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miércoles, 5 de abril de 2017

LUCÍA (Capítulo II)

Hoy  seguimos con LUCÍA (Capítulo II) Como ya os dije la semana pasada, si recordais "La muchacha de...........) Editada en este mismo blog y en el Tomo II de "En busca de la puerta del infierno" Editado por Editorial Bubok, donde está a vuetra disposición, Esta obra, LUCíA es el comienzo de la historia y continuación, Ela es la protagonista de este relato.

Y ahora.......,......


LUCíA
Pedro Fuentes

Capítulo II

A las cinco de la tarde del domingo, Rosario, la prima de Lucía, llegó a su casa a buscarle, vestía sus mejores galas, un par de años mayor que Lucía, se había empolvado ligeramente la cara, marcado una raya en los ojos y adornado los labios con un pintalabios rojo fuerte.
Lucía estaba sentada con su madre, viendo la televisión, cuando llegó su prima se puso de pié y dijo:
En un momento me arreglo.
A las cinco y media ya estaba arreglada, llevaba una falda azul, una blusa blanca con unas pequeñas flores caladas y una rebeca roja, la cara la llevaba lavada y los labios ligeramente pintados con un carmín rosa muy suave.
Como el baile comenzaba a las seis, decidieron hacer un poco de tiempo para llegar cuando hubiese empezado.
Cuando llegaron a la puerta del casino, a las seis y diez, vieron a Fernando, vistiendo un pantalón azul marino y una chaqueta gris, muy bien peinado y embadurnado el pelo con brillantina, fumaba un cigarrillo y miraba disimuladamente al reloj del campanario de la iglesia situado enfrente.
¡Hola, Fernando! ¿Conoces a mi prima Rosario?
Si, si la conozco, fuimos juntos al colegio.
¿Entramos? Dijo Rosario.
Al pasar por el bar hasta el salón donde se bailaba, Lucía vio por el rabillo del ojo a Antonio en la barra con unos amigos, estaban tomándose unos Cuba libres.
Desde el fondo del salón se oía la música de un conjunto ligeramente desafinado tocando un pasodoble.
La sala era grande y estaba iluminada con varias lámparas que colgaban del techo, tres grandes ventanales, sin cortinas dejaban entrar la luz de principios de primavera, a lo largo de las cuatro paredes había sillas, colocadas una al lado de la otra, sin dejar ningún hueco, en ellas había alguna pareja mayor, algún grupo de madres que charlaban sin descanso y algunas jovencitas pendientes de los chicos que entraban y salían del bar y otros que permanecían haciendo corro cerca de lo que era la pista, al centro del salón y debajo de una gran lámpara de araña que colgaba del techo, en el lado del fondo un grupo de seis músicos, alrededor de una batería amenizaba la tarde.
Fernando y las dos muchachas entraron hacia la pared opuesta a los músicos, saludaron a varias personas y se sentaron junto con un grupo de chicas acompañadas de algún chico.
La pista se iba llenando de parejas que bailaban, muchas de ellas compuestas por dos chicas e incluso de algunas mujeres de mediana edad.
Pronto vino un muchacho, del grupo de Antonio y sacó a bailar a Rosario. A continuación se estaba acercando él mismo, Lucía, percatándose de las intenciones de éste, cogió a Fernando por la mano y lo arrastró hacia en centro de la mista mientras le decía:
Vamos a bailar, Fernando.
Colorado como un tomate y a trompicones, siendo sorprendido por la actitud de Lucía, no tuvo más remedio que transigir.
Antonio sacó un paquete de tabaco, extrajo un cigarrillo, se lo puso en la boca y le prendió fuego, volvió a la barra como si no hubiese pasado nada, pero en su interior la ira le carcomía, él si había adivinado la actitud de Lucía y le sentó fatal.
No se volvió a acercar Antonio, y su amigo, después de un par de bailes con Rosario, a una seña de éste, acompañó a la muchacha hasta la silla donde había estado sentada y se fue a la barra. Antonio y tres amigos más salieron del casino, montaron en el coche, el 600 azul y marcharon dirección al pueblo de al lado.
La tarde transcurrió tranquilamente, Fernando pareció tomar confianza y estuvo hablador con Lucía.
Cuando terminó el baile, salieron las dos muchachas con Fernando, pero nada más salir, Lucía le dijo:
Bueno, Fernando, nos vamos solas, mejor que en casa no nos vean acompañados por ningún chico. Si vas mañana a clase, nos veremos en el autobús.
No, mañana tengo que ir temprano a unos recados a la capital y ya me iré directamente a clase, hasta el martes. Contestó el muchacho.
Cuando se quedaron solas, Rosario le dijo a Lucía:
¿Por qué no quisiste bailar con Antonio? Se vio demasiado que saliste a la pista con Fernando cuando venía hacia ti.
Porque venía muy seguro de que iba a bailar con él, ya vi que enviaba a su amigo a sacarte a bailar para que me quedase sola y ver cómo reaccionaba Fernando.
Se fue muy enfadado, llamó a su amigo para que dejase de bailar conmigo y se marcharon sin ni siquiera acabarse las bebidas que tenían en la barra.
Ya le va bien, se cree que todas las muchachas van a caer a sus pies, así estará más interesado, hay que castigarle un poco para luego atarlo más corto.
Las dos muchachas comenzaron a reírse y así llegaron a sus casas, en la misma calle y una enfrente de la otra. Se despidieron y Lucía entró en su casa, su madre la estaba esperando con la mesa puesta para cenar.
El día siguiente siguió la misma rutina de cada lunes, por la mañana ayudar a arreglar la casa y estudiar y después de comer, Lucía se arregló y marchó a clase.
Cuando terminaron éstas, antes de salir a la calle, pasó por el lavabo de la academia y se repintó un poco los labios y se remarcó la raya de los ojos, luego salió y marchó a la parada del autobús, faltaban 20 minutos para coger el transporte cuando por el rabillo del ojo vio como un seiscientos azul se aproximaba lentamente, Lucía miró hacia el otro lado y disimuló.
Antonio paró el coche en la misma parada, bajó el cristal y dijo:
Lucía, hola, ¿Vas para casa?
Si, estoy esperando el autobús.
Sube, yo voy para allí y llegarás antes.
La muchacha hizo un mohín como si hiciese un gran sacrificio subiendo al coche y se acercó a la puerta. Antonio le abrió, entró y se sentó.
Antes de poner el motor en marcha, sacó un paquete de Marlboro y le ofreció a la joven que cogió uno y se lo puso en la boca, él hizo lo mismo y sacando un encendedor le ofreció fuego y se encendió su cigarrillo, luego puso en marcha el 600 y salieron hacia la carretera.
Faltaban unos tres kilómetros para llegar al pueblo, cuando Antonio desvió el coche por un camino lateral de tierra, dio varios acelerones y frenazos bruscos con el coche y lo detuvo justo detrás de los dos primeros árboles.
¿Qué sucede? Preguntó Lucía.
No lo sé he notado que el coche pegaba tirones y he salido de la carretera no fuese a provocar un accidente.
Hizo ademán de arrancar de nuevo el motor, pero sin demasiado interés y nada, no lo consiguió.
Eso es que al carburador le ha entrado demasiada gasolina, ya le ha pasado alguna vez, lo dejaremos parado unos diez minutos y que arrancará.
¿Estás seguro? Si no llego a la hora mi madre se preocupará. Dijo Lucía
Si, mujer, toma, nos fumaremos otro pitillo y ya estará todo arreglado.
Encendió dos cigarrillos a la vez y le pasó uno a Lucía mientras le decía:
Lucía, El otro día en el baile, quise sacarte a la pista y vi como rápidamente saliste con el imbécil ese de Fernando, para no darme tiempo a llegar. Me sentó muy mal, porque yo te aprecio mucho y quería pedirte relaciones, yo estoy loco por ti y quisiera salir contigo.
Yo no, Antonio, yo ahora solo pienso en estudiar, para poder trabajar y que se retire mi madre de hacer faenas.
Pero tú sabes que tu madre con mi familia está muy bien considerada y entre la casa y la notaría se saca un buen jornal…
Si, pero cuando vivía mi padre era diferente y ella estaba siempre en casa y ahora, no se encuentra muy bien y tendría que descansar más, además, me pareces un buen chico, pero no tengo esos sentimientos que supongo tendré cuando me enamore.
Antonio le cogió del antebrazo y la atrajo hacia sí, rozándole levemente la mejilla con sus labios húmedos.
Lucía se separó rápidamente de él, ya que sintió una cierta repugnancia al sentir aquel beso húmedo.
Déjame, Antonio, no quiero seguir con esto, arranca el coche y vayámonos.
Todavía es pronto, dijo Antonio e intentó acercarse más a la muchacha poniéndole la mano derecha encima de su muslo.
Lucía abrió la puerta del coche para salir, pero entre el forcejeo con la mano de Antonio y la varilla del cambio, su falda se desgarró. Antonio intentó tocarle el pecho izquierdo y una sonora bofetada entre la mejilla y la nariz lo invadió todo, Lucía arrancando a llorar saltó del coche aprovechando el desconcierto del golpe. No pensó ni en los libros ni en el bolso que quedaron en el asiento de atrás corrió hacia la carretera que no se veía porque ya había oscurecido.
Antonio arrancó el coche y salió en su persecución. Paró a su lado y le gritó ¡SUBE!.
Lucía intentó correr y cayó al suelo, notando cómo le caían encima los libros y el bolso. A continuación el coche marchaba a toda velocidad.

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