ASI DEJE DE FUMAR 2ª PARTE Comienzo hoy la segunda parte de ......, He llegado a Madrid y coienza la segunda parte de este relato/memoria, que creo os gustará.
Y ahora..............................
ASÍ
DEJÉ DE FUMAR
SEGUNDA
PARTE
CAPITULO
I
Cuando
llegué a Madrid, me costó muchísimo adaptarme, en Madrid no podía
estar en la calle, es más, no podía salir solo. No había campo a
mi alrededor, encima me matricularon en un colegio que solamente
tenía que cruzar la calle y aún así. No podía ir solo, además
tenía un acento que en aquellos tiempos, en Madrid no se oía,
muchas palabras no se entendían entre el seseo y que no todas las
cosas se llamaban igual, en fin, creo que tardé un par de años en
empezar a aclimatarme, además las temperaturas de Madrid eran mucho
más bajas, yo no sabía lo que era un abrigo hasta que llegué aquí,
ademas, ¿Cómo se podía vivir sin mar y sin barcos?
Por
aquellos tiempos, empecé a escribir alguna cosilla, me encantaba
cuando pedían alguna redacción en el colegio y después la
gimnasia, yo era un crío muy fuerte y con la gimnasia me desfogaba.
Enfrente
del colegio, se ponía una mujer mayor con una cesta y vendía pipas
de girasol, regaliz de palo, anisetes y pequeños caramelos y también
cigarrillos sueltos, De vez en cuando le compraba unos Celtas
cortos, aquello sabía peor que los palitos de calabaza que mi
hermano me había dado a probar.
Me
dediqué, cuando veía que mi padre tenía llena la caja de picadura
a liarme cigarrillos, me había agenciado una carterita de papel de
fumar y guardaba todo como oro en paño,
A
los catorce años, siempre que reunía dinero, me compraba Antillana
sin filtro, no era gran cosa pero si mejor que los Celtas y eran
económicos, si mi presupuesto no llegaba, estaban los Ideales, eran
cigarrillos liados pero el papel sin pegar, había que apretarlos y
con la lengua humedecías el borde del papel y pegarlo, a aquello lo
llamaban, no sé por qué “caldo de gallina”, También había
unos paquetes de picadura que llamaban cuarterones que eran malísimos
y que había que vigilar porque a veces tenían verdaderas estacas.
De
todas formas, yo tenía mucha suerte porque mi padre fumaba mucho y
yo era el único hermano que fumaba en serio.
A
partir de entonces ya era un fumador empedernido, además, con
catorce años, ya andaba un poco más suelto, con el pretexto de que
me iba al colegio antes, para estar en el patio jugando al futbol o
charlando con los compañeros antes de entrar en clase, l medio día
comía de prisa y en lugar de irme al colegio, bajaba por la calle
Donoso cortés en lugar de subir y me metía en unos billares que
había allí, nadie nos decía nada por fumar, es más todos nos
escondíamos allí a fumar y a jugar al futbolín, el viejo que
estaba allí para vigilar y dar cambio, estaba siempre con la mosca
detrás de la oreja, había unas arandelas que en la ferretería que
había más abajo, por dos pesetas te daban un montón y éstas, en
los futbolines hacían el efecto de una peseta, teníamos mucho
cuidado de no echar muchas arandelas porque el viejo se podía dar
cuenta, así que de vez en cuando metíamos una arandela y
cambiábamos de futbolín como quien cambiaba de equipo.
En
mi casa muchas veces, cuando faltaba alguna cosa como la sal, o el
azúcar o cualquier otro producto, yo estaba dispuesto a ir a
buscarlo, así, entre las propinas que me daban por ir y lo que
lograba sisar, siempre tenía algo de dinero que mantenía en el
mayor de los secretos, porque mi hermano siempre me estaba pidiendo.
Total,
que aprendí a espabilarme, pero mis compañías no eran de lo mejor.
Con
el tiempo, me iba alejando cada vez más de mi casa, hice amistad con
algunos compañeros de clase que vivían cerca y me aficioné al
cine, en realidad era lo único que podías hacer los días que no
tenías colegio o cuando llegaban las vacaciones, de cines andábamos
bien sobrados en el barrio, casi todos eran de sección continua,
estaba el Pelayo en Fernández de los Río, el California en la calle
Andrés Mellado, un poco más arriba el Emperador, también en
Fernández de los Ríos, en Guzmán el Bueno, uno el Guzmán el
Bueno, más hacia Cea Bermúdez y el otro el cine Iris tocando casi a
Alberto Aguilera, éste era un poco chungo, en frente tenía un bar
Antonio Molina, el cantante de copla y canción española ahora
cuando veo a alguna de sus hijas recuerdo que allí, había entrado
alguna vez con mi amigo Javier, recuerdo a dos niñas bastante mal
vestidas y a la más pequeña con los mocos colgando y muchas veces
descalza. Más arriba, también en Donoso Cortés estaba el cine
Apolo y a la misma altura, pero en Joaquín María López estaba el
Vallehermoso, un poco antes, en la calle Galileo estaba el cine del
mismo nombre que luego hicieron de arte y ensayo, estaba también más
abajo, a la altura de Fernando el Católico el Magallanes, un poco
más arriba, ya en Quevedo, el cine del mismo nombre, al lado de una
sala de fiestas, Las Palmeras, capítulo a parte de este mismo autor.
Estos
eran los cines que había más cerca y de sesión continua, había
otros, bastante cerca que eran de estreno y por lo tanto más caros,
de una sola película y a los que por lo general no íbamos mi amigo
Javier y yo, forofos del cine, mi amigo fan de las películas
policíacas, de terror y del oeste, a mi me gustaban más las
comedias, policíacas y de ciencia ficción.
Unos
años más tarde, en verano, me encontré en el cine California con
mi compañero de pupitre del colegio, Vicente, en el colegio teníamos
una amistad de patio de colegio y horario escolar, pero aquella
tarde, cuando salí a fumar en el descanso, él también salió,
empezamos a hablar y entre nosotros nació una gran amistad que
perdura. Él tenía una pandilla muy maja y muy compenetrados, del
colegio de los Escolapios solamente éramos Vicente y yo, que
entonces me había convertido en un lobo solitario.
Mi
madre siempre tuvo la ilusión de que yo me haría sacerdote y un
poco antes de aquellos tiempos, quizás un año, estuve estudiando en
el seminario que los Escolapios tenían en Getafe.
No
estaba mal, me adapté muy bien a aquella vida y creo que fue una
gran base para mi vida posterior, tenía un director espiritual, el
padre Román, un gran sacerdote que supo encaminar la vida del grupo
que estábamos a su cargo, él fue el primero que supo que en el cine
Guzmán el Bueno, en unas vacaciones, conocí a una chica de más o
menos mi edad y que ahora no recuerdo cómo se llamaba, y comprendí
que me tiraba más una cara bonita que el celibato.
Seguí
mi amistad con el padre Román, tuve la mala suerte de que al poco de
que a él lo destinaron a Ecuador, yo, por culpa de un fracaso
amoroso entré en la primera mayor crisis religiosa de mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario