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martes, 7 de febrero de 2017

UN CROSS DE 10.000 METROS

Hoy comienzo una nueva etapa de relatos cortos, espero que estos nuevos relatos os gusten.

De los anteriormente publicados, han salido tres tomos que se han publicado como una trilogìa llamada "LAS HISTORIAS DEL BUHO" en la editorial BUBOK que a continuación os indico los enlaces en los que se pueden solicitar y a después el nuevo relato de esta nueva etapa.

La misteriosa dama de negro (EL VIAJE I)


En busca de la puerta del infierno (EL VIAJE II)


¿Pero qué he hecho yo? (EL VIAJE III)















UN CROSS DE 10.OOO METROS





Pedro Fuentes


En aquellos tiempos yo todavía seguía haciendo deportes, corría medio fondo, máximo 3.000 metros lisos, pero en invierno, cuando empezaba la temporada de cross, apuntábamos a todo el equipo y además de participar, nos servía para entrenar y medir un poco nuestras posibilidades y de entretenimiento.

Mi forma física no era ni por asomo de lo más ideal, mi vida estaba bastante complicada, entre el trabajo, los estudios, el teatro y bastante “divertimento” no estaba desde luego para muchas carreras, los días de entreno, entonces en el estadio de Vallehermoso, en la calle Ríos Rosas, al lado de la Escuela de Magisterio femenino, y muchos domingos en la Casa de Campo, me servían de ejercicio para mantenerme en forma, pero no para ganar medallas en competiciones oficiales y menos en carreras de cross de 10.000 metros.

Pues bien, ocurrió que había una carrera de cross en Cercedilla y allí nos inscribimos todo el equipo, incluso los juveniles, nos lo tomamos como un día de excursión.

A las siete y media nos metimos en el autobús.

La noche anterior había llovido bastante y seguía haciéndolo aunque más débilmente. Cuando el autobús partió, ya los cristales estaban bastante empañados por culpa de la diferencia de temperatura que había entre el interior y exterior.

Yo iba bastante ilusionado porque volvía a Cercedilla, la última vez que estuve allí era cuando salía con Isabel.

Bueno, pues cuando llegamos allí, ya al bajar del autobús nos dimos cuenta del frío que hacía, en el mes de Noviembre, en plena sierra de Madrid en un día especialmente frío y húmedo.

Nos llevaron a las “Escuelas Nacionales”, al entrar, un fuerte olor a escuela, niños y no sé qué más me entró a lo más profundo de mi cuerpo, eso me trajo a la memoria grandes recuerdos de Isabel, entonces ya desaparecida de mi vida.

Nos asignaron una clase para cambiarnos y ponernos la ropa deportiva, entonces unas zapatillas conocidas como bambas, zapatillas de lona con suela de goma y tipo bota atadas con cordones, con un calcetín grueso, un traje de baño tipo “meyba” y una camiseta tipo imperio, las nuestras eran negras con una franja amarilla horizontal y chándal negro, con una franja amarilla a lo largo del brazo y otra igual en el lateral de las perneras. Tanto en las camisetas como en al chándal, en la parte posterior ponía “Hermandades del Trabajo” formando un semi círculo y en medio una cruz de Santiago con un escudo en el centro que ponía M HH T. Ya he hablado en algún relato de este movimiento católico fundado oficialmente el 16 de Julio1947. Se completaba el equipo con dos imperdibles para sujetar el dorsal, normalmente patrocinado por Coca Cola y que al final del evento te lo cambiaban por un botellín de la citada bebida.

Salimos del recinto y nos dedicamos a recorrer el circuito, en este caso de unos cinco mil metros, unos andando, otros a paso ligero y aprovechando para hacer estiramientos, allí te encontrabas con lo más granado del atletismo. Nosotros, con nuestro entrenador, plus marquista de España en aquellos años, nos dedicamos a recorrer el circuito.

La verdad es que cuando llegué a la salida e hice los últimos estiramientos del calentamiento yo ya estaba cansado, el terreno, por la lluvia persistente y los charcos, me hacían más dura la carrera, además, los últimos 500 ó 600 metros eran asfalto.

Llamaron a los corredores a la línea de salida, en primera línea se encontraban los favoritos, después los más rápidos del resto, luego los que quedaban de los corredores de fondo, al final los que solamente aspirábamos a acabar la carrera y los veteranos, que había unos cuantos.

Cuando al fin sonó el disparo inicial, yo tenía muy claro que tendría que mantener un ritmo cómodo para mi y si me topaba con alguien que fuese a mi paso más o menos, adaptarme y seguir en compañía.

Los primeros cinco mil metros, fueron bastante cómodos, me mantenía entre los esprinters y los medio fondo como yo, el final de la primera curva apareció después de un giro de unos noventa grados y justo al entrar en el asfalto. Hasta entonces, el suelo de tierra, pese a las pisadas de los corredores anteriores, se mantenía compacto, aunque lleno de charcos que todo el mundo esquivaba, pero al entrar en la dureza de el asfalto, la cosa se puso peor, pese al frio y la lluvia, lo que empapaba mi camiseta, era sudor, además me empezaba a entra flato, gracias a los ejercicios de respiración, forzando ésta apretando con el estómago al expeler el aire, al cabo de unos cincuenta metros fue desapareciendo.

Quedaban unos 500 metros para la primera vuelta y mantenía el ritmo a duras penas, iba acompañado por el último grupo, detrás algún corredor solitario y luego la nada.

Al pasar por meta, nos quedaba una vuelta, yo ya iba descolgado, empecé la segunda vuelta pisando los charcos para refrescarme, además al paso de toda la carrera el terreno se había convertido en un barrizal, parecía que el barro te sujetaría de los pies y tiraría de ti hasta el fondo, al pasar por un charco, estuve a punto de caer, era más profundo de lo que yo pensaba y el agua me llegó por encima de los tobillos, con las bambas mojadas y el barro incrustado en ellas y en mis piernas, cada vez me costaba más dar un paso, si seguía así, terminaría parado, frenado, convertido en una estatua de barro.

A mi espalda oí el chapoteo de alguien que se acercaba a mi, se puso a mi altura y lo miré, era de mi edad, más o menos y del equipo de empresa de Marconi.

¿Quieres que sigamos al paso?. Me dijo.

Si, si no te retraso.

No, ya no puedo más y quizás así los dos terminaremos nuestra carrera.

Mi última carrera, le dije, no vuelvo a un cross, no es mi distancia y además, no estoy seguro de que mi distancia sea adecuada para mí, mi carrera deportiva ha terminado casi antes de empezar.

Cogimos un ritmo adecuado a nuestras fuerzas y seguimos a la par, casi sin hablar para no empeorar ,a situación.

Habíamos llegado a los 7000, ya solamente quedaban 2400 y luego los seiscientos de asfalto, cuando por detrás nuestro nos llegó el chapoteo de alguien que nos alcanzaba, entró por el espacio que en medio habíamos dejado Arturo, de Marconi y yo.

¡Hola, chicos! ¿Os puedo ayudar un poco para marcaros un ritmo?

Asentimos los dos corredores a a vez que mirábamos a nuestro salvador. Era un veteranos, más cerca de los setenta que de los sesenta años, con camiseta blanca, pantalón blanco y zapatillas puma blancas también.

Primero nos hizo bajar de velocidad, luego nos fue marcando la respiración, nos íbamos recuperando, luego, a medida que respirábamos mejor, fue estirando de nosotros, aceleramos y me encontraba mejor, aquel veterano estaba haciendo milagros con nosotros.

Faltaban 50 metros para el asfalto, el veterano nos dijo:

En cincuenta metros entramos en la recta final, antes de llegar al asfalto, en la última curva yo os dejaré, ya habréis pasado lo peor.

Cuando comenzó la curva, nos miramos Arturo y yo, el veterano había marchado, le perdimos el rastro, no lo volvimos a ver.

Hicimos la última curva acortándola lo más posible, yo por dentro, Arturo por fuera, pisamos el asfalto y nos miramos.

Bueno, le dije, encantado de conocerte, ahora que gane el mejor, ¿Te parece?

Afirmativo, me contestó mientras me alargó la mano y yo hice lo mismo, luego, en la lejanía oímos:

Esperen, se acercan dos corredores.

Arturo y yo aceleramos en un esprín épico, el hígado me parecía salir por la boca, pero nos mantuvimos emparejados, los dos estábamos luchando hasta la extenuación, parecía que nos fuese la vida en la carrera, faltaban 100 metros y seguíamos emparejados, jadeábamos como si nuestros pulmones fuesen a estallar.

No fue una ilusión de Arturo y mía, el público que no se había ido, vio la velocidad y el esfuerzo, parecía que alguien nos empujase por detrás, unos aplausos atronadores nos daban más fuerzas.

En los últimos cincuenta centímetros, Arturo, estiró un poco más el paso y entró antes que yo, terminamos exhautos, pero todavía tuvimos fuerzas para darnos un abrazo.

Cuando me recuperé, fui a la organización y pregunté quién era el veterano vestido totalmente de blanco y sin una mancha de barro que había entrado antes que nosotros.

Me dijeron:

Hace diez minutos que entró el último, pero vestía de azul, de blanco no ha entrado ninguno por delante de vosotros dos.

FIN










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