Y ahora............................
LUCIA
Pedro
Fuentes
Capítulo III
Cuando Lucía llegó a su casa, su aspecto era
lamentable, el vestido roto y manchado de barro de la caída, su cara manchada
de la unión de las lágrimas y el poco rimel que llevaba y su pelo totalmente
despeinado lleno de greñas.
¡Lucía, hija! ¿Qué ha pasado?.
La joven llorando más fuerte aún, se dejo
arropar por los brazos de su madre y le dijo:
Antonio, el hijo del notario, se ofreció a
traerme en el coche y a mitad del camino paró e intentó abusar de mi.
Ven cariño, lo primero que vamos a hacer es
ir a casa del notario y luego a la Guardia Civil.
No, mamá, deja que me lave lo primero.
No, así mismo, que vea cómo te ha dejado.
Desde alguna casa del pueblo las vieron
pasar, pero nadie dijo nada, todos sabían a lo que se iban a enfrentar, el
notario, además de la persona más rica del pueblo era la más influyente e
incluso cuando era joven había tenido algún altercado y su padre, también
notario, lo había arreglado todo a su manera.
Cuando llegaron a la casa del notario,
pidieron verlo, como Engracia era conocida en la casa, la “ama de llaves”, al
ver a Lucia llorando y en el estado que venía, llamó a la puerta del despacho y
don Antonio, las recibió inmediatamente.
¿Qué sucede, Engracia?
Verá, mi hija ha llegado en este estado a
casa y dice que es debido a su hijo, Antoñito.
Cuéntale lo que pasó al señor Antonio, Lucía.
Lucia le hizo un detallado relato de lo
ocurrido
entre sollozos y lloros.
El notario no abrió la boca para nada, luego,
cuando terminó, llamó a su esposa y le dijo:
Maruja, ¿Está Antonio en casa?
Si, hace una media hora que llegó.
Dile que venga y déjanos solos.
Cuando Antonio hijo entró en el despacho,
ni se inmutó´. Se dirigió hacia la mesa
del despacho e intentó sentarse enfrente de Engracia y Lucía.
¡Quédate ahí mismo de pie! Dijo su padre.
Dime, Antonio, ¿Conoces a esta chica?
Si, padre, es la hija de Engracia y la tengo
vista en el pueblo.
¿La has visto esta tarde?
No, he estado con mis amigos tomando unas
cervezas y luego he venido a casa.
¿No has estado con Lucía?
No, no tengo amistad con ella y no es de mi círculo de amigos.
Bueno, vete a tu habitación y no te muevas de
allí por si te necesito.
Antonio, el hijo. salió del despacho y ni
siquiera miró a Lucía ni a su madre.
Don Antonio dijo:
ya has oído, ¿No te habrás
confundido de chico?
No, no señor, conozco a su hijo e incluso me
ha traído a casa varias veces en el 600 azul cuando he salido de la academia.
¿No será que te has inventado esa historia
como excusa por llegar tarde a casa?
No, no, no me he inventado nada, eso es lo
que pasó.
Engracia dijo levantando la voz:
Vámonos, Lucía, iremos al cuartelillo a
denunciarlo todo a la Guardia Civil.
¡Espere! Señora Engracia, usted sabe muy bien
el trato y la consideración que ha recibido siempre en esta casa, pero no
estamos dispuestos a que nadie manche el honor de nuestra familia, cuando es
nuestro interés arreglar las cosas sin que nadie resulte perjudicado, además,
¿qué va a declarar a los guardias? Será la palabra de su hija contra la de mi
Antonio, al que nunca se le ha visto metido en ningún jaleo. A su hija la
señalarán por la calle y usted sabe como es la gente en su pueblo, no habrá
forma de que pueda tener una relación seria en él.
Usted, doña Engracia, tiene que trabajar 24
horas al día para salir adelante, tiene unas tierras que no puede trabajar por
falta de tiempo y fortaleza, yo le ofrezco algo mejor, le compraría todas las
tierra y la casa del pueblo, además le ofrezco un capitalito, para que pueda
vivir desahogadamente en Madrid y darle a su hija unos estudios que de otra
forma no podría tener. Al fin y al cabo no ha pasado nada irreparable.
Engracia y Lucía se levantaron y salieron de
la casa sin decir nada más. Salieron y
se fueron al cuartelillo. Allí, el sargento les hizo entrar en su
despacho y preguntó por los hechos. Después de oírlos, cogió el teléfono y
llamó al notario. Él mismo cogió el teléfono, después de dejarlo sonar varias
veces.
Don Antonio,
soy el sargento Timoteo, tengo aquí a Engracia, su sirvienta y a su
hija….
Si, ya sé, estoy informado, le puede decir
que si insiste en sus denuncias, no habrá las ofertas que le he ofrecido, así
que hasta mañana a las doce, sigo con el ofrecimiento, después no habrá nada.
Cuando el sargento les explicó lo que había
dicho el notario, las dos mujeres se fueron a su casa, ahora eran las dos las
que lloraban.
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