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miércoles, 12 de abril de 2017

LUCÍA (Capítulo III)

Lucía (Capítulo  III) es el relato de esta semana. Como ya sabeis es el relato que complementa el que se publicó en este mismo blog "La muchacha de una sola pierna" y que podreis encontrar también en el Tomo  II de "Las historias del buho" titulado "En busca de la puerta del infierno" junto con 15 relatos más. Este libro junto con otros dos más, del mismo autor, los podréis encontrar en EDITORIAL BUBOK.


Y ahora............................



LUCIA


Pedro Fuentes


Capítulo  III



Cuando Lucía llegó a su casa, su aspecto era lamentable, el vestido roto y manchado de barro de la caída, su cara manchada de la unión de las lágrimas y el poco rimel que llevaba y su pelo totalmente despeinado lleno de greñas.


¡Lucía, hija! ¿Qué ha pasado?.

La joven llorando más fuerte aún, se dejo arropar por los brazos de su madre y le dijo:
Antonio, el hijo del notario, se ofreció a traerme en el coche y a mitad del camino paró e intentó abusar de mi.

Ven cariño, lo primero que vamos a hacer es ir a casa del notario y luego a la Guardia Civil.

No, mamá, deja que me lave lo primero.

No, así mismo, que vea cómo te ha dejado.

Desde alguna casa del pueblo las vieron pasar, pero nadie dijo nada, todos sabían a lo que se iban a enfrentar, el notario, además de la persona más rica del pueblo era la más influyente e incluso cuando era joven había tenido algún altercado y su padre, también notario, lo había arreglado todo a su manera.

Cuando llegaron a la casa del notario, pidieron verlo, como Engracia era conocida en la casa, la “ama de llaves”, al ver a Lucia llorando y en el estado que venía, llamó a la puerta del despacho y don Antonio, las recibió inmediatamente.

¿Qué sucede, Engracia?

Verá, mi hija ha llegado en este estado a casa y dice que es debido a su hijo, Antoñito.

Cuéntale lo que pasó al señor Antonio, Lucía.

Lucia le hizo un detallado relato de lo ocurrido
 entre sollozos y lloros.

El notario no abrió la boca para nada, luego, cuando terminó, llamó a su esposa y le dijo:

Maruja, ¿Está Antonio en casa?

Si, hace una media hora que llegó.

Dile que venga y déjanos solos.

Cuando Antonio hijo entró en el despacho, ni  se inmutó´. Se dirigió hacia la mesa del despacho e intentó sentarse enfrente de Engracia y Lucía.

¡Quédate ahí mismo de pie! Dijo su padre.

Dime, Antonio, ¿Conoces a esta chica?

Si, padre, es la hija de Engracia y la tengo vista en el pueblo.

¿La has visto esta tarde?

No, he estado con mis amigos tomando unas cervezas y luego he venido a casa.

¿No has estado con Lucía?

No, no tengo amistad con  ella y no es de mi círculo de amigos.

Bueno, vete a tu habitación y no te muevas de allí por si te necesito.

Antonio, el hijo. salió del despacho y ni siquiera miró a Lucía ni a su madre.

Don Antonio dijo:

ya has oído, ¿No te habrás confundido de chico?

No, no señor, conozco a su hijo e incluso me ha traído a casa varias veces en el 600 azul cuando he salido de la academia.

¿No será que te has inventado esa historia como excusa por llegar tarde a casa?

No, no, no me he inventado nada, eso es lo que pasó.

Engracia dijo levantando la voz:

Vámonos, Lucía, iremos al cuartelillo a denunciarlo todo a la Guardia Civil.

¡Espere! Señora Engracia, usted sabe muy bien el trato y la consideración que ha recibido siempre en esta casa, pero no estamos dispuestos a que nadie manche el honor de nuestra familia, cuando es nuestro interés arreglar las cosas sin que nadie resulte perjudicado, además, ¿qué va a declarar a los guardias? Será la palabra de su hija contra la de mi Antonio, al que nunca se le ha visto metido en ningún jaleo. A su hija la señalarán por la calle y usted sabe como es la gente en su pueblo, no habrá forma de que pueda tener una relación seria en él.

Usted, doña Engracia, tiene que trabajar 24 horas al día para salir adelante, tiene unas tierras que no puede trabajar por falta de tiempo y fortaleza, yo le ofrezco algo mejor, le compraría todas las tierra y la casa del pueblo, además le ofrezco un capitalito, para que pueda vivir desahogadamente en Madrid y darle a su hija unos estudios que de otra forma no podría tener. Al fin y al cabo no ha pasado nada irreparable.

Engracia y Lucía se levantaron y salieron de la casa sin decir nada más. Salieron y  se fueron al cuartelillo. Allí, el sargento les hizo entrar en su despacho y preguntó por los hechos. Después de oírlos, cogió el teléfono y llamó al notario. Él mismo cogió el teléfono, después de dejarlo sonar varias veces.

Don Antonio,  soy el sargento Timoteo, tengo aquí a Engracia, su sirvienta y a su hija….
Si, ya sé, estoy informado, le puede decir que si insiste en sus denuncias, no habrá las ofertas que le he ofrecido, así que hasta mañana a las doce, sigo con el ofrecimiento, después no habrá nada.

Cuando el sargento les explicó lo que había dicho el notario, las dos mujeres se fueron a su casa, ahora eran las dos las que lloraban. 

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