Hoy seguimos con LUCÍA (Capítulo II) Como ya os dije la semana pasada, si recordais "La muchacha de...........) Editada en este mismo blog y en el Tomo II de "En busca de la puerta del infierno" Editado por Editorial Bubok, donde está a vuetra disposición, Esta obra, LUCíA es el comienzo de la historia y continuación, Ela es la protagonista de este relato.
Y ahora.......,......
LUCíA
Pedro
Fuentes
Capítulo
II
A
las cinco de la tarde del domingo, Rosario, la prima de Lucía, llegó
a su casa a buscarle, vestía sus mejores galas, un par de años
mayor que Lucía, se había empolvado ligeramente la cara, marcado
una raya en los ojos y adornado los labios con un pintalabios rojo
fuerte.
Lucía
estaba sentada con su madre, viendo la televisión, cuando llegó su
prima se puso de pié y dijo:
En
un momento me arreglo.
A
las cinco y media ya estaba arreglada, llevaba una falda azul, una
blusa blanca con unas pequeñas flores caladas y una rebeca roja, la
cara la llevaba lavada y los labios ligeramente pintados con un
carmín rosa muy suave.
Como
el baile comenzaba a las seis, decidieron hacer un poco de tiempo
para llegar cuando hubiese empezado.
Cuando
llegaron a la puerta del casino, a las seis y diez, vieron a
Fernando, vistiendo un pantalón azul marino y una chaqueta gris, muy
bien peinado y embadurnado el pelo con brillantina, fumaba un
cigarrillo y miraba disimuladamente al reloj del campanario de la
iglesia situado enfrente.
¡Hola,
Fernando! ¿Conoces a mi prima Rosario?
Si,
si la conozco, fuimos juntos al colegio.
¿Entramos?
Dijo Rosario.
Al
pasar por el bar hasta el salón donde se bailaba, Lucía vio por el
rabillo del ojo a Antonio en la barra con unos amigos, estaban
tomándose unos Cuba libres.
Desde
el fondo del salón se oía la música de un conjunto ligeramente
desafinado tocando un pasodoble.
La
sala era grande y estaba iluminada con varias lámparas que colgaban
del techo, tres grandes ventanales, sin cortinas dejaban entrar la
luz de principios de primavera, a lo largo de las cuatro paredes
había sillas, colocadas una al lado de la otra, sin dejar ningún
hueco, en ellas había alguna pareja mayor, algún grupo de madres
que charlaban sin descanso y algunas jovencitas pendientes de los
chicos que entraban y salían del bar y otros que permanecían
haciendo corro cerca de lo que era la pista, al centro del salón y
debajo de una gran lámpara de araña que colgaba del techo, en el
lado del fondo un grupo de seis músicos, alrededor de una batería
amenizaba la tarde.
Fernando
y las dos muchachas entraron hacia la pared opuesta a los músicos,
saludaron a varias personas y se sentaron junto con un grupo de
chicas acompañadas de algún chico.
La
pista se iba llenando de parejas que bailaban, muchas de ellas
compuestas por dos chicas e incluso de algunas mujeres de mediana
edad.
Pronto
vino un muchacho, del grupo de Antonio y sacó a bailar a Rosario. A
continuación se estaba acercando él mismo, Lucía, percatándose de
las intenciones de éste, cogió a Fernando por la mano y lo arrastró
hacia en centro de la mista mientras le decía:
Vamos
a bailar, Fernando.
Colorado
como un tomate y a trompicones, siendo sorprendido por la actitud de
Lucía, no tuvo más remedio que transigir.
Antonio
sacó un paquete de tabaco, extrajo un cigarrillo, se lo puso en la
boca y le prendió fuego, volvió a la barra como si no hubiese
pasado nada, pero en su interior la ira le carcomía, él si había
adivinado la actitud de Lucía y le sentó fatal.
No
se volvió a acercar Antonio, y su amigo, después de un par de
bailes con Rosario, a una seña de éste, acompañó a la muchacha
hasta la silla donde había estado sentada y se fue a la barra.
Antonio y tres amigos más salieron del casino, montaron en el coche,
el 600 azul y marcharon dirección al pueblo de al lado.
La
tarde transcurrió tranquilamente, Fernando pareció tomar confianza
y estuvo hablador con Lucía.
Cuando
terminó el baile, salieron las dos muchachas con Fernando, pero nada
más salir, Lucía le dijo:
Bueno,
Fernando, nos vamos solas, mejor que en casa no nos vean acompañados
por ningún chico. Si vas mañana a clase, nos veremos en el autobús.
No,
mañana tengo que ir temprano a unos recados a la capital y ya me iré
directamente a clase, hasta el martes. Contestó el muchacho.
Cuando
se quedaron solas, Rosario le dijo a Lucía:
¿Por
qué no quisiste bailar con Antonio? Se vio demasiado que saliste a
la pista con Fernando cuando venía hacia ti.
Porque
venía muy seguro de que iba a bailar con él, ya vi que enviaba a su
amigo a sacarte a bailar para que me quedase sola y ver cómo
reaccionaba Fernando.
Se
fue muy enfadado, llamó a su amigo para que dejase de bailar conmigo
y se marcharon sin ni siquiera acabarse las bebidas que tenían en la
barra.
Ya
le va bien, se cree que todas las muchachas van a caer a sus pies,
así estará más interesado, hay que castigarle un poco para luego
atarlo más corto.
Las
dos muchachas comenzaron a reírse y así llegaron a sus casas, en la
misma calle y una enfrente de la otra. Se despidieron y Lucía entró
en su casa, su madre la estaba esperando con la mesa puesta para
cenar.
El
día siguiente siguió la misma rutina de cada lunes, por la mañana
ayudar a arreglar la casa y estudiar y después de comer, Lucía se
arregló y marchó a clase.
Cuando
terminaron éstas, antes de salir a la calle, pasó por el lavabo de
la academia y se repintó un poco los labios y se remarcó la raya de
los ojos, luego salió y marchó a la parada del autobús, faltaban
20 minutos para coger el transporte cuando por el rabillo del ojo vio
como un seiscientos azul se aproximaba lentamente, Lucía miró hacia
el otro lado y disimuló.
Antonio
paró el coche en la misma parada, bajó el cristal y dijo:
Lucía,
hola, ¿Vas para casa?
Si,
estoy esperando el autobús.
Sube,
yo voy para allí y llegarás antes.
La
muchacha hizo un mohín como si hiciese un gran sacrificio subiendo
al coche y se acercó a la puerta. Antonio le abrió, entró y se
sentó.
Antes
de poner el motor en marcha, sacó un paquete de Marlboro y le
ofreció a la joven que cogió uno y se lo puso en la boca, él hizo
lo mismo y sacando un encendedor le ofreció fuego y se encendió su
cigarrillo, luego puso en marcha el 600 y salieron hacia la
carretera.
Faltaban
unos tres kilómetros para llegar al pueblo, cuando Antonio desvió
el coche por un camino lateral de tierra, dio varios acelerones y
frenazos bruscos con el coche y lo detuvo justo detrás de los dos
primeros árboles.
¿Qué
sucede? Preguntó Lucía.
No
lo sé he notado que el coche pegaba tirones y he salido de la
carretera no fuese a provocar un accidente.
Hizo
ademán de arrancar de nuevo el motor, pero sin demasiado interés y
nada, no lo consiguió.
Eso
es que al carburador le ha entrado demasiada gasolina, ya le ha
pasado alguna vez, lo dejaremos parado unos diez minutos y que
arrancará.
¿Estás
seguro? Si no llego a la hora mi madre se preocupará. Dijo Lucía
Si,
mujer, toma, nos fumaremos otro pitillo y ya estará todo arreglado.
Encendió
dos cigarrillos a la vez y le pasó uno a Lucía mientras le decía:
Lucía,
El otro día en el baile, quise sacarte a la pista y vi como
rápidamente saliste con el imbécil ese de Fernando, para no darme
tiempo a llegar. Me sentó muy mal, porque yo te aprecio mucho y
quería pedirte relaciones, yo estoy loco por ti y quisiera salir
contigo.
Yo
no, Antonio, yo ahora solo pienso en estudiar, para poder trabajar y
que se retire mi madre de hacer faenas.
Pero
tú sabes que tu madre con mi familia está muy bien considerada y
entre la casa y la notaría se saca un buen jornal…
Si,
pero cuando vivía mi padre era diferente y ella estaba siempre en
casa y ahora, no se encuentra muy bien y tendría que descansar más,
además, me pareces un buen chico, pero no tengo esos sentimientos
que supongo tendré cuando me enamore.
Antonio
le cogió del antebrazo y la atrajo hacia sí, rozándole levemente
la mejilla con sus labios húmedos.
Lucía
se separó rápidamente de él, ya que sintió una cierta repugnancia
al sentir aquel beso húmedo.
Déjame,
Antonio, no quiero seguir con esto, arranca el coche y vayámonos.
Todavía
es pronto, dijo Antonio e intentó acercarse más a la muchacha
poniéndole la mano derecha encima de su muslo.
Lucía
abrió la puerta del coche para salir, pero entre el forcejeo con la
mano de Antonio y la varilla del cambio, su falda se desgarró.
Antonio intentó tocarle el pecho izquierdo y una sonora bofetada
entre la mejilla y la nariz lo invadió todo, Lucía arrancando a
llorar saltó del coche aprovechando el desconcierto del golpe. No
pensó ni en los libros ni en el bolso que quedaron en el asiento de
atrás corrió hacia la carretera que no se veía porque ya había
oscurecido.
Antonio
arrancó el coche y salió en su persecución. Paró a su lado y le
gritó ¡SUBE!.
Lucía
intentó correr y cayó al suelo, notando cómo le caían encima los
libros y el bolso. A continuación el coche marchaba a toda
velocidad.
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