Esta última etapa termina en lo que yo he llamdo "Los mejores años de mi vida" aunque todos han sido buenos, He pasado por todo tipo de "momentos", pero todos han sido buenos, estos para disfrutarlos y revivirlos, otros para aprender de ellos y recordar a todos aqellos que hicieron más agradables aquellos momentos con su presencia.
Un día haría una relacion de personas y hechos, pero no me gustaría dejar olvidado a nadie por el mero hecho de un descuido y pensar que a lo mejor, para ese alguien fue un momento para recordar toda una vida.
La semana que viene, empezaré con otra nueva etapa de no publicados. espero que os gustarán.
Y ahora..................
Entre el trabajo y el ejército
Pedro Fuentes
En
el departamento de la empresa, donde me asignaron, hacía horas
también Pedro Almodóvar, que hacía la mili como voluntario en
aviación, ya entonces llevaba una vida bastante desordenada según
él mismo. Por aquellos tiempos hacía algo de teatro un tanto
modernista.
Me
regaló entonces un libro de Francisco Umbral, “El Giocondo” que
perdí por el transitar de esta vida, he leído en algún sitio que
el personaje de este libro del que decía Umbral que lo único que le
gustaba era el título, era un relato fiel a Almodóvar pero de antes
de Almodóvar. A éste le gustaba porque según decía, se veía
reflejado en él.
El
libro se escribió en 1.970 cuando Pedro no había llegado a Madrid o
acababa de llegar.
Aquel
trabajo durante la mili, fue lo que convirtió a mi vida en una
anarquía. Por un lado estaba el estado de ánimo al que me llevó
el depender del ejercito aunque fuese una semana al mes, aquello me
llevó muchas veces a evadirme con el whisky, después hice lo que no
había hecho nunca, tenía una novia y a la vez estaba con la
encargada de una barra americana, luego, como en la empresa podía
trabajar a turnos, doblaba estos y en pocos días tenía hechas las
horas como si estuviese haciendo la jornada completa, pero también
podía hacer el horario a mi conveniencia..
La
semana que me tocaba con el capitán general, en el fondo era la más
tranquila, cogía el coche a las ocho de la mañana y ya no lo dejaba
hasta las diez de la noche, salvo algunas excepciones.
El
General era amigo de Don Carlos Arias Navarro, entonces ministro de
Gobernación, que estaba en Sol, en donde está ahora la sede de la
Comunidad Autónoma, entonces se llamaba simplemente “Gobernación”
y allí era la famosa, en aquellos tiempos, la “Dirección General
de Seguridad”, detrás estaba el cuartel del Pilar de la Policía
armada, allí iba yo a desayunar cuando hacíamos visita a “Arias
Navarro”.
Una
vez, estando en la barra del bar del cuartel, oí la siguiente
conversación entre dos “grises”:
“Tengo
unas ganas de que empiecen las clases en la Universidad, porque yo me
presento voluntario para ir allí, si vieras con qué ganas les
sacudo porrazos a esos señoritos….”
Me
volví para ver quien era el energúmeno, no se si fue el miedo o más
bien la prudencia, al verme rodeado de “grises” y vestido de
uniforme, pagué el bocadillo y me marché dejando mi desayuno casi
entero.
El
capitán general y Arias Navarro, tenían por costumbre ir a comer y
charlar a un sitio en la carretera de Andalucía, creo que era una
especie de residencia de altos mandos del ejército, entonces tenían
el detalle de que el conducto del ministro y yo nos pusiésemos de
acuerdo para que uno los llevara y otro los fuese a buscar, con lo
cual no nos tenían toda la tarde a los dos, por lo general era y el
que los llevaba y el chofer de Arias los recogía.
Cuando
llevas en el coche oficial a alguien, muchas veces se olvidan de que
tú también oyes.
Allí
me enteré de muchas de las cosas que se cocían en la política
española por aquellos tiempos y allí oí por primera vez el
borrador del que luego se denominó, “El espíritu del 12 de
Febrero” Un discurso que hablaba de una tímida apertura hacia la
democracia, luego, ya licenciado, con la muerte de Carrero Blanco en
el atentado que le costó la vida, parece que todo volvió a estar
como estaba o incluso peor.
Una
mañana que estaba en “Gobernación” esperando a mi general,
llegaron unos furgones de unas plantas de marihuana que habían
cogido en unos campos cerca de Málaga, le pregunté a un paisano que
había allí que qué era aquello, me lo dijo y también que aquello
no hacía nada, era un comisario y terminé en su despacho fumando un
“porro”, no me gustó, aquello olía fatal, me pareció mejor y
más fuerte un “Celtas” corto. Fue mi primer y último “porro”.
Terminada
la mili, fui trasladado a Barcelona por la empresa, pero esa ya es
otra historia que contaré más adelante.
FIN
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