LUCÍA
Pedro Fuentes
Capítulo I
Hoy comienzo otro relato. se llama Lucía, a todos los que me seguís os sonará el nombre, si, Lucía es "La muchacha de una sola pierna", este relato comienza antes, cuando Lucía era una jovencita de 19 años y sigue..... pero no digo nada más para no quitarle el misterio a los lectores. A los que les gustó en su día el relato de "La muchacha..........." les gustará éste y a los que no les gustó, quizás le enganche este otro.
Y ahora.........................
LUCIA
Pedro
Fuentes
Capítulo
I
Cuando
tenía 19 años, la vida de Lucía en el pueblo era normal y
corriente, Su madre, viuda, trabajaba haciendo limpieza en la casa de
unos señores de allí, luego cuando llegaba a casa hacía todo lo
que podía, cuidaba de un pequeño huerto, unas gallinas y conejos
que tenían; con su trabajo y la venta de huevos y conejos, salían a
delante, quería que su hija estudiase algo, no era buena estudiante,
en realidad, era bastante lamentable, era una soñadora enamoradiza,
así que optó por lo más socorrido entonces, en el pueblo de al
lado, a 10 kilómetros mayor que el de ellas; capital de la comarca y
con una cierta entidad, había más oportunidades, así que Lucía
iba cada tarde en el autobús a una academia donde estudiaba para
secretaría, en aquellos tiempos, 1966, aquello era algo de cultura,
taquigrafía, mecanografía, redacción, dictado, algo de
contabilidad y alguna materia más, era fácil entonces encontrar un
trabajo en una oficina para hacer un poco de todo. Había estudiado a
duras penas el bachiller elemental y aquello parecía que no le
costaría mucho más esfuerzo.
Por
las mañanas, cuando se levantaba, si madre se había ido a hacer la
limpieza a la casa de unos señores importantes, pero antes de salir,
avisaba a su hija cada día.
Lucía,
levántate ya, que es hora, barre la casa y tendrías que fregar por
lo menos la cocina y el comedor, luego échale pienso a las gallinas
y a los conejos, mira que no queden huevos en el gallinero, la
“Rojilla” ha cogido la manía de picar los huevos, debe tener
necesidad de cal.
Hazlo
rápido y luego te pones a estudiar y a hacer los ejercicios. He
dejado preparado todo en la cocina para hacer el primer plato, judías
y patatas, a la una las pones a la lumbre para que cuando yo vuelva,
podamos comer y te marches a Villaluenga más descansada.
Lucía
aprovechaba para quedarse en la cama un rato, haciendo volar la
imaginación. Su imaginación se llamaba Fernando, era un chico del
pueblo y coincidían normalmente en el autobús cada tarde al ir a
Villaluenga, habían tardado en hablarse más de dos semanas, tuvo
que coincidir que el autobús pinchase para que al bajar mientras
esperaban que arreglasen la rueda, chocasen el uno contra el otro al
llegar a la puerta. Desde entonces, viajaban juntos y charlaban de
sus cosas, él estaba preparando oposiciones para Correos muy cerca
de donde ella iba a clase.
Al
fin se levantó e hizo los encargos de su madre y luego se puso a
practicar la mecanografía con una vieja máquina Olivetti que había
conseguido de segunda mano, cuando se cansó, estuvo preparando las
lecciones que tocaban de Contabilidad y luego los ejercicios de
taquigrafía, su gran fracaso.
Cuando
llegó su madre, comieron y Lucía se preparó para irse a
Villaluenga, cuando llegó a la parada, estaba ya Fernando esperando,
llegó el autobús y subieron ambos, se sentaron de la mitad para
atrás y empezaron a charlar, luego Fernando alegando que llevaba
retraso en Geografía, se puso a leer el libro correspondiente.
Lucía
no era una belleza, tampoco era fea, tenía un encanto especial, era
lo que se dice resultona, no era simpática, tenia unas facciones
agradables pero un poco seca, los chico no se acercaban mucho a ella,
temían que les fuera a dar algún corte, luego, cuando se le conocía
era incluso simpática dicharachera, pero la primera impresión era
fría y distante.
Fernando,
un muchacho tímido y apocado, no tenía ninguna seguridad de que si
le preguntaba o decía algo, le fuese a responder con algún corte o
desprecio, por lo que medía muy bien las palabras que le dirigía.
Si
no te importa, ¿te dejo el libro y me preguntas las poblaciones de
la Provincia? Dijo Fernando poniéndose colorado.
Si,
dámelo, ¿Cómo me las dirás? ¿Por orden alfabético?
No,
como están en el libro, por importancia. Contestó Fernando.
Al
darle el libro, sin ninguna intención la mano de Lucía se posó
encima de la de Fernando, Los dos se miraron durante un breve espacio
de tiempo y él después se puso rojo como un tomate, Lucía sintió
el calor de Fernando y un destello iluminó sus ojos, entonces supo
que Fernando estaba a su merced.
¡Huy!,
perdona, dijo Lucia cogiendo el libro por la página señalada por
él.
Fernando
carraspeó y fue diciendo las poblaciones con seguridad.
Lucía
sonrió y pensó, es la lección que mejor sabe, me ha querido
impresionar y a continuación dijo: ¿Te tienes que saber las del
resto e las provincias de Castilla la Nueva? Si quieres te las
pregunto también.
No,
esas todavía no, pero con el tiempo sí, por lo menos las más
importantes, por ahora solamente la provincia.
¿A
qué hora sales hoy?
A
las nueve, contestó ella.
Yo
salgo a las ocho, si no te importa te esperaré, además es muy justo
para coger el autobús anterior.
De
acuerdo, dijo Lucía cuando empezaban a levantarse para bajar en
Villaluenga.
Salió
Fernando que iba sentado por el lado del pasillo y después, detrás
salió Lucía, ésta se hizo la encontradiza y chocó con la espalda
de Fernando, el cual sintió las manos en su cintura y un breve roce
con sus pechos.
Cuando
llegaron a la calle, el muchacho iba rojo como un tomate, Lucía lo
miró a los ojos y empeoró la situación, sonrió y le dijo:
Te
veo a las 9 aquí, hasta luego.
Fernando
balbuceo algo que quizás pudo parecer un: De acuerdo, o un hasta
luego o un quizás, o una negación, pero en su cara se adivinó un
si como una casa.
En
clase le preguntaron las poblaciones a Fernando y no supo decir sino
tres de un tirón, pasó una tarde lamentable, no logró reponerse,
aquellos roces le habían marcado para toda la vida, en aquellos
años, sin ninguna experiencia y con la timidez del muchacho, las
cuatro horas que tuvo que esperar a Lucía fueron un martirio chino.
Saliendo
de la academia, a veces se iba a un bar al lado de la academia a
tomarse una caña o un vino con un compañero, aquella tarde se fue
directamente a la parada del autobús y allí se fumó siete
“Antillanas sin filtro”, luego, a las nueve menos diez, cuando ya
estaba a punto de llegar la joven se puso en la boca un caramelo de
menta, entonces vio como se acercaba ella, con una compañera, las
dos iban fumando sendos “Bisontes”.
Llegó
el autobús y subieron los dos, se sentaron a la mitad del vehículo,
donde estaban las primeras plazas vacías.
Lucía,
dijo Fernando, yo quería decirte algo, pero no sé si tú…..bueno,
es que…….el domingo, por la tarde…. En el Casino hacen baile,
yo no sé bailar……, pero si quieres, si te apetece…..¿Querrías
ir conmigo? Vamos, si no tienes otros compromisos y te dejan ir al
baile…..
Ya
te lo diré el viernes, cuando nos veamos aquí, en el autobús, se
lo tengo que preguntar a mi madre. Contestó Lucía, sabiendo
perfectamente que si le dejaría su madre, aunque tendría que ir
acompañada con su prima Rosario, como otras veces.
El
viernes, cuando se vieron en el autobús, lo primero que hizo
Fernando fue decirle a Lucía:
¿Qué?
¿Que
de qué? Contestó ella sabiendo perfectamente lo que decía él.
Que
si vendrás al baile.
Si,
me ha dicho mi madre que si, pero vendrá conmigo mi prima Rosario,
la de casa “el botijero”. Y que a las nueve y media tengo que
estar en casa.
Hoy
no vuelvo en el autobús, dijo él, salimos más tarde y un compañero
al que viene su padre a buscar, me llevará.
Yo
salgo a las ocho y tendré que esperar, pero los días que salgo
antes, voy con la amiga que me acompañó en otro día a tomar un
refresco.
Bueno,
si mañana no nos vemos, te espero el domingo a las seis en la puerta
del casino.
Vale,
hasta el domingo, contestó Lucía.
Cuando
salió de clase aquel día, a las siete, se fue con su amiga Rosa
hasta el bar de enfrente de la parada del autobús, se tomaron dos
coca cola y charlaron un rato.
¿Has
quedado con Fernando para el domingo? Dijo Rosa
Si,
pero he quedado con mi prima Rosario para que nos acompañe, así si
la cosa no me atrae, tendré una excusa para marchar, es tan parado
el pobre, figúrate que se pone colorado cuando me va a hablar y si
le toco la mano, le entra un temblequeo que ya.
Entonces
¿Por qué has quedado?
Me
daba pena, pero tampoco yo se por qué he quedado con él.
Si,
pero si le das carrete, lo mismo no te lo quitas de encima, estos
chicos le dices algo y tienes un moscardón para toda la vida.
Por
eso me llevo a mi prima, lo mismo me lo quita de encima, como ya
sabes, está loca por pillar unos pantalones, lo mismo me lo quita y
lo devora.
A
las dos muchachas se les escapó una carcajada que hizo que todo el
bar las mirase.
Cuando
eran las ocho menos cuarto, decidieron dejar la conversación y
marchar cada una por su lado, Lucía a la parada del autobús y Rosa
para su casa.
Hasta
el lunes, Lucía, ya me contarás.
Hasta
el lunes, Rosa.
En
la parada del autobús no había nadie todavía, así que Lucía se
apoyó en la barra de la parada y se dedicó a ver los pocos coches
que pasaban.
Un
Seat 600 color azul oscuro, paró en la parada, el conductor bajó la
ventanilla y sacó la cabeza por ella.
¡Lucía!,
¡Lucía!
La
muchacha, cuando lo vio dijo ¡Ah! Es usted.
No
me llames de usted, si acaso Antonio. ¿Vas para el pueblo?
Si,
estoy esperando el autobús, dijo a Antonio, el hijo de la casa donde
su madre iba a limpiar.
¡Sube!
Yo también voy para allí. Dijo mientras le señalaba la puerta del
lado del conductor.
Lucía
subió al coche.
Antes
de poner el coche en marcha, Antonio sacó un paquete de Marlboro y
le ofreció uno a Lucía, ésta lo cogió y esperó a que Antonio le
diese fuego, una vez encendidos los cigarrillos Antonio inició la
marcha, cuando ya salían del pueblo, él le dijo a Lucía:
¿Irás
el domingo al baile?
No
lo sé, todavía no he decidido nada, es posible que sí.
¿Quieres
que vayamos juntos?
No,
ya sabes como son en el pueblo, si te ven entrar juntos ya empieza la
gente a pensar lo que no es.
Yo
por eso no suelo ir, prefiero coger el coche e irme a otros pueblos
de los alrededores, pero el domingo he quedado con unos amigos en el
casino, eso no quiere decir que no nos marchemos luego a otro sitio.
¿Vienes todos los días a Villaluenga?
Si,
por lo general vengo todas las tardes de lunes a viernes, estoy
estudiando secretariado y voy a una academia que hay cerca de la
parada del autobús donde me has recogido.
Entre
silencios y charlas banales llegaron al pueblo, unas cuatro casas
antes de la suya, Lucía dijo:
¡Para!
Me bajaré aquí.
¿No
vas hasta tu casa?
Si,
pero prefiero bajar aquí. Que ya sabes lo que le gusta a las gentes
hablar.
Antonio
detuvo el 600 y dijo:
Bueno,
hasta el domingo si vas al baile.