De los anteriormente publicados, han salido tres tomos que se han publicado como una trilogìa llamada "LAS HISTORIAS DEL BUHO" en la editorial BUBOK que a continuación os indico los enlaces en los que se pueden solicitar y a después el nuevo relato de esta nueva etapa.
La misteriosa dama
de negro (EL VIAJE I)
En busca de la
puerta del infierno (EL VIAJE II)
¿Pero qué he hecho
yo? (EL VIAJE III)
UN
CROSS DE 10.OOO METROS
Pedro
Fuentes
En
aquellos tiempos yo todavía seguía haciendo deportes, corría medio
fondo, máximo 3.000 metros lisos, pero en invierno, cuando empezaba
la temporada de cross, apuntábamos a todo el equipo y además de
participar, nos servía para entrenar y medir un poco nuestras
posibilidades y de entretenimiento.
Mi
forma física no era ni por asomo de lo más ideal, mi vida estaba
bastante complicada, entre el trabajo, los estudios, el teatro y
bastante “divertimento” no estaba desde luego para muchas
carreras, los días de entreno, entonces en el estadio de
Vallehermoso, en la calle Ríos Rosas, al lado de la Escuela de
Magisterio femenino, y muchos domingos en la Casa de Campo, me
servían de ejercicio para mantenerme en forma, pero no para ganar
medallas en competiciones oficiales y menos en carreras de cross de
10.000 metros.
Pues
bien, ocurrió que había una carrera de cross en Cercedilla y allí
nos inscribimos todo el equipo, incluso los juveniles, nos lo tomamos
como un día de excursión.
A
las siete y media nos metimos en el autobús.
La
noche anterior había llovido bastante y seguía haciéndolo aunque
más débilmente. Cuando el autobús partió, ya los cristales
estaban bastante empañados por culpa de la diferencia de temperatura
que había entre el interior y exterior.
Yo
iba bastante ilusionado porque volvía a Cercedilla, la última vez
que estuve allí era cuando salía con Isabel.
Bueno,
pues cuando llegamos allí, ya al bajar del autobús nos dimos cuenta
del frío que hacía, en el mes de Noviembre, en plena sierra de
Madrid en un día especialmente frío y húmedo.
Nos
llevaron a las “Escuelas Nacionales”, al entrar, un fuerte olor a
escuela, niños y no sé qué más me entró a lo más profundo de mi
cuerpo, eso me trajo a la memoria grandes recuerdos de Isabel,
entonces ya desaparecida de mi vida.
Nos
asignaron una clase para cambiarnos y ponernos la ropa deportiva,
entonces unas zapatillas conocidas como bambas, zapatillas de lona
con suela de goma y tipo bota atadas con cordones, con un calcetín
grueso, un traje de baño tipo “meyba” y una camiseta tipo
imperio, las nuestras eran negras con una franja amarilla horizontal
y chándal negro, con una franja amarilla a lo largo del brazo y otra
igual en el lateral de las perneras. Tanto en las camisetas como en
al chándal, en la parte posterior ponía “Hermandades del Trabajo”
formando un semi círculo y en medio una cruz de Santiago con un
escudo en el centro que ponía M HH T. Ya he hablado en algún relato
de este movimiento católico fundado oficialmente el 16 de Julio1947.
Se completaba el equipo con dos imperdibles para sujetar el dorsal,
normalmente patrocinado por Coca Cola y que al final del evento te lo
cambiaban por un botellín de la citada bebida.
Salimos
del recinto y nos dedicamos a recorrer el circuito, en este caso de
unos cinco mil metros, unos andando, otros a paso ligero y
aprovechando para hacer estiramientos, allí te encontrabas con lo
más granado del atletismo. Nosotros, con nuestro entrenador, plus
marquista de España en aquellos años, nos dedicamos a recorrer el
circuito.
La
verdad es que cuando llegué a la salida e hice los últimos
estiramientos del calentamiento yo ya estaba cansado, el terreno, por
la lluvia persistente y los charcos, me hacían más dura la carrera,
además, los últimos 500 ó 600 metros eran asfalto.
Llamaron
a los corredores a la línea de salida, en primera línea se
encontraban los favoritos, después los más rápidos del resto,
luego los que quedaban de los corredores de fondo, al final los que
solamente aspirábamos a acabar la carrera y los veteranos, que había
unos cuantos.
Cuando
al fin sonó el disparo inicial, yo tenía muy claro que tendría que
mantener un ritmo cómodo para mi y si me topaba con alguien que
fuese a mi paso más o menos, adaptarme y seguir en compañía.
Los
primeros cinco mil metros, fueron bastante cómodos, me mantenía
entre los esprinters y los medio fondo como yo, el final de la
primera curva apareció después de un giro de unos noventa grados y
justo al entrar en el asfalto. Hasta entonces, el suelo de tierra,
pese a las pisadas de los corredores anteriores, se mantenía
compacto, aunque lleno de charcos que todo el mundo esquivaba, pero
al entrar en la dureza de el asfalto, la cosa se puso peor, pese al
frio y la lluvia, lo que empapaba mi camiseta, era sudor, además me
empezaba a entra flato, gracias a los ejercicios de respiración,
forzando ésta apretando con el estómago al expeler el aire, al cabo
de unos cincuenta metros fue desapareciendo.
Quedaban
unos 500 metros para la primera vuelta y mantenía el ritmo a duras
penas, iba acompañado por el último grupo, detrás algún corredor
solitario y luego la nada.
Al
pasar por meta, nos quedaba una vuelta, yo ya iba descolgado, empecé
la segunda vuelta pisando los charcos para refrescarme, además al
paso de toda la carrera el terreno se había convertido en un
barrizal, parecía que el barro te sujetaría de los pies y tiraría
de ti hasta el fondo, al pasar por un charco, estuve a punto de caer,
era más profundo de lo que yo pensaba y el agua me llegó por encima
de los tobillos, con las bambas mojadas y el barro incrustado en
ellas y en mis piernas, cada vez me costaba más dar un paso, si
seguía así, terminaría parado, frenado, convertido en una estatua
de barro.
A
mi espalda oí el chapoteo de alguien que se acercaba a mi, se puso a
mi altura y lo miré, era de mi edad, más o menos y del equipo de
empresa de Marconi.
¿Quieres
que sigamos al paso?. Me dijo.
Si,
si no te retraso.
No,
ya no puedo más y quizás así los dos terminaremos nuestra carrera.
Mi
última carrera, le dije, no vuelvo a un cross, no es mi distancia y
además, no estoy seguro de que mi distancia sea adecuada para mí,
mi carrera deportiva ha terminado casi antes de empezar.
Cogimos
un ritmo adecuado a nuestras fuerzas y seguimos a la par, casi sin
hablar para no empeorar ,a situación.
Habíamos
llegado a los 7000, ya solamente quedaban 2400 y luego los
seiscientos de asfalto, cuando por detrás nuestro nos llegó el
chapoteo de alguien que nos alcanzaba, entró por el espacio que en
medio habíamos dejado Arturo, de Marconi y yo.
¡Hola,
chicos! ¿Os puedo ayudar un poco para marcaros un ritmo?
Asentimos
los dos corredores a a vez que mirábamos a nuestro salvador. Era un
veteranos, más cerca de los setenta que de los sesenta años, con
camiseta blanca, pantalón blanco y zapatillas puma blancas también.
Primero
nos hizo bajar de velocidad, luego nos fue marcando la respiración,
nos íbamos recuperando, luego, a medida que respirábamos mejor, fue
estirando de nosotros, aceleramos y me encontraba mejor, aquel
veterano estaba haciendo milagros con nosotros.
Faltaban
50 metros para el asfalto, el veterano nos dijo:
En
cincuenta metros entramos en la recta final, antes de llegar al
asfalto, en la última curva yo os dejaré, ya habréis pasado lo
peor.
Cuando
comenzó la curva, nos miramos Arturo y yo, el veterano había
marchado, le perdimos el rastro, no lo volvimos a ver.
Hicimos
la última curva acortándola lo más posible, yo por dentro, Arturo
por fuera, pisamos el asfalto y nos miramos.
Bueno,
le dije, encantado de conocerte, ahora que gane el mejor, ¿Te
parece?
Afirmativo,
me contestó mientras me alargó la mano y yo hice lo mismo, luego,
en la lejanía oímos:
Esperen,
se acercan dos corredores.
Arturo
y yo aceleramos en un esprín épico, el hígado me parecía salir
por la boca, pero nos mantuvimos emparejados, los dos estábamos
luchando hasta la extenuación, parecía que nos fuese la vida en la
carrera, faltaban 100 metros y seguíamos emparejados, jadeábamos
como si nuestros pulmones fuesen a estallar.
No
fue una ilusión de Arturo y mía, el público que no se había ido,
vio la velocidad y el esfuerzo, parecía que alguien nos empujase por
detrás, unos aplausos atronadores nos daban más fuerzas.
En
los últimos cincuenta centímetros, Arturo, estiró un poco más el
paso y entró antes que yo, terminamos exhautos, pero todavía
tuvimos fuerzas para darnos un abrazo.
Cuando
me recuperé, fui a la organización y pregunté quién era el
veterano vestido totalmente de blanco y sin una mancha de barro que
había entrado antes que nosotros.
Me
dijeron:
Hace
diez minutos que entró el último, pero vestía de azul, de blanco
no ha entrado ninguno por delante de vosotros dos.
FIN
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