Una semana más con la historia de Lúcía, una muchacha que tiene que adaptarse a una vida detrás de una barra de alterne al ser acusada en su pueblo sin razón al huir de un acosador.
Y ahora................
LUCÍA
Pedro Fuentes
Capítulo VIII
Genaro quedó con las dos mujeres para
llevarlas a comer, fueron por la cuesta de Santo Domingo, esquina a Fomento allí,
en un restaurante gallego, Genaro tenía mesa reservada, comieron e hicieron la sobremesa, Engracia
aprovechó por preguntarle si
sabía algo del pueblo, le contestó que ni sabía ni quería saber, que cuando se tuvo
que ir, el pueblo había muerto para él.
Lucía había hablado con Genaro para acercarse
al Corte Inglés porque quería comprarle ropa a su madre y yendo con él no
podría “pasar” como hacía normalmente.
Para terminar la tarde fueron al teatro.
Luego volvieron a casa.
Engracia parecía algo más animada, ya que
según le parecía a ella, eso de ser la encargada le daba más honorabilidad,
pero seguía en sus trece.
Cuando llegaron a Madrid, Engracia había llamado a
Rosario, la prima de Lucía, más que nada por saber qué se decía en el pueblo y
no perder el contacto con la familia, no le dijo nada a su hija y menos después
de lo que el notario había encargado que
dijesen gentes de su entorno y ya no volvió a saber nada del pueblo, un día le
insinuó a su hija por qué no llamaba a su prima, habían sido muy amigas y
además Rosario siempre decía que se quería ir del pueblo aunque fuese a servir.
Ahora les haría compañía a las dos.
Lucía le contestó que ni hablar y que lo que
tenía que hacer era buscarse alguna amistad entre las vecinas o conocidas de
las tiendas donde compraba.
Así fue pasando el tiempo, cuando operaron a
Pepe, ella ya sabía lo que tenía que hacer en el bar, además, sus compañeras se
lo tomaron a bien, ya que Lucía era una chica seria y responsable y les ayudaba
en todo, les preparaba las bebidas, cobraba las consumiciones y si algún
cliente se salía de tono, ella sabía en qué momento intervenir haciéndole un
quite y yendo a hablar con el cliente. ella
no se dejaba pisar el terreno y ahí
se acababa todo.
Genaro pasaba casi cada día por allí, sobre
todo a la hora de cerrar, los sábados hacía casi todo el turno y cuando
cerraban, acompañaba a su sobrina a casa.
Cuando Pepe salió del hospital y empezó a
salir a andar un poco, aprovechaba para pasar por el bar un rato, pero iba más
bien como cliente, pero las chicas agradecían su presencia, Pepe tenía un don
de gentes innato, él siempre lo decía, para estar en una barra, hay que ser
bastante psicólogo y para estar como ellas, había que saber escuchar a los
clientes y a la vez aconsejar, porque la mayoría de los hombres iban allí por
dos razones, una porque no eran felices porque se encontraban solos y en su
casa no les escuchaban y la otra porque pensaban que si iban dando lástima,
allí les compadecerían y a lo mejor, engañaban a alguna.
Al cabo de tres meses, le dieron el alta a
Pepe, llegó algo más grueso, aunque seguía siendo muy delgado pero más moreno,
las salidas a pasear y no pasarse las tardes encerrado en el bar le habían
sentado bien.
Todo era normal ya, Pepe parecía más cansado,
nunca dijo de qué lo operaron, pero de vez en cuando se sentaba en un taburete
que había detrás de la barra, al lado de la caja, él decía que tantos días de
inactividad, le habían pillado desentrenado.
De todas formas, Lucía estaba siempre
pendiente de aliviarle el trabajo.
Las tres niñas como él las llamaba, también
colaboraban en su bienestar y él no dejaba de protestar, diciendo que le
estaban acostumbrando mal.
Genaro, ahora que estaba Pepe allí, iba
menos, pero seguía pasando muchas horas.
Durante la convalecencia de Pepe, lo había
invitado junto con Genaro a comer algún domingo en su casa, cosa que también
agradecía Engracia, además, algún domingo que se quedaron a comer en casa de
Engracia, luego los tres, ellos dos y ella se iban de paseo, Lucía se quedaba
en casa leyendo, ya que era el único día que cerraban el bar.
La vida de Pepe era un secreto total, vivía
solo en un piso en el mismo edificio que una hermana mayor que era quien
se había ocupado de él mientras estaba en el pos operatorio.
Rumores decía que él y Genaro, Geny, como él
lo llamaba; se entendían.
Genaro se había ido del pueblo hacía ya
muchísimos años porque lo acusaron de homosexual, de cierto no se sabía nada,
pero en aquellos tiempos, había en muchos pueblos un fariseísmo, tremendo y
según a quién le cayeras mal, te podían hundir para siempre, Genaro dio la
callada por respuesta y marchó a Madrid donde nadie le conocía y nadie pudo
decir nada de él, había hecho amistad con Pepe, pero de ninguno de los dos se
supo jamás que llevaran una doble vida y que no fuesen sino buenos amigos,
aunque a nadie le importaba nada ni tenían por qué meterse en sus vidas.
El tiempo fue transcurriendo rutinariamente,
Pepe, Genaro y Engracia estrecharon su amistad y rara era la semana, el
domingo, que no salían al cine, al teatro o a merendar.
Uno de los sitios predilectos era una churrería en la Glorieta de Iglesias, allí se reunían personas mayores, muchas de ellas, eran antiguas vedettes y se les conocía porque gastaban más en coloretes y maquillajes que en comer, normalmente iban acompañadas de galanes otoñales.
Uno de los sitios predilectos era una churrería en la Glorieta de Iglesias, allí se reunían personas mayores, muchas de ellas, eran antiguas vedettes y se les conocía porque gastaban más en coloretes y maquillajes que en comer, normalmente iban acompañadas de galanes otoñales.
También se llenaba aquella churrería de
estudiantes que pasaban horas y horas estudiando ante dos cafés.
Lucía aprovechaba para quedarse en casa leyendo o preparándose
ropa, alguna vez, si los tres amigos iban al cine y le gustaba la película que
iban a ver, se marchaba con ellos, pero en cuanto acababa, volvía a casa a sus
cosas.
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