baile” de Edgar Neville y la dirigía Ricardo, que ya había montado algunas cosas en Madrid.

El amor los unió y los tremendos celos de Toñi los separaba, además por aquellos tiempos, a Ricardo lo enviaron temporalmente a otra provincia para organizar unos sistemas nuevos de trabajo, así que no podían verse siempre y a todas las horas, solamente los fines de semana y algún día que Ricardo podía escaparse por la tarde para ir a verla, haciendo doscientos kilómetros.

Fue un amor suave, agradable, tierno, especial, los encuentros entre ellos eran fugaces porque no había tiempo para más, los fines de semana del final de la primavera se reunían en algún pueblecito de la Costa Brava, eran felices hasta media hora antes de partir, entonces aparecían los celos de Toñi, era capaz de imaginar todas las traiciones del mundo por parte de Ricardo en esa semana que iba a transcurrir hasta el próximo encuentro.

Cuando se separaban, todo el amor, todos los grandes recuerdos de las horas pasadas se convertían en sinsabores en el corazón de Ricardo y más de una vez pensó en romper la relación por la amargura que le dejaba, luego recapacitaba y se decía que cuando estuviesen juntos para siempre se pasarían.

Por parte de Toñi se convertían las separaciones en planes maquiavélicos para intentar descubrirlo en una traición, pensaba incluso que a veces, cuando tenía que ir a Madrid, por trabajo, se reunía con Mary Paz, cosa imposible, porque además, cuando habló con ella para romper la relación, le sentó tan mal que terminaron fatal, sin posibilidad ni de la amistad que habían tenido antes del noviazgo.

Durante el verano Toñi marchó con sus padres, sus dos hermanas gemelas, de veinte años y un hermano más joven que ella y que estaba acabando Telecomunicaciones a una población del norte de las Costa Brava.

 Ricardo iba bastante por allí, por la tarde, se integró bastante bien con toda la familia, pero con tanta gente, no había nunca un momento de intimidad y luego a la hora de la despedida, generalmente después de cenar, volvía con el amargor de la escena de celos correspondiente, era sospechoso de irse de marcha antes de llegar a su casa.

Cuando Toñi empezó atrabajar, después de las vacaciones, Ricardo, que seguía  trabajando en la otra población, porque le propusieron quedarse allí realizando el trabajo nuevo, vio una oportunidad laboral y se quedó ya que las condiciones eran mejores.

 El primer día que pudo ir a Barcelona, se reunió con Toñi, ella estaba en uno de sus peores días de celos, la escena fue monumental, Ricardo se lo tomo a juerga, que era lo único que le quedaba y le dijo que sí, que él necesitaba tener a cientos de mujeres a su alrededor, que si quería tener un harem, que no sabía qué veían las mujeres en él, que todas se le insinuaban.

Estaban en una cafetería, ella se levantó llorando y se fue, Ricardo pensó que iría hacia el metro, con lo cual saldría detrás de ella y la alcanzaría antes de llegar.

No la vio, la había perdido y luego supo que era para siempre.


CAPITULO  III

A primeros de Octubre, un año después, el hermano de Toñi le llamó le dijo:

Ricardo, Toñi está en el Clínico, le han detectado un cáncer en el pecho, se lo han cogido demasiado tarde, está en las últimas.

Ricardo salió del trabajo, corrió a Barcelona, fue al Clínico y allí localizó a Toñi, siempre había sido delgada, pero ahora no llegaba ni a los treinta kilos, estaba completamente rapada, sus pecas no eran sino unas manchas cadavéricas, según le dijeron que había perdido la vista y no reconocía a nadie. 

Ricardo le cogió la mano izquierda, que no tenía ningún catéter, le dio un tierno beso en los labios y le dijo: ¡Toñi! , ¡Mi amor!, ¡te quiero!

 Abrió sus ciegos ojos, una leve sonrisa apareció en sus labios  y expiró.

Ricardo apretó su pequeña mano y lloró amargamente como nunca lo había hecho.


FIN

viernes, 5 de febrero de 2016

LA COMIDA


YO CONFIESO


La comida

Un día estábamos comiendo en un restaurante de Huesca mi mujer, Azucena, y yo. Tres mesas más allá había dos parejas que por las pintas y de lo que hablaban monté una historia, mi mujer me decía:
Menuda película estás montando en un momento.

En ningún momento sospeché el final, pero como había que dar un final diferente y sorprendente lo hice.


LA COMIDA   

Pedro Fuentes

974 22………..¿ Mariano? ¡Hola! ¿Eres tú, Mariano?, ¡Soy Jorge! ¡Caray!,  cuánto tiempo sin hablar contigo, casi un año, mira, te llamo porque tengo muchas ganas de verte.

El martes que viene tengo que ir a Huesca a un juicio y he pensado que quizás pudieras reunirte con nosotros y por lo menos comer juntos, yo voy en el AVE, porque tengo que estar a las once en el juzgado, llamaré a mi madre para que venga y le diré que avise a tu madre y comemos los cuatro juntos si te parece bien.

Bueno, vale, no le diremos nada a tu madre de que vienes y así se llevará la sorpresa, vale, vale, nos veremos entonces a las dos en “As campanas”, ya reservaré la mesa yo, ven puntual y así nosotros estaremos un poco antes y le daremos la sorpresa a tu madre.

Vale pues, un abrazo y hasta el martes.

Jorge y Mariano se conocen de toda la vida, son uña y carne, nacieron en la misma casa donde residen sus madres respectivas, sus viviendas son pisos contiguos del mismo edificio, fueron a la escuela juntos, salían juntos de jóvenes, luego Jorge se fue a Madrid a estudiar, hizo derecho y allí mismo entró en un bufete muy afamado, pasando de ser pasante a asociado, no le va mal la cosa.

Mariano, no tan buen estudiante y un poco débil de espíritu se puso a trabajar, estudió empresariales, pero al final trabaja como agente de seguros en una  casa  puntera en el ramo y tiene una buena cartera, su labia,  su simpatía y su don de gentes le ha dado pingües resultados.

La madre de Jorge, Lola, tiene sesenta años, no ha trabajado nunca fuera de casa, se dedica a las labores propias del hogar.

Se quedó viuda de un militar cuando Jorge tenía cinco años y se dedicó en cuerpo y alma a su educación.

La de Mariano, Adelina, es madre soltera, tuvo al niño casi al mismo tiempo que Lola, se llevan seis meses.

 Adelina, es más joven, fue madre con diecinueve años, fruto de un novio que desapareció.

La familia de Adelina no quiso saber nada, a los primeros síntomas de embarazo, la enviaron a Huesca donde tenía un tío lejano, le compraron el piso, le dieron algo de dinero y su tío le ayudó, sin hacer mucho acto de presencia. El tío, Mariano, fue el padrino de la criatura y le pagó los estudios en un buen colegio.

Adelina cuando el niño tenía dos años se puso a trabajar en una fábrica y vivió dedicada también a su hijo, ayudada bastante por su vecina, sobre todo cuando Lola se quedó viuda.

El martes  Jorge llegó a Huesca, fue al juicio donde defendió a un ex marido en un caso de divorcio bastante liado, el hombre era agente comercial y un día que se sintió mal, volvió a casa a media mañana, su mujer aprovechaba las salidas del marido para dar entrada ella a un amigo que tenía, y así los pilló el marido despechado.

La mujer no trabajaba, había dejado el trabajo al casarse y en base a eso, quiso que el juez le asignara una pensión vitalicia y el piso. 

Al no tener hijos no pudo aprovecharse de la circunstancia para que condenaran al marido.

Jorge, que era buen abogado, consiguió como un buen trato darle seis meses de una pensión equivalente al sueldo base interprofesional.

Nada pudo hacer la abogada de la ex por ella, el juez no se dejó convencer por lloros y desesperos.
Cuando Jorge salió del Juzgado, fue a casa de su madre, que estaba bastante cerca y allí, cuando terminaron de arreglarse las mujeres, salieron a la calle.

 Adelina, que con el tiempo, y con la ayuda de su tío y de su hijo, había montado una pequeña mercería,  se defendía bien económicamente.

Los tres se dirigieron a un restaurante que estaba de moda, del casco viejo “As campanas”, un sitio acogedor y con buena cocina típica aragonesa.

Llegaron a las dos menos diez y pidieron unos vinos del Somontano y unas aceitunas mientras leían la carta, Jorge y su madre iban hablando entre ellos para alargar el tiempo y que  llegase Mariano, al fin llegó. Su  madre, a la que habían sentado de espaldas a la puerta, fue sorprendida, porque Mariano fue por detrás y le tapó los ojos, pero no le engañó, ella notó rápidamente el olor a la colonia que usaba su hijo. Todos se levantaron y se repartieron abrazos, se sentaron cada uno de ellos a lado de su madre, las cuales quedaron en medio.

La comida fue una gran fiesta, Jorge, más alto y grueso que Mariano, que era más bien pequeño y delgado, llevaba la voz cantante, Mariano lo miraba fascinado como siempre había sido.

Comieron una buena ensalada ilustrada, borrajas con salsa de almendras, pochas con almejas, y de segundo todos coincidieron con el ternasco de Aragón al horno con patatas a lo pobre.

De postre les pusieron un carrito con pasteles de la casa y acabaron con él, sobre todo por parte de los hombres a los que les encantaban los dulces y no pensaban en guardar la línea.

La velada se alargó bastante y Adelina dijo que tenía que marcharse a abrir la mercería.

 Jorge y Mariano decidieron  ir andando a la estación, así que salieron ellos hacia el sur y ellas hacia el centro ya que Lola le dijo a Adelina que le acompañaría.

Los dos amigos se dirigieron hacia la estación charlando. Jorge le dijo a Mariano, la próxima vez a ver si es en día de fiesta y nos vemos con nuestras mujeres y los chicos, que  no se van a conocer.

Adelina y Lola se cogieron del brazo y Lola le dijo susurrando al oído: ¿Tú crees que sospecharán alguna vez que somos pareja de hecho?


                                                                                 FIN

viernes, 29 de enero de 2016

BETTY "LA RUBIA"


YO CONFIESO




Esta no es real, por lo menos yo no sé que haya pasado, además nunca he estado en Nueva Orleans, pero me encantaría, es uno de mis sueños no cumplidos, quizás algún día pueda ir. Este relato lo creé mientras escuchaba “Stormy weather”, si tú, querido lector, tienes ocasión, escúchala mientras lees.


BETTY “LA RUBIA”

Pedro Fuentes

Cuando entré en aquel tugurio no sabía ni por qué lo hacía ni siquiera si tenía ganas de beber, llegué hasta allí simplemente porque había llovido todo el día y había estado sentado en casa frente a mí vieja máquina de escribir, una Remington Standard negra con las letras de la marca doradas.

En el suelo, alrededor estaba lleno de cuartillas arrugadas, el cenicero repleto de colillas y un vaso y una botella  vacios ambos, señal inequívoca de que no lograba hilvanar ninguna historia para enviarle a mi editor, mal vivía de escribir novelas de policías y ladrones, bastante malas, pero me pagaban algunos dólares, mientras tanto, cuando cobraba y podía comer en condiciones, escribía mi gran novela, pero esa no interesaba a nadie por ahora, quizás porque era un poco biográfica como todas las primeras obras y la verdad es que mi vida no le interesaba a nadie, mi mujer, se cansó de trabajar de camarera para que yo escribiese y un mal día se largó con un hombre del otro lado de la barra y al otro lado del país.

Mi gato, salió una noche de luna y desapareció, a los pocos días lo vi asomado a un balcón. El también me vio, entró como alma que lleva el diablo a la casa y ya no lo vi más.

Así que cuando dejó de llover, ya anochecido me enfundé una gabardina, mi sombrero y salí a la calle, la noche era húmeda, mucho más húmeda que lo normal en New Orleans, así que me subí el cuello de la gabardina, bajé un poco el ala de mis sombrero, metí las manos en los bolsillos y encorvé el cuerpo como para que no se escapase el calor interior.
La calle estaba solitaria, nadie más que yo había tenido la idea de pasear.
A lo lejos se oía el quejido de una trompeta con sordina, me dirigí hacia la lejana melodía.

A medida que me acercaba parecía más fuerte y melancólico el gemir de la trompeta tocando “Stormy weather”, una de mis piezas preferidas.

Llegué a una puerta entre abierta, arriba un rótulo que hacía más ruido que color al cambiar del azul al amarillo St. Louis Blue rezaba, entré, no se por qué ni para qué.

Tardé unos segundos hasta que pude ver la tenue luz que había encima de la barra, luego pude adivinar unas mesas rodeadas de sillas vacías.

En dos rincones estaban sendas parejas haciéndose arrumacos.

Una pareja más estaba en la pista de baile, llevaban unos pasos tan lentos que parecían parados.
Todas las paredes decoradas en terciopelo rojo tenían unos apliques de los que tres cuartas partes estaban apagados.

Al final de la barra, a la derecha de ésta, en una pequeña tarima había un trompetista, otro músico que acariciaba un contrabajo con lascivia, sentado en la batería estaba un calvo que movía las escobillas como si estuviese preparándose unos huevos revueltos, un pianista hablaba con un saxo bajo que estaba a su lado mientras tocaba unos compases.

Todos ellos eran negros menos el batería que era blanco y destacaba por su cabeza rapada y brillante.
Detrás de la barra un camarero, con camisa blanca y pajarita negra dormitaba apoyando los codos en la barra y la cabeza entre las palmas de las manos.

A mitad de la barra una rubia platino sujetaba un vaso y bebía, con la otra hacía palanca en la barra para mantenerse erguida.

Me acerqué, el camarero, ya más despierto vino hacia mí, hizo un ligero movimiento con la barbilla a modo de interrogante, yo le pedí un whisky doble sin hielo. Me lo trajo y un plato con unos manises.
La rubia platino a duras penas se bajó del taburete, se puso un cigarrillo en la boca y me dijo:

¿Me das fuego, cariño?

Sin ni siquiera decir nada, saqué del bolsillo un paquete de tabaco, me puse en la boca un cigarrillo y con la otra mano recogí unas cerillas que el camarero me había lanzado por la barra, le di fuego y encendí también mi cigarrillo.

La rubia platino me dijo:

¿Puedo traer mi copa para aquí? No me gusta beber sola.

Me encogí de hombros por respuesta, ella le hizo una seña al camarero y éste le envió el vaso patinando por la barra.

Gracias Jimmy, le dijo.

¿Cómo te llamas, cariño? A mi me llaman Betty “la rubia”,  dijo sin esperar contestación, con la voz adormecida por el whisky.

Si me invitas a una copa te cuento mi historia, pero no aquí, sentados en una mesa, porque es muy larga.

Me llamo Ricky y si la historia es buena te invito a todas las copas que quieras, le dije sin saber por qué, quizás porque me dio pena, tal vez porque llevaba mucho tiempo sin hablar con nadie, a lo mejor porque los músicos estaban tocando de nuevo “Stormy weather”, uno de mis temas favoritos o porque por una vez quería que alguien me contara su historia en lugar de contarlas yo.


Jimmy, nos vamos a aquella mesa, pon dos vasos y una botella de whisky.

La verdad es que me quedé sorprendido cuando empezó la historia, su voz ya no parecía de trapo, se convirtió en una voz fina y elegante, se transformó totalmente, parecía de la alta sociedad de Luisiana, culta y elegante.

Al ver el cariz que tomaba, saqué un bloc y un lápiz que siempre llevaba conmigo y me puse a tomar notas.

No sé cuanto tiempo había pasado, Betty al final se había quedado dormida con la cabeza apoyada en la mesa, a mí los vapores del whisky me dejaron ligeramente mareado, encendí el último cigarrillo que me quedaba y me dirigí a la barra para pagar, Jimmy me dijo:

Está invitado por hacer feliz a Betty.

Me puse el sombrero y la gabardina y salí fuera mientras los músicos seguían tocando el mismo tema de “Stormy weather” por enésima vez.

La pareja de la pista bailaba.

En las mesas dos parejas se hacían arrumacos
.
El sol empezaba a salir y la neblina húmeda de New Orleans me refrescó la cara.

Los lamentos de la trompeta se apagaron al alejarme.

Llegué a mi buhardilla, me duché con agua fría y mientras tomaba un café bien cargado me puse a leer las notas, luego fui a la mesita de la máquina de escribir y empecé una novela “Betty la rubia” no paré sino para hacer café y encender algún cigarrillo.

 No sé cuanto tiempo estuve para escribir doscientos y pico folios. Cuando puse el “fin” me levanté, me tumbé en la cama y dormí durante veinticuatro horas. Me desperté, me duché, me arreglé, cogí el manuscrito y sin ni siquiera leerlo me fui al editor.

Entré en su despacho y le dije:

Robert, te traigo algo nuevo, está recién escrito, no lo he releído, pide café y whisky porque lo vamos a leer entero, creo que será un bombazo.

La novela nos gustó a los dos, era una historia de amor, llena de pasiones, corazones rotos y ataques de celos que terminaban en un tremendo drama de asesinato y suicidio.

Robert, después de la lectura me dijo:

Esto no es para mí, es más importante, ahora mismo llamo a un amigo mío, también editor en New York que te va a recibir, mi secretaria hará unas copias y te vas a llevarlas. Te adelantaré algo de dinero, mi amigo Frank te dará otro adelanto, tenías razón, creo que será el libro del año.

Pasé tres meses en New York, se hizo el lanzamiento del libro, se vendió para el cine, fue un éxito.
Después de todo eso, volví a New Orleans. Empezaba a atardecer cuando me dirigí al “lakeside” a la Dauphine street.

 Cuando llegué al St. Louis Blue, no encontré sino una puerta metálica cerrada y pintada de grafitis, del cartel luminoso no había sino una mancha negra señalando las letras del nombre.

En la acera de enfrente, sentado en una silla había un viejo negro tocando en un banjo la melodía “Blue moon”. Me acerqué a él y le dije:

Por favor, ¿Este no es el St. Louis Blue?

 No señor, lo fue pero hace mucho tiempo.

Bueno, unos cuatro meses, hace ese tiempo estuve yo. Le dije

No Sr me contestó, hace más de cincuenta años, yo he vivido aquí toda mi vida y le puedo decir que hace más de cincuenta años.

Yo estuve. Tocaba el contrabajo allí.

Aquella noche estaba medio lleno, era sábado, aquí se reunía la alta sociedad a oír jazz.

Una señorita muy elegante, clienta asidua y a la que todo el mundo llamaba Betty “la rubia”, estaba con un amigo de su marido, a éste le habían dicho que ella le engañaba.

El tonteaba con la mafia y aquella noche, junto con dos matones entraron en el local, estábamos tocando “Stormy weather” cuando dispararon sobre la pobre Betty, luego a su acompañante y todo bicho viviente.

Murió mucha gente, lo puede leer en los periódicos de la época.

De los músicos no sobrevivió ninguno, solamente yo porque el contrabajo paró mi bala, quedó incrustada en la tastiera justo a la altura de mi corazón.

 Un camarero se salvó porque se tiró detrás de la barra y también se salvo una pareja que bailaba detrás de una columna.

La policía cerró el St. Louis Blue.

Dicen que las noches tormentosas se escucha la orquesta tocando “Stormy weather”.

FIN

jueves, 21 de enero de 2016

LA PRIMERA VEZ QUE VI PARIS

YO CONFIESO


La primera vez que vi Paris

Este relato es medio verdad y medio fantasía, la primera parte del relato es verídica, yo llevaba medio año separado de hecho de mi primera mujer, por cuestión de los hijos, seguíamos viviendo en la misma casa, esperábamos que me entregaran un piso que había comprado y quería que fuese lo menos traumático posible para los hijos.
El crío, el mayor tocaba en un grupo de música y en verano salían con algún grupo de danzas a tocar por diferentes sitios, aquel verano fueron a Francia a hacer una turné y yo cogí las vacaciones para acompañarlos de responsable de los músicos.
Jeanette fue una de nuestras guías, pronto hubo una corriente de simpatía entre los dos, ya no nos separamos en los días que estuvimos en Francia, efectivamente una noche me llevó a París, era mi primer viaje a la ciudad de la luz.
Cuando marchamos, me dio la dirección y el teléfono en un papel, yo quedé en volver cuando arreglase los papeles del divorcio, llegué a España y perdí el papel, no fui capaz de recordar nada, ella no sabía sino que vivía en Cataluña, España.
Pasaron veinte años, un día arreglando unas carpetas encontré la nota, yo ya estaba casado con Azucena, mi actual mujer, rompí en pedazos el papel, no fui a Angers.

LA PRIMERA VEZ QUE VI PARIS

Pedro Fuentes

CAPITULO  I

Corría el año 1989 cuando en un viaje intercambio de música y danza, Alejandro tuvo que ir  como responsable de un grupo de chicos y chicas, estudiantes, a diferentes poblaciones de Francia.

Fue un viaje de unos cincuenta alumnos con cinco responsables.

Aquel año, acababa de cumplir los treinta y nueve años y llevaba desde Febrero separado de su mujer, seguían viviendo en la misma vivienda hasta que se pusiesen de acuerdo en el reparto de los bienes y en la custodia de la hija.


Cuando llegaron a  Burdeos, de la organización francesa, subieron al autobús una señora responsable y una intérprete

Se dirigían a Angers, allí estarían tres días.

Angers, antigua capital de Anjou es una ciudad moderna pero a los pies de la gran ciudad medieval y unida en historia al reino de Aragón a través Yolanda de Aragón, duquesa consorte de Anjou.
Al llegar a Angers, subieron al autocar dos guías, Geraldine y Jeanette, Alejandro y Jeanette, pronto hicieron  amistad, era profesora de historia y gracias a ello, Alejandro se empapó de toda la transcendencia que tuvo Angers como capital de Anjou.

El español de Jeanette no  es muy bueno, el francés de Alejandro peor, pero lo entiende si lo hablan despacio y lo lee con alguna claridad.

Nada más llegar, con el tiempo justo para asearse y cambiarse, fueron recibidos en el Hotel du Ville junto a otros grupos participantes en el festival de danza que empezaría a celebrarse al día siguiente.
Luego los llevaron a un colegio en el centro de la ciudad, era una especie de palacio. 

En el piso que les tocó alojarse, el segundo, había una gran sala de estar y luego, a la derecha de la escalera un grupo de habitaciones, celdas, individuales para las mujeres y a la izquierda las de los hombres, a la entrada de estas había las duchas, los lavabos y wc, cuatro de cada, los cuales era un poco ajustados para las personas que estaban, pero en Francia, no es muy fácil encontrarse con lujos en ese sentido


El resto de la tarde, quedó libre para poder salir a visitar la ciudad, se hicieron varios grupos y acompañados por los guías e intérpretes, salieron a dar vueltas por el casco antiguo. El castillo de los Anjou se divisaba desde todos los rincones con su majestuosidad.

Alejandro y Jeanette no se separaron para nada, paseaban viendo los grandes jardines que había por todos lados y llegaron hasta el río le Maine, surcado por grandes barcazas y alguna que otra embarcación de recreo.

A la hora de la cena regresaron al colegio donde les fue ofrecida una cena no muy abundante, de todas las formas, los más jóvenes del grupo, acostumbrados a otro tipo de comida en sus casas, pasaron mucho de la cena, los responsables no se preocuparon mucho porque sabían que luego se hartarían de las galletas que llevaban.

Después de cenar, la gente joven quería salir a pasear, llegaron a las negociaciones de siempre sobre la hora de llegada.

Los responsables se fueron detrás de ellos, un poco por vigilarlos y otro poco por dar una vuelta.
Alejandro y Jeanette salieron juntos, Jeanette no paraba de hablar explicándole la historia de la ciudad durante la edad media, cruzaron el río y le enseñó el cartel de una calle, Yolanda d´Aragón. Le estuvo explicando la importancia de la hija de Juan I rey de Aragón.

Había refrescado un poco y Jeanette se acurrucó en el brazo derecho de Alejandro, pasaban por las calles paseando como una pareja de enamorados.

Al día siguiente fueron al lago de le Maine, un lago artificial alrededor del cual había de todo, pistas de atletismo, campos de futbol, baloncesto, canchas de tenis y de cualquier deporte que se pudiese imaginar, incluso alguna playa artificial en el mismo lago.

Actuarían allí por la tarde, en un teatro al aire libre.

Toda la mañana los danzantes y músicos estaban ocupados con ensayos y el director y coreógrafo quería estar a solas con ellos, así que Jeanette y Alejandro pudieron pasar hasta la hora de la comida juntos, luego, a la hora de las actuaciones volvieron a sentarse en unos jardines y así, velozmente pasaron las horas
.
Al tercer día, por la mañana salieron de Angers hacía Chartres, pasaron por le Mans, la organización tuvo el detalle de hacer cruzar al autobús por medio de la ciudad, de unos 140.000 habitantes, para que la viesen.

Jeanette había ido en su coche, un 2 cv porque según ella, me quería dar una sorpresa.

Ya en Chartres disfrutaron paseando por la catedral y el centro de la ciudad, Patrimonio de la Humanidad.

Cuando fueron a cenar, Jeanette le dijo a Alejandro que hablara con alguien de los responsables del grupo porque quería enseñarle algo y que quizás volverían  muy tarde.


CAPITULO II

La gran sorpresa fue que hizo entrar a Alejandro en el 2 caballos  y le dijo: Alexander. Vous le saves Paris?

No, París no lo conozco.

Eh bien, ce soir nous allons à Paris. La nuit est belle.

Parfait, avec vous à la fin du monde. Dijo Alejandro que ya empezaba a defenderse con el francés.

Cuando sales de Chartres por la A11, ya empiezas a ver por qué a Paris la llaman la ciudad de la luz, a medida que vas haciendo los 91 km que hay de distancia, entre las ciudades  ves  como crece la iluminación.

Dejaron a la derecha Versalles y entraron en París. Era todavía temprano, las diez y media de la noche de primeros de Julio. Entraron por el sur oeste y se encontraron con el Sena, siguieron por la Av. De Versalles y fueron a salir directamente a les Champ du Mars y la torre Eiffel, la bordearon de izquierda a derecha y al momento se encontraron en Montparnasse.

Dieron la vuelta y fueron hacia Montmartre, allí buscaron un parquin y dejaron el coche, vieron el Sacré Cour y luego se dedicaron a callejear  por Pigalle. Entraron a algún que otro local, cantaron, se rieron y ya de madrugada, cansados, pero felices y contentos fueron a coger el coche, antes de entrar en él, Alejandro cogió a Jeanette por la cintura, la atrajo hacia él y la besó apasionadamente.
Llegaron a Chartres cuando empezaba a amanecer, tuvieron el tiempo justo de ducharse y Alejandro empezó a despertar a su grupo porque tenían que ir a ensayar.

El día trascurrió con normalidad, Jeanette y Alejandro seguían aprovechando los ratos libre para estar juntos, durante la actuación del día se sentaron en el teatro, en una de las últimas filas y durmieron un par de horas.

Al día siguiente salieron rumbo a Chátelguyon, un pequeño pueblecito al norte de Clermont Ferran, pasaron por Orleans y Bourges, Jeanette dejó el coche en Chartres, ya lo recogería a la vuelta. El grupo de danza se despediría después de dos actuaciones en Chátelguyon y otro pueblecito.

Los alojaron en un colegio de alta montaña también con habitaciones tipo celdas, pero en éste las mujeres estaban en el primer piso y los hombres en el segundo, en la planta baja estaban todos los servicios de comedores, cocinas, aulas y despachos.


Aquella tarde, cuando los grupos estaban ensayando en el teatro, al aire libre, Alejandro bajó de su habitación a buscar a Jeanette para salir a pasear, cuando llegó a su habitación, ella estiró de él y allí, sin ni siquiera pensárselo, se entregaron el uno en los brazos del otro.

El día siguiente, aprovechando la actuación, todo fue más calculado y relajante.

A la mañana siguiente se despidieron, Alejandro volvía a España, Jeanette a Angers
.
Alejandro le hizo apuntarle la dirección y teléfono en un papel y le prometió que arreglaría del todo lo de su divorcio y volvería a buscarla.

Cuando llegó a su casa, guardó el papel con sus cosas, arregló todo el papeleo y se buscó un piso para empezar una nueva vida.

Pasó un mes cuando ya estaba todo solucionado y por más que buscó no encontró el papel de los datos de Jeanette donde tenía el nombre, la dirección y el teléfono.

Cogió una semana que le debían de vacaciones en el trabajo y se fue a Angers, es una ciudad de unos ciento cuarenta mil habitantes.

Se la recorrió toda, de arriba abajo, paseó por las calles principales y por las que había pasado con Jeanette, bares, teatros, sabía que era profesora, preguntó por ella en todos los colegios y escuelas, nadie supo darle razón.

Regresó, pero cada vez que reunía más de dos días libres, marchaba a Angers, nada, parecía habérsela tragado la tierra, al final la buscó por Chartres, por París, por Chátelguyon, por todos los sitios por donde pasó con ella él la buscaba, nada, nadie le sabía dar razón.


CAPITULO III


Pasaron veintiún años, un día, haciendo limpieza de un baúl que tenía de recuerdos, al abrir la tapa, pegado en ésta por dentro vio un papel amarillo, lo cogió y leyó medio borroso:

Jeanette, Rué de……. Teléf. …………… Angers…. Je t´aime

Corrió al teléfono, buscó el prefijo de Francia y marcó, la señal de llamada sonó seis veces que parecieron seis siglos, de pronto alguien le respondió en francés.

¡¡¡Jeanette!!!!! ¿Eres tú? Dijo Alejandro en un perfecto francés. No, Soy Annet, su hija, ella no volverá hasta dentro de una hora.

Dime, por favor, tu madre ¿Está casada?

¿Quién es usted?

Soy Alejandro.

¿De España?

Si, de España, me he vuelto loco buscando a tu madre, he ido a Angers cientos de veces, había perdido el papel con la dirección, ahora lo he encontrado en una caja vieja.

Mamá también te buscó, no se ha querido cambiar de casa porque dice que tú vendrías.

No le digas nada, ahora mismo salgo para ahí, quiero darle la sorpresa, llegaré mañana por la mañana.
Te esperamos, yo también quiero verte, estaba preparándome para irme a París pero me iré pasado mañana.

Cuando Alejandro colgó, cogió la nota y la copió treinta veces y la colgó en todos los muebles de la casa, miró un plano de Angers y buscó la calle, había pasado por ella cientos de veces, era en el barrio antiguo.

Luego llamó a su trabajo y pidió diez días a cuenta de las vacaciones por asunto familiar, sacó el pasaporte de un cajón, se preparó media docena de sándwich y un termo de café cargado, fue al cajero, reunió dinero y marchó dirección a Angers, le quedaban unos 1.000 kms por delante y todos de noche.

A partir de la frontera empezó a llover el ruido del limpia parabrisas era cansino, a veces se mezclaba con la música de jazz que sonaba en el CD, no había casi circulación, conocía bastante bien la carretera y además le gustaba conducir.

Seguía lloviendo, chip-chop, chip-chop, chip-chop, el agua saltaba por efecto del limpia, chip-chop, caía más que la que salía, chip-chop, Alejandro empezó a sentir cansancio en sus ojos, chip-chop. Los párpados le pesaban, chip-chop, pero quería seguir, notaba como a veces no veía las rayas de la carretera, notó que se desplazaba lateralmente, oyó como pisaba la banda rugosa del arcén
.
Frenó, al lado de la carretera había un poco de campo, paró allí, apagó las luces y, se preparó un sándwich y un tazón de café, comió lentamente, luego bajó del coche, seguía lloviendo, agradeció las gotas de lluvia en la cara, anduvo durante diez minutos, subió al coche y siguió la marcha.

Llevaba ya cuatrocientos kilómetros, vio el cartel de una gasolinera a mil metros. Quinientos y flecha indicadora de derecha a los doscientos, entró en las instalaciones, era autoservicio, llenó el depósito, cerró el coche y fue al lavabo, cuando salió parecía que no llovía tanto. A lo lejos se veía una pequeña población.

Subió al coche y arrancó, antes de incorporarse a la carretera vio como un coche de la gendarmería entraba a la estación de servicio.

Ahora, más desvelado intentaba mantener una velocidad no alta pero si constante, paró de llover pero la carretera estaba muy mojada, por el espejo retrovisor se acercaban unas luces, se acercó un coche, encendió el intermitente y lo adelantó con holgura, era el coche de los gendarmes.

La carretera era bastante recta, de vez en cuando se encontraba con las luces traseras de un camión, los adelantamientos era  fáciles gracias a la visibilidad de las señales.

Al cabo de dos horas encontró un área de servicio, entró, cerró el coche por dentro, sacó una pequeña manta de viaje y se puso el teléfono móvil para que le avisase a la hora y media.

Si hace 21 años hubiese habido móviles Jeanette y yo no habríamos perdido este tiempo. ¿Cómo será ahora?

 Tenía 20 años cuando nos conocimos, ahora 40 y yo 60 ¿Y su hija Annet? No parecía ser una cría; y sabía de su existencia, ¿Sería mayor? No me dijo nada de que tuviese una hija, Quizás sea una jovencita y la tuvo después de lo nuestro.

¿Me olvidó?

La cabeza de Alejandro daba vueltas en medio de la noche, en el CD ahora sonaban unos blues, cuantas noches había pasado estos últimos tiempos ahogándose en whisky, llorando, oyendo blues y pensando en Jeanette.

Durmió intensamente, cuando sonó la alarma se encontró descansado, fue la lavabo, se duchó, se afeitó y salió para el coche, eran las tres de la madrugada, le faltaban unas cuatro horas.


CAPITULO IV


A las siete y media localizó la calle, pudo aparcar en la misma puerta, al lado había una panadería, compró dos baguettes y media docena de croissant. Llamó al timbre insistentemente, respondió Jeanette y Alejandro le dijo:

Jeanette, j'apporte un cadeau pour vous afin que je prends à nouveau à Paris.

¡¡¡¡¡Alejandro!!!!!! Le respondió y abrió la puerta, era una casa antigua, de tres pisos, sin ascensor.

Alejandro empezó a subir lo más aprisa que pudo, Jeanette, en camisón saltó sobre sus brazos en el rellano del primer piso.

La bolsa de la panadería voló por los aires, sus rostros se fundieron en un beso empapado en lágrimas.

¡¡Jeanette!!!!! Estás preciosa, ¿Sabes que perdí la nota? La encontré ayer, pero he pasado por aquí debajo cientos de veces buscándote.

No me acordaba del nombre de la calle, ayer encontré la nota y llamé, se puso tu hija y le dije que no te dijera nada para darte la sorpresa.

Jeanette, entre risas, llantos y la fatiga de las carreras, mientras subían le dijo:

Tu hija no me dijo nada, ya la encontré nerviosa anoche, pero no me dijo nada.

¿Qué quieres decir? ¿Te quedaste embarazada aquellos días y lo has pasado todo sola? ¿No me buscaste?

¿Sabes lo grande que es Barcelona? Solamente sabía que te llamabas Alejandro y hablabas muy mal el francés.

Hemos ido unas cuantas veces, pero es tan difícil.

Subieron hasta el pequeño piso donde les esperaba Annet, allí se fundieron los tres en un abrazo de alegrías y lágrimas.


FIN

jueves, 14 de enero de 2016

LA SANTA COMPAÑA (Demasiado cerca.....)

YO CONFIESO


En muchos de mis escritos se habla de fantasmas, apariciones, el más allá etc. Había estado leyendo algunas cosas sobre la “santa compaña” y viendo esos grandes bosques gallegos, llenos de humedad y niebla en algunas noches, y la verdad es que parece que te los vayas a encontrar, es más, el ulular del aire entre las hojas, te recuerdan a canciones de salmos, se me ocurrió escribir un relato con esos componentes, no sé si he conseguido por lo menos que se te erice un poco la piel, querido lector, con ese relato. 

DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA

Pedro Fuentes

Capítulo  I

La noche era fría y húmeda, por motivo de trabajo, Domingo había tenido que ir a aquel pueblo a setenta y cinco kilómetros de la ciudad, fue para revisar el montaje una de las tiendas de la cadena para la que trabaja.

El trabajo de Domingo es ese y  además formar a las personas que o bien porque adquieren la franquicia o porque la empresa titular los contrata para abrir una tienda y necesitan asesorar al personal.

Allí había ido porque por los estudios de mercado hechos, decían que sería un buen negocio ya que no existía ni en la población, de veinte mil habitantes, ni en las dos poblaciones  que distan seis o siete kilómetros, una al norte y otra al sur, más pequeñas pero en una comarca con alto poder adquisitivo, una tienda de dietética.

Una empleada de la firma, en la capital, natural de Villadiego del Monte, que así se llama el pueblo, dio la idea, se hicieron los estudios de mercado y se vio que era una buena plaza.

La familia de la empleada, Maribel, además tenían en la calle Mayor, muy cerca del ayuntamiento y justo antes de entrar en la plaza de la iglesia, un local que reunía las condiciones deseadas.

Se le dio la oportunidad a Maribel de ser ella la que se hiciese cargo de la tienda, la pusiese en marcha y luego seguir con ella o buscar una persona de confianza para poner al frente del negocio.

Como ya estaba próxima la apertura,  había ido a inspeccionarlo todo y poner en marcha toda la cuestión informática.

En un principio  había acabado a las ocho el trabajo, pero Maribel, a la que Domingo conocía de la central, una muchacha de veintitantos años, cerca de los treinta, con un encanto bastante especial aunque no una gran belleza pero si agradable y simpática, le invitó a cenar, ya que a partir de entonces no se verían hasta la inauguración.

Aceptó la invitación por cortesía pero le fastidiaba un poco volver a casa de noche, en aquel tiempo de otoño y por una carretera comarcal de montaña de unos cincuenta kilómetros hasta llegar a la general.
No había peligro de heladas en aquel tiempo, pero al ser una carretera bordeada por bosques, la humedad había dejado una capa de agua en el asfalto y una ligera neblina  parecía salir  de entre los árboles hacia la carretera, eran cerca de las doce de la noche y la música del CD del coche le acompañaba.

La niebla iba en aumento, los árboles, a ambos lados de la carretera parecían figuras fantasmagóricas  extendiendo su largos brazos sobre la carretera, avanzaba lentamente y cada vez se hacía más largo el camino, todavía faltaban unos treinta kilómetros hasta la general y empezó a tener ganas de orinar, así que aprovechando un estrecho camino que salía de la carretera hacia el bosque,  con sumo cuidado de no empotrar el coche contra ninguna piedra ni caer en una cuneta profunda, salió de la carretera, paró y apagó el motor y las luces para no despistar a ningún posible  conductor.

Salió del coche y se adentró unos cinco metros en el camino.

De pronto, a la derecha, a unos veinte metros dentro del bosque y por entre los árboles le pareció ver luces que se movían, al acostumbrarse sus ojos a la oscuridad, vio lo que parecía una larga fila de antorchas o velas, un aire fresco que se levantó le traía olor a cera de velas encendidas.

Distinguió unas voces pero no adivinaba a oír ni comprender las palabras, parecían salmos pero no entendía las palabras, a veces  parecía latín y otras castellano antiguo e incluso gallego o portugués, otras veces eran canciones, pero también ininteligibles.

Domingo se consideraba más bien miedoso, no en demasía, pero no le gustaba enfrentarse a las cosas que no conoce o le parecen del más allá, pero aquello llamaba su atención, se acercó sigilosamente un poco más para intentar ver con algo de claridad, al fin pudo distinguir que la persona que iba al frente, estaba vestido con una especie de hábito franciscano pero de color blanco y con capucha, pero pese a llevar la capucha puesta le vio la cara, era alargada y demacrada, por un momento pensó  que le había visto, porque le pareció que aquellos ojos que parecían flotar dentro de las cuencas, se cruzaron con su mirada cosa improbable  porque la noche era muy oscura y la niebla cada vez era más espesa, pero de igual forma que él lo había visto, el fraile blanco también lo pudo ver a él.

El de la cara demacrada llevaba una cruz en una mano y uno especie de acetre con su isopo. Detrás le seguían como unas veintitantas figuras, repartidas en dos filas y digo figuras porque no se podía distinguir las facciones de ninguna, parecían no tener rasgos, pese a que la especie de sábanas blancas que llevaban por encima no les tapaban sino la parte de atrás de las cabezas, lo único que se veía o más bien se adivinaban, eran las cuencas vacías de los ojos.

De pronto se dio cuenta de una cosa que le sobresaltó, no pisaban el suelo, parecían flotar como a unos treinta centímetros del suelo y según pasaban, un viento frío se levantaba, pero éste no movía la llama de las velas, ni la niebla parecía desplazarse, pero llegaba el olor de la cera quemada y el aire en la cara.

Cuando terminó de pasar la procesión, dio la vuelta, lo más sigilosamente posible y llegó al coche, mirando más para detrás por si alguien o algo le seguía,  abrió la puerta, miró otra vez hacia los “fantasmas” y se sentó en el asiento.

El grito que dio fue espeluznante, el corazón pareció saltársele del pecho, en ese momento recordó de que aunque bajó del coche para orinar, no lo había hecho, un líquido caliente corrió por la entrepierna de su helado cuerpo.

En el asiento de al lado,  estaba sentado el “fraile” encapuchado, con su cruz y su acetre, era más pálido y cadavérico que cuando lo había visto presidiendo la procesión.

Se sujetó al volante con las dos manos e inclinó la cabeza hacia delante y apoyándola entre las manos lloró de pánico. Su cuerpo temblaba como una hoja en un vendaval.


CAPITULO  II

El ser que estaba a su lado le miró fijamente, sus ojos, dentro de aquellas órbitas parecían perderse, estaba tan demacrado que se adivinaban en la piel las encías con las piezas dentares. Con una voz seca y firme, pero que parecía de ultratumba me dijo:

¡Pon en marcha el coche y sal a la carretera hacia la izquierda!

Como un autómata le hizo caso, se había quedado como si le hubiesen quitado el alma, era incapaz de pensar, conducía por una carretera estrecha, con muchos árboles a los lados y una niebla espesa que no dejaba ver los márgenes ni la cuneta, pero no importaba, el coche parecía seguir un camino marcado por un piloto automático.

Después de dos curvas, hay una tercera a la izquierda muy peligrosa, allí se han salido muchos coches y han muerto varias personas, tómala con sumo cuidado, luego, a la derecha hay un pequeño llano, entra en él y para el coche. Dijo aquella figura cadavérica que no sabría cómo describir.

Paró  el coche, se apoyó en el volante y se quedó dormido.

Le despertaron unos golpes en la ventanilla, sobresaltado, dio un salto y miró fuera.

Dos hombres, con el uniforme de la Guardia Civil miraban desde el exterior, bajó la ventanilla y les dijo: ¿Sucede algo, guardia?

Eso nos lo tendrá que decir usted. Contestó el mayor de los dos detrás de un bigote negro y de grandes proporciones.

No, no sucede nada, venía desde Villadiego del Monte donde estuve trabajando y se me hizo muy tarde, tenía sueño y me paré a dar una cabezadita y veo que debí dormir más de la cuenta porque ya ha amanecido, voy para la capital. Les contestó Domingo.

Pues va usted en dirección contraria, ha salido de Villadiego hacia el norte en lugar de al sur.

No sabía lo que le estaba pasando, no recordaba nada, las últimas imágenes de su mente eran las del cartel de final de Villadiego.

Me debí perder, gracias por haberme despertado, tengo que volver al pueblo para asearme y desayunar, luego  volveré a la capital. Siguió diciendo Domingo.

Bueno, si ya ha descansado, puede salir, pero hacia la derecha, Villadiego está en dirección contraria a la que llevaba pero a unos treinta kilómetros, y tenga cuidado, a unos ciento cincuenta metros, a la derecha, hay una curva muy mala en la que han muerto varias personas, aunque el peligro de verdad es de noche y con niebla.

Llegó a la población a las ocho y media, aparcó en la plaza, cerca de la tienda de Maribel y se fue a un hostal de la misma plaza, solicitó una habitación, quería ducharse y cambiarse, por suerte, siempre llevaba en el maletero del coche una pequeña maleta con ropa, ya que muchas veces, por su profesión, a menudo tiene que quedarse fuera de casa sin tenerlo previsto.

Desde el hostal llamó a la empresa para comunicarles que no iría o lo haría por la tarde, que había tenido problemas en la carretera la noche anterior y aprovecharía para terminar algunas cosas en la tienda de Maribel, luego la llamó a ella y quedó en la tienda a partir de las once.

Después de desayunar y ducharse, puso el despertador para las once menos cuarto y se metió en la cama. No logró dormir, intentó repasar lo ocurrido en la última noche, no hubo forma, desde que entraba en la carretera con la niebla hasta que le despertó el Guardia Civil del bigote, no recordaba nada. Era como si la niebla hubiese borrado todo.

A las diez y media, puesto que no había podido dormir, se duchó de nuevo, bajó a la calle, entró en un bar y tomó un café doble. No estaba nervioso, pero parecía que no hubiese dormido en toda la noche, pero eso no era posible, el guardia le despertó y dormía profundamente.

A las once en punto llegó a la tienda donde ya le esperaba Maribel. En lugar de saludo,  preguntó directamente:

¿Qué pasó? ¿Tuviste algún accidente?

Domingo le contestó:

No lo sé, salí del pueblo porque vi el cartel de final del Municipio, pero he despertado en el coche a  treinta y tantos kilómetros de aquí, pero en dirección contraria, estaba fuera de la carretera y dormido, me despertó la Guardia Civil, pero parece que no haya dormido y estoy cansado, me he metido en la cama del hostal y no he podido ni cerrar los ojos. He llamado a la empresa y les he dicho que estaba aquí, así que terminaremos lo que dejamos a medias en la tienda, de todas las formas, podré hacer mi trabajo por internet.

Si, más vale que te quedes aquí, además, recuerda que mañana es jueves y fiesta de Todos los Santos y podrás hacer puente, porque la verdad es que tienes una cara terrible.

Pasó la mañana lo mejor que pudo, se conectó a internet, resolvió los problemas que tenía en la oficina y se dedicó a terminar los asuntos de la tienda de Maribel.

¿Quieres que vayamos a comer juntos? Me preguntó Maribel.

No, no puedo, tengo tanto sueño que voy a comer ligero y me echaré a dormir hasta las cinco, que vendré a la tienda para que organicemos los stocks y hablar con la central por si hay cosas pendientes, además, antes quiero ir a lavar el coche que huele a demonios. Dijo Domingo.

Así lo hizo, a la una fue a la gasolinera donde hay también un lavadero de coche, lo primero fue lavar el asiento del conductor, entonces vio que el olor procedía de orines, igual que pantalones y ropa interior cuando se los quitó por la mañana, pero no sabía qué había pasado, supuso que dormido en el coche y debido al frío o la postura, se le había escapado algo de orina, pero no recordaba nada.

Cuando terminó, fue al hostal y les comunicó que se quedaría hasta el domingo, luego pasó al restaurant y tomó un buen caldo bien caliente y un entrecot no muy grande, no tomó café y se fue a la habitación a dormir. Decidió ponerse el pijama y meterse en la cama con todas las luces apagadas y la persiana cerrada, puso el despertador a las cinco menos veinte, faltaban dos horas y media.

Imposible, cuando sonó el despertador, estaba en el pequeño balcón de la habitación y se había fumado medio paquete de tabaco.

El resto de la tarde, lo pasó en la tienda con el ordenador, por dos ocasiones se quedó adormilado delante del teclado, a las ocho salieron a la calle y le dijo a Maribel:

Vamos a tomar algo, pero antes quiero comprar tabaco y una botella de whisky, esta noche dormiré como sea.

Tomaron varias cervezas con unas tapas, con aquello ya no pensaba ni cenar, a las nueve y media se despidió de Maribel y fue para el hostal, subió a la habitación, se sirvió medio vaso de whisky y lo bebió mientras fumaba tres cigarrillos y se ponía el pijama, se metió en la cama, apagó la luz y los párpado cayeron sobre los ojos como pesadas persianas metálicas.

CAPITULO  III

Al amanecer un gallo le despertó con su canto. Se sentó al borde de la cama, al incorporarse para ir al baño, las piernas no resistieron, cayó de rodillas en el suelo, se encontraba totalmente agotado, ojos los tenía irritados, las ojeras parecían más grandes y negras que el día anterior, se metió en la ducha, puso el agua todo lo caliente que pudo resistir, luego cambió a lo más frío posible, repitió la operación cuatro o cinco veces, al principio se despejó algo, pero cuando bajó a desayunar parecía que se iba a caer por los escalones.

Antes de ir a la tienda de Maribel, fue hasta el estanco a comprar tabaco, para ello tuvo que pasar al lado del coche aparcado en una calle lateral de la plaza donde se encontraba el hostal, cuando lo vio, quedó sorprendido, tenía las ruedas llenas de barro y los bajos todos sucios, aunque lo había lavado el día anterior, abrió la puerta y se sentó al volante, la alfombrilla estaba manchada  de barro, el mismo barro que había en las ruedas, le pareció, no estaba muy seguro, de que el cuenta kilómetros tenía más kilómetros, daba la impresión de que alguien había utilizado el vehículo.

Salió de nuevo, se aseguró de apuntar los kilómetros y poner el contador parcial a cero, luego cerró la puerta con la llave y se marchó a por el tabaco a un bar ya que era fiesta y el estanco estaba cerrado,  también aprovechó para tomar otro café.

Cuando llegó a la tienda, Maribel estaba subiendo la persiana metálica.

¡Qué mala cara traes! ¿No has podido dormir o has estado de juerga? Le dijo.

Domingo le contestó:

No, me acosté temprano y me dormí, no me he despertado en toda la noche y estoy cansado como si hubiese estado corriendo desde ayer.

¿No estarás malo? ¿Tienes fiebre? Aquí tenemos vigorizantes, te voy a preparar uno y el resto te lo tomas tres veces al día.

Domingo, sonriendo le dijo: ¿Ya estás intentando vender el producto sin haber inaugurado y en día de fiesta?

A la una salieron, quedaron en tomar algo y luego tomar el resto del día de fiesta.

Por todo el pueblo se veían, sobre todo mujeres con pañuelos negros y vestidos de luto con ramos de gladiolos y crisantemos que caminaban hacia el cementerio.

¡Maribel! Dijo una señora de unos cincuenta años que pasó por su lado. ¿Sabes que tío Anselmo está mucho mejor? Se ha levantado y todo, el doctor dice que no sabe qué ha pasado, que él no cree en milagros, pero lo parece. Yo pienso que lo mismo son aquel preparado que le llevaste el otro día.
No sabes cuánto me alegro, esta tarde iré a verlo.

¿Sabes, Domingo? Le di el mismo preparado que te he hecho a ti. Las brujas del lugar, que haberlas ahílas, dicen que lo tenía cogido la “Santa Compaña”, cosas de pueblo, lo que tenía era una anemia galopante, últimamente comía como un pajarito. Le preparé aquel combinado que tenemos en la tienda a base de hierro, fósforo, potasio y vitamina C y D. Lo mismo que a ti.

Bueno, bueno, parece que te podremos dejar sola, pero ojo, no te enemistes con el médico, procura darle la razón aunque solamente sea de cara a las gentes del pueblo.

Se despidieron a las dos y Domingo se fue al hostal donde comió e intentó dormir, como no pudo se puso a trabajar hasta la hora de cenar, luego bajó al restaurant y cenó copiosamente, luego se tomó la tercera toma del preparado, subió a la habitación, preparó un buen vaso de whisky y se metió en la cama, cerró los ojos y perdió la conciencia.

Al amanecer abrió los ojos y se encontró en la cama, casi no podía incorporarse, lentamente se deslizó hasta el borde de la cama y haciendo un giro sobre su costado izquierdo, sacó la pierna derecha de debajo de las sábanas, apoyó el pie en el suelo y así pudo incorporarse, le dolía todo el cuerpo, llegó hasta el cuarto de baño y se metió debajo de la ducha, primero bien fría, luego, poco a poco fue abriendo el agua caliente hasta que no pudo resistir el calor, cerró el grifo caliente y abrió de golpe el frío hasta que los huesos le dolieron, volvió al caliente y luego reguló a unos treinta grados, así estuvo un buen rato, luego salió de la ducha y fue a afeitarse, con la toalla limpió el vaho del espejo y se sobresaltó, allí apareció la cara del ser que había visto guiando la procesión de los fantasmas.

 No, ¡¡era él!! ¡Sus ojos eran dos bolas de cristal dentro de unos grandes cuencos!, con la delgadez del rostro sus orejas parecían inmensamente grandes, sus piezas dentales se marcaban debajo de la piel, luego se fijó en su cuello, largo y estrecho, sus hombros parecían una percha vacía, su pecho hundido dejaba ver el esternón como un puñal entre sus costillas.

Tan pronto como pudo vestirse, llamó a Maribel y le dijo que por favor fuese con el médico lo antes posible.

Cuando llegaron, Maribel se asustó, el médico no tanto porque no lo conocía de antes.

Maribel, al verlo, le comentó al doctor sin que Domingo se enterase:

Parece mi tío Anselmo antes de curarse.

El galeno le sacó unas muestras de sangre y luego le puso una inyección.

Hasta la tarde, a última hora no tendremos los análisis, mientras tanto, le he puesto una inyección para que duerma por lo menos hasta entonces. Sería conveniente que Maribel llame a su familia para que en el momento que puedan, mejor después de los análisis, le lleven a su casa o al Hospital General.

No tengo familia cercana, dijo Domingo, llama, por favor a la empresa y dile lo que me pasa a Antonio Fernández de mi Departamento, él vendrá a buscarme, somos buenos amigos.

En diez minutos fue perdiendo la conciencia, lo metieron en la cama, con la inyección quedó relajado y dormido, el médico le tomó el pulso, vio que era correcto, lo auscultó y todo parecía normal.

Nos podemos marchar, le dijo a Maribel, dormirá todo el día, cuando estén los análisis la llamaré y vendremos a verle, mientras tanto llame a su amigo a la empresa para que preparen el traslado, ahora, mientras más duerma más se recuperará, no sé lo que puede tener, diría que es un virus, igual que su tío Anselmo. No se han dado más casos, pero hay que estar preparados.

Marcharon y dejaron a Domingo descansando.


CAPITULO  IV

A las seis y media, cuando ya había oscurecido, llegó Antonio Fernández, fue a la tienda directamente, allí esperaron la llamada del doctor y quedaron en verse en el hostal.

Cuando se encontraron, después de las presentaciones, Don Julián, el médico, sacó un sobre del bolsillo de la chaqueta y les dio a los dos:

No hay nada raro, algo bajo en hierro y vitamina C, normal en glóbulos rojos y leucocitos, pero nada importante, parece como si estuviese totalmente extenuado, ¿Saben si últimamente ha hecho más esfuerzos de lo normal o ha tenido una actividad frenética, incluso en el plano sexual? ¿Es posible que consumiese drogas o bebiese y fumase de una manera desmedida?

No, doctor, dijo Antonio, yo soy compañero de trabajo y a la vez amigo y es una persona bastante metódica e incluso se cuida físicamente, hace tenis y vamos a correr dos o tres días por semana, pero de una forma prudente.

Yo le conozco menos pero no he oído nunca nada raro de él.

Cuando llegaron a la habitación, llamaron a la puerta, como no abría avisaron a la dueña del hostal y ésta les abrió con otra llave.

Los cuatro, cuando se acostumbraron a la semi oscuridad, se quedaron atónitos, en la cama no había nadie, miraron en el cuarto de baño y tampoco estaba, Maribel, más observadora dijo: La ropa que llevaba esta mañana y que cambió por el pijama está en la silla, doblada tal como la dejó y el pijama no está por aquí. No parece faltar nada del equipaje.

No puede estar muy lejos, en pijama y con el tranquilizante que le inyecté, además de su estado, no puede estar muy lejos. Dijo D. Julián.

¿Sabes, Maribel, dónde está el coche?

Si, está en la parte de detrás del hostal, muy cerca de la tienda, de hecho hemos pasado por allí ahora cuando veníamos, pero no me he fijado.

Bajaron a la calle y fueron hasta el sitio indicado por Maribel, allí no estaba el coche.
¿Dónde está la Guardia Civil? Preguntó Antonio.

Por aquí detrás, a tres manzanas está el cuartelillo, contestó Maribel.

¡Vamos!

D.  Julián dijo:

Vayan ustedes, ya me dirán algo.

Antonio y Maribel, a buen paso se dirigieron al cuartelillo, hablaron con el sargento y éste tomó nota, luego llamó por radio a las dos patrullas que estaban de guardia y les dio la descripción del coche y de Domingo.

Uno de los agentes contestó enseguida

Ese coche estaba detenido cerca de la carretera el otro día, al amanecer, cerca de la curva de la “dama blanca” y estaba dentro, durmiendo el sujeto que han descrito, estamos bastante cerca del sitio.

Vayan hacia allí y vigilen los caminos que dan a la carretera norte. Dijo el sargento.

¿Qué es eso de la “dama blanca”? Dijo Antonio.

Bueno, esa es una leyenda urbana, que dice que en una curva que hay muchos accidentes se aparece una mujer con una túnica blanca avisando del peligro. Chorradas de pueblo. Sentenció el sargento.
Muchos dicen que la han visto, del pueblo y forasteros. Dijo Maribel ligeramente enfadada, es más, mi tío Anselmo dice que la vio.

Si mujer, si, como la Santa Compaña. Dijo el sargento sonriendo.

No habían pasado ni diez minutos cuando la emisora hizo un chasquido característico y se oyó la voz del agente:

Mi sargento, estamos en el sitio, el coche está aquí, totalmente  cerrado pero no hay nadie dentro ni por los alrededores.

No se muevan de ahí, vamos para allá. Dijo el sargento, dio órdenes a un agente para que se quedase en el cuartelillo y él, otro agente de conductor y Antonio y Maribel montaron en un todo terreno y salieron por la carretera del norte, llovía abundantemente.

Cuando llegaron al lugar, no pudieron ver nada, las posibles huellas habían sido borradas por la lluvia.
Dio órdenes el sargento para que la patrulla se quedase vigilando hasta que fuese otra a relevarles y ellos cuatro fueron carretera arriba, hasta el siguiente pueblo, no vieron nada, cuando llegaron eran más de las diez y no se veía un alma por la calle, solamente había luz en un bar en la plaza Mayor, entraron, en el mostrador estaba un hombre, el dueño, apoyada la barbilla y una cara de aburrimiento en una mano cuyo codo y antebrazo la sujetaban apoyado en la barra, parecía escuchar a un hombre medio borracho que sentado en la mesa más cercana, con un vaso en la mano  y que no paraba de decir, lo que el alcohol le dejaba:

Te juro que la he visto, era la Santa Compaña, pasaba cerca de la curva de la “Dama Blanca”.
Domingo no apareció hasta tres meses después, un hombre que recogía leña lo encontró en medio del bosque, vestía una túnica que en su día fue blanca, era un esqueleto con piel, a su alrededor se adivinaban gotas de cera, ni las alimañas se acercaron para comer los despojos.


FIN