BALADA TRISTE
Pedro Fuentes
CAPITULO IV
Salieron para Peñíscola el miércoles por la
tarde. Cuando llegaron ya era noche cerrada, encontraron el apartamento que
estaba en la calle José Antonio, en la zona nueva, fuera del recinto del
catillo y en la playa norte.
Casi debajo mismo había una tasca en la que
estaban ocho parroquianos jugando a las cartas en dos mesas, en la barra un
camarero les preguntó qué querían, les hizo unos bocadillos fríos que era lo
único que podía hacer.
Pese al frío, cuando dieron cuenta de los
bocadillos, media botella de vino y un par de cafés, se fueron a la playa y
pasearon por ella mientras Lucía contaba lo que sentía que era el mar que no
conocía.
A la mañana siguiente se levantaron temprano,
bajaron a desayunar a un bar, ya que no tenían de nada en el apartamento, luego
paseaban por la arena de la playa norte mientras Lucía le iba diciendo los pies
para que Angel se aprendiera el libreto.
Así pasaron los cuatro días, subieron al
castillo, recorrieron todos los rincones, paseaban por la playa e incluso se
descalzaron y dejaron que el mar, helado, mojara sus pies.
Cuando regresaron a Madrid, Angel se sabía el
papel.
En el primer ensayo Felipe le dijo:
Ya sé que hacer para que aprendas un papel,
pero no te voy a regalar ni un apartamento ni una Musa.
Entre los ensayos y los exámenes casi no se
vio con Lucía. Antes del estreno le dio
una entrada para ese día y a partir de entonces pasó los peores nervios de su
vida.
La noche del estreno, antes de empezar la obra
vio a Lucía por el ojo del telón.
Luego, cuando empezó la obra, con los nervios
y los focos no pudo verla, ya más tranquilo, en el segundo acto la vio y su
cara era alegre y feliz.
Cuando terminó la obra, que gustó bastante,
vio que Lucía no estaba donde habían quedado.
Al día siguiente la buscó, pero no tenía ni su
teléfono, fue a la Escuela de Magisterio, nadie le supo dar razón, por la
cafetería no apareció.
Pasó el tiempo, hizo el “Estudio 1” en
televisión, a partir de entonces su carrera fue meteórica, cuando tenía un día
libre, la buscaba, no sabía dónde, luego empezó a ir a Peñíscola, paseaba por
la playa descalzo, subía al castillo, nada, no supo de ella. Cuando estrenaba
alguna obra, en el último acto la localizaba entre el público, cuando terminaba
la obra la veía aplaudir, pero luego se levantaba y desparecía.
Han pasado cuarenta años, Angel se ha
convertido en un monstruo de la escena, solamente hace teatro, su única ilusión
es verla al final del último acto, no ha cambiado, sigue aparentando 20 años.
FIN
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