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viernes, 28 de agosto de 2015

LA MISTERIOSA DMA DE NEGRO (Yo confieso)

El relato de hoy, cronológicamente, va después de “El viaje a ninguna parte”, pero como en su día fue publicado antes, ahora haré lo mismo, se trata “La misteriosa dama de negro”, la primera parte de la trilogía “El viaje”, una historia espeluznante llena de terror y misterio que creo os gustará.


Yo confieso

Este es el primer relato de una trilogía, como me lo contó mi amigo Ricardo, yo os lo cuento, Ricardo si existe, lo que sucede es que a veces se confunde con su biógrafo, que soy yo, no es lo mismo escribir en primera que en segunda persona, Ricardo es mi amigo y un poco aventurero, he tenido la ocasión de compartir con él alguna aventura, en ésta me encontré con él en Blanes y no nos conocimos, tuvimos la gran suerte de encontrarnos de nuevo en Peñíscola, ahora nos vemos a menudo en su barco o en el mío.




RELATO

EL VIAJE

La misteriosa dama de negro

Pedro Fuentes

CAPITULO I

Cuando Ricardo se decidió a vivir en la mar y con la mar, se pasó mucho tiempo buscando lo que sería su hogar, al fin, después de varios años encontró el barco que le pareció ideal, un ketch  de 14 metros de eslora, dos palos, mayor y mesana. Un salón bastante espacioso, en el que hay una cocina, un comedor y un puesto de gobierno, además del existente en popa en la bañera. Equipado con velas mayor, mesana, génova y foque, bastante cómodo para navegar incluso en solitario.
La idea de Ricardo es vivir en el barco y ganarse la vida realizando algún que otro charter por el Mediterráneo, su puerto base está en la provincia de Castellón, un pequeño puerto, seguro y muy marinero.
El año no estaba siendo muy bueno, había hecho el mantenimiento y pintura de su barco “El Solitario” en Mayo y ahora, a primeros de Junio, no tenía ninguna reserva hasta el día 20 que iría a Menorca. 
Suponía que a Ciudadela a las fiestas de S. Juan y luego la vuelta a la isla. Sabía que traían un perro, un pinscher enano de unos 4 quilos. Al principio dijo que el perro no, que la travesía duraba más de 20 horas y el perro tendría que hacer sus necesidades. La persona que le llamó para alquilar el barco le dijo que no era problema, que el animalito estaba acostumbrado a una caja de gatos y que hacía sus cosas allí.
Hasta la fecha solamente salían alguna excursión de fin de semana, pero este año, que el tiempo tampoco era muy estable, no  tenía nada, por lo que había aceptado aquel viaje, de una mujer sola y su perro, claro que estaba bien pagado y por adelantado.
Mientras llegaba la fecha, dedicaba su tiempo en pequeñas mejoras, leer y pasear por los alrededores del puerto.
El día 19, por la tarde, a última hora, llegó al puerto en un taxi una chica muy joven, era Lara, llevaba el pelo, teñido de negro y suelto sobre los hombros y hasta media espalda, muy liso le, tapaba las orejas, además, el flequillo, muy largo le cubría las cejas y parte de los párpados, lucía un vestido negro, con falda tres cuartos y un cinturón, también negro y con una gran hebilla plateada.
El conductor del taxi bajó del maletero un gran baúl de cuero negro y cerrado con dos grandes bandas de cuero, también del mismo color y cerrados con un par de candados de unos ocho centímetros. En los brazos llevaba un pequeño perro, un pinscher enano negro, con la pechera roja color fuego. Ricardo, al que siempre le habían gustado los perros y durante su vida había tenido varios, lo encontró precioso, le acercó la mano y el animal, después de olerla, sacó la lengua y se le lamió, luego se dejó acariciar, levantando la cabeza, ofreciéndole el cuello para que le rascara, así sellaron una amistad duradera.
Ricardo se presentó y le dijo a Lara que el baúl era un inconveniente en las estrechuras de un barco, pero ésta le contestó que habían cambiado de planes y después de llegar a Menorca, no querían volver, sino trasladarse a Alicante, dentro del plazo de la reserva, y que le pagaría un suplemento por las molestias.
Con gran trabajo lograron embarcar el equipaje. Ricardo le ofreció cenar algo, para luego ir a dormir.
Las previsiones del tiempo eran buenas y tendrían que salir a primera hora de la mañana para llegar a Ciudadela al amanecer del siguiente día.

CAPITULO II

Cervero, que así se llamaba el perrillo, no se separó de Ricardo en ningún momento.
Cuando terminó de cenar, después de recogido todo, salió a la bañera, en popa a fumar un cigarrillo y tomar un culín de whisky como tenía por costumbre cuando las cosas iban bien.
El animal salió con él y Lara se fue a dormir. Le había asignado el camarote posterior, éste se encontraba en popa. Para acceder a él, hay que bajar dos escalones, desde el salón comedor cocina, a donde se llega desde la bañera bajando un escalón y desde la bañera por popa. En la banda de estribor, está la cocina, nevera, horno, y microondas. La mesa está al otro lado y alrededor de ella, por la banda de babor y proa hay un sofá rinconera. La mesa se baja y se convierte en otra cama de matrimonio. En el salón hay dos escaleras, una por popa, por donde se llega a un pasillo en el que  a ambos lados, hay dos puertas más que conducen a sendos camarotes, cada uno con dos literas, un armario y una pequeña mesa practicable que al abrirla deja el espacio justo para pasar una persona, en el mamparo de popa de estos camarotes hay una estantería que sirve de mesilla de noche y debajo se guardan dos sillas de madera plegables, a unos 30 centímetros sobre la litera superior hay un ojo de buey rectangular.  La cama superior es practicable y al abatirla, la inferior se convierte en un sofá.
Siguiendo por el pasillo, a la  derecha según se baja, babor, se encuentra un armario, a la izquierda está la puerta de un baño completo, lavabo, debajo del cual hay otro armario, wáter y ducha.
Al final del pasillo, hay otra puerta que conduce al camarote grande, entrando en él, en el lado de estribor, pegada por un costado y la cabecera, está la cama doble, al otro costado, hay una mesita, también adosada al panel de popa, es este lugar, debajo de la mesa Ricardo colocó el baúl. A una altura de un metro sesenta centímetros y en ambos costado, hay dos ventanillas alargadas que se pueden abrir, como los ojos de buey abatibles hacia arriba, por el interior de estas, hay unas cortinillas muy tupidas para evitar la claridad del amanecer.
A proa del salón, está la otra puerta, en el centro del mamparo, a la derecha, estribor, está el puesto de gobierno, a la izquierda de la puerta, y de espaldas al sofá, la mesa de cartas, donde se guardan las cartas de navegación y los útiles necesarios. Esta puerta lleva, bajando otros dos escalones, a un armario a estribor, un lavabo completo a babor y dos literas en forma de uve y unidas por los pies, al frente, aquí, es donde se aloja Ricardo cuando lleva pasajeros.
Viendo que Cerbero no se separaba de él, decidió darle un pequeño paseo por el muelle, así lo cansaría un poco y estuviese más tranquilo durante las veinticuatro horas que tendrían de viaje al día siguiente.
Media hora después regresaron al barco, el animal se quedó en el salón, y Ricardo se fue a su camarote donde durmió de un tirón hasta las siete que le sonó el despertador.
Ricardo se levantó, preparó café para el desayuno y avisó a Lara con una voz, al rato apareció vestida más normal, llevaba un chándal azul marino y unas bambas, el pelo lo llevaba recogido y una gorra encima, Ricardo le había advertido contra las insolaciones, ya que ella no parecía tomar el sol con asiduidad y su piel era blanca en exceso.
A las ocho y media, soltaron amarras y salieron del puerto a motor, Lara no tenía ni idea de navegación, así que como Ricardo era experto y además lo llevaba todo bastante automático, ya fuera del puerto, puso rumbo al viento, una ligera brisa que soplaba, desenrolló la mayor, sacó el génova y con el piloto automático fijó el rumbo, el viento era poco pero favorable, si seguí así, en unas seis horas pasarían al norte de las  Islas Columbretes, pasadas éstas pondrían ya rumbo directo a Ciudadela, una vez fijado el rumbo, desenrolló también la mesana y el barco se estabilizó, la mar estaba casi plana y les cogía por el NW, casi por popa, con lo cual cabeceaba muy poco, lo malo era el calor que iban a pasar. Eran unas 156 millas marinas, con lo cual, tardarán una 26 horas si todo va bien.

CAPITULO III
El día 21, sobre las 12, llamaron  al canal del Náutico de Ciudadela, encontraron amarre de casualidad, en las fiestas de S. Juan en Ciudadela, no cabe ni un alfiler, tuvieron suerte porque llegaron dos días antes, aún así, les asignaron amarre en el dique sur, con lo cual hay que dar toda la vuelta para llegar a los lavabos, pero bueno, por lo menos hay más tranquilidad.
Lara esperaba a su novio para el día 22 a la hora de comer, dijo que estaba muy cansada del viaje y que no se movería del barco, solamente quería dormir. Ricardo se encontró libre para ir a visitar a unos amigos.
Volvería a la hora de cenar.
Para dejar a Lara libre de molestias le dijo que si quería se llevaría a Cerbero, cosa a la que accedió y se encontró libre de compromisos. En animalito pareció enterarse de todo y se puso a saltar de alegría. Ricardo, al que gustaban los animales, se dio cuenta de que el perro era un capricho de la niña.

Por la noche, a eso de las nueve, llegó Ricardo con Cerbero al barco, Lara estaba recostada en el sofá, comiéndose un bocadillo con una cerveza y viendo la televisión. No había salido del barco para nada. Ricardo le preguntó si quería cenar.
No, con este bocadillo tengo bastante, no soy de mucho comer. Dijo Lara y añadió luego, mañana, sobre el medio día vendrá mi novio, no queremos que se nos vea mucho, él es un poco conocido y pasaremos la mayor parte del día en el barco, tú puedes hacer lo que quieras, pero el día 23, si el tiempo lo permite, querríamos salir, como quedan siete días de alquiler, iremos a Túnez, allí desembarcaremos y tú quedarás libre, te pagaremos un suplemento por las molestias y el trayecto más largo.
Bueno, no era lo previsto pero tú pagas y tú eliges, yo ahora me voy a dormir, mañana, cuando venga la persona que esperas, si no hay ninguna novedad, yo estaré en casa de mis amigos y de fiesta, seguramente pasaré la noche en con ellos, si hubiese alguna novedad, ya tienes mi teléfono móvil.
Vendré por la mañana y zarparemos al medio día, las previsiones son buenas y el veintiséis podemos estar en vuestro destino. Lo que no puedo es llevarme a Cerbero conmigo este día y medio, os tendréis que hacer cargo de él, le respondió Ricardo.
Dicho esto, se preparó un bocadillo y una cerveza y se fue al exterior a cenar y fumar allí. Le desagradaba el perfume o colonia de la niñata, como él ya se había habituado a denominarla, era un olor dulzón, en exceso, a jazmín.
A media mañana del día siguiente, se marchó de nuevo con sus amigos, Ciudadela ya hervía con los viajeros que habían llegado para las fiestas, antes de nada, pasó por las oficinas del club y les dijo que le preparasen la cuenta para el día siguiente, que se tenían que ir. Lamentaba no quedarse a la fiesta pero no era la primera vez que estaba, de hecho, normalmente Ciudadela para S. Juan y Mahón para la Virgen de Gracia en Septiembre, eran charter casi seguro. Además, para él Menorca le traía recuerdos muy especiales.

CAPITULO IV
Despuntaba el sol cuando llegó al puerto, la luna llena no se distinguía en medio del cielo, el viaje a Túnez sería con luna llena, no había previstas nubes con lo cual la travesía sería más agradable.
Al subir a bordo, vio a Cerbero echado y con cara de estar aburrido, lo llamó y salió corriendo detrás de él, dieron una vuelta por el muelle y el animal pareció revivir.
Cuando subió de nuevo al barco, se fue a su camarote, no se oía nada, la noche anterior habría llegado el novio y ahora estarían descansando.
Se duchó, preparó el desayuno, luego cogió las cartas correspondientes y marcó el rumbo en ellas, pasarían por el sur de Menorca, por el canal que le separa de Mallorca y luego ya sería rumbo directo, si el tiempo acompañaba, llegarían a Túnez a media mañana del día veintiséis. Gravó los datos en el GPS, recogió todo lo que podía molestar durante la navegación, revisó las velas, comprobó la carga de la baterías, vio que las placas solares que llevaba estaban cargando y luego, desde la puerta que bajaba a los camarotes de popa dio una voz a la pareja para que despertasen y desayunasen mientras él iba a las oficinas, luego zarparían.
En la oficina, que había abierto hacía un momento, la gente, dos administrativas y un marinero, comentaban que en una cala, cerca de Ciudadela, había aparecido esta mañana, el cuerpo destrozado de unas personas, no se sabía ni si eran hombres o mujeres, los cuerpos estaban desperdigados por el suelo y la piel y la carne arrancada a trozos, según comentarios de las personas que llegaron a verlo, incluido el juez y el forense, había sido atacado por una jauría de perros salvajes, pensaban que eran dos por los dos cráneos pelados que aparecieron.
Ricardo, que era por lo natural, persona sensible, se le puso muy mal cuerpo pensando en aquello.
Llegó al barco y los chicos no se habían despertado, los llamó de nuevo y como viese que no se levantaban, bajó al camarote y llamó al marco de la puerta, ya que ésta estaba abierta, al no sentir respuesta, entró, la cama sin deshacer, todo estaba en orden, en realidad el único vestigio de la pareja era el baúl y un pequeño maletín de piel encima, que pensó que sería del novio. Lo cogió entre sus manos y comprobó que no estaba cerrado con llave, lo puso encima de la mesa y lo abrió, solamente había una muda de ropa interior, un par de camisas y un pequeño neceser con efectos personales, debajo de todo esto, había un Corán.
Eran las diez y media, cogió su móvil y vio el teléfono de Lara, llamó al número y le dio un mensaje de apagado o falto de cobertura.
A las once y medía bajó al camarote grande otra vez por si descubría algo, vio que los candados del baúl se encontraban abierto y miró dentro, estaba lleno de ropa,  parecía no haberse estrenado, toda ella era árabe, chilabas de hombre y de mujer, algún caftan de gran calidad y vivos colores, babuchas, hiyab de diferentes colores para la cabeza y luego ropa interior de hombre y mujer. Siguió rebuscando y encontró dos pasaportes en una cartera de piel, los abrió y vio que eran nuevos, uno con la foto de Lara y el otro a nombre de un chico árabe, eran pasaportes marroquíes, pero le extrañó una cosa, las únicas anotación que tenían eran un sello de  salida de España el 23 de junio y el sello de entrada en Túnez con fecha 26 de junio, es decir, para pasado mañana. Siguió buscando y encontró tres sobres abiertos y con la solapa para dentro, entre los tres calculó que habrían unos quinientos mil € en billetes la mayoría de 500 y luego una parte de 200. Guardó todo como estaba y cuando fue a cerrar descubrió en una bolsa que había con una cremallera en la tapa un teléfono móvil apagado y otro Corán, pero éste traducido al español.
Ricardo ya no sabía qué pensar, se dirigió a la oficina, por ver si sabían algo, pero con la excusa de ver las previsiones del tiempo, además comentó que el nuevo destino, sería Cartagena.
Poca cosa se sabía más, que la chica vestía un traje negro, largo y que él parecía ser tan joven como ella y parecía haber vestido con vaqueros y un suéter. Cogió una copia de las previsiones y salió de la oficina hacia el barco, tendría vientos del sur, así que sobre la marcha cambiaría el rumbo, se dirigiría a Córcega.
Llegó al barco, soltó amarras y cuando llegó a la bocana del puerto, tomo rumbo S como si efectivamente fuese a Cartagena, navegaría unas cuantas millas hasta salir de la vista de Menorca, luego iría hacia el E y luego remontaría hacia el NE. Al salir de  la bocana del puerto, se dio cuenta de que Cerbero estaba a su lado. Era un animal muy bonito y cariñoso, pero seguramente tendría un problema, en muchas regiones de España, los perros tienen que llevar un chip identificativo, lo solían poner en una oreja y si no en un lateral del cuello, es del tamaño de un grano de arroz y como está en la epidermis, con tacto se puede localizar.
Llamó al perro, que vino solícito, lo cogió en brazos y no localizó en las orejas, palpó por el cuello y después de varios intentos, lo encontró en el lado izquierdo. Cogió de un cofre al lado del timón un cúter que llevaba y con la punta de éste y con gran destreza, con una pequeñísima incisión le extrajo el chip, el animalito dio un pequeño gruñido, Ricardo puso un algodón con alcohol y le limpió la herida que no llegó ni a sangrar. Tiró el chip por la borda y se rió pensando si se lo tragaba un pez.
La navegación era tranquila, cuando a eso de las siete de la tarde ya había cogido rumbo NE  hacia Córcega, bajó al camarote grande, abrió el baúl, sacó el dinero y lo distribuyó envueltos en  tres bolsas de plástico, las selló con cinta aislante y las escondió pegándolas en el suelo, por debajo, en las sentinas de los tres camarotes de popa, cada una en uno, cogió el maletín pequeño y lo metió en el baúl, éste con gran esfuerzo, lo subió a cubierta, hizo un repaso por todo el camarote de cualquier resto del paso de la pareja e incluso limpió con un paño cualquier huella que hubiesen podido dejar. Una vez en cubierta, con un taladro de batería, buscó en el arcón de las herramientas una broca tipo corona, de unos 30 centímetros hizo varios agujeros por todos los lados del baúl, luego cortó unos treinta metros del cadenote del ancla de popa, es decir, unos cincuenta kilos de peso, y lo metió dentro. Luego lo tiró al agua en un sitio que las cartas marcan unos mil doscientos metros de profundidad, le pasó un cabo por las asas, por poderlo recuperar si no se hundía, entró el agua por los agujeros y con el peso de la ropa mojada y el cadenote, se sumergió por completo, soltó uno de los extremos del cabo y estiró del otro hasta recuperarlo.
El resto del día Ricardo lo pasó oyendo la radio por si decían algo de la pareja que él estaba seguro que eran Lara y su novio, lo que más le extrañaba, era las fechas de los pasaportes, parecía como si quisieran entrar en Túnez sin que nadie lo supiese, ¿Y por qué llevaban tanto dinero? ¿Serían delincuentes o traficantes? A Ricardo se le pusieron los bellos de punta, tembló pensando que si el dinero era de la droga, esa gente no se andaba con chiquitas y lo localizarían en el fin del mundo.
Ya había entrado la noche, conectó el radar al piloto automático y la alarma por si daba alguna cabezada, aunque cuando viajaba en solitario dormía en cubierta, al costado del timón.
Dio de comer a Cerbero y éste no quiso, incluso le gruñó, se acordaba quizás del corte para quitarle el chip.
A la media hora el perro empezó a gruñir a comportarse de una manera extraña, se fue al salón y se quedó allí, no había probado bocado ni bebido agua, seguía gruñendo, cada vez más fuerte.
 Al fin salió por el horizonte la luna llena y Ricardo entró al salón a buscar tabaco y a prepararse un whisky, no tuvo ni tiempo de entrar, lo que vio le hizo orinarse en los pantalones, una figura monstruosa saltó sobre él, tenía forma de perro, pero de más de un metro de alto, con tres cabezas con unos dientes de más de cuatro centímetros en unas encías rojas como la sangre, una espuma espesa le salía de entre los dientes, en el color del pelo y la pechera eran como Cerbero, las orejas iguales pero más grandes Ricardo saltó hacia atrás y esquivó el primer ataque, luego corrió hacia las escaletas laterales que subían al palo mayor, cuando ya subía, notó como una de las bocas había lanzado un mordisco sobre su pierna izquierda a la altura del gemelo, el traje de agua que se había puesto sobre los vaqueros para evitar la humedad de la noche le salvó de una dentellada y solamente le había clavado un colmillo, esto le hizo correr más y trepar varios metros, al fin se vio a salvo, la fiera gruñía por sus tres bocas, incluso hubo un momento que una cabeza atacó a la del otro costado.
Ricardo temblaba y sudaba a la vez, no había visto monstruo más raro en su vida, luego empezaron a pasar imágenes por su mente, de repente le vino una y ya no se borró, estampas de la mitología, un nombre se asoció a la imagen que vio de niño en un grabado y  que le había hecho tener pesadillas muchas noches, Cancerbero, el guardián de la puerta de los infiernos.
 Rezó y rezó para que no pudiese llegar hasta él, estaba ya más arriba de la mitad de mástil, buscó y encontró el cinturón del pantalón que llevaba debajo, con él se sujetó al mástil, los pies le reposaban sobre una cruceta de éste, esperaba que no soplase más viento que la pequeña brisa que había porque le podría poner en peligro.
Suerte que era la noche más corta del año y pronto amanecería.
Hombre, pensó, había oído hablar varias veces de la rueda de santa Catalina, un fenómeno que se veía al amanecer del día 24 de Junio. Si era verdad hoy tendría ocasión de verla y muy clarita, desde la primera fila.
Cuando iba llegando el amanecer, la bestia parecía calmarse, cuando salió el sol, en un amanecer que le pareció a Ricardo el más radiante, comprobó que la bestia iba disminuyendo de tamaño, al igual que sus tres cabezas.
Cuando el sol calentó la banda de babor del barco, el perro había recobrado su tamaño y estado natural y estaba llorando a los pies del mástil.
Ricardo había sacado sus conclusiones, la noche anterior, Lara y su novio habrían sacado a Cerbero a pasear, se encontraron en la cala al lado de Ciudadela con que salía la luna llena y la fiera se abalanzó sobre ellos y organizó la matanza de los dos chicos, luego se retiraría a cualquier rincón y por la mañana volvió al barco.
Ricardo pensó, había visto la luna llena esta noche por segunda vez, todavía quedaban noches con luna llena, bajó con sumo cuidado y vio que el animalito se le acercaba, lo cogió en brazos, no sabía si tenía culpa de nada, pero se fue a sotavento y sin que se diera cuenta lo tiró al agua lo más fuerte que pudo.
Vio como no hacía por nadar, se quedó estático a flor de agua y con la mirada de fuego que tenían las tres cabezas de la noche anterior, no hizo ningún movimiento, se diría que sabía que todo movimiento que hiciese terminaría agotándolo. En cinco minutos ya no se veía.
Ricardo cambió de rumbo, ya no hacía falta esconderse tanto, sabía cómo había sido la desaparición y nadie podía relacionar a los chicos con él, viró al W, iría a la Costa Brava, allí decidiría el nuevo destino.
Cogió el botiquín, se desinfectó la pierna y la curó, luego le puso un vendaje y se dispuso a prepararse una abundante comida.
CAPITULO V

La madrugada del día 26 avistó tierra, era Blanes, en la Costa Brava, allí era un buen sitio para fondear. Primero se acercó a la gasolinera del club, llenó los depósitos de agua y rellenó lo que le faltaba de gasoil, luego se dirigió a la bahía y fondeó, bajó la balsa auxiliar y se fue al pueblo a comprar comida y bebidas y sobre todo los periódicos.
Cuando volvió se tiró al agua, nadó un rato y luego preparó comida y se dispuso a leer los periódicos.
No habían identificado los cuerpos de Menorca todavía, estaban estudiando el ADN. Por lo demás, todo seguí igual, la economía no levantaba cabeza y los políticos habían desenterrado el hacha de guerra porque se aproximaban las elecciones.
A la mañana siguiente, volvió a bajar a tierra con la balsa auxiliar, hay por el lado sur de la bahía unos peñascos, a los que llaman “La puerta de la Costa Brava” en la playa del costado, hay barcas varadas en la playa, siempre encuentra algún pescador que le eche una ojeada a su balsa. Luego se adentra por las calles del centro del pueblo y compra lo que necesita.
Ese día, cuando compraba frutas y verduras en el paseo central del pueblo, allí ponen cada día sus paradas, vio que un hombre le miraba sin quitarle ojo, era aproximadamente de su misma edad pero algo más grueso, y el caso es que le resultaba conocido, el hombre se acercó a él y le dijo:
Perdone, ¿Vd. no es Ricardo?
Ricardo, con todo el estrés que llevaba encima le contestó:
No, no soy Ricardo, me llamo Francisco y he venido de vacaciones, Las últimas palabras no se le oyeron, asustado de que le hubiesen identificado por todo lo pasado, dio media vuelta y salió dando grandes y rápidos pasos, llegó a la playa, puso el fuera borda en marcha y se fue a su barco, una vez allí, izó la balsa, puso el motor en marcha, levantó el ancla y salió a motor rumbo al S. Cuando ya había hecho unas cuantas millas y no se le podía ver desde tierra, izó las velas y cambió el rumbo al N aprovechando que los vientos eran propicios, había decidido ir a algún pueblo cercano a la frontera de Francia, donde podría esconderse.
Llevaba ocho horas navegando cuando se serenó y empezó a leer los periódicos que había comprado, mientras tanto no se quitaba de la cabeza la cara del hombre barbudo.
De pronto se sobresaltó, en uno de los periódicos leyó:
“Corren rumores de que la hija de un político español, ha desaparecido, al parecer, por una indiscreción de uno de sus allegados, le había dejado una nota a su padre diciéndole que quería vivir tranquila con su novio donde nadie los conociera. Hasta la fecha no se sabía nada de ellos. Ricardo se cogió la cabeza con las manos, se estiró del cabello y dijo: ¡Dios! La que se ha liado o se va a liar”.
CAPITULO VI
Llegó al puerto de La Escala, casi al comienzo del golfo de León y bastante cerca de la frontera, y como es un puerto bastante grande, decidió pasar unos días allí, además, quería arreglar unos papeles, así que pagó el amarre para 15 días y dijo que tenía unos asuntos urgentes que arreglar, preguntó cómo podía ir a Barcelona, se lo indicaron y al día siguiente partió en un autobús de línea hasta Gerona, donde cogió el primer tren que salió para Barcelona, quiso alquilar un coche, para lo que se fue al aeropuerto del Prat, porque allí pasaría más desapercibido.
Cuando llegó a Barcelona, de pronto le vino a la memoria la imagen del barbudo, era Pedro, el amigo de Vicente y suyo, hacía años que no los veía, desde el asunto de los caracoles.
Cogió el coche de alquiler, y por la misma carretera de Tarragona, se dirigió a Benicarló, donde tenía el pequeño apartamento donde vivía, cuando llegó hizo lo que tenía por costumbre desde Menorca, comprar todos los periódicos de tirada nacional, recogió la correspondencia,  abrió la casa la casa y revisó por encima como estaba todo, la Sra. de la limpieza había pasado por allí, lo hacía una vez por semana cuando estaba fuera, a regar las plantas, echar una ojeada y limpiar si hacía falta. Tenía que ir al banco, a arreglar unos papeles, pero ya era tarde, iría mañana por la mañana.
Se preparó algo para cenar y se puso a escuchar la tv mientras revisaba el correo, nada, cuatro facturas, varios anuncios y el aviso de pasar a recoger la nueva tarjeta de crédito por el banco.
Revisó la prensa de arriba abajo, nada, no salía nada sobre los hechos, todo parecía tranquilo menos los políticos de España en periodo de elecciones, la crisis cada vez se veía más negra, pero nada más.
A la mañana siguiente fue al banco, arregló lo de la tarjeta y otras cosillas, luego consultó dónde se podría invertir un dinero que le tenían que pagar y prefería algo que aunque no le diese mucho, tampoco se viera demasiado.
Terminadas las gestiones, le dejó a  la Sra. Herminia un sobre con dinero para que se cobrara lo que le correspondía y por si salía algún imprevisto, le dio el número del  teléfono de tarjeta prepago y le dijo que estaría ausente seguramente un par de meses.
Cogió el coche y se dirigió al aeropuerto de Madrid, allí devolvió el coche y se fue a  la estación del AVE, sacó un billete para Barcelona en el primer tren, subió a él, se puso los auriculares para oír música y entornó los ojos, pero no durmió en todo el viaje, por entre los párpados medio abiertos tenía controlado todos los movimientos del vagón.
Ya en Barcelona, cogió un tren que le llevó muy cerca de La Escala, a Figueras y allí un autobús de línea que lo dejó en el centro de La Escala, desde allí, andando, fue hasta el puerto en el otro extremo, su barco estaba como lo había dejado, nadie parecía mirarle o vigilarlo, pasaba totalmente desapercibido. Entró en las oficinas y preguntó si había algún recado para él, nada, negativo, ninguna noticia decía nada de los muertos en Menorca, en realidad la única persona que podía relacionar a Lara él era el taxista que la había llevado a la puerta de la marina de Benicarló y no vio el barco y a él, era de noche y bastante trabajo tenía con bajar el baúl del coche.
Pasó 15 días en el barco, no dejándose ver mucho, le llamaros un par o tres veces para alquilarle el barco, pero pensó que era mejor decir que estaba ocupado para el resto del verano, todas las veces comentó que estaba en diferentes puertos del Mediterráneo español.
Cuando pasaron los quince días que había pagado de amarre, se marchó, en el club dijo que iba a poblaciones del sur de Francia y puso rumbo hacia el norte, como hacía buena mar, decidió pasar el peligroso cabo de Creus y quedarse en LLansá, a muy poco tiempo de Francia, en un pueblo marinero que ahora,  estaba a rebosar y con constantes entradas y salida de embarcaciones de recreo.
Llevaba ya siete días comprando la prensa cada día, había llamado a la Sra. Herminia por si había novedad y nada, Ricardo se iba relajando, se comportaba como un turista, incluso conoció a una turista francesa, algo más joven que él y pasaron cuatro días, hasta que ella se fue a Paris incluso le dio sus señas por si se acercaba por allí.
El día 25 de Julio, por la mañana, hizo lo que cada día desde que marchó Michel, la francesa, desayunó y se fue a andar y a comprar los periódicos, luego se sentó en la terraza de una bar a tomar otro café y a leer la prensa, nada, todo tranquilo cuando en la última página, una pequeña nota, fechada el día 25 en Porto Pino, Cerdeña, en la playa habían aparecido dos cuerpos, al parecer una pareja, totalmente mutilados, parecía que los hubiese atacado unos lobos, animales que por allí no había.
Ricardo se puso pálido, se levantó, dio medio tumbo, no llegó a caer, pero el camarero se dio cuenta y le pregunto:
¿Se siente mal?
No, ha sido un pequeño mareo, pero ya se ha pasado, gracias.
Se alejó de allí y dijo para sí:
 ¡Dios mío! Si lo tiré a más de 100 millas de allí, no puede ser… salvo que sea el mismo… demonio.
FIN





*NOTAS del autor:
Babor es la parte izquierda de un barco mirando hacia delante.                                              Estribor es la parte izquierda.                                                                                                               Proa es la parte delantera.                                                                                                                   Popa es la parte trasera.                                                                                                                            La línea imaginaria que une el punto central de popa con el de proa, se llama línea de crujía, todo lo que está al lado derecho de esa línea se dice que está en la banda de estribor, si está en el lado izquierdo se dice que está en la banda de babor. 
Se llaman mamparos a los tabiques o medio tabiques que hay dentro de un barco, se usan como paredes, pero su cometido es reforzar la estructura del barco.                                                                                                           Una mesa de cartas, no es porque en los barcos se juegue, los mapas marinos, se llaman cartas y son bastante grandes y no se deben doblar, hay que estar siempre, en las travesías, trabajando con ellas, haciendo mediciones y marcando el rumbo que tiene que llevar el barco  la mesa que se usa para este cometido, se llama mesa de cartas.                                                                                                         El foque es una vela triangular que va a proa del barco, existen básicamente tres tipos, el más grande se llama génova, el mediano es el foque y luego los hay más pequeños que se llaman tormentín.                                                                                                                                                     Si el barco tiene dos palos o mástiles, como en este caso, el delantero es el palo mayor, el otro el  mesana, el palo de mesana básicamente lleva una vela que se llama mesana, como el mástil.                                                                                                                                                            El velero que lleva dos palos, pero el de popa es más bajo, se llama ketch, como el de Ricardo



jueves, 20 de agosto de 2015

LOS CARACOLES (Yo confieso)

Un día más de este verano atípico y un relato, completo, ya poblicado pero ahora entero, para poderlo leer de un tirón y sin tener que esperar a la próxima semana.

Y ahora.........

Los caracoles

El “Ricardo” de este relato era yo, la úlcera también existió, la foto de Vicente y mía, está tomada en Blanes, en el castillo de San Juan y no corresponde ni a la época ni al lugar, nos la hizo su mujer una vez que fueron a Blanes y me localizaron después de muchos años que nos habíamos perdido la pista.

La sanadora que se cuenta, por lo visto vivía en las cercanías de Morata de Tajuña, población al sur de Madrid y ni que decir que me negué a ir, conocía a alguien que me facilitó el poder comprar en Andorra “Roter”, no sé si fue aquello o qué pero desapareció la úlcera y no probé los caracoles, que de la única forma que los como es a la “LLauna” asados y con alioli.

RELATO

LOS CARACOLES

Pedro Fuentes

CAPITULO I

Ricardo terminaba de salir del médico, su semblante era de preocupación, el otoño de Madrid, frío y lluvioso no parecía molestarle, andaba meditabundo, con las manos en los bolsillos del abrigo jaspeado.

Iba caminando por medio del bulevar de Alberto Aguilera rumbo hacia la glorieta de Bilbao, aunque en realidad no le importaba ni iba a ningún sitio determinado, simplemente pensaba y sus pensamientos no se apartaban de la consulta del doctor, no había duda, el diagnóstico era claro, tres úlceras gastrointestinales.

El tratamiento largo y un cambio de vida radical, eso le recordó tres cosas. Una, la primera, sacó un paquete de tabaco, cogió un cigarrillo, se lo puso en la boca y lo encendió, pensando que sería el último.

Dos, no podría beber.

Tres, había quedado con su amigo Vicente en la glorieta de S. Bernardo, menos mal que había cogido el rumbo adecuado, ya estaba casi llegando.

Pasó la calle Vallehermoso y por delante del cine Conde Duque, a donde querían ir a ver “La semilla del diablo”.

Llegó casi con el tiempo justo, por el por el lado superior de S. Bernardo llegaba Vicente con otro viejo conocido, Pedro.

Vicente y Pedro son dos buenos amigos, Vicente, más serio, formal, apasionado de la poesía, parecía un poeta de la generación del 98 enjuto, grandes ojeras, Pedro es más alegre, se diría que demasiado, se toma la vida con descaro, delgado, un bigotillo que no termina de cuajar y apasionado con el teatro, ahora está dando sus primeros pasos en una compañía amateur.

Los dos se conocen del colegio, Ricardo empezó siendo amigo de Vicente entre los tres y cuatro o cinco más hicieron un grupo muy peculiar, no les unía casi nada, salían juntos desde hacía años, se lo pasaban bien, muy jóvenes empezaron a organizar guateques, generalmente el casa de Vicente, que era donde más espacio había y donde la familia “dejaba”.

Con el tiempo se fueron disgregando, unos porque se emparejaron con alguna chica y otros porque siguieron caminos muy diferentes.

Se encontraron y viendo la cara que traía Ricardo, le preguntó Vicente:

 ¿Te ocurre algo?

Eso, porque traes una cara que ya, comentó Pedro.

¿Por qué no vamos a una cafetería y os lo cuento?, dijo Ricardo.

Si no vamos al cine, podemos ir a la glorieta de Bilbao a Yucatán, allí estaremos tranquilos y podremos charlar, dijo Pedro.

Sin más comentarios empezaron a andar hacia el sitio señalado.

Yucatán es una cafetería larga y estrecha, con una barra a la izquierda, luego, al final hay una escalera y arriba un salón con mesas, que son utilizadas en las tardes frías por parejas y estudiantes o grupos pequeños de amigos.

Pedro es bastante asiduo y suele venir con alguna chica o compañeras del grupo de teatro para leer y memorizar alguna obra.

Los tres se sentaron en una mesa y pidieron café Vicente y Pedro, Ricardo  un vaso de leche fría.
Bueno, espetó Vicente, ¿qué te ha dicho el médico?

Tengo tres úlceras gastrointestinales, se acabó fumar, beber y comer todo lo que me gusta, además de un montón de medicinas, un jarabe y unos polvos parecidos al bicarbonato.

 El caso es que hay un medicamento que dicen que es muy bueno, pero solamente se puede comprar en Andorra o en Francia, Roter. 

Sí, dijo Pedro, recuerdo que mi padre lo había tomado, creo que se lo traían de Canarias.

Una cosa, dijo Pedro de nuevo, ¿Recordáis a aquella novia mía, Isabel?

Cómo no, dijo Vicente, haciendo un aspaviento nos ponías 40 veces el disco de Chales Aznavour en cada guateque.

Bueno, pues cuando acabó Magisterio la enviaron a un pueblo por la carretera de Cuenca, Morata de Tajuña, yo estuve allí, unos críos me abollaron el 600 con una piedra porque casi atropello a un cerdo que cruzó la calle, pero un cerdo de cuatro patas, bueno, dos y dos jamones.

Pues me dijo Isabel que se había torcido un tobillo y la llevaron a una especie de bruja sanadora por allí y le hizo unas friegas y salió andando de allí como si nada, aquella tipa curaba todo.

¿Por qué no cogemos el coche y vamos de excursión? Por probar no se pierde nada, está a unos treinta y tantos quilómetros.

¿Tú crees que esa mujer sabrá algo de úlceras? Le dijo Ricardo.

 Ni idea, pero nos vamos a pasar una tarde estupenda riéndonos de los hechizos que te hagan, y lo mismo Vicente escribe algún poema y yo estudio al personaje por si algún día hago “Las brujas de Salem”.

CAPITULO II

Cuatro días después, a media mañana, habían quedado en comer unos bocadillos por el camino, salieron de Argüelles camino de la carreta de Cuenca los tres amigos en un 600 azul de Pedro.
La idea era llegar a Morata y una vez allí preguntar, por lo que Pedro sabía, Isabel ya no estaba allí de maestra, además había perdido su rastro hacía algún tiempo.

El tiempo era incluso caluroso para las fechas en que estaban. Llegaron a Morata y pararon en  un bar en la Plaza Mayor, enfrente del Ayuntamiento.

Mientras tomaban dos cafés y un vaso de leche, preguntaron al que parecía dueño y camarero si sabía de una mujer que tenía fama de sanadora.

Si, contestó el interpelado, pero no es aquí, en Morata, tienen que ir por la calle que sale al lado derecho de la iglesia, en esta plaza y siguen hasta que terminan las casas y empieza una carretera asfaltada, estrecha y con muchos agujeros, cuando lleguen al cartel de fin de Morata, a cosa de medio kilómetro, entre dos chopos, a la derecha, verán un camino de tierra, entran por él y pasada la primera curva, a la derecha, verán una casa que parece abandonada, pero que no lo está, si se fijan suele haber un par de cabras atadas delante y además le saldrán dos perros ladrando, son mansos, pero no bajen del coche, paren a la altura de las cabras y llamen, sin salir del coche, a la Sra. Herminia, ella saldrá y amansará a los perros, entonces podrán salir, ella es la sanadora y algo bruja según dicen.

Se metieron en el coche y siguieron las instrucciones al pie de la letra, a los veinticinco minutos estaban al lado de las cabras y gritando a tres voces por la Sra.  Herminia entre ladridos de los dos perros.

Al fin salió de la casa una mujer muy gruesa, con una bata de andar por casa y mandó callar a los perros, luego les dijo a los tres amigos que bajaran, cosa que hicieron, momento que aprovechó el macho de los dos animales para mear la rueda delantera derecha, mientras que la perra, moviendo el rabo se acercó a Ricardo como si supiese que las próximas comidas serían gracias a él.

¿Qué se les ofrece? Preguntó la Sra.

Pedro, que iba por delante le respondió:

Nos han dicho que Vd. es sanadora y traemos a este amigo, que últimamente sufre de muchos dolores de barriga y no se le pasan con nada, para ver si sabe qué le puede pasar y cuál es el remedio.

Que pase él solo,  voy a tener para una media hora, Vds. dos pueden pasear, tengo para unos tres cuartos de hora, pueden tirar por ese camino y llegarán hasta un riachuelo que les gustará, no se preocupen si los perros les siguen, cuando se cansen volverán solos.


Vicente y Pedro, aficionados a la fotografía cogieron sus respectivas cámaras del coche y se fueron al río.
Pasaron el tiempo sin pensar, incluso descubrieron unas ruinas donde pudieron poner una cámara para hacerse una foto con el automático.


Transcurridos los 55 minutos, regresaron al coche, Ricardo ya había salido de la casa y estaba sentado en una piedra mirando las cabras.

¿Has solucionado algo? Dijo Vicente deseando que su amigo sanara.

Si,  ¡Jo!  Sin decirle nada supo lo de las úlceras, me ha dado unas bolitas blancas, viscosas y que me parecía como si estuviesen vivas y medio litro de agua entre antes y después para tragarlas, le he preguntado cuánto le debía  y me ha dicho que la voluntad, o sea, ¡mil pelas!.

Luego me ha dicho que los próximos tres días tengo que pasarlos a base de ensaladas de lo que yo quiera y toda la que quiera pero sin vinagre y sin sal.

¡Me cago en diez!, eso no hay quien lo pase, dijo Pedro, amigo del buen beber y buen comer, bueno, en fin, que sea por ti, ahora vamos a un bar, pedimos una lechuga y Vicente y yo nos repartimos tu bocadillo con unas cervecitas.

CAPITULO  III

Habían pasado ya dos meses cuando se volvieron a encontrar Pedro y Vicente, este último tenía la lectura de unos poemas suyos en una tertulia y Pedro, invitado, no pudo negarse, a Ricardo no logró encontrarlo. Cuando los dos amigos se encontraron preguntaron por él, ninguno sabía nada, se extrañaron y decidieron ver de localizarlo al día siguiente.

Vicente tenía las llaves del apartamento de Ricardo, ya que era la persona más allegada que tenía.
Ricardo que era muy  reservado, nunca hablaba con nadie de su familia, todos sus amigos, pocos, sabían que había llegado a Madrid para estudiar y  nadie sabía incluso de dónde era, una vez, en plena borrachera les había confesado a los dos amigos una historia rarísima sobre un tiovivo, pero como Vicente y Pedro estaban casi en el mismo estado lamentable que él, tampoco se enteraron mucho de la historia.

Decidieron ir al apartamento, preguntaron a la portera y ésta les dijo que hacía un par de meses que no lo veía.

Subieron ambos al cuarto piso, letra F, seguidos por la portera, que también quería enterarse y abrieron la puerta, lo que allí vieron les heló la sangre, miles y miles de caracoles lo invadían todo, unos paseándose por el suelo y las paredes, otros muertos, caparazones vacío, las plantas, de las que Ricardo era aficionado, comidas hasta los troncos, pero ningún rastro de Ricardo, parecía que se lo hubiese tragado la tierra.

La portera salió corriendo y avisó al presidente de la comunidad. Este, cuando vio lo que allí pasaba, llamó a sanidad y a la policía.

Cuando Pedro y Vicente contaron lo que sabían de hacía dos meses  al comisario, éste mandó un “Z” a buscar a la Sra. Herminia.

Una vez Herminia en la comisaría, contó todo, ella no había hecho nada malo, Ricardo había ido a pedirle consejo, ella, por buena voluntad, y sin cobrarle nada, porque ella aconseja pero no cobra, lo que pasa es que la gente que es muy buena, le da algo, una gallina, un conejo, diez durillos para que se tome algo, pero ella no cobra, vive de la caridad.

Bueno, el tal Ricardo llegó con unos fuertes dolores, ella pronto vio que tenía llagas en el estómago y le dijo lo que su bisabuela le enseñó a su abuela, ésta a su madre y su madre a ella.

 Le mandó una dieta de ensaladas, mucha agua y le dio a tragar enteros, unos cincuenta huevos de caracol repartidos en diez tomas durante media hora, estos huevos, terminan naciendo en su gran mayoría y con sus babas, recorriendo el estómago, tapan las llagas y las curan, luego, después de 15 días, con los ácidos del estómago mueren los caracoles y ya está.

Por lo que dicen, los ácidos no los han matado, puede ser que se pasara de comer lechuga y beber agua, pero yo al chico, desde aquel día no lo he vuelto a ver, otras veces he dado el mismo remedio y esto no ha pasado. Dijo la Sra. Herminia con la fe de quien da una clase magistral de medicina.
El comisario, oído todo dijo:

Guardia, encierre a esta bruja en el calabozo hasta que aparezca el chico y que rece porque aparezca y bien porque como le haya pasado algo la acusamos de asesinato.

Luego empezó las averiguaciones para localizar a la familia de Ricardo, localizó el pueblo del que era y que allí no le quedaba nadie, al parecer sus padres habían muerto, y hacía poco, su hermana y su cuñado fallecieron en un accidente, tenía un tutor que era militar, pero estaba destinado desde hacía poco a Melilla.

Pedro y Vicente se dedicaron a llamar a todos los amigos y conocidos e ir por los lugares que frecuentaba Ricardo, pero todos se dieron cuenta de lo poquito que sabían de él, decía que estudiaba, pero no sabían qué, no trabajaba y sin embargo, no es que le sobrara el dinero pero parecía vivir desahogadamente.

Diez días después los dos amigos se reunieron en una cafetería en la Glorieta de Iglesias para intercambiar información. No habían logrado nada.

Pedro comentó:

Yo no sé qué ha podido pasar, ¿Tú crees que se lo han comido los caracoles?
No puede ser, quedarían los huesos, por lo menos. Sentenció Vicente.

Llevaban media hora elucubrando las muertes más extrañas para Ricardo, cuando Pedro, que estaba sentado frente a la puerta, se quedó con la boca abierta y balbuceó:

¡¡Mira!!.

Vicente miró también y se le cayó la cucharilla del café de las manos.

Por la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, apareció Ricardo.

Sus amigos corrieron hacia él, lo abrazaron y lo acribillaron a preguntas, Ricardo no sabía ni qué ni a quien escuchar. Así que optó por lo más fácil, primero nos sentamos, pido algo y os cuento todo desde el principio dijo.

Vicente, según iban para la mesa le dijo:

¿Sabes que te busca la poli?

Sí, eso ya está arreglado, contestó.

Bueno, primero quiero un whisky y vosotros pedid lo que queráis, pero hay que brindar, que yo invito.

Pidieron tres whiskys y mientras llegaban, Ricardo sacó tabaco y ofreció a sus amigos, Pedro cogió un cigarrillo y Vicente pasó porque estaba en etapa de dejarlo, las etapas de fumo, no fumo, de Vicente eran cortas e intermitentes.

Bueno, coño, habla ya, dijo Pedro.

Ricardo se echó para atrás en la silla, exhaló el humo del cigarrillo pausadamente y empezó.

Una semana después de lo de la bruja, los dolores de estómago me habían desaparecido, pero sobre todo, por la noche notaba como si el estómago hirviese, no podía comer nada, solamente lechuga y agua.

Ya no podía dormir, notaba como mi estómago se desplazaba, además se me empezó a hinchar, por la boca y la nariz me salían unas babas pegajosas y rarísimas, al orinar, el pis es verdoso, y cuando defeco todo son bolitas, al final, cuando vi lo que me ocurría, dio la casualidad que me llamó mi médico y me dijo que había unos laboratorios que estaban probando una tratamiento de choque para las úlceras, que no lo podían sacar al mercado hasta probarlo suficientemente, estaban buscando voluntarios para internarlos en una clínica particular y someterlos al tratamiento intensivo durante dos meses.

El ingreso, si me interesaba era al día siguiente, pero que no se podía decir nada a nadie.
Yo dije que si, arreglé todo rápidamente, os llamé para deciros que iba a estar fuera pero no os localicé.

 Inmediatamente, sabiendo que lo que tenía en el estómago sospechaba que eran caracoles vivos, ya que busque en una enciclopedia y vi que lo que me hizo tragar la bruja, eran huevos de caracol, me di cuenta de que con tanta lechuga y agua, con el calor del estómago habían eclosionado y crecido rápidamente, me fui al cajón de los medicamentos, cogí un frasco de sal de frutas y me tomé medio litro de agua con varias cucharadas, el efecto fue inmediato, empecé a vomitar, cada vez que lo hacía, salían puñados de caracoles, unos muertos, otros los más, vivos y muchas cáscaras vacías.

Pasé una noche de pesadilla, ya de madrugada solamente vomitaba el agua que bebía, aproveché para comer algo que fuera ácido y salado por matar lo que pudiese quedar. A la mañana siguiente, después de limpiar lo que pude, le dejé una nota a la Sra. de la limpieza, que tenía que venir.


No pudo venir porque marchó a su pueblo por enfermedad grave de un familiar, luego pasó lo que visteis vosotros y la policía, yo me pasé los dos meses en la clínica, a base de medicamentos, cuando salí de allí y llegué a casa me enteré de todo, fui a la poli y arreglé el asunto, luego os he buscado por todos los sitio y ahora entré aquí a buscaros y si no ir a tu casa, Vicente, donde nunca te  encuentro y aquí estoy.


Parece que curado, los laboratorios no lo tienen claro, y yo pienso que gracias a los caracoles.

FIN


martes, 11 de agosto de 2015

LA CABRA Y LA HIGUERA (Yo confieso)

Con motivo de un viaje, adelanto el relato de esta semana.






YO CONFIESO


La cabra y la higuera

Esta historia yo siempre he creído que era una leyenda urbana, solo que cuando me la contaron era un burro y no una cabra, además la figura del gitano no existió. El narrador de este relato, fue el mismo que el del “Tiovivo” y fue contado el mismo día y se refería al mismo pueblo de la provincia de Gerona.



RELATO



LA CABRA Y LA HIGUERA

Pedro Fuentes

En un pequeño pueblo, dedicado casi por completo a la agricultura, donde viven tranquilos y felices unos setecientos habitantes, lejos de carreteras importantes y sin ferrocarril.

 D. Florián, el cura,  descubrió, en la torre del campanario, en un sitio inaccesible, equidistante de la ventana de la campana y el suelo, una higuera de esas que germinan en campanarios y tejados de las  iglesias.

En la mata, unos pájaros están haciendo un nido. 

En el bar, según jugaban al dominó, se lo comentó a Manolo, el alcalde, Anselmo, el boticario, Francisco, el médico y a algún parroquiano más que había por allí.

 Manolo comentó que el ayuntamiento tenía una escalera bastante larga pero que no llegaba ni a la cuarta parte de la altura. ¿No se podría llegar desde el campanario?

No, dijo D. Florián, hay tanto como desde el suelo.

Anselmo dijo:ç:

Yo he oído que las cabras se lo comen todo, y más si se le ha hecho pasar algo de hambre.
Sí, hombre, dijo Francisco, vamos a buscar al gitano ese del pueblo de al lado, el que viene con la cabra, la escalera y la trompeta y como esa ya pasa bastante hambre, la ponemos allí, con la escalera al lado del campanario, le tocan la trompeta y ella solita sube y se come la higuera, se le dan veinte duros al gitano y todo arreglado.

Anselmo miró al médico como si lo quisiese fundir y dijo:

Lo que hay que hacer, es poner una cuerda desde el campanario al suelo, se ata a la cabra y se sube poco a poco hasta que llegue a la higuera y seguro que se la come.

Manolo, vio, la jugada y comentó:

Bien, eso podría funcionar, luego se dio cuenta de que los demás no habían asentido y si no salía el invento, se llevaría él todas las culpas, así que preguntó:

¿Qué les parece a ustedes, señores? Todos asintieron menos el cura, que respondió:

 No sé, no sé, yo pienso que el animal, al verse suspendido allí, por una cuerda, se asustará y no se comerá la mata.

Anselmo, que se veía dueño de la idea, intentó solucionarlo de otra forma y comento:

Si la cuerda se tira desde el campanario y llega hasta el suelo, quizás sea muy larga, si subimos a la cabra al campanario y la vamos bajando poco a poco, al ver que va hacia el suelo, irá más tranquila.

Todos asintieron  y Manolo comentó: Mandaré al alguacil a buscar al gitano y yo le  explicaré lo que tiene que hacer y que se ganará cuarenta duros.

Cuando Evaristo, el gitano de la cabra fue al ayuntamiento a tratar con el alcalde, no las llevaba todas consigo, eso de tener que ir al ayuntamiento, aunque fuese al pueblo del al lado, porque le van a ofrecer un “negocio” no le suena muy bien, en tratos con payos, puede salir muy perjudicado, pero si además de payos, son políticos….. 

Su padre se lo ha dicho siempre, si tienes que tratar con payos o políticos, guarda bien la cartera y no te fíes que son muy mala gente.

Manolo le explicó el caso a Evaristo y a éste en principio no le pareció mal pero por menos de sesenta duros, su cabra y él no trabajaban, porque yo tengo que estar debajo tocando la trompeta para que Rosita esté tranquila, dijo:

Quedaron para el viernes siguiente y por la tarde para que el lado aquel del campanario tuviese sombra, porque Evaristo había dicho que la higuera tendría que estar fría para que no le hiciese mal a Rosita que las higueras y los higos calientes son muy malos.

Se corrió la voz y el viernes, a las seis y media de la tarde la plaza del pueblo parecía de fiesta  mayor.

Eligieron a seis mozos, los más fuertes, la cabra llevaba desde las doce sin probar bocado, la habían ordeñado a las cinco y el bicho no andaba de muy  buen humor, lo de subirse a la escalera en fiestas, también con hambre y rodeada de chiquillos no le parecía mal, pero ahora presentía algo, era cabra pero no tonta.

Cuando le ataron las patas, le vendaron los ojos y entre los seis mozos turnándose de dos en dos empezaron a subir las escaleras del campanario, empezó a dar patadas.

Una vez arriba, cuando aquella gente a los que no conocía le pusieron,  una especie del cinturón que en principio le apretaba pero a base de saltar se lo soltaron un poco. Al arnés le ataron una cuerda gruesa, luego, al collar del cencerro ataron otra más fina, para poderla poner de cara a la higuera, a la voz de ya, Evaristo empezó a tocar “España Cañí” y los mozos empezaron a bajar la cabra, que dentro de lo que cabe, se había tranquilizado.

Cuando llegó a la altura de la higuera la cosa empezó a ponerse mal, no podían dirigirla bien y la planta quedaba en el culo de la bestia, cuando la intentaron girar sobre sí misma, le restregaron las ubres por las ramas, y eso no le gustó, empezó a patear para todos los lados.

 Los mozos que sujetaban la cuerda fina trataron de enderezarla, Rosita saltó, se desequilibró y no se sabe cómo, se deshizo del arnés y se quedó colgando por el collar, la pobre cabra pateaba, intentaba balar  y solamente le salía una especie de chillido,  Evaristo dejó de tocar y gritaba ¡Subirla, subirla rápido! ¡Qué me vais a matar a Rosita!

Fue una premonición, cuando Rosita llegó arriba ya era cadáver.

Cuando la bajaron, los mozos iban serios portando al pobre animal, toda la familia de  Evaristo,  que habían ido a ver la actuación de éste y Rosita, corrieron hacia ella, que yacía en el suelo, todos empezaron a llorar a la vez, si lo hubiesen ensayado no habría salido tan acorde.

¡Rosita!, ¡Rosita!, ¡Era de la familia! Ella nos daba leche y ganaba dinero para nosotros, ahora terminaremos en la ruina y sin Rosita, la mejor cabra en el mundo, y todo por culpa de estos payos que encima se ríen de las desgracias ajenas.

Después de muchos tiras y aflojas, al final Manolo, en colaboración con el cura y la colecta que se hizo en el pueblo, indemnizaron, a Evaristo, que salió llorando del ayuntamiento pero con el dinero necesario para comprarse diez cabras.

Los pajarillos se asustaron y se fueron a hacer el nido en el tejado del campanario, la higuera se secó con los calores del verano, que fue más seco de lo habitual.

Evaristo, que vio la oportunidad de su vida ahora se dedica a hacer quesos de cabra de artesanía e incluso se ha comprado a plazos un motocarro de segunda mano para ir por los pueblos cercanos vendiendo los quesos.

FIN


sábado, 8 de agosto de 2015

EL HIPOCONDRIACO (YO CONFIESO)

Antes de nada, quiero pedir disculpas por el largo periodo sin publicar relatos, pero una tormenta eléctrica me ha dejado sin CPU, Modem y antena, hasta que no han llegado los repuestos, me he visto sin Internet, pero eso me ha hecho empezar nuevos relatos y terminar algunos que estaban en el cajón del olvido.

Un nuevo relato tomado de la realidad, a veces doy las gracias a la vida porque la verdad es que me ha dado unas vivencias que considero fabulosas y a la vez una memoria que ahora, a mis años puedo recordar, aunque también hay algunas que vagamente las recuerdo, incluso nombres y caras de personas, aunque creo que como la naturaleza es sabia, a veces te ayuda a olvidar lo que no es agradable.

Y ahora………………

Yo confieso

Real como la vida misma, me la contó Inés una vez en el restaurante que ella y Anselmo tenían y al que íbamos a cenar cada viernes, era un sitio muy exclusivo, solamente podías ir si ellos daban el “plácet”.

Los viernes nos reuníamos allí varios matrimonios y amigos y después de cenar se hacía tertulia hasta las tantas.

Manolo murió tal como se relata en la historia y fue él el protagonista del susto.

RELATO

EL HIPOCONDRIACO

Pedro Fuentes

Esta historia está basada en hechos reales, por lo cual los nombres de sus personajes han sido modificados para conservar la privacidad de los mismos.

Anselmo estaba jubilado cuando Ricardo lo conoció, por la gran afición de los dos por la náutica y la pintura, pronto congeniaros, además tenían el barco en el mismo puerto y muy cerca el uno del otro.

Anselmo era el mayor hipocondriaco del mundo, su médico de cabecera ya no sabía qué recetarle, ya le había dado todos los placebos existentes.

Era tan hipocondríaco que creía tener todas las enfermedades menos las que en realidad tenía, su mujer era una enciclopedia de medicina, conocía más enfermedades y medicinas que un vademécum, su marido lo tenía todo y más fuerte que nadie, si le dolía la cabeza, o era un derrame cerebral o una embolia, si le dolía el pecho, bueno, eso era gravísimo, un cáncer, una tuberculosis, un ataque cardíaco, en el estómago podría ser cualquier cosa menos que se había pasado comiendo, porque eso sí, era un comedor compulsivo, todos sus males no se curaban, pero, se aliviaban bastante.

Cuando le dolían las articulaciones, era reuma o artrosis seguro, según él, la espalda, la tenía totalmente rota, además, se auto medicaba, Ricardo no le podía hablar de nada que fuese relacionado con la salud o la enfermedad, tampoco del hijo de Anselmo, que por cierto era médico forense.

Cómo sería Anselmo que una vez le contaba a Ricardo que había llegado a su casa de noche con su mujer, tenía muchísimas ganas  de orinar, según él por culpa de los problemas de próstata que llevaba desde hacía años y no se explicaba como el PSA no detectaba nada anormal, el caso es que con las prisas llegó al baño sin encender la luz, medio desabrochado el cinturón.

Con una mano se bajó la cremallera del pantalón y con la otra buscó entre la ropa, con las prisas cogió la punta del cinturón, la enfocó hacia donde creía adivinar el wáter y se puso a hacer pis, de pronto notó varias sensaciones, una que se estaba orinando encima y otra sensación fue que aquello que tenía entre la mano, era totalmente plano e inerte, se llevó tal susto que pensándose lo peor del mundo y tan mal se sintió que se escaparon dos lágrimas y gritó a su esposa:

 ¡¡Inés!! Mira lo que me ha pasado.

Inés corrió al cuarto de baño, encendió la luz y viendo el espectáculo  soltó una carcajada.
Anselmo al fin, armado de valor se miró entre las manos y un suspiro de alivio le recorrió, ya no le importaba ni haberse orinado encima ni las lágrimas escapadas.

Anselmo tuvo un final feliz para su hipocondría, una tarde de principio de verano, cuando todavía no apretaba  el calor, fue a hacer un recado con el coche, era de esas personas que exasperan por llevar una velocidad por lo menos treinta quilómetros por debajo de la permitida, frenaba en casi cada curva, el caso es que en un tramo de recta y en el que no había ni cuneta, tuvo un desmayo, se salió de la vía y se fue parando poco a poco, ya que no ejerció ninguna presión sobre los pedales, al fin, se acabó el recorrido contra un pequeño árbol que ni siquiera se partió.

Detrás de él iba coche cuyos ocupantes vieron lo ocurrido, pararon y corrieron a socorrerlo, cuando llegaron se percataron de que estaba muerto sobre el volante.

Después de los trámites oportunos, le hicieron la autopsia, su hijo, que era forense y quiso saber lo que le ocurrió y estuvo presente, el informe fue tajante, parada cardiaca sin motivo aparente, tenía un cáncer que se le había ramificado por todo el cuerpo, no había sufrido hasta ahora las consecuencias ni los dolores, no le quedaban ni seis meses de vida y una muerte muy dolorosa, un final espantoso, él que creyó tenerlo todo, murió sin tener nunca la certeza de que no era hipocondriaco sino un enfermo real.


FIN