Con motivo de un viaje, adelanto el relato de esta semana.
YO CONFIESO
La cabra y la higuera
Esta historia yo siempre he creído
que era una leyenda urbana, solo que cuando me la contaron era un burro y no
una cabra, además la figura del gitano no existió. El narrador de este relato,
fue el mismo que el del “Tiovivo” y fue contado el mismo día y se refería al
mismo pueblo de la provincia de Gerona.
RELATO
LA CABRA Y LA HIGUERA
Pedro Fuentes
En un pequeño pueblo, dedicado casi por completo a la
agricultura, donde viven tranquilos y felices unos setecientos habitantes,
lejos de carreteras importantes y sin ferrocarril.
D. Florián, el
cura, descubrió, en la torre del
campanario, en un sitio inaccesible, equidistante de la ventana de la campana y
el suelo, una higuera de esas que germinan en campanarios y tejados de las iglesias.
En la mata, unos pájaros están haciendo un nido.
En el bar, según jugaban al dominó, se lo comentó a Manolo,
el alcalde, Anselmo, el boticario, Francisco, el médico y a algún parroquiano
más que había por allí.
Manolo comentó que el
ayuntamiento tenía una escalera bastante larga pero que no llegaba ni a la
cuarta parte de la altura. ¿No se podría llegar desde el campanario?
No, dijo D. Florián, hay tanto como desde el suelo.
Anselmo dijo:ç:
Yo he oído que las cabras se lo comen todo, y más si se le
ha hecho pasar algo de hambre.
Sí, hombre, dijo Francisco, vamos a buscar al gitano ese del
pueblo de al lado, el que viene con la cabra, la escalera y la trompeta y como
esa ya pasa bastante hambre, la ponemos allí, con la escalera al lado del
campanario, le tocan la trompeta y ella solita sube y se come la higuera, se le
dan veinte duros al gitano y todo arreglado.
Anselmo miró al médico como si lo quisiese fundir y dijo:
Lo que hay que hacer, es poner una cuerda desde el
campanario al suelo, se ata a la cabra y se sube poco a poco hasta que llegue a
la higuera y seguro que se la come.
Manolo, vio, la jugada y comentó:
Bien, eso podría funcionar, luego se dio cuenta de que los
demás no habían asentido y si no salía el invento, se llevaría él todas las
culpas, así que preguntó:
¿Qué les parece a ustedes, señores? Todos asintieron menos
el cura, que respondió:
No sé, no sé, yo
pienso que el animal, al verse suspendido allí, por una cuerda, se asustará y
no se comerá la mata.
Anselmo, que se veía dueño de la idea, intentó solucionarlo
de otra forma y comento:
Si la cuerda se tira desde el campanario y llega hasta el
suelo, quizás sea muy larga, si subimos a la cabra al campanario y la vamos
bajando poco a poco, al ver que va hacia el suelo, irá más tranquila.
Todos asintieron y
Manolo comentó: Mandaré al alguacil a buscar al gitano y yo le explicaré lo que tiene que hacer y que se
ganará cuarenta duros.
Cuando Evaristo, el gitano de la cabra fue al ayuntamiento a
tratar con el alcalde, no las llevaba todas consigo, eso de tener que ir al
ayuntamiento, aunque fuese al pueblo del al lado, porque le van a ofrecer un
“negocio” no le suena muy bien, en tratos con payos, puede salir muy
perjudicado, pero si además de payos, son políticos…..
Su padre se lo ha dicho
siempre, si tienes que tratar con payos o políticos, guarda bien la cartera y
no te fíes que son muy mala gente.
Manolo le explicó el caso a Evaristo y a éste en principio
no le pareció mal pero por menos de sesenta duros, su cabra y él no trabajaban,
porque yo tengo que estar debajo tocando la trompeta para que Rosita esté
tranquila, dijo:
Quedaron para el viernes siguiente y por la tarde para que
el lado aquel del campanario tuviese sombra, porque Evaristo había dicho que la
higuera tendría que estar fría para que no le hiciese mal a Rosita que las
higueras y los higos calientes son muy malos.
Se corrió la voz y el viernes, a las seis y media de la
tarde la plaza del pueblo parecía de fiesta
mayor.
Eligieron a seis mozos, los más fuertes, la cabra llevaba
desde las doce sin probar bocado, la habían ordeñado a las cinco y el bicho no
andaba de muy buen humor, lo de subirse
a la escalera en fiestas, también con hambre y rodeada de chiquillos no le
parecía mal, pero ahora presentía algo, era cabra pero no tonta.
Cuando le ataron las patas, le vendaron los ojos y entre los
seis mozos turnándose de dos en dos empezaron a subir las escaleras del
campanario, empezó a dar patadas.
Una vez arriba, cuando aquella gente a los que no conocía le
pusieron, una especie del cinturón que
en principio le apretaba pero a base de saltar se lo soltaron un poco. Al arnés
le ataron una cuerda gruesa, luego, al collar del cencerro ataron otra más
fina, para poderla poner de cara a la higuera, a la voz de ya, Evaristo empezó
a tocar “España Cañí” y los mozos empezaron a bajar la cabra, que dentro de lo
que cabe, se había tranquilizado.
Cuando llegó a la altura de la higuera la cosa empezó a
ponerse mal, no podían dirigirla bien y la planta quedaba en el culo de la
bestia, cuando la intentaron girar sobre sí misma, le restregaron las ubres por
las ramas, y eso no le gustó, empezó a patear para todos los lados.
Los mozos que
sujetaban la cuerda fina trataron de enderezarla, Rosita saltó, se desequilibró
y no se sabe cómo, se deshizo del arnés y se quedó colgando por el collar, la
pobre cabra pateaba, intentaba balar y
solamente le salía una especie de chillido,
Evaristo dejó de tocar y gritaba ¡Subirla, subirla rápido! ¡Qué me vais
a matar a Rosita!
Fue una premonición, cuando Rosita llegó arriba ya era
cadáver.
Cuando la bajaron, los mozos iban serios portando al pobre
animal, toda la familia de
Evaristo, que habían ido a ver la
actuación de éste y Rosita, corrieron hacia ella, que yacía en el suelo, todos
empezaron a llorar a la vez, si lo hubiesen ensayado no habría salido tan
acorde.
¡Rosita!, ¡Rosita!, ¡Era de la familia! Ella nos daba leche
y ganaba dinero para nosotros, ahora terminaremos en la ruina y sin Rosita, la
mejor cabra en el mundo, y todo por culpa de estos payos que encima se ríen de
las desgracias ajenas.
Después de muchos tiras y aflojas, al final Manolo, en
colaboración con el cura y la colecta que se hizo en el pueblo, indemnizaron, a
Evaristo, que salió llorando del ayuntamiento pero con el dinero necesario para
comprarse diez cabras.
Los pajarillos se asustaron y se fueron a hacer el nido en
el tejado del campanario, la higuera se secó con los calores del verano, que
fue más seco de lo habitual.
Evaristo, que vio la oportunidad de su vida ahora se dedica
a hacer quesos de cabra de artesanía e incluso se ha comprado a plazos un
motocarro de segunda mano para ir por los pueblos cercanos vendiendo los
quesos.
FIN
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