Y ahora.......................
LUCIA
Pedro
Fuentes
Capítulo IV
Tres meses después, Engracia y su hija Lucía,
ayudadas por un primo de su marido, se
instalaron en un pequeño piso de dos habitaciones en el barrio de Chamberí. En
la calle Raimundo Lulio, cerca de la Glorieta de Iglesias en Madrid, lo
siguiente era buscar un trabajo para Lucía, además de matricularle en una
academia cercana para seguir sus estudios de secretariado.
La cuestión del trabajo estaba muy difícil
para una muchacha sin casi estudios salvo el servicio doméstico.
Muy cerca de allí encontró una academia que
preparaba para secretariado, pero no era en un centro oficial y un poco parecía
un sitio donde iba la gente un poco castigada por sus padres para intentar
sacar adelante a chicas que además de andar muy mal en los estudios, no estaban
dispuestas a más sino a pasar las semanas como la única forma de llegar a los
fines de semana.
Lucía iba cada mañana a clase, salía a la una
y llegaba a su casa quince minutos después, ya que las clases eran en Eloy
Gonzalo esquina a la glorieta de Quevedo.
Cuando llegaba a su casa, encontraba a su
madre sentada en la cocina, aburrida mientras vigilaba la comida, muchas veces
la encontraba con los ojos enrojecidos por haber llorado, no se acostumbraba a
vivir en Madrid, por las mañanas se acercaba al mercado de Olavide, pero se
sentía agobiada rodeada por tanta gente.
Algunas tardes, Lucía le decía:
Va, madre, esta tarde vamos a salir a dar una
vuelta y de camino buscaremos si vemos algún cartel ofreciendo trabajo.
Salían y se movían por el barrio, bajaban por
Juan de Austria, torcían a la derecha por Luchana hasta la Glorieta de Bilbao, luego subían
hasta Quevedo por Fuencarral y luego por Eloy Gonzalo hasta Trafagar, plaza de
Olavide y Raimundo Lulio. Otras veces, no muchas porque no sabían cuando
volvería a entrar dinero en casa, subían por Juan de Austria hasta La Glorieta
de Iglesias y entraban en la churrería que había en la esquina y se tomaban dos
chocolates con churros.
Lucía ya no se escondía de su madre para
fumar y entonces se acercaba al bar de al lado y a un señor que había que
vendía tabaco suelto, le compraba cinco bisontes por dos pesetas.
Algunos domingos iban al cine Quevedo que era
de sesión continua y pasaban dos películas y el Nodo.
Un día, cuando volvían del cine, se
encontraron a la puerta de su casa al primo de su marido, Genaro que las estaba
esperando.
Después de los saludos de rigor, Genaro les
dijo:
He encontrado un bar, en el que trabaja de
encargado un amigo mío, es un bar que solamente abre por las tardes, bueno,
desde las seis a las doce, van solamente hombres, pero no es de mala nota, allí
se reúne mucha gente joven, a jugar a los dado y a charlar, allí no pasa nada y
ninguna chica tiene otras obligaciones que servirles las bebidas. Mi amigo
Pepe, está de encargado y puedo deciros que es un buen hombre, soltero y sin
compromiso y muy pendiente de sus niñas como él las llama, está bastante cerca,
al lado de Quevedo y cierra a las doce, bueno, el sábado un poco más tarde pero
los días que se cerrara más tarde, me ha dicho Pepe que la acompañaría hasta casa, porque vive
aquí al lado. Es un chico muy serio y no permitiría por nada del mundo que a
ninguna de sus niñas les dijeran o hiciesen nada.
Si os parece bien, Lucía y yo nos vamos hacia
allí, hablamos con Pepe y ella ve el ambiente, como Lucía ya tiene 21 años, y
puedo firmar como tutor que soy de ella, ya puede trabajar pero antes puede ir
una semana que le pagarán y así ve si se encuentra bien.
A Engracia no le pareció bien, eso de que
trabajase de noche no le parecía nada honrado, pero por ir de honrada, estaban
pasando por lo que pasaban, fuera de casa, de su ambiente y como perdidas para
el pueblo donde habían nacido y vivido toda la vida.
Mira, Engracia, todos los trabajos son
honrados si las personas lo son y no por más dinero y posición lo son más,
Lucía y yo nos vamos a acercar allí y mientras, si preparas una tortilla de
patatas, que quedo a cenar con vosotras.
Bajaron a la calle, cogieron el coche de
Genaro y marcharon. En diez minutos estaban en el bar.
Lucía, en un principio, al ver la puerta y
las luces de neón, se quedó parada, pero
Genaro le cogió del brazo y medio le empujó para pasar la puerta.
Era pronto y no había más de quince personas
entre la barra y la máquina de bolas de jugar, junto a la máquina un joven
melancólico bebía un cuba libre mientras escuchaba a Patty Bravo cantando “La
Bámbola”
Detrás de la barra había tres chicas, más o
menos de su edad, estaba vestidas con blusas ajuntadas y mini faldas, hablando
y riendo con varios chicos a su alrededor, otros jugaban a los dados y bebían y
fumaban. Al otro lado de la barra había un hombre delgado, moreno y pelo
rizado, cuando vio a Genaro, se le alegraron los ojos y corrió a saludarlo.
Cuando, cuando vio a la muchacha, pareció
examinarme de arriba a abajo sin dejar un centímetro sin controlar.
Vaya, vaya, así que tú eres la sobrina de mi
amigo Geny, yo soy José pero todo el mundo me llama Pepe.
Mira, este es el ambiente que suele haber
aquí, las niñas no salen de detrás de la barra para nada y los clientes no
tienen derecho a nada con ellas, salvo que quieran charlar y jugar alguna
partida de dados, si las invitan a algo, lo tomas sin alcohol.
Entre semana cerramos a las doce y los
sábados suele ser algo más tarde, pero yo te acompañaría hasta tu casa.
Lucía miraba de un lado para otro, veía un
sitio que podría tomarse por equívoco pero una vez visto desde dentro, parecía
como cualquier otro sitio de jóvenes.
La música seguía sonando, el muchacho de la
máquina de discos había puesto a Los Brincos cantando “Lola”.
¿Qué te parece? Dijo Genaro.
Sí, no está mal parecen jóvenes alegres y
sanos.
¿Cuando puedo empezar esa semana de prueba?
Mañana mismo si quieres, pero mira de traer
algo de ropa un poco más moderno y si no tienes, alguna de las niñas te dejará
algo.
Bueno, pues mañana vendré, a las seis estaré
aquí, hasta mañana, señor Pepe.
No, Lucía, a mi no me llames señor, no es que
no lo sea, es que me hace viejo.
Bueno, Geny, si quieres venir a tomar una
copa luego, ya sabes.
Genaro y Lucía salieron a la calle, cogieron el coche y marcharon para casa.
Engracia estaba terminando de poner la mesa y
en el centro de ésta había una hermosa tortilla de patatas.
Miró a Lucía y dijo ¿Qué?
Está bien, al principio en la puerta, parecía
algo raro, pero una vez dentro, estaba muy bien, mucha gente joven oyendo
música y jugando a la máquina y a los dados como en cualquier bar, hay tres
camareras muy guapas, de mi edad más o menos y Pepe, el encargado es un hombre
muy serio pero amable.
He quedado que iría una semana para probar,
así que mañana lunes empezaré.
Tranquila, mujer, yo conozco mucho a Pepe y
no permitirá ni él ni yo que le pase nada a Lucía y ella sabe que al más mínimo
percance, puede recurrir a Pepe.
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