YO CONFIESO
Hoy voy
a comenzar una nueva etapa, va a ser la publicación de toda mi obra pero con
una salvedad, siempre he dicho que todos mis relatos están basados en la
realidad, en recuerdos, en vivencias, en historias que han llegado a mí, por
diferentes canales, pues bien, este “Yo confieso”, va a tratar de aclarar el
fondo de cada historia o relato y las diferencias que existen con la realidad,
van a ser un poco unas “memorias”, mis memorias, a través de los relatos; no sé
cómo los voy a contar, creo que lo ideal sea por orden cronológico, aunque
tendré que agrupar alguna historia para mejor comprensión de los hechos.
Hay
además otros relatos que no se han publicado todavía y otros que están a
medias, unos y otros, los iré intercalando cronológicamente en el espacio
tiempo que se necesiten. Hechas estas aclaraciones, empezaré por el primer
publicado.
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El
Tiovivo
Este relato, me fue contado hace
unos treinta años por un señor mayor, nos dijo a los presentes que hacía
bastantes años.
Entre los presentes estaba el
secretario de ayuntamiento de la población, que acababa de llegar destinado
allí y yo, sobrino
político del mismo. Siempre creí
que era una leyenda urbana, pero el relatante juraba que era verdad. Ninguno
de los dos,
ni él ni mi familiar viven ya.
No voy a decir el nombre de la
población, pero diré que era de Gerona.
Nos contó el relatante otra
historia que ya nombraré cuando llegue a ella.
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EL TIOVIVO
Pedro Fuentes
Esta historia ocurrió allá por mediados de los 50, en un
pueblo de unos de unos 1.800 habitantes y que en aquellos tiempos vivía
mayoritariamente de la agricultura y se encontraba situado a unos 18 km de una
capital de provincias pequeña, omito el nombre para que no sirva de escarnio
entre las poblaciones cercanas.
El protagonista de este relato, se llama Anselmo, hijo de
un agricultor, sus ideas no eran seguir viviendo toda la vida de un trabajo tan
duro y sacrificado, por lo cual por su mente discurrían ideas para montar algún
negocio.
Ocurrió que siendo las fiestas de la capital de la
provincia, fue allí para divertirse. Dando vueltas por la feria, se paró
delante de un tiovivo no muy grande, con sus caballitos que giraban y subían y
bajaban al compás de una música llamativa y monótona pero alegre.
Anselmo vio que subían muchas personas, padres con niños,
parejas y algún grupo de chicos y chicas.
Casi cada vez el lleno era absoluto, miró el precio, lo
multiplicó por las personas que subían, vio que muchos repetían, calculó lo que
podían gastar de luz, en fin, preguntó, se informó del fabricante e incluso
supo de alguno que se vendía de segunda mano.
Como tenía algunos ahorros pensó que con una
financiación, al fin y al cabo, tenía tierras para poder ofrecer garantías, lo
consultó con su padre, a éste no le supo muy bien, pero, Anselmo era su único
hijo, él ya era mayor y pensó que mejor eso a que cansado del trabajo de
agricultor, se marchase, además, si salía mal, quizás el dinero perdido le
haría afianzarse más en el trabajo de la tierra.
Anselmo tenía hasta el sitio perfecto, casi al lado de la
plaza Mayor, su abuelo les había dejado una casa ruinosa y que tenía el solar
lo suficientemente grande para montar su feria particular, tiró lo que quedaba
de ruinas, acondicionó el terreno, pidió los permisos y empezó los trámites de
la compra del tiovivo, empezaría por uno de segunda mano, que le daban
garantías y luego, según cómo fuese, quizás hasta podría ampliar el negocio.
La inauguración iba a ser a principios de Junio y como
aquello, para el pueblo era un acontecimiento, Anselmo invitó a todas “las fuerzas vivas” del lugar, allí
estaba el alcalde, el cabo de la guardia civil, el cura, el médico, la maestra, la hija del farmacéutico, ya que
éste está muy mayor y su hija ya ha acabado la carrera y lo va a sustituir al
mando de la farmacia.
Eran las cinco de la tarde de un día muy caluroso para el
tiempo que estaban, cuando todos ellos se reunieron en el solar que ya no
aparecía yermo, una valla verde de madera lo rodeaba, una parte estaba plantada
de césped y alrededor, por dentro de la valla, la madre de Anselmo había puesto
su toque femenino plantando unas flores.
Se había acercado al evento casi todo el pueblo, incluso
algún vecino del pueblo de al lado, más pequeño pero que tenía una central eléctrica que daba luz a varios pueblos del contorno y del cual dependían para la energía.
Para la inauguración, el alcalde, D. José diría primero
unas palabras, luego pasaría D. Francisco el cura a bendecir las instalaciones,
después todas las autoridades subirían a
los caballitos y darían unas vueltas, para finalmente el público en general
podría subir previo pago de la entrada correspondiente.
Los caballitos tenían alrededor un toldo que bajaba y
cubría todo el tiovivo y lo protegía de las inclemencias del tiempo y que
estaba echada hasta el discurso del Sr. Alcalde, éste, dirigiéndose a la
concurrencia les habló de los años de progreso que esperaban a todas las
poblaciones de España, gracias al
Caudillo que dirigía los destinos del país.
Alabó la actitud
emprendedora que había llevado a Anselmo a ser precursor de la industria del
pueblo y había abierto la puerta del turismo en aquella magnífica villa que él
tenía el placer de dirigir.
Al grito de Viva Franco y arriba España, Anselmo que
sujetaba las cuerdas del toldo, tiró de ellas y lo subió, dejando al descubierto el tiovivo
resplandeciente, con unas barras que brillaban con el sol de la tarde y unos
caballos de todos los colores.
El señor cura, un orondo personaje de unos cincuenta y
cinco años de edad, se acercó al tiovivo, le hizo señas aun monaguillo
escuálido de unos 13 años y éste le acercó la estola que se puso encima del
alba que ya llevaba, el monaguillo sujetó el acetre con su mano izquierda y le
acercó a D. Francisco el hisopo, éste lo cogió, lo introdujo en el recipiente y
sacudiéndolo sobre los caballitos dijo: in nomine patri et fili…… cuando
hubo terminado, Anselmo pidió a los presentes que se subiesen para dar una
vuelta de honor.
D. José, el alcalde, con buen criterio dijo a Anselmo y a
los demás invitados:
Yo creo que no es conveniente que subamos, delante de
todo el pueblo, me parece que seremos pasto de las risotadas del personal.
Todos asintieron menos el monaguillo que se aferraba al
cura y que estaba viendo que iba a perderse lo mejor.
Anselmo, hombre de negocios y de mundo, viendo que se le
terminaría el acto en un momento contestó:
No, Sr Alcalde, está todo previsto, como han visto Uds.
Hay un toldo que cubre todo el
artilugio, así que cuando ustedes estén en la plataforma, yo bajaré el toldo,
suben a los caballitos y cuando hayan dado unas vueltas, cuando bajen,
subiremos de nuevo el toldo y haremos que la gente aplauda.
Bueno, si es así, sea por el progreso, dijo el Alcalde y
todos asintieron, menos el monaguillo que quería pasar lo más desapercibido
posible no fuese a quedarse en tierra.
Todos subieron a la plataforma, bajó el toldo y se
subieron a los caballitos, primero el alcalde, luego el sacerdote, a
continuación el cabo de la guardia civil, la farmacéutica, a quien gustaba el
médico, joven, recién llegado al pueblo, se subió delante de él tomando pose de
experta amazona, después se montó la joven maestra, también recién llegada y en
su primer año en el cargo, subió luego el monaguillo, con los bártulos de la
bendición y procurando que no se le viese.
A la voz de adelante, dicha por el cabo, que ya había
visto al monaguillo y al que estuvo a punto de descabalgar pero no le dio
tiempo, el tiovivo se puso en marcha.
Había dado el artilugio siete vueltas, cuando Anselmo oyó
la débil voz del alcalde que decía:
¡Anselmo!, ¡ya
vale!
Anselmo, presto a obedecer la orden, se acercó a la
palanca del freno, quizás por los nervios, a lo peor por una mala instalación,
se quedó con el hierro en las manos y aquello no frenó, se dirigió a donde
estaba el interruptor general y no lo encontró, eso fue porque con las prisas
del montaje y por falta de luz habían hecho un tendido provisional y directo.
Nadie había para dar órdenes, las personas que lo habrían
podido hacer estaban todas atrapadas en un aparato que a falta de freno, la
inercia iba acelerando.
Ya llevaban como unas treinta vueltas cuando se oyó al
cura que gritaba “¡por Dios!, ¡que paren esto!”. A la vuelta cuarenta el Guardia Civil gritó:
¡¡Paren esto o fusilo a alguien!!.
Anselmo, desesperado, sudando, manchado de grasa, no
sabía qué hacer, a punto del llanto oyó a su padre que le dijo:
Coge el Land Rover
y vete a la central y que corten la luz.
Anselmo una vez más se tuvo que rendir a la sabiduría de
su padre. Cogió el coche y salió a lo
que daba de sí. Pasaban de las cien vueltas cuando llegó a dar la orden de
corte de energía eléctrica, luego, a la misma velocidad, bajó para poder subir
la lona.
Cuando al fin izó el toldo, el espectáculo fue dantesco.
El Sr. Alcalde
estaba a los pies de su caballito vomitando.
El cura se encontraba arrodillado sobre los talones,
detrás de su caballo, rezando y llorando. El cabo se mantenía erguido
sujetándose a la barra de su caballo, en sus pantalones se notaba que sus
esfínteres no le obedecían.
El médico, bastante desmejorado, arrodillado al lado de la farmacéutica, que
estaba tendida y desmayada, le daba aire. La maestra, fiel a su magisterio, se
había abrazado al caballo, estaba medio
inconsciente, pero enseñando todo su muslamen, por cierto digno de ver.
El único jinete
que se encontraba erguido era Ricardito el monaguillo que se estaba echando un
trago largo de agua bendita.
El pueblo, pese a los años pasados sigue riendo. Anselmo
no ha vuelto de Alemania ni de vacaciones, la farmacéutica se casó con el
médico, al cura lo enviaron a otro pueblo, el cabo solicitó traslado, el
alcalde se retiró de la política y vive de las rentas, la maestra se casó con
un rico terrateniente del pueblo de al lado. Ricardito se fue a Madrid a
estudiar y no se sabe gran cosa de él.
FIN
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