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miércoles, 19 de abril de 2017

LUCÏA (Capítulo IV)

Un nuevo capítulo de esta historia a veces triste y desgarradora, pero real como la vida misma, una historia que es el complemento de otra, editada en este mismo blog, "La muchacha de una sola pierna" que nos sumerje en un mundo desconocido para muchas personas y que a veces es juzgado con desconocimiento de causa.


Y ahora.......................



LUCIA



Pedro Fuentes





Capítulo  IV



Tres meses después, Engracia y su hija Lucía, ayudadas por un primo de su marido,  se instalaron en un pequeño piso de dos habitaciones en el barrio de Chamberí. En la calle Raimundo Lulio, cerca de la Glorieta de Iglesias en Madrid, lo siguiente era buscar un trabajo para Lucía, además de matricularle en una academia cercana para seguir sus estudios de secretariado.

La cuestión del trabajo estaba muy difícil para una muchacha sin casi estudios salvo el servicio doméstico.

Muy cerca de allí encontró una academia que preparaba para secretariado, pero no era en un centro oficial y un poco parecía un sitio donde iba la gente un poco castigada por sus padres para intentar sacar adelante a chicas que además de andar muy mal en los estudios, no estaban dispuestas a más sino a pasar las semanas como la única forma de llegar a los fines de semana.

Lucía iba cada mañana a clase, salía a la una y llegaba a su casa quince minutos después, ya que las clases eran en Eloy Gonzalo esquina a la glorieta de Quevedo.

Cuando llegaba a su casa, encontraba a su madre sentada en la cocina, aburrida mientras vigilaba la comida, muchas veces la encontraba con los ojos enrojecidos por haber llorado, no se acostumbraba a vivir en Madrid, por las mañanas se acercaba al mercado de Olavide, pero se sentía agobiada rodeada por tanta gente.

Algunas tardes, Lucía le decía:

Va, madre, esta tarde vamos a salir a dar una vuelta y de camino buscaremos si vemos algún cartel ofreciendo trabajo.

Salían y se movían por el barrio, bajaban por Juan de Austria, torcían a la derecha por Luchana  hasta la Glorieta de Bilbao, luego subían hasta Quevedo por Fuencarral y luego por Eloy Gonzalo hasta Trafagar, plaza de Olavide y Raimundo Lulio. Otras veces, no muchas porque no sabían cuando volvería a entrar dinero en casa, subían por Juan de Austria hasta La Glorieta de Iglesias y entraban en la churrería que había en la esquina y se tomaban dos chocolates con churros.

Lucía ya no se escondía de su madre para fumar y entonces se acercaba al bar de al lado y a un señor que había que vendía tabaco suelto, le compraba cinco bisontes por dos pesetas.

Algunos domingos iban al cine Quevedo que era de sesión continua y pasaban dos películas y el Nodo.

Un día, cuando volvían del cine, se encontraron a la puerta de su casa al primo de su marido, Genaro que las estaba esperando.

Después de los saludos de rigor, Genaro les dijo:

He encontrado un bar, en el que trabaja de encargado un amigo mío, es un bar que solamente abre por las tardes, bueno, desde las seis a las doce, van solamente hombres, pero no es de mala nota, allí se reúne mucha gente joven, a jugar a los dado y a charlar, allí no pasa nada y ninguna chica tiene otras obligaciones que servirles las bebidas. Mi amigo Pepe, está de encargado y puedo deciros que es un buen hombre, soltero y sin compromiso y muy pendiente de sus niñas como él las llama, está bastante cerca, al lado de Quevedo y cierra a las doce, bueno, el sábado un poco más tarde pero los días que se cerrara más tarde, me ha dicho Pepe  que la acompañaría hasta casa, porque vive aquí al lado. Es un chico muy serio y no permitiría por nada del mundo que a ninguna de sus niñas les dijeran o hiciesen nada.

Si os parece bien, Lucía y yo nos vamos hacia allí, hablamos con Pepe y ella ve el ambiente, como Lucía ya tiene 21 años, y puedo firmar como tutor que soy de ella, ya puede trabajar pero antes puede ir una semana que le pagarán y así ve si se encuentra bien.

A Engracia no le pareció bien, eso de que trabajase de noche no le parecía nada honrado, pero por ir de honrada, estaban pasando por lo que pasaban, fuera de casa, de su ambiente y como perdidas para el pueblo donde habían nacido y vivido toda la vida.
Mira, Engracia, todos los trabajos son honrados si las personas lo son y no por más dinero y posición lo son más, Lucía y yo nos vamos a acercar allí y mientras, si preparas una tortilla de patatas, que quedo a cenar con vosotras.

Bajaron a la calle, cogieron el coche de Genaro y marcharon. En diez minutos estaban en el bar.

Lucía, en un principio, al ver la puerta y las luces  de neón, se quedó parada, pero Genaro le cogió del brazo y medio le empujó para pasar la puerta.

Era pronto y no había más de quince personas entre la barra y la máquina de bolas de jugar, junto a la máquina un joven melancólico bebía un cuba libre mientras escuchaba a Patty Bravo cantando “La Bámbola”

Detrás de la barra había tres chicas, más o menos de su edad, estaba vestidas con blusas ajuntadas y mini faldas, hablando y riendo con varios chicos a su alrededor, otros jugaban a los dados y bebían y fumaban. Al otro lado de la barra había un hombre delgado, moreno y pelo rizado, cuando vio a Genaro, se le alegraron los ojos y corrió a saludarlo. Cuando,  cuando vio a la muchacha, pareció examinarme de arriba a abajo sin dejar un centímetro sin controlar.

Vaya, vaya, así que tú eres la sobrina de mi amigo Geny, yo soy José pero todo el mundo me llama Pepe.

Mira, este es el ambiente que suele haber aquí, las niñas no salen de detrás de la barra para nada y los clientes no tienen derecho a nada con ellas, salvo que quieran charlar y jugar alguna partida de dados, si las invitan a algo, lo tomas sin alcohol.

Entre semana cerramos a las doce y los sábados suele ser algo más tarde, pero yo te acompañaría hasta tu casa.

Lucía miraba de un lado para otro, veía un sitio que podría tomarse por equívoco pero una vez visto desde dentro, parecía como cualquier otro sitio de jóvenes.

La música seguía sonando, el muchacho de la máquina de discos había puesto a Los Brincos cantando “Lola”.

¿Qué te parece? Dijo Genaro.

Sí, no está mal parecen jóvenes alegres y sanos.

¿Cuando puedo empezar esa semana de prueba?

Mañana mismo si quieres, pero mira de traer algo de ropa un poco más moderno y si no tienes, alguna de las niñas te dejará algo.

Bueno, pues mañana vendré, a las seis estaré aquí, hasta mañana, señor Pepe.
No, Lucía, a mi no me llames señor, no es que no lo sea, es que me hace viejo.

Bueno, Geny, si quieres venir a tomar una copa luego, ya sabes.

Genaro y Lucía salieron a la calle,  cogieron el coche y marcharon para casa.

Engracia estaba terminando de poner la mesa y en el centro de ésta había una hermosa tortilla de patatas.

Miró a Lucía y dijo ¿Qué?

Está bien, al principio en la puerta, parecía algo raro, pero una vez dentro, estaba muy bien, mucha gente joven oyendo música y jugando a la máquina y a los dados como en cualquier bar, hay tres camareras muy guapas, de mi edad más o menos y Pepe, el encargado es un hombre muy serio pero amable.

He quedado que iría una semana para probar, así que mañana lunes empezaré.
Tranquila, mujer, yo conozco mucho a Pepe y no permitirá ni él ni yo que le pase nada a Lucía y ella sabe que al más mínimo percance, puede recurrir a Pepe.

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