Y ahora.........
Los caracoles
El “Ricardo” de este relato era yo,
la úlcera también existió, la foto de Vicente y mía, está tomada en Blanes, en
el castillo de San Juan y no corresponde ni a la época ni al lugar, nos la hizo
su mujer una vez que fueron a Blanes y me localizaron después de muchos años
que nos habíamos perdido la pista.
La sanadora que se cuenta, por lo
visto vivía en las cercanías de Morata de Tajuña, población al sur de Madrid y
ni que decir que me negué a ir, conocía a alguien que me facilitó el poder
comprar en Andorra “Roter”, no sé si fue aquello o qué pero desapareció la
úlcera y no probé los caracoles, que de la única forma que los como es a la
“LLauna” asados y con alioli.
RELATO
LOS CARACOLES
Pedro Fuentes
CAPITULO I
Ricardo
terminaba de salir del médico, su semblante era de preocupación, el otoño de
Madrid, frío y lluvioso no parecía molestarle, andaba meditabundo, con las
manos en los bolsillos del abrigo jaspeado.
Iba
caminando por medio del bulevar de Alberto Aguilera rumbo hacia la glorieta de
Bilbao, aunque en realidad no le importaba ni iba a ningún sitio determinado,
simplemente pensaba y sus pensamientos no se apartaban de la consulta del
doctor, no había duda, el diagnóstico era claro, tres úlceras
gastrointestinales.
El
tratamiento largo y un cambio de vida radical, eso le recordó tres cosas. Una,
la primera, sacó un paquete de tabaco, cogió un cigarrillo, se lo puso en la
boca y lo encendió, pensando que sería el último.
Dos, no
podría beber.
Tres, había
quedado con su amigo Vicente en la glorieta de S. Bernardo, menos mal que había
cogido el rumbo adecuado, ya estaba casi llegando.
Pasó la
calle Vallehermoso y por delante del cine Conde Duque, a donde querían ir a ver
“La semilla del diablo”.
Llegó casi
con el tiempo justo, por el por el lado superior de S. Bernardo llegaba Vicente
con otro viejo conocido, Pedro.
Vicente y
Pedro son dos buenos amigos, Vicente, más serio, formal, apasionado de la
poesía, parecía un poeta de la generación del 98 enjuto, grandes ojeras, Pedro
es más alegre, se diría que demasiado, se toma la vida con descaro, delgado, un
bigotillo que no termina de cuajar y apasionado con el teatro, ahora está dando
sus primeros pasos en una compañía amateur.
Los dos se
conocen del colegio, Ricardo empezó siendo amigo de Vicente entre los tres y
cuatro o cinco más hicieron un grupo muy peculiar, no les unía casi nada,
salían juntos desde hacía años, se lo pasaban bien, muy jóvenes empezaron a
organizar guateques, generalmente el casa de Vicente, que era donde más espacio
había y donde la familia “dejaba”.
Con el
tiempo se fueron disgregando, unos porque se emparejaron con alguna chica y
otros porque siguieron caminos muy diferentes.
Se
encontraron y viendo la cara que traía Ricardo, le preguntó Vicente:
¿Te ocurre algo?
Eso, porque
traes una cara que ya, comentó Pedro.
¿Por qué no
vamos a una cafetería y os lo cuento?, dijo Ricardo.
Si no vamos
al cine, podemos ir a la glorieta de Bilbao a Yucatán, allí estaremos
tranquilos y podremos charlar, dijo Pedro.
Sin más
comentarios empezaron a andar hacia el sitio señalado.
Yucatán es
una cafetería larga y estrecha, con una barra a la izquierda, luego, al final
hay una escalera y arriba un salón con mesas, que son utilizadas en las tardes
frías por parejas y estudiantes o grupos pequeños de amigos.
Pedro es
bastante asiduo y suele venir con alguna chica o compañeras del grupo de teatro
para leer y memorizar alguna obra.
Los tres se
sentaron en una mesa y pidieron café Vicente y Pedro, Ricardo un vaso de leche fría.
Bueno,
espetó Vicente, ¿qué te ha dicho el médico?
Tengo tres
úlceras gastrointestinales, se acabó fumar, beber y comer todo lo que me gusta,
además de un montón de medicinas, un jarabe y unos polvos parecidos al
bicarbonato.
El caso es que hay un medicamento que dicen
que es muy bueno, pero solamente se puede comprar en Andorra o en Francia, Roter.
Sí, dijo
Pedro, recuerdo que mi padre lo había tomado, creo que se lo traían de
Canarias.
Una cosa,
dijo Pedro de nuevo, ¿Recordáis a aquella novia mía, Isabel?
Cómo no,
dijo Vicente, haciendo un aspaviento nos ponías 40 veces el disco de Chales Aznavour
en cada guateque.
Bueno, pues
cuando acabó Magisterio la enviaron a un pueblo por la carretera de Cuenca,
Morata de Tajuña, yo estuve allí, unos críos me abollaron el 600 con una piedra
porque casi atropello a un cerdo que cruzó la calle, pero un cerdo de cuatro
patas, bueno, dos y dos jamones.
Pues me dijo
Isabel que se había torcido un tobillo y la llevaron a una especie de bruja
sanadora por allí y le hizo unas friegas y salió andando de allí como si nada,
aquella tipa curaba todo.
¿Por qué no cogemos
el coche y vamos de excursión? Por probar no se pierde nada, está a unos
treinta y tantos quilómetros.
¿Tú crees
que esa mujer sabrá algo de úlceras? Le dijo Ricardo.
Ni idea, pero nos vamos a pasar una tarde
estupenda riéndonos de los hechizos que te hagan, y lo mismo Vicente escribe
algún poema y yo estudio al personaje por si algún día hago “Las brujas de
Salem”.
CAPITULO II
Cuatro días
después, a media mañana, habían quedado en comer unos bocadillos por el camino,
salieron de Argüelles camino de la carreta de Cuenca los tres amigos en un 600
azul de Pedro.
La idea era
llegar a Morata y una vez allí preguntar, por lo que Pedro sabía, Isabel ya no
estaba allí de maestra, además había perdido su rastro hacía algún tiempo.
El tiempo
era incluso caluroso para las fechas en que estaban. Llegaron a Morata y
pararon en un bar en la Plaza Mayor,
enfrente del Ayuntamiento.
Mientras
tomaban dos cafés y un vaso de leche, preguntaron al que parecía dueño y
camarero si sabía de una mujer que tenía fama de sanadora.
Si, contestó
el interpelado, pero no es aquí, en Morata, tienen que ir por la calle que sale
al lado derecho de la iglesia, en esta plaza y siguen hasta que terminan las
casas y empieza una carretera asfaltada, estrecha y con muchos agujeros, cuando
lleguen al cartel de fin de Morata, a cosa de medio kilómetro, entre dos
chopos, a la derecha, verán un camino de tierra, entran por él y pasada la
primera curva, a la derecha, verán una casa que parece abandonada, pero que no
lo está, si se fijan suele haber un par de cabras atadas delante y además le
saldrán dos perros ladrando, son mansos, pero no bajen del coche, paren a la
altura de las cabras y llamen, sin salir del coche, a la Sra. Herminia, ella
saldrá y amansará a los perros, entonces podrán salir, ella es la sanadora y
algo bruja según dicen.
Se metieron
en el coche y siguieron las instrucciones al pie de la letra, a los veinticinco
minutos estaban al lado de las cabras y gritando a tres voces por la Sra. Herminia entre ladridos de los dos perros.
Al fin salió
de la casa una mujer muy gruesa, con una bata de andar por casa y mandó callar
a los perros, luego les dijo a los tres amigos que bajaran, cosa que hicieron,
momento que aprovechó el macho de los dos animales para mear la rueda delantera
derecha, mientras que la perra, moviendo el rabo se acercó a Ricardo como si
supiese que las próximas comidas serían gracias a él.
¿Qué se les
ofrece? Preguntó la Sra.
Pedro, que
iba por delante le respondió:
Nos han
dicho que Vd. es sanadora y traemos a este amigo, que últimamente sufre de
muchos dolores de barriga y no se le pasan con nada, para ver si sabe qué le
puede pasar y cuál es el remedio.
Que pase él
solo, voy a tener para una media hora,
Vds. dos pueden pasear, tengo para unos tres cuartos de hora, pueden tirar por
ese camino y llegarán hasta un riachuelo que les gustará, no se preocupen si
los perros les siguen, cuando se cansen volverán solos.
Pasaron el
tiempo sin pensar, incluso descubrieron unas ruinas donde pudieron poner una
cámara para hacerse una foto con el automático.
¿Has
solucionado algo? Dijo Vicente deseando que su amigo sanara.
Si, ¡Jo!
Sin decirle nada supo lo de las úlceras, me ha dado unas bolitas
blancas, viscosas y que me parecía como si estuviesen vivas y medio litro de
agua entre antes y después para tragarlas, le he preguntado cuánto le
debía y me ha dicho que la voluntad, o
sea, ¡mil pelas!.
Luego me ha
dicho que los próximos tres días tengo que pasarlos a base de ensaladas de lo
que yo quiera y toda la que quiera pero sin vinagre y sin sal.
¡Me cago en
diez!, eso no hay quien lo pase, dijo Pedro, amigo del buen beber y buen comer,
bueno, en fin, que sea por ti, ahora vamos a un bar, pedimos una lechuga y
Vicente y yo nos repartimos tu bocadillo con unas cervecitas.
CAPITULO III
Habían
pasado ya dos meses cuando se volvieron a encontrar Pedro y Vicente, este
último tenía la lectura de unos poemas suyos en una tertulia y Pedro, invitado,
no pudo negarse, a Ricardo no logró encontrarlo. Cuando los dos amigos se
encontraron preguntaron por él, ninguno sabía nada, se extrañaron y decidieron
ver de localizarlo al día siguiente.
Vicente
tenía las llaves del apartamento de Ricardo, ya que era la persona más allegada
que tenía.
Ricardo que
era muy reservado, nunca hablaba con
nadie de su familia, todos sus amigos, pocos, sabían que había llegado a Madrid
para estudiar y nadie sabía incluso de
dónde era, una vez, en plena borrachera les había confesado a los dos amigos
una historia rarísima sobre un tiovivo, pero como Vicente y Pedro estaban casi
en el mismo estado lamentable que él, tampoco se enteraron mucho de la
historia.
Decidieron
ir al apartamento, preguntaron a la portera y ésta les dijo que hacía un par de
meses que no lo veía.
Subieron
ambos al cuarto piso, letra F, seguidos por la portera, que también quería
enterarse y abrieron la puerta, lo que allí vieron les heló la sangre, miles y
miles de caracoles lo invadían todo, unos paseándose por el suelo y las
paredes, otros muertos, caparazones vacío, las plantas, de las que Ricardo era
aficionado, comidas hasta los troncos, pero ningún rastro de Ricardo, parecía
que se lo hubiese tragado la tierra.
La portera
salió corriendo y avisó al presidente de la comunidad. Este, cuando vio lo que
allí pasaba, llamó a sanidad y a la policía.
Cuando Pedro
y Vicente contaron lo que sabían de hacía dos meses al comisario, éste mandó un “Z” a buscar a la
Sra. Herminia.
Una vez
Herminia en la comisaría, contó todo, ella no había hecho nada malo, Ricardo
había ido a pedirle consejo, ella, por buena voluntad, y sin cobrarle nada,
porque ella aconseja pero no cobra, lo que pasa es que la gente que es muy
buena, le da algo, una gallina, un conejo, diez durillos para que se tome algo,
pero ella no cobra, vive de la caridad.
Bueno, el
tal Ricardo llegó con unos fuertes dolores, ella pronto vio que tenía llagas en
el estómago y le dijo lo que su bisabuela le enseñó a su abuela, ésta a su madre
y su madre a ella.
Le mandó una dieta de ensaladas, mucha agua y
le dio a tragar enteros, unos cincuenta huevos de caracol repartidos en diez
tomas durante media hora, estos huevos, terminan naciendo en su gran mayoría y
con sus babas, recorriendo el estómago, tapan las llagas y las curan, luego,
después de 15 días, con los ácidos del estómago mueren los caracoles y ya está.
Por lo que
dicen, los ácidos no los han matado, puede ser que se pasara de comer lechuga y
beber agua, pero yo al chico, desde aquel día no lo he vuelto a ver, otras
veces he dado el mismo remedio y esto no ha pasado. Dijo la Sra. Herminia con
la fe de quien da una clase magistral de medicina.
El
comisario, oído todo dijo:
Guardia,
encierre a esta bruja en el calabozo hasta que aparezca el chico y que rece
porque aparezca y bien porque como le haya pasado algo la acusamos de
asesinato.
Luego empezó
las averiguaciones para localizar a la familia de Ricardo, localizó el pueblo
del que era y que allí no le quedaba nadie, al parecer sus padres habían
muerto, y hacía poco, su hermana y su cuñado fallecieron en un accidente, tenía
un tutor que era militar, pero estaba destinado desde hacía poco a Melilla.
Pedro y
Vicente se dedicaron a llamar a todos los amigos y conocidos e ir por los
lugares que frecuentaba Ricardo, pero todos se dieron cuenta de lo poquito que
sabían de él, decía que estudiaba, pero no sabían qué, no trabajaba y sin
embargo, no es que le sobrara el dinero pero parecía vivir desahogadamente.
Diez días
después los dos amigos se reunieron en una cafetería en la Glorieta de Iglesias
para intercambiar información. No habían logrado nada.
Pedro
comentó:
Yo no sé qué
ha podido pasar, ¿Tú crees que se lo han comido los caracoles?
No puede
ser, quedarían los huesos, por lo menos. Sentenció Vicente.
Llevaban
media hora elucubrando las muertes más extrañas para Ricardo, cuando Pedro, que
estaba sentado frente a la puerta, se quedó con la boca abierta y balbuceó:
¡¡Mira!!.
Vicente miró
también y se le cayó la cucharilla del café de las manos.
Por la
puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, apareció Ricardo.
Sus amigos
corrieron hacia él, lo abrazaron y lo acribillaron a preguntas, Ricardo no
sabía ni qué ni a quien escuchar. Así que optó por lo más fácil, primero nos
sentamos, pido algo y os cuento todo desde el principio dijo.
Vicente,
según iban para la mesa le dijo:
¿Sabes que
te busca la poli?
Sí, eso ya
está arreglado, contestó.
Bueno,
primero quiero un whisky y vosotros pedid lo que queráis, pero hay que brindar,
que yo invito.
Pidieron
tres whiskys y mientras llegaban, Ricardo sacó tabaco y ofreció a sus amigos,
Pedro cogió un cigarrillo y Vicente pasó porque estaba en etapa de dejarlo, las
etapas de fumo, no fumo, de Vicente eran cortas e intermitentes.
Bueno, coño,
habla ya, dijo Pedro.
Ricardo se
echó para atrás en la silla, exhaló el humo del cigarrillo pausadamente y
empezó.
Una semana
después de lo de la bruja, los dolores de estómago me habían desaparecido, pero
sobre todo, por la noche notaba como si el estómago hirviese, no podía comer
nada, solamente lechuga y agua.
Ya no podía
dormir, notaba como mi estómago se desplazaba, además se me empezó a hinchar,
por la boca y la nariz me salían unas babas pegajosas y rarísimas, al orinar,
el pis es verdoso, y cuando defeco todo son bolitas, al final, cuando vi lo que
me ocurría, dio la casualidad que me llamó mi médico y me dijo que había unos
laboratorios que estaban probando una tratamiento de choque para las úlceras,
que no lo podían sacar al mercado hasta probarlo suficientemente, estaban
buscando voluntarios para internarlos en una clínica particular y someterlos al
tratamiento intensivo durante dos meses.
El ingreso,
si me interesaba era al día siguiente, pero que no se podía decir nada a nadie.
Yo dije que
si, arreglé todo rápidamente, os llamé para deciros que iba a estar fuera pero
no os localicé.
Inmediatamente, sabiendo que lo que tenía en
el estómago sospechaba que eran caracoles vivos, ya que busque en una
enciclopedia y vi que lo que me hizo tragar la bruja, eran huevos de caracol,
me di cuenta de que con tanta lechuga y agua, con el calor del estómago habían
eclosionado y crecido rápidamente, me fui al cajón de los medicamentos, cogí un
frasco de sal de frutas y me tomé medio litro de agua con varias cucharadas, el
efecto fue inmediato, empecé a vomitar, cada vez que lo hacía, salían puñados
de caracoles, unos muertos, otros los más, vivos y muchas cáscaras vacías.
Pasé una
noche de pesadilla, ya de madrugada solamente vomitaba el agua que bebía,
aproveché para comer algo que fuera ácido y salado por matar lo que pudiese
quedar. A la mañana siguiente, después de limpiar lo que pude, le dejé una nota
a la Sra. de la limpieza, que tenía que venir.
No pudo
venir porque marchó a su pueblo por enfermedad grave de un familiar, luego pasó
lo que visteis vosotros y la policía, yo me pasé los dos meses en la clínica, a
base de medicamentos, cuando salí de allí y llegué a casa me enteré de todo,
fui a la poli y arreglé el asunto, luego os he buscado por todos los sitio y
ahora entré aquí a buscaros y si no ir a tu casa, Vicente, donde nunca te encuentro y aquí estoy.
FIN
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